VI. Dios se revela en los pobres

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

La denuncia profética 

         Jesucristo denunció las injusticias del sistema establecido por los fariseos, los dirigentes y los Sumos Sacerdotes: el uso arrogante del poder. Ataca a los tiranos que gobiernan los pueblos y encima se hacen llamar "bienhechores" (Lc 22,25).  Ataca a los que visten lujosamente y viven en palacios (Mt 11,8). Ataca a la causa de la pobreza. Exige la justicia, la comunicación de bienes.  Fue un revolucionario, proclamador de cambios substanciales. Por eso, un cristiano tiene la obligación, más que nadie, de ser un revolucionario en el sentido más noble de la palabra.  Mientras exista tanta pobreza en el mundo, la acumulación de la riqueza no tiene justificación posible, y la expresión "cristiano rico" es un contrasentido y un antitestimonio. Porque un cristiano rico sería una persona, que se proclama seguidor de Jesucristo y a la vez, está cargado de riqueza; y sobre una persona así, esto es lo que dice Santiago:  

         "De qué le sirve a un señor decir que tiene fe, si no tiene obras? Si un hermano o una hermana están desnudos y le falta el alimento cotidiano, y uno de vosotros dice: Id en paz, calentaos y alimentaos, sin darle lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve esto? Lo mismo es la fe: si no tiene obras está muerta" (Sant 2,14-17).

         "Y vosotros, los ricos, llorad con fuertes gemidos por las desventuras que van a sobreveniros.  Vuestra riqueza está podrida, vuestros vestidos se han apolillado. Habéis vivido en la tierra en delicias y placeres y habéis engordado para el día de la matanza" (Sant 5,1-2. 5) 

          Y San Juan se hace la siguiente pregunta: 

         "Sí alguno tiene bienes de este mundo, ve a un hermano en la necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede estar en él el amor de Dios" (1Jn 3,17).

         Una sociedad en la que hay criados y señores, pobres y ricos, débiles y poderosos, opresores y oprimidos, no es cristiana.  Ser ricos, a costa de los pobres, aparte de ser antievangélico, es algo que debe llenarnos de vergüenza.

         He aquí el manifiesto más audaz de Jesucristo, su lacerante denuncia profética contra las injustas estructuras sociales: 

Benditos los pobres...                Malditos los ricos

Benditos los hambrientos...         Malditos los hartos

Benditos los oprimidos...            Malditos los opresores

Benditos los marginados...          Malditos los aclamados, los instalados (Lc 6,20-26) 

         Si los pobres son benditos y dichosos no es para que acepten   resignadamente la pobreza y la opresión. Jesucristo no predicó nunca la resignación, porque eso sería predicar el fatalismo y la pasividad ante la injusticia, algo que un cristiano no puede ni hacer ni admitir.

Y si a los ricos y a los opresores se les llama malditos, no es porque se trate de la revancha, en la que ellos van a ocupar el puesto de los pobres y los pobres el puesto de los ricos, aunque el Magnificat parece estar de acuerdo con esta idea (Lc 1,52-53), sino porque el evangelio tiene que acabar con tanta desigualdad y tanta injusticia. Se trata de que los de abajo suban y los de arriba bajen y se establezca la igualdad. Esta igualdad es la que pretendía San Pablo con las colectas entre los cristianos ricos de Macedonia y de Acaya, para llevárselas a los pobres de Jerusalén (Rom 15,25-27; 2 Cor 8,14; Gal 2,10; He 11,2830).