Solemnidad de la Asunción de la Virgen, Ciclo C

El Omnipotente ha hecho maravillas en mí

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

(Ap 11,19; 12,1.3-6.10; Sal 44,11.12.16; I Cor 15,20-27; Lc 1,39-56)  

      En aquellos días, María se puso en camino y fue casa de Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre e Isabel llena del Espíritu Santo, dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?¡Dichosa tú que has creído!, lo que ha dicho el Señor»

      María dijo: «Magnificat animam meam Dominum; mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador,  porque ha mirado la humildad  de su esclava. Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque el Omnipotente  ha hecho maravillas en  mí. Es santo su nombre.  

El Apocalipsis cuenta: “Se abrió el Templo Celeste de Dios en el cielo y se vio el arca de la Alianza. Hubo rayos, voces y truenos, un terremoto y una tormenta formidables. Después apareció una gran señal en el cielo: una mujer revestida del sol, con la luna por pedestal y coronada con doce estrellas sobre la cabeza…

El Dragón rojo quería devorar al niño; la mujer huyó al desierto… Oí una gran voz en el cielo: "Ha llegado la salvación, el reino de Dios y la soberanía de su Cristo”.

Este texto apunta al combate de la Iglesia contra las fuerzas del mal. Con la Virgen María, la Iglesia triunfa respecto al pecado y la muerte. La mujer portentosa que San Juan  ve en el cielo, es a la vez María y la Iglesia. Se sustenta en dos interesantes símbolos: el arca de la alianza y la mujer encinta que da a luz un varón. El arca señala la presencia de Dios y la intervención del Señor en la historia. Destruida el arca, según una leyenda judía, con el exilio de Babilonia, aparecería al venir el Mesías. Su mención aquí indica que esta descripción se inserta en el  tiempo de la plenitud mesiánica.  

           La mujer,"revestida del sol", en la tradición bíblica, significa el pueblo de Dios, lleno de la luz de la presencia divina (Sal 104,2) y de las promesas de salvación (Sal 89,37-38); un pueblo, con vocación de eternidad por encima de las contingencias y limitaciones del tiempo: la luna, el astro que determinaba el calendario bíblico, está sometida a sus pies; un pueblo que nace de las doce tribus de Israel y de los doce apóstoles del Cordero, las doce estrellas. La mujer estaba encinta entre gemidos y las angustias del parto. Es el pueblo de Dios, la Iglesia, que en las dificultades y pruebas de la historia ha de dar a luz al Cristo Pascual a través del ejemplo de vida y el anuncio evangélico.

El "dragón rojo" -color de la violencia en el Apocalipsis-, símbolo de las fuerzas idolátricas e inhumanas de origen demoníaco que se encarnan en los centros de poder de este mundo, tiene siete cabezas y diez cuernos. La figura del "hijo varón", asediado por el dragón es la victoria de Jesucristo, Señor de “todas las naciones con cetro de hierro”. La Iglesia entera da a luz a Cristo y, aun cuando sufre la persecución y el dolor, participa de su triunfo sobre el pecado y sobre el mal. La imagen mariológica de esta página del Apocalipsis, que ve en la mujer a María, Madre del Mesías, es casi patente. Ella ha participado de la victoria de Cristo sobre la muerte como primera creyente, manantial de esperanza y prototipo de discipulado y de la Iglesia.

 

El Salmo responsorial canta: “A tu diestra está la reina, adornada con oro de Ofir. Escucha, hija, mira e inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa paterna. Prendado está el rey de tu belleza, Él es tu señor”… La traen entre alegría y júbilo, en el palacio real entran. Será memorable tu nombre por generaciones”.

Es un salmo real, que celebra la entronización de un nuevo rey y su matrimonio. Se hallan aquí las maravillosas hipérboles y los colores vivos de las cortes orientales. El rey es investido de su misión, pero no solamente de una misión humana. Su lucha es el "combate de Dios" por la justicia, la clemencia, la verdad. El rey es defensor de los pobres y destructor del mal. Poniéndolo en su trono y dándole el cetro, se indica su forma de gobernar: amar la justicia, y reprobar el mal.

La reina, por su parte, se presenta con fasto mítico, en un ambiente cercano a las "Mil y una noches". El primer verso del salmo se leía: "Canto de amor". Título que evoca el bellísimo poema amor del “Cantar de los Cantares”.

 

San Pablo dice a los Corintios: “Hermanos: Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto… El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque dice la Escritura «Dios ha sometido todo bajo sus pies”.

El Apóstol recuerda la resurrección de Cristo y la de los cristianos. Y, en medio,  está María, la Madre de Cristo, figura y primicia de la Iglesia, garantía de consuelo y esperanza. San Pablo expresa su visión cristológica de la historia. Toda la humanidad se encamina a Cristo Resucitado. La vida de Cristo Resucitado es la vocación eterna del hombre; por su unión con Cristo, retornará a la vida.

María es la primera de las criaturas que Dios recupera, para la vida eterna, en virtud de la muerte y resurrección de Cristo. Su Madre, creyente por excelencia y modelo de comunión de amor con Cristo su Hijo, ocupa un lugar privilegiado. Luego, dice Pablo, cuando la muerte, "el último enemigo" sea destruido, "Dios será todo en todos". En María, Asunta al cielo, se anticipa ese destino de gloria, en el que la Iglesia, ve la realización plena del misterio pascual de Cristo.

 

El día de la gloriosa Asunción de María, en el s. V, se dedicó en Jerusalén una iglesia erigida en honor a la Madre de Dios. En la Solemnidad de la Asunción celebramos, según definición del Papa Pío XII, en 1950, la maravilla que obró Dios con la Inmaculada Madre de su Hijo, para que «al final de su vida terrestre, subiera en cuerpo y alma a la gloria del cielo". Dios hizo que no conociera la corrupción del sepulcro, la que concibió en su seno al autor de la vida».

El Poderoso hace obras grandes en Ella por su Maternidad Divina. Igual que su maternidad supuso una gracia, para el mundo entero, así también su Asunción personal inicia la asunción de la humanidad a Dios. María «es consuelo y esperanza del pueblo peregrino en la tierra». Al ver que María «triunfa con Cristo para siempre», pedimos a Dios, por su intercesión, la gracia de «participar con ella de su gloria en el cielo». Como María, llevamos en nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo, el germen de la eternidad. Fue humana María. No fue diosa, ni inaccesible, ni distante de nosotros. Fue modelo de la nueva humanidad. Madre de la vida, creyente humilde y fiel. Concebida desde el amor para amar.

El evangelio narra el encuentro de María e Isabel y trae el cántico de alabanza entonado por la Madre del Señor. María, modelo de la Iglesia, aparece en la Visitación, como nueva arca de la alianza. La exaltación de Isabel: "!Bendita tú entre las mujeres…!, muestra el estupor de la cristiandad, ante la comprobación de que el hombre recibe de Dios una alianza perfecta y definitiva. De ahí que David, mientras avanzaba el arca del Señor hacia Jerusalén, exclamó; “¿Cómo podrá venir a mí el arca del Señor?" (2 Sam 6,9). Es la frase que evoca la expresión de Isabel, sustituyendo "arca" por "madre del Señor". María es, pues, signo del amor cercano y paterno de Dios; concibiendo en su seno a Cristo, Mesías de la alianza nueva y eterna es la nueva tierra que Dios fecunda con su Espíritu (Lc 1,35a; Gen 1,2; Ez 37,14; Sal 104,30), el nuevo tabernáculo de la alianza, cubierto con la sombra del Omnipotente (Lc 1,35b; Ex 40,34; Sal 91,1; 121,5); el nuevo Israel que dialoga con Dios. Isabel, al llamarla Madre de mi Señor, manifiesta que María ha entrado en la realidad del reino, en la esfera íntima de la vida de Dios. María ha creído, y por la fe, lleva la vida divina en sus entrañas.

El “¡Bendita tú y bendito el fruto…! Tiene resonancias bíblicas, la bendición de Dios es sinónimo de vida, de fecundidad, de paz y de salvación. Así, Jesús es la bendición plena y permanente que Dios da al hombre; es el Bendito y por ello, su madre, también es bendita, bendita entre las mujeres, las que generan y, cocreadoras, dan la vida en la historia.

Isabel la proclama: “¡Bienaventurada tú que has creído (en griego: he pisteúsasa,"la creyente)!" (Lc 1,45). Es la primera de los bienaventurados, la primera de los pobres de este mundo que, en su pobreza y opresión, reciben el don de Dios y responden con fe y espíritu a los dictados de Dios. María es mujer de esta historia, próxima a Dios y a los hombres, en actitud permanente de gratuidad y donación. De ahí surge el Magnificat, la oración de los pobres del Señor, alabanza agradecida a la presencia de Dios que salva a su pueblo. El canto celebra la misericordia suprema e infinita de Dios por los hombres, que, con el nacimiento, la muerte y la resurrección–exaltación del Mesías trae la salvación por Amor. María recibe con humildad la bendición de Isabel. No niega el misterio, no oculta la obra de Dios en su vida. María ora, se abre a Dios, se deja caer en la presencia y la gracia divinas. Y responde devolviendo a Dios la gloria y la alabanza. La Virgen se reconoce amada de Dios, su Señor y canta agradecida.

Luego, María, en auténtica actitud orante, se vincula al hombre, solidaria y fraterna: "El Señor dispersa a los soberbios de corazón, derriba a los poderosos y eleva a los oprimidos; colma a los hambrientos y despide a los ricos" (Lc 1,51-53). María proclama, no sólo lo que Dios ha hecho en su vida, sino que alza su voz para cantar la acción de Dios en la humanidad. Se inclina a la pobreza y al sufrimiento, alaba al Señor que vela por los pequeños -los pobres, los últimos, los oprimidos-, y desecha la prepotencia y la soberbia de los grandes -los ricos, los poderosos, los acomodados-. Es el nuevo orden de cosas que surge con la venida de su Hijo, el Mesías. La palabra profunda y gozosa del misterio de Dios, la oración más íntima, se convierte en María en feliz proclama de la gran transformación social y política de la humanidad, al llegar el reino. El Magnificat denuncia la mentira y la ambición de los instalados y alienta la esperanza de los que confían y aman, libres y entregados a Dios y al prójimo.

La celebración de la Asunción es la festividad del triunfo decisivo de Dios por Jesucristo, el Mesías, en María, "la esclava del Señor". La Asunción de María es la fiesta de la victoria de Cristo en el discípulo cristiano, a través del servicio, el olvido de sí, la entrega generosa al amor y la cruz. María desde la plena y humilde donación de sí a Dios y a los hombres, ha ascendido a la gloria de Dios.