Los desechados

I. Los impuros

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

La exclusión  

         La impureza era un motivo de exclusión, no sólo de las prácticas cultuales, sino de la misma vida comunitaria. Las relaciones entre el puro y el impuro deben evitarse. El impuro tiene que purificarse, si quiere participar en el culto e integrarse en la vida social.

Dios es el puro por excelencia, "el Limpio", pues, en Él, no cabe la más leve sombra de mancha alguna. Todo lo que se relaciona con Yahvé y se pone en su presencia, a través del culto -personas, animales, cosas-, debe hacerlo en estado de pureza. Si no lo está, debe ser excluido. Es cometido de los sacerdotes "distinguir entre lo profano y lo sagrado, lo puro y lo impuro" (Lev 10,10). El ordenamiento, por el que han de regirse en este discernimiento está contenido en el llamado "código de pureza", un conjunto de leyes agrupadas en Lev 11-15 y en Dt 14,3-20, que fueron redactadas después del exilio, pero cuyo punto de referencia es mucho más antiguo. Estas leyes se concretan en cuatro puntos de atención.  

Los animales  

         Hay una larga lista de animales terrestres, acuáticos y volátiles, impuros, que no se pueden comer (Lev 11). La lista está confeccionada, no desde un punto de vista científico, sino, simplemente, por su relación con los sacrificios paganos (Vg. el cerdo que se ofrecía en sacrifico al dios Tammuz), o, tal vez, por motivos higiénicos y de salud (Vg. el ratón y  topo). El que con sólo tocar a uno de estos animales muertos se contrajera la impureza, es un signo del terror que los embargaba al tocar un cadáver, pues se creían que, al hacerlo, se entablaba una comunión personal con el cadáver. 

El Parto  

         La pérdida de la sangre, raíz de la vida, ha hecho perder a la mujer su integridad, su vitalidad física, lo que lleva consigo su separación temporal de Dios, fuente de la vida; cuarenta días, si da a luz a un varón, y ochenta si fue una hembra (Lev 12).

Al cabo de ese periodo de tiempo, se supone que ha recuperado la sangre perdida y puede incorporarse al culto, pero purificándose antes mediante el ofrecimiento de "un cordero como holocausto y un pichón y una tórtola en sacrificio por el pecado" (12,6); si es pobre, como era la Virgen (Lc 2,23-24), la ofrenda será de "dos tórtolas o dos pichones" (Lev 12,8). 

La lepra  

         Ya hemos visto que las enfermedades de la piel eran, en general, tenidas como lepra, una enfermedad contagiosa (Lev 13-14). El contagio afectaba a las personas, a los vestidos, a los objetos y a las mismas paredes de la casa. El ceremonial de purificación se describe minuciosamente y debe realizarse con rigor. 

La sexualidad  

         Todo lo relacionado con el sexo (Lev 15) afecta al hombre por pérdida de semen o por blenorragia; a la mujer, por pérdida de sangre, la menstruación, o un flujo anormal. Estas cosas originan pérdida de vitalidad y alejan de Dios. No se trata de impureza moral, sino de impureza legal. El hombre transmite la impureza a la mujer y la mujer al hombre, y ambos a las personas y a los objetos con los que, en esas condiciones de impureza, pudieran tener algún contacto físico. En esa situación, no pueden participar en el culto. Impuro es también el que quebranta una norma ritual, aunque sea inadvertidamente.

         Hay también otra larga lista de actos sexuales que afectan al que los comete en estado de impureza: el adulterio, la homoxesualidad, la bestialidad (Lev 18,1-23). En estado de impureza, no se puede participar en el culto y, en general, en todo lo sagrado (Dt 12,15.22; 23,11; 26,14). Hay que someterse antes a un rito de purificación (Dt 23,12); como el protagonismo del culto lo ejercen los sacerdotes, a ellos, de manera especial, les afecta la impureza. Para ejercer su sacerdocio, tienen que estar en estado de santidad legal (Lev 21,1-12; 22,3-9; Ez 44, 25-27), pues se trata siempre de la pureza legal y no de la moralidad de la persona. 

Impureza y Santidad 

         En el Levítico están yuxtapuestas la ley de la pureza (Lev 11-16) y la ley de la santidad (Lev 17-26). Dos leyes que se contraponen y se complementan, por lo que deben ir juntas, pero no revueltas. Para eliminar la impureza y la sacralidad se empleaba siempre el agua. El peligro de contacto, en ambos casos, desaparecía únicamente con abluciones, con lavar bien los objetos, tanto los profanos, como los sagrados.

         Lo puro y lo impuro son los dos polos opuestos que se repelen. Los dos están cargados de una fuerza mágica irradiadora de impureza (polo negativo) y de santidad (polo positivo). El que ha tenido un contacto físico con una persona, un animal o una cosa impura, ha quedado impuro y es intocable, por lo que tiene que purificarse; y desde la otra ladera, el que ha tenido un contacto o relación con lo sagrado (Vg, el sacerdote al ofrecer el sacrificio) se ha vuelto sagrado y es igualmente intocable, por lo que tiene que despojarse de sus vestiduras sagradas, para poder volver a la vida profana.

         La razón última, para evitar toda impureza, toda contaminación, está en estas palabras, a las que ya hemos hecho referencia: "Yo soy el Señor, vuestro Dios, vosotros debéis ser santos, porque yo soy santo; no os contaminéis" (Lev 11,44). Para tomar parte en la asamblea de los santos, hay que estar limpio.