Los desechados

I. Los presos

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

Los presos son los más excluidos, desechados y alejados de la sociedad, se los retiene a buen recaudo entre rejas, cadenas y rastrillos en un brutal extrañamiento, casi, como a fieras salvajes. Son, normalmente, los encerrados, sepultados en vida y olvidados con frecuencia. 

La prisión 

            En la Biblia, la pena de prisión aparece después del destierro, en un texto de Esdras, y como aplicación de una legislación extranjera, tomada de Babilonia (Esd 7,20). No consta, sin embargo, que de hecho se llevara a cabo en algún supuesto. Existía la prisión preventiva. Hay dos textos que hablan claramente de ella, donde el presunto reo era recluido hasta que se celebrara el juicio. El primero se refiere a un blasfemo, a un delincuente contra la santidad de Dios (Lev 24,11-12) y el segundo a un delincuente contra el culto, a un profanador del sábado (Num 15,53-34).

            La prisión preventiva era, con frecuencia, una medida policial no pocas veces arbitraria. Así tenemos a Miqueas recluido por anunciador de desgracias y desventuras (1 Re 22,27); a Jeremías por sus proclamas contra el Templo (Cap. 7 y 26) y por sospechoso de pasarse al enemigo (Jer 37,15-18); a Janani, por hacer ver al rey su postura insensata y su falta de fe (2 Cron 16,7-l0). Estos encarcelamientos preventivos duraban a veces largo tiempo y se convertían en cadena perpetua (Is 14,16-17). 

Un Dios liberador 

            El Dios de la Biblia no sólo no aprueba, sino que rechaza el encarcelamiento de un ser humano. Interviene en la historia del hombre, no para condenar, sino para salvar; no para esclavizar, sino para liberar. Es un Dios libertador. Un Dios "que hace saltar los cerrojos de las prisiones", en que los israelitas estaban cautivos en Babilonia (Is 43,l4), o según otra traducción probable, "un Dios que hizo que se dieran a la fuga". De hecho, Dios en el Nuevo Testamento prepara y realiza la fuga de los presos. Ahí está el ángel, el mensajero de Dios, que actúa como un experto fuguista que saca de la cárcel a Pedro (He 12,7-8; Cf. He 5,19-20;16,26).

            Es un Dios "que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y la libertad a los presos (Sal 146,7),"da a los prisioneros la libertad dichosa" (Sal 68,7). Un Dios que envía a su Mesías "a anunciar la libertad a los cautivos, la liberación a los encarcelados, a anunciar el año de gracia del Señor" (Is 61,1-2). Un Mesías que tiene la misión de "abrir los ojos a los ciegos, sacar a los presos de la cárcel, del calabozo a los que habitan en tinieblas" (Is 42,7). 

Los salmos de los presos 

            La revelación bíblica se ha ido comunicando a la humanidad de una manera progresiva. En la Biblia, Dios habla al hombre a través del hombre y en el estilo propio del hombre. Estos personajes, que Dios utiliza en la transmisión de su palabra escrita, suelen ser siempre personas de probada virtud. Parece que el cauce de una palabra santa conviene que también sea santo. No porque sea necesario, ya que el carisma de la inspiración bíblica pertenece a las llamadas "gracias gratuitas" y, teóricamente, hasta se puede compaginar con el pecado y el delito.

            Lo que sorprende es que Dios quisiera elegir, como instrumentos de inspiración divina, a unos prisioneros cuyo clamor iba a pasar a ser oración oficial suplicante, primero de Israel y luego de la Iglesia, porque entre los ciento cincuenta salmos, que componen el salterio, hay varios ciertamente compuestos por presos. En esos salmos se siente el gemido de los presos que suena tan angustiosamente así: "Yo llamo al Señor a voz en grito,/ a voz en grito yo suplico al Señor… Atiende a mi clamor pues soy un desgraciado,/ sácame de la cárcel/  y te estaré muy agradecido" (Sal 142,3.7-8).

Dios escucha siempre el doloroso gemido de las cárceles: "El Señor miró desde los cielos a la tierra,/ para escuchar el gemido de los encarcelados/ y libertar a los condenados a muerte"  (Sal 102,20-21).

Dios es amigo de los presos, a los que nunca rechaza, pues son "sus presos" (Sal 69,34). 

La injusticia de las prisiones

            En esto consiste la religión verdadera: "En abrir las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos" (Is 58,6)

            Acabar con la injusticia de las prisiones, y todas las prisiones son injustas, es un postulado de la religión auténtica. Don Quijote de la Mancha, que conocía muy bien la Biblia, tras haber dado la libertad a la cuerda de presos, que se encontró por el camino, y a punto de ser prendido por la Santa Hermandad, por haber cometido semejante despropósito, pronunció estas sublimes palabras: 

"A los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos, que encuentran por los caminos, van de aquella manera o están en aquella angustia, por sus culpas o por sus gracias; sólo les toca ayudarles, como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías. Yo topé una sarta de gente mohína y hice con ellos lo que mi religión me manda" (I,50) . 

            Esa es una de las misiones del cristianismo. Y que no se espante nadie, pues aunque las cárceles se quedaran vacías, no por eso la sociedad estaría más desquiciada: "Yo os digo que si se soltase a los galeotes [presos] todos, no por eso andaría más revuelto el mundo", dice M. Unamuno. Según parece, únicamente están en las cárceles el dos por ciento de los delincuentes y fuera, pues, el 98%; quiere decir que, si ese dos por ciento estuviera también suelto, no iba a empeorar el clima social. Lo que Don Quijote hizo es, en efecto, lo que manda nuestra religión, pues a eso exactamente vino Jesucristo (Lc 4,19).

            Juan Pablo II, comentando este texto bíblico en la cárcel romana de Rebbibia, dijo: "¿Es que estas palabras se deben relacionar con las estructuras de las cárceles en su acepción más inmediata, como, si Jesucristo hubiera venido a eliminar las prisiones? En cierto sentido así es". Esto, en análisis profundo y en relación con el corazón del Evangelio, significa que en el mensaje cristiano está contenida la abolición de la cárcel. No hay que hacer esclavos a los que Dios ha hecho libres. 

Institución inhumana 

            La cárcel es una institución para marginados, marginada y marginadora. Desocializa al recluido y lo convierte en un alienado, en un muerto social. Destruye los valores más esenciales de la persona, desencadena en el recluso los peores instintos: la agresividad y la rabia, el odio y la venganza, la traición y el engaño, la violencia y la impiedad. En infinitos casos, equivale a infrahumanización. En ella no puede ejercerse una larga lista de derechos humanos. El preso ni siquiera puede ejercer el derecho a no salir peor que entró. Por eso es inhumana.

Es la escuela de la irresponsabilidad, pues el preso es un número, un autómata. Es la universidad del crimen, criminógena por naturaleza. En lugar de disuadir al delincuente, lo reafirma en el delito. Es un centro corrompido y corruptor, una institución antievangélica, porque significa la negación de los principios fundamentales del Evangelio, como la solidaridad, el amor, la libertad, la misericordia y el perdón. Es una institución desacreditada y acabada que consigue todo lo contrario de lo que pretende. En lugar de reformar, deforma. Lo que se hizo un día con la esclavitud, para acabar con ella, hay que hacer hoy con la cárcel: suprimir de los códigos penales el castigo de privación de libertad y substituirla con penas alternativas más humanas y eficaces, para corregir al delincuente y prevenir la delincuencia. La cárcel hace que el preso cada vez sea menos apto para la convivencia social. La sentencia de prisión se dicta en el palacio de justicia, un magnífico edificio ubicado en la parte más noble de la ciudad, y se cumple lejos de la ciudad, como si la cárcel fuera un basurero que hay que situar a mucha distancia. La cárcel es un baldón para una sociedad que no puede o no quiere encontrar otros medios para corregir al delincuente.