I Domingo de Adviento, Ciclo A

Mt 24,37-44: Vosotros velad, estad preparados

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 2,1-5; Sal 121,1-9; Rom 13,11-14; Mt 24,37-44

 

Como en tiempos de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no se dieron cuenta, hasta que llegó el diluvio y los arrebató a todos; lo mismo pasará cuando venga el Hijo del Hombre; estarán dos en el campo, uno será tomado y otro abandonado; dos mujeres estarán moliendo, se cogerá una y se  dejará la otra.
Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Considerad que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no permitiría socavar su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque, a la hora que menos penséis, vendrá el Hijo del Hombre.

          El profeta Isaías anuncia: «Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos.
          Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor».

La profecía es el género literario más peculiar de la Biblia. El profeta es un vocacionado, un elegido del Señor. Habla en nombre del Señor, proclama la palabra de Dios, es intérprete entre Dios y los hombres, es la voz de Dios y la voz de los que no tienen voz. Ejerce la denuncia profética contra la injusticia social, es la conciencia crítica de la sociedad, denuncia el presente y anuncia el futuro.

La etimología de la palabra "profeta", traducción griega del hebreo "nabí",  señala rasgos importantes de lo que es el profeta. Es una palabra compuesta de "pro" y "feta". Feta es una forma substantiva del verbo "femi" que significa "hablar". "feta" es el que habla, lo mismo que "atleta" es que lucha y "asceta" el que se ejercita. "Pro" es una preposición con el significado de ‘por’ y ‘en lugar de’.

          Esta profecía sobre el establecimiento de la paz y el reino mesiánico la expone también casi en el mismo sentido Miqueas 4, 1-4. Puede que ambos hayan bebido en una tercera fuente. La visión tendrá cumplimiento al "fin de los días", en la venida del Mesías, para la plenitud de los tiempos (cfr. Os 3, 5; Ez 38, 16).

          El monte sobre el que se sitúa la "Casa de Yavhé", el Templo de Jerusalén, se elevará por encima de todo los santuarios (cfr. Zac 14,10). Este anuncio es una imagen poética para citar la gloria singular de la ciudad que Yavhé ha querido santificar. Jerusalén será el centro religioso del universo, meta y punto de referencia y de orientación. Y el Dios de Israel, el Único, dictará sus leyes y los pueblos le obedecerán.

          Así pues, reinará la paz en el mundo. Las armas serán ahora instrumentos para el cultivo. Y los campos serán agradecidos. Crecerá la parra y la higuera. Esta hermosa utopía es un ansiado sueño de la humanidad, lo que debe ser. Esto será por la gracia de Dios, que cumple lo que promete; pero, no llegará sin el esfuerzo del hombre. La palabra de Dios, aceptada por todos los pueblos, es capaz de traer la paz y la justicia a un mundo caótico, lleno de contiendas, guerras, rivalidades...         Para los cristianos el monte es Jesús de Nazaret (cfr. Jn 4,19) a quien aspiramos en el Adviento. No es fácil que los dirigentes transformen las armas en arados, más bien inventan armas más mortíferas que venden a los países desfavorecidos sustrayendo el pan a su gente. ¡Así luchan por la paz! Sólo el Evangelio de Jesucristo puede transformar este mundo cruel.

 

          El Salmo responsorial canta: «Vamos alegres a la casa del Señor. ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, el palacio de David. Desead la paz a Jerusalén: «vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios».

            San Pablo a los Romanos:
          «Daos cuenta del momento presente; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y vistamos las armas de la luz.

          Caminemos honestamente a pleno día, con dignidad; nada de orgías ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni envidias; vestíos del Señor Jesucristo».

 

            El Apóstol retoma aquí la exhortación fundamental que hace en 12,1-2, de esta misma carta: El creyente que de verdad tiene fe ha de llevar una vida digna en consonancia con el Evangelio; la realidad de su fe, el hecho de creer le obliga a vivir en cristiano, no puede hacer la vida disipada de los que no creen. Hay que elegir a Jesús o al mundanal desvío. Seguir a Jesucristo supone vivir según la exigencia evangélica, de orden espiritual y moral; exige renuncia y conversión. La fe conlleva adoptar la actitud de Cristo, una toma de postura singular y definida. El cristiano no puede vivir en la orgía, la violencia y el simple placer; ha de huir del disfrute insano y de los criterios de la sociedad injusta, relativista y consumista, desechar el hedonismo, la idolatría del dinero y las formas agresivas, insolidarias y esclavizantes. El cristiano vive consciente de su "tiempo", que es el tiempo de la salvación, el tiempo de Jesucristo.

          Las "actividades de las tinieblas", esa vida, a veces, desenfrenada de los paganos no son momento del creyente; vivir a lo pagano es lo contrario al Evangelio. La esperanza implica entrar en la práctica ascética. Es preciso abandonar esas teorías de la conveniencia de seguir los impulsos instintivos. La vida en y con Cristo requiere dominio y control personal, el ejercicio del deber y vivir la entrega y el amor. El creyente camina en su tiempo de salvación, en los días y horas de la esperanza y de la caridad a Dios y al prójimo.

 

          El Evangelio según San Mateo cuenta que Jesús, comparando la venida del Hijo del Hombre con la situación previa al diluvio, que los cogió a todos por sorpresa, exhorta a sus discípulos a velad y mantenerse dispuestos, para no caer desprevenidos. Es lo que expresan los ejemplos gráficos de los dos hombres y las dos mujeres.

          Se inicia  hoy el ciclo litúrgico que centra, en el evangelista San Mateo, sus contenidos. En el marco religioso judío, en tiempos de Jesús, existía la mentalidad de que vendría un héroe salvador, se vivía a la espera inminente. Pero, como la venida era  imprevisible, la espera podía ocasionar la despreocupación y apatía. Por ello, el evangelista, haciendo referencia a los sucesos de los capítulos 6 y 7 del Génesis, intenta desechar esa indolencia con su apremio a estar en vela y preparados. Trata de despertar las conciencias y reavivar el espíritu hacia la perentoriedad de la vida que podía perderse, como sucede en la actualidad, que casi se ha perdido.

          El texto apunta a la venida del Hijo del Hombre, que llegará de modo imprevisto, como el diluvio o el ladrón, cuyos orígenes literarios controlables se remontan al libro de Daniel.

          La imprevisión y, por consiguiente, la incertidumbre del momento exacto indica que el discípulo tiene que andar despierto, en vigilancia constante, a fin de que no le sorprenda desprevenido, como a los antidiluvianos. Esta venida hace referencia a un acontecimiento de índole histórica universal que no se ha de identificar con la muerte personal. Refleja una idea de la historia que responde una pregunta existencial y no moral. El interrogante existencial indaga el sentido de la historia humana, se quiere saber cuál es el destino del ser humano; las palabras de Jesús hoy dan la respuesta: la historia humana acaba en un trance universal, administrado por Dios. El hombre se encuentra bajo la total acción de Dios, quien, en un tiempo determinado e imprevisible para la humanidad, pero cierto, llevará acabo un cambio repentino del desarrollo y situación actual.

          El texto insta a tomar conciencia de este suceso general y a velar, para desechar la excesiva tranquilidad y la inconsciencia de que nada pasará ni va a suceder. El factor sorpresa lleva a formular, en consecuencia, la exhortación a estar en vela y preparados. Con lo que se llega a la constatación del hecho real, de que un dueño esté en vela en defensa de su casa y más aún, al no saber la hora del ataque; del mismo modo, pues, habrá que estarlo precisamente con la venida del Hijo del Hombre.

          La expresión misma, "Hijo del Hombre", evoca una figura intermedia entre lo divino y lo humano, lo individual y lo colectivo, en la que se compaginan simétricamente Dios y Hombre, incluidos en sí, sin  llegar a confundirse. Jesús expresa una fusión inconfundible; la historia, por fin, se resuelve en un nexo íntimo o abrazo de Dios y el Hombre; lógicamente, tras el nexo, todo tiene que ser muy distinto.

          Pero, la venida del Hijo del Hombre no traerá un diluvio devastador, sino una lluvia pacífica y fecunda. El problema reside en la ignorancia del momento. No hay hora marcada, no avisa y la gente no está prevenida, no se da cuenta. Las grandes tragedias y cataclismos no suelen anunciarse; el ladrón no avisa, la muerte no informa, los cambios culturales o las transformaciones físicas y morales se presentan sin notificación.

          Pues bien ahí está la cuestión. Jesús no trata de infundir miedo, no es que haya que vivir en temor, que es falta de fe; pero tampoco en la inconsciencia o la dejadez. La clave cristiana estriba en el imperativo «vigilad». Vigilad porque no sabéis la hora ni el momento en que viene el Hijo del Hombre; porque la paz y la justicia han de ser implantadas en este mundo; porque la palabra de Jesús hay que difundirla cada día; porque el amor, Deus charitas est, (1 Jn 4,8) debe incendiar el corazón del hombre, que ha de caminar en la verdad y libertad cada hora, para entrar en el Reino.

          La sociedad, como en tiempos de Noé, come, se afana, disfruta, pero está insatisfecha y vacía, vive despreocupada, ajena; anda atareada tras el dinero y el consumo; no tiene más horizonte, marcha descreída y ayuna. A esta gente del bienestar y de la industrialización, le grita San Pablo: La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y vistamos las armas de la luz. Revestíos de Nuestro Señor Jesucristo.