II Domingo de Adviento, Ciclo A

Mt 3,1-12: Convertíos, está cerca el reino de los cielos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 11,1-10; Sal 71,1-17; Rm 15,4-9; Mt 3,1-12.

 

 Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Voz que grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos".Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y acudían a él de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y los bautizaba en el Jordán. […]
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; mas el que viene detrás de mí puede más que yo, y no soy digno de atarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, recogerá su trigo en el granero y quemará la paja con fuego inextinguible».

 

El Señor traerá la justicia. Este domingo ofrece las ideas fundamentales para fundar una sociedad asentada en la paz y en la justicia. Isaías anuncia que el descendiente de David va a crear un Reino sobre fundamento; y el Evangelio enseña que sólo será posible desde la conversión continua, en el perdón y en el compromiso social.

Isaías anuncia «Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor.[…]

Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas».


Es el profeta por excelencia del tiempo de la espera; clama en lucha constante, por la liberación del pueblo, mediante imágenes desnudas, pero vigorosas hasta la crudeza. En su visión emocionada, poseído por el Espíritu, anuncia el esplendor futuro del Reino de Dios que se inaugura con la venida de un Príncipe de paz y justicia. Su misión es mostrar a su pueblo la ruina que le espera por su negligencia. Inspirado por su Dios, ve el castigo futuro que enderezará los caminos tortuosos.

Para Isaías, como más tarde para San Pablo y San Juan, la venida del Señor lleva consigo el triunfo de la justicia. El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará al reino dividido. El Ungido del Señor, el Mediador, aparece revestido de todas las virtudes de dirigente, capaz de gobernar al pueblo con justicia y de hacer triunfar el dominio de Dios sobre la tierra. Su venida significa la inauguración de una era de paz para toda la creación. Este anuncio promete, pues, la supervivencia del reino; ese niño salvará por sí mismo la nación.

"Saldrá un vástago del tronco de Jesé...”, débil brote en tronco desnudo. Viene Jesús, pero, sin armas, siervo de Yahvé, servidor sin corona. Viene al corazón de la gente humilde que le aguarda. La catequesis bíblica no predica una paz utópica; exige modificaciones fundamentales que se pueden lograr, cuando hay espíritu de sabiduría y de inteligencia, de consejo y de fortaleza, de ciencia y de temor de Dios.



San Pablo a los Romanos: «Hermanos: Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, según Jesucristo, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios».



En estas líneas finales de Rm, el Apóstol les propone los temas: Consuelo, esperanza, oración, alabanza, ayuda mutua y les ofrece los motivos para actuar, que es seguir el ejemplo de Cristo. En Él se realizan las promesas y los compromisos de Dios con el Hombre. Las Escrituras testimonian la humildad de Jesús. Por eso, enseñan a mantener la esperanza con entereza y paciencia. Así como en la actuación de Dios, que se hace débil con el débil, hay una paciencia desconcertante

El cristiano es el hombre liberado por Cristo. Por eso, su libertad, más que conquista, es don. Asegura que la libertad es un privilegio de los hombres fuertes en la fe. El Señor da tal bien privilegiado, para "edificar" al hermano, para construir la comunidad. La obra de la redención es un servicio hecho en favor de los hermanos. “Cristo ha libertado a los judíos, y con ellos, a vosotros, a los paganos”. Les pide que se soporten mutuamente y desechen toda rivalidad entre convertidos del paganismo y convertidos del judaísmo. Han de acogerse los unos a los otros, a ejemplo de Cristo con paciencia y fidelidad, que acogió a los judíos y también a los gentiles, para manifestarles la misericordia de Dios De unos y otros, de judíos y gentiles, es la misericordia de Dios.



El santo evangelio según san Mateo, hoy, mediante la presentación de Juan el Bautista, el Precursor, que prepara los caminos y anuncia la llegada de Cristo, el Mesías, exige la conversión. Era tema y exigencia continua también entre los fariseos; pero, la conversión "farisaica" significaba únicamente el "cambio de mente"; la exigida por el Bautista, y por Jesús, es mucho más: la exigencia de un cambio radical, total, tanto en el interior, como en el exterior, en la totalidad de la conducta humana. La recta relación con Dios debe traducirse en la correspondiente ordenación y rectitud de toda la vida. Quien se convierte a Dios, como una planta de su campo, debe dar frutos-obras buenos. Si el árbol no produce buenos frutos, se corta y arroja al fuego.

El verbo “converto” significa rodear, dar la vuelta; "convertirse" y el sustantivo correspondiente, que emplea Mt en momentos de gran importancia (3,2; 4,17; 11,20; 12,41), más que cambio de mentalidad, indican un "cambio de orientación”; el que inicia un camino de fe tiene que vivir de fe, que supone ir cambiando poco a poco la forma de moverse por la vida. San Pablo explica la idea de la conversión: Es la perseverancia y la paciencia de tener un mismo sentir en Jesucristo y de estar de acuerdo todos, según el espíritu de Cristo Jesús (v. 15,5).

La radicalidad en las exigencias del Bautista disgustaba a los "fariseos", movimiento de laicos instruidos y piadosos, que buscaban, con su conversión interna, la seguridad del juicio divino, y a los "saduceos", la nobleza sacerdotal influyente. Ambos se creían en situación de privilegio por ser hijos de Abraham. Juan advierte a estos privilegiados, que ante Dios no existe seguridad basada en privilegios, ante Dios no hay acepción de personas; juzga según la conducta observada. Más aún, Dios puede hacer hijos de Abraham de las piedras. Dios puede llevar a cabo una nueva creación. San Pablo lo formula luego, al decir que los que creen en Cristo son nuevas criaturas.

Todas estas exigencias se deben a la proximidad del reino de los cielos. El reino de los cielos y el reino de Dios -de que nos hablan Marcos y Lucas- son la misma realidad. El reino de Dios, era la más alta aspiración y esperanza del Antiguo Testamento y del judaísmo. Será el nuevo cielo y la nueva tierra, en que no habrá ya pecado, dolor ni muerte. El Bautista anuncia que este reinado se hace realidad en Cristo Jesús.

El bautismo de Juan en el Jordán señalaba ya a una nueva vida con auténticas exigencias de conversión verdadera. Incluso, el bautismo del judaísmo era un signo de incorporación del pagano al pueblo de Dios. Servía para desechar el ser antiguo y revestirse de una nueva vida. El hombre nuevo será modelado por "el que viene", el Mesías: «Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (v. 11b). El que viene (cf. Dn 7,13ss) es también el juez y más poderoso que el bautista (Is 9,1-6; 11,1-10). Pero este poderío no es triunfalismo; su poder está en el "bautismo del espíritu". El bautismo del Espíritu significa la presencia inmediata de Dios y la experiencia personal con la Divinidad, que se logrará gracias a la venida de Cristo. El Espíritu está sobre Él y en Él se confirman las promesas.

Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. Fue designado para anunciar algo nuevo. El nombre de Juan significa «Yahvé es misericordioso», Yahvé se ha compadecido, Yahvé muestra su favor. Juan estaba llamado a anunciar el favor de Dios, que la misericordia de Dios se ha manifestado definitivamente. El Bautista entra en acción como un predicador penitencial. El contenido de su predicación, en síntesis, coincide absolutamente con lo que después enseñará Jesús (4,17). Su función es mostrar a Aquel que está en medio de los hombres, y que ellos no lo conocen (Jn 1,26); a Aquel, a quien, al verlo llegar, llama: "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29), el Siervo de Yahvé, que se entrega sin rechistar ni resistencia. Juan, la voz que clama en el desierto, salió a “preparar los caminos del Señor” (Is 40,3), ofrece y da a su pueblo el "conocimiento de la salvación. La salvación es la remisión de los pecados, “obra de las entrañas de la tierna misericordia de Dios” (Lc 1,77-78). Preparar el camino del Señor supone, pues, un constante esfuerzo de conversión: "Ya toca el hacha la base de los árboles y el árbol que no da fruto será talado y echado al fuego”.

La Virgen Inmaculada fue y sigue siendo el personaje por excelencia del Adviento: de la venida del Señor. Por eso, cada día, durante el Adviento, se recuerda, se agradece, se canta, se honra y exalta a aquella que fue la que dio su “fiat” libremente para ser la madre de Nuestro Salvador "el Mesías, el Señor" (Lc 2,11).

La primera venida del Señor se hizo realidad por ella. Y ello, es la razón por la que todas las generaciones la llamamos Bienaventurada. Hoy, que esperamos, cada año, una nueva venida, la atención de la Iglesia se dirigen a ella, para aprender, con entusiasmo y sencillez agradecida, la forma humilde de la espera y la preparación de la llegada de Emmanuel: Dios con nosotros. Es más aún, para comprender, al mismo tiempo, el misterio y la profundidad que entraña la entrega del Salvador al mundo, como dádiva oferente por la humanidad.