II Domingo de Adviento, Ciclo C

Lc 3,1-6: Convertíos, está cerca el reino de los cielos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Ba 5,1-9; Sal 125,1-6; Flp 1,4-11; Lc 3,1-6.

 

«En el año décimoquinto del imperio de Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipo, de Iturea y Traconítide y Lisanias, de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, la Palabra de Dios vino sobre Juan, Hijo de Zacarías, en el desierto, que recorría toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para la remisión de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías:

"Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los barrancos serán rellenados, los montes y colinas, rebajados; los caminos torcidos se enderezarán, los escabrosos se allanarán. Y todo hombre verá la salvación de Dios».

 

         

El Adviento es tiempo de conversión, tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.

            El Profeta Baruc clama: «Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la  gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte a la cabeza la  diadema de la gloria perpetua, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el  cielo. Dios te dará un nombre para siempre: "Paz en la justicia, Gloria en la piedad".

Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia oriente y contempla a tus hijos,  reunidos de oriente a occidente, […] Porque Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz  de su gloria, con su justicia y su misericordia».

 

          El libro de Baruc, una de las expresiones literarias más tardías del A. T., refleja el pueblo deportado por los babilonios, que vive en la dispersión. La tragedia de la deportación, el desconsuelo de la madre, Jerusalén, que pierde a sus hijos (Cfr. 4,9-16), no alza un grito de dolor desesperado, sino en una exhortación que infunde coraje y esperanza. Resentimiento por la opresión Babilónica (Cfr. 4,31ss.) y esperanza mesiánica muy afín a Is. II.

          El autor trata de infundir ánimo en el pueblo (4,5-8); y, confortando a la ciudad amada, le anuncia el feliz acontecimiento futuro (4,30-5,9). El dolor pasado contrasta con la visión futura: el duelo de Jerusalén se trueca en gozo y alegría, el luto se sustituye por las galas de fiesta (vs. 1-2; Cfr. Is. 61,3.10). La ciudad de Dios se viste de regio esplendor, pues, Dios trueca el castigo en salvación y, recordando a los desterrados, anuncia su vuelta gloriosa (vs. 5-9; Cfr. 4,36s). Desde las alturas Jerusalén puede contemplar la caravana que llega gozosa. La naturaleza con sus fenómenos apocalípticos colabora con el Señor.

          Esta vuelta gloriosa tiene su proyección hacia los tiempos mesiánicos. El Mesías, que ha venido, volverá de nuevo a manifestarse; por eso en este Adviento, a la espera de su llegada definitiva, debemos pedirle que cambie nuestra amargura social, fruto de nuestro egoísmo humano, en paz y alegría, frutos de una verdadera justicia.

          Baruc, el profeta secretario, confidente y amigo de Jeremías, escribió por los años 200 y 100 a.C.; se sirve del pasado de la historia de Israel, para alentar la esperanza del pueblo y llevarla hacia el futuro. Otro profeta, Ezequiel, habla de forma semejante, y, por supuesto, Jeremías y, en parte, Isaías. Este fragmento es una invitación a la alegría profunda por los bienes que Dios ofrece: el cambio profundo que se ha de realizar.

          Desde que David eligió a Jerusalén como capital de su reino, la ciudad estaba destinada a convertirse en un símbolo. Vinculada a la Casa de David y, consiguientemente, a las promesas del futuro rey Mesías, el profeta dirige su palabra a esta ciudad, destinada a ser la lumbrera de todas las naciones, invita a Jerusalén a despojarse del duelo y a engalanarse para una fiesta. Yahvé, le ha preparado el "manto de su justicia" y diadema "la gloria perpetua".

          Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos. La repatriación de los exiliados, está tomada en buena parte de Isaías (40,3-5). La "gloria de Dios" es la manifestación visible de su presencia salvadora; en ella se concentra toda la teología de la manifestación y de la presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo. Jerusalén convertida en sede de la «Paz de la justicia» y la manifestación de la piedad, las características de la nueva época mesiánica.«Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria (= presencia), con su misericordia y su justicia» (5,9). Se puede decir que toda la Biblia es una palabra de consolación, de esperanza.

 

El salmo responsorial: «Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar; la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos» El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres. Que el Señor cambie nuestra suerte
»

Carta de San Pablo a los Filipenses: «Hermanos: Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría, porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy.

Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena,  la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Testigo me es Dios de lo entrañablemente  que os quiero, en Cristo Jesús. Y esta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores».

 

          El Apóstol vuelca el corazón, repleto de afecto para con los filipenses que tanto le han querido y ayudado, incluso enviándole lo que necesitaba en la cárcel. Ellos constituyen su alegría, colaboradores en el apostolado, que han contribuido en "la obra del Evangelio". Les comunica un mensaje de esperanza: Dios llevará adelante lo que él ha iniciado. Aunque los cristianos de Filipo encuentren dificultades, Dios continuará su obra. Él es su esperanza.

          Estos sentimientos tienen un tono cristológico acusadísimo. Resalta el sentido de unidad y comunidad que el Apóstol muestra a sus cristianos, manifestación de afecto sincero. Desea el crecimiento y profundización de la vida cristiana que ya inició la obra divina en los hombres. Es consciente de que Dios está presente y de que el amor que se tienen él y los filipenses es obra de Dios. La vivencia actual es un adelanto de la plenitud venidera. El amor de ahora ha de ir creciendo en todos los aspectos, si se abren del todo a la obra comenzada por Dios. La esperanza está en el Señor que actúa en el cristiano que espera en el amor, la comunidad y la alegría.

          Con frecuencia, San Pablo alude a la oración que eleva por los fieles y a la memoria que les tiene en la "acción de gracias" (Rom 1,9s; Ef 1,16; 1 Tes 1,2). Pide que Dios conceda a los filipenses penetración y sensibilidad para apreciar los valores, un conocimiento profundo y práctico que les ayude a resolver fraternalmente los problemas cotidianos, y les preserve de toda contaminación de costumbres paganas. Renovados por el espíritu evangélico, impregnados de esta sensibilidad cristiana, serán como un árbol capaz de dar frutos de justicia. Llegarán así limpios e irreprochables al día de Cristo.

          Nota clave de Adviento es el "Día de Cristo Jesús" (v.8) y el teocentrismo. El término escatológico es lo que efectivamente diferencia la moral cristiana de la ética humana, o de un simple conductismo sin sentido último. La esperanza cristiana tiene un término, que no es una utopía del creyente, sino Cristo en su Evangelio. Para el cristiano, es el Padre quien ha empezado la obra de la salvación, y quien la llevará a término (v. 6). Iniciativa de Dios y colaboración del hombre, que se conciertan: misterio de gracia y libertad.

          Pablo y los filipenses vivían en la certeza gozosa de la espera de Cristo, y esto motivaba y enriquecía todo. A nosotros nos falta este sentido escatológico, pero podemos comprender cada uno de nuestros días, como el día del Señor Jesús, cuando los ojos de la fe nos lo hacen presente y podemos tener un encuentro con él. Esta espera y este encuentro nos preparan para el encuentro definitivo.  

 

          El santo evangelio según San Lucas dice: «Vino la palabra de Dios sobre Juan y recorrió toda la comarca del Jordán». Es la fórmula del Antiguo Testamento para indicar la vocación del profeta, que sitúa en un marco relacionado con la historia de Roma, de Palestina y de las zonas limítrofes. Y sucede en el desierto, que por el contexto es el de Judea, la franja Este de Judea hasta el río Jordán, zona en la que también vivía entonces la comunidad esenia de Qumrán.

          La actividad del profeta se caracteriza por la proclamación de un bautismo de conversión para remisión de los pecados. La formulación escueta y concisa quiere decir que Juan proclama el perdón del pecado por parte de Dios, vinculado a una ablución ritual entroncada en un cambio de mentalidad y de reforma de vida.

El evangelista interpreta esta actividad del profeta como un cumplimiento del texto de Isaías 40,3-5. También la comunidad esenia de Qumrán acudía a este texto, para explicar su vida en el desierto en preparación del camino para el Señor. Pero, el modo de preparar ese camino lo entendía de forma distinta a Juan. Los esenios centraban la preparación en el estudio de la Ley y en su estricta observancia, y Juan, en un cambio de mentalidad y de vida expresado en el bautismo.

          Lucas prolonga la cita de Isaías hasta incluir la proyección universal de la salvación: “Todos verán la salvación de Dios”. Mateo y Marcos (Mt 3,3 y Mc 1,3), en cambio, que también insertan este texto de Isaías, se fijan sólo en el aspecto de preparación del camino y no en la dimensión universal.

          Lucas nos pone ante un profeta. Es profeta, no por predecir el futuro, sino por interpretar la historia contemporánea desde la perspectiva de Dios. Para Lucas, Juan rompe moldes, esquemas y hábitos religiosos; y lo presenta  cortando con la comunidad religiosa de Qumrán, en la que probablemente profesó. El profeta arremete contra la sociedad religiosa pidiéndole un cambio radical de vida y pensamiento, sólo así todos podrán ver la salvación de Dios. La presencia de Dios en nuestro mundo depende de la credibilidad que ofrezca la Iglesia. Luego, si decimos que Dios no se nota mucho en nuestro mundo, habremos de concluir que la Iglesia no ofrece mucha credibilidad. Hay, pues, que cambiar la imagen: la mentalidad y el comportamiento.

          La expresión, "vino la palabra", destaca la soberanía de la palabra de Dios, su fuerza y su carácter de acontecimiento. Cuando Dios habla, hace historia. Con la venida de la palabra de Dios sobre el bautista, el precursor, se abre al espacio en el que va a culminar la historia de salvación de Dios en Jesucristo. Pero la salvación, que es siempre el diálogo de Dios con su pueblo, no acontece sin la conversión del pueblo. Por eso, Juan llama a la penitencia. Juan predica una penitencia que es cambio hacia el futuro de Dios, que es salida al encuentro del que viene.

          Es dato de los más seguros de la vida de Jesús, el hecho de haber sido bautizado por Juan, predicador de penitencia que, enraizando en la vieja profecía y en la tradición apocalíptica judía, despertaba la inquietud y el entusiasmo mesiánico en las gentes. Flavio Josefo, en su libro sobre las Antigüedades Judías, se refiere a Juan como un hombre de bien que invitaba a los judíos a ser buenos entre sí y piadosos respecto a su Dios. Su gesto distintivo era el bautismo y su palabra atrajo la atención de muchos, de tal modo que Herodes, temiendo un levantamiento, lo apresó y ajustició en Maqueronte. Ese testimonio de Josefo reproduce con exactitud el éxito de la actividad del Bautista y la causa de su muerte, pero desfigura intencionadamente el carácter de su mensaje, presentándolo ante los romanos como un predicador moralista inofensivo. Juan hablaba de la venida inminente de Dios. Es preciso que todos se conviertan y reciban el bautismo, signo del perdón de los pecados.

          "El año 25 de Tiberio César...", el mensaje del Bautista significa el punto de partida de la obra de Jesús, constituye un fenómeno constatable y preciso dentro de los anales de la historia (3,1-2). El Evangelio no nace como secta secreta ni escondida; surge sobre el campo abierto de los hechos de la tierra. Juan es la realidad de aquella vieja voz que proclamaba: "Preparad en el desierto el camino del Señor..." (Is 40,3-5). Para llegar a Jesús hay que pasar por un período de purificación representado por el Bautista, él prepara a los hombres para recibir a Jesús, exigiendo una conversión radical y un cambio de conducta, me parece totalmente necesario en nuestro tiempo. Esta función de Juan se debe realizar en nuestro tiempo de manera que llegue la palabra de Dios a la tierra.

          La conversión es la ruptura de la autosuficiencia y del egoísmo, la expresión de un deseo de cambiar. Consecuentes con lo que creemos y esperamos hemos de atender a Juan que habla de las exigencias de la justicia y de la caridad. Viene a disponer los corazones de la gente, a recibir la Buena Noticia salvadora de Dios, que traerá Jesús.