Fiesta de la Sagrada Familia. Ciclo A
Mt 2,13-15.19-23:
Cogió al niño y a su madre y volvió a Israel

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Si 3,2-6.12.17; Sal 127,1-5; Col 3,12-21; Mt 2,13-15.19-23.

 

 

 Cuando se marcharon los Magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo el Señor por el Profeta: «De Egipto, llamé a mi Hijo».
Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño. Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría nazareno.

 

 

La familia, célula vital de la sociedad, cuerpo social, misterio cristiano y fundamento de la Iglesia, es de suma importancia, por los valores perennes que entraña y por ser fundamento de toda relación humana, padres e hijos, presidida y orientada desde el amor y la paz de Cristo.

 

          El libro del Sirácida o Eclesiástico: Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.

          Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados
como la escarcha bajo el calor.

 

          La helenización de las ideas y las costumbres se extendió por Palestina sobre el s. II a. C. La corriente se vio favorecida por un proceso de acogida entre la clase dirigente, luego, se fue imponiendo pragmáticamente por la política de Antíoco Epífanes. Ben Sirac, el autor del Eclesiástico, representa la vieja sabiduría de Israel que reacciona contra estas innovaciones foráneas. Se entiende que, ante aquella colonización cultural, el sabio de Israel se inquiete por la educación de la juventud y vuelva sus ojos a la familia, perenne núcleo de las tradiciones nacionales.

          El estructura de la familia ene este tiempo es patriarcal, constituida por una jerarquía de orden sagrado, fielmente preservada. Este tipo de familia privilegia el pasado y la estabilidad y, por ende, la tradición y el orden. A fin de mantener tal orden en aras de la herencia espiritual israelita, Ben Sirac inculca a los jóvenes las beneficiosas virtudes de la obediencia, el respeto a los mayores y la solicitud por los padres. La ordenación familiar ha ido modificándose a través de la historia. El modelo de la familia patriarcal no es el sistema perfecto ni el único querido por Dios. El autor sagrado defiende la familia que conoce en sus días, descubre sus valores y los propugna, para proteger y salvar una tradición que, en Jerusalén, era herencia de los creyentes. En este ámbito histórico, se acentúa el respeto que han de mostrar los hijos a los padres y la igualdad de la mujer frente al marido.

          Ben Sirac tiene una idea familiar bastante mediana; familia, clan y aldea de cultura rural, forma la comunidad natural dominada por los deberes propios de las relaciones conyugales, y las de padres e hijos, ayuda y justicia; él se queda en la felicidad, que se obtiene mediante la buena educación y la formación de los padres. El hijo ha de ganar la sabiduría o experiencia con lo que encontrará la comodidad. Estos aspectos se hallan normalmente, todavía, en muchas familias actuales que no responden exactamente a las exigencias modernas; la rebelión de los jóvenes, extendida por todas partes, sigue su propios cauces.

          En la civilización de hoy, se ha ampliado la cuestión, el hombre ya no vive en sus comunidades naturales, sino  artificiales de variado género, en las que, por lo demás, no se ve integrado. La familia no ha perdido toda su misión, pero se ve compartirla con otras complementarias. De ahí viene la tensión; la familia burguesa cristiana no comprende esa complementariedad y su moral se basa en estudiar las relaciones de tipo rural, las relaciones conyugales, el confort y la comodidad, la justicia con el vecino, la propiedad soñada y la obediencia de sus hijos

          Mientras que el futuro de nuestro mundo es inquietante y lleno de riesgos, algunos cristianos tienden a tomar una postura de miedo y de conservadurismo. Se repliegan entonces en la defensa de comunidades naturales ("familia y patria") y responden mal a las exigencias de los que viven en plan de comunidades artificiales y buscan en ellas su inclusión y su ética.

          Aconseja Sirac que Dios escucha a los buenos hijos que honran a los padres. Les concede larga vida y prosperidad, les perdona sus pecados. Finalmente, la piedad hacia los padres se verá compensada con una larga vida. Hay que honrar a los padres que transmiten el don divino de la vida, y son los continuadores de su obra creadora y salvadora. La honra a los padres es fruto del temor a Dios, principio y raíz, corona y plenitud de toda sabiduría. Sólo el que teme a Dios, el que se entrega a Dios con un amor real e incondicional, es capaz de valorar, en toda su profundidad, el papel insustituible de los padres. Con su haber, los padres reflejan la paternidad divina.

            La observancia de este orden por parte de los hijos lleva anejas promesas de bendiciones y bienestar. Sin embargo, es evidente que el sabio no puede garantizar que estas promesas se cumplirán en todos los que hagan lo que él enseña. Por tanto, si formula esas promesas no es porque tenga seguridad de que se cumplirán, ya que nadie puede asegurar, por ejemplo, una larga vida a nadie. La certeza del sabio es de otro tipo. Al recoger las promesas de bendiciones no hace sino mostrar su seguridad de que el camino que enseña es bueno: quien lo siga no sufrirá ningún mal, sino bondades. Para el sabio, los caminos de Dios, los que él señala al hombre, son los que la sabiduría muestra como buenos. Todo lo que el sabio ve como bueno y justo viene de Dios.

 

 

          SALMO RESPONSORIAL: ¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos! Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa. Esta es la bendición del hombre que teme al Señor.

 

            San Pablo a los Colosenses: Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo santo y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo…  Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor.Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

 

            Se debe entender el texto del Apóstol desde su encuadre histórico. La interpretación literal, prescindiendo de las circunstancias sociales y personales de hace veinte siglos, destroza el sentido del texto bíblico y le hace expresar otra cosa. La idea de la autoridad del marido no es válida hoy en el siglo XXI. Conviene concretar los textos y vincularlos a unas determinadas condiciones culturales. Es preciso tomar el núcleo de la exhortación y aplicarlo a relaciones humanas y matrimoniales, de este momento histórico. Para ser cristiano, no hay que prescindir de las legítimas maneras de ser que ha ido produciendo la evolución humana, también querida por Dios. Ello exige una mayor formación y asumir riesgos de interpretar y aplicar. Pero así es la revelación. Cuando las circunstancias sociales, culturales e históricas cambian, los principios permanecen, pero sus aplicaciones han de ser concordes con las nuevas situaciones para que sean efectivas. Es el caso de estas las recomendaciones paulinas, que emanan un consejo de amor y entendimiento a los miembros de la familia válida hoy como ayer.

          El Apóstol llama al pueblo elegido de Dios, pueblo santo y amado en Cristo, pueblo en el que ya no hay distinción entre esclavos y libres, gentiles y judíos, mujeres y hombres..., pues todos somos hermanos en Jesucristo que es el Primogénito del Padre. Todos formamos un pueblo "santo", escogido por Dios y para Dios. Esta santidad objetiva, signo del  bautismo, al ser constituidos hijos de Dios, exige la santificación activa y personal de cada uno y la edificación de la comunidad. La convivencia cristiana se construye en la afirmación de nuestra conducta en la entrega de y a Cristo, revestidos de misericordia entrañable, de bondad, de humildad y de amor. Pablo señala cinco virtudes fundamentales para la convivencia y las contrapone a otros tantos vicios que la impiden y de los que es preciso despojarse (cf. v. 8).

          Y, como siempre habrá trabas y pecados en la vida comunitaria, siempre es necesario el perdón. Se ha de perdonar siempre, también a imitación de Cristo, el Señor, que a todos nos ha perdonado. El perdón de Cristo es el fundamento y el motivo del perdón que debe derrochar el cristiano. El amor es el que da coherencia y perfección a todas las virtudes y mantiene la unidad y la culminación de la vida comunitaria. Es preciso implantar la paz a la que todos han sido convocados.

Cristo es "nuestra paz" (Ef 2. 14). Él habita por la fe en el corazón del creyente y en el corazón de la comunidad. Cristo es "aquella paz que el mundo no puede dar", la paz que Dios da graciosamente.

 

El evangelio de San Mateo ofrece hoy el esquema bíblico de orden-cumplimiento: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto» José dispuesto a la orden, escuchó a Dios; creía, confiaba en Dios. La disposición a Dios es la actitud continua, según Mateo, de la Sagrada Familia. Y esa la que debe seguir la familia cristiana.  

          Ya desde el s. VI a. de C. existía en Egipto una comunidad judía en continuo crecimiento. Egipto era para los judíos además del país de la antigua esclavitud, un lugar de refugio en tiempos de persecución (cf. Dt 23,8; Jr 26,21). A ello, apunta el relato de San Mateo apuntando la manifiesta crueldad de Herodes, quien entre otros, se dice haber asesinado a tres hijos suyos. Añádese una antigua acusación del siglo primero que achaca a Jesús  la magia aprendida en Egipto.

          Es corriente, en la literatura bíblica y universal encontrar narraciones semejantes sobre el peligro que amenazaba a niños, futuros monarcas y caudillos. También se halla parecido con la historia de Moisés, salvado de las aguas y obligado más tarde a huir a Madián, de donde regresa por indicación divina: "Anda, vuelve a Egipto; pues han muerto todos los que buscaban tu muerte" (Ex 4,9). Oseas pone en boca de Yahvé estas palabras: "Cuando Israel era un niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1), en referencia al éxodo de Israel en el comienzo de su historia. Mateo aplica la cita a Jesús porque, según la creencia generalizada en el judaísmo, el tiempo del Mesías reactualizaría el tiempo de Moisés. El evangelista, por tanto, está afirmando que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios por excelencia, que corre la misma suerte que el pueblo al que viene a salvar.

          Pues bien, S. Mateo lo relaciona con Jesús, que es el verdadero Hijo de Dios. Y señala que así se cumple lo dicho por el profeta. Le interesa al autor resaltar que en Cristo se han cumplido todas las promesas, porque Jesús es para S. Mateo el libertador del pueblo. Jesús es el Siervo de Yahvé anunciado por Isaías, el Siervo marcado por la persecución y el sufrimiento desde el comienzo de su vida. Jesús es el "vástago del tronco de Jesé", nacido en Belén de Judá lo mismo que David. Jesús viene a restaurar de un modo inesperado el trono de David su padre. La descendencia de David vive oculta y perseguida por el tirano Herodes, que ha usurpado el trono y que se empeña en retenerlo luchando vanamente contra los designios de Dios. Pero Dios está con Jesús y lo protege, Dios mismo hará que se cumplan todas sus promesas, no obstante la resistencia de cuantos se oponen a su plan providencial.

          La huida a Egipto relaciona a Jesús con Moisés y sobre todo con Jacob-Israel: "No tengas reparo en descender a Egipto, porque allá haré de ti un gran pueblo... y Yo mismo te haré volver" (Gn 46,2). Lo mismo que Jacob vuelve de Egipto, con un gran pueblo acrecentado, así Jesús regresa a Palestina, a construir un pueblo nuevo e inmenso, en un gran pueblo. Por lo demás, toda la vida del patriarca Jacob aparece finamente dibujada en el relato de la infancia según San Mateo. En la literatura judía, en efecto, Jacob era presentado como víctima de la persecución de Labán, su suegro (cf. Gn 31).

          El "midrash" es uno de los géneros literarios más difíciles de explicar a las mentalidades modernas. Los primeros cristianos lo emplearon ampliamente porque veían en él un medio de reinterpretar cristianamente las lecturas que seguían oyendo en la sinagoga durante todo el tiempo que continuaron pudiendo entrar en ella. La preocupación de los cristianos de hoy ya no es la misma, por el hecho de que Jesucristo ha adquirido suficiente consistencia en su fe, como para justificarse por sí mismo.

          De los grandes hombres de la antigüedad se afirmaban historias parecidas de cruel persecución para ser eliminados. Así ocurrió con Rómulo y Remo, Augusto, Sargón, Ciro... Aquí encontraríamos el rastro legendario de nuestra historia. Pero, por encima de ello, se levanta el evangelista recordando el eco de Moisés, el fundador del antiguo pueblo de Dios. También un faraón impío quiso eliminarlo. Así cumple Mateo su propósito de presentar a Jesús como un nuevo Moisés, es el fin teológico de esta perícopa. Jesús es el nuevo Moisés y corre su misma suerte: es perseguido y tiene que huir (Ex 4, 19).

          Muerto herodes, Dios, Padre llama a su Hijo de Egipto. José se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Y, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea, se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Y el evangelista presenta a la familia de Nazaret, un texto que recuerda los hechos que siguieron al nacimiento de Jesús. La partida de los Magos, con tres regalos y tres palabras extrañas guardadas en el corazón maternal de María. La crueldad de Herodes, la matanza de los inocentes, silenciada por el poder. El éxodo como prófugo a Egipto. Sin embargo, Dios no los abandona. José ha sido iniciado por el Espíritu Santo en el camino de la vida. Cuando José despertó, transformó la terrible situación y emprendió un nuevo viaje, asumiendo la tarea de ser patriarca, viaja con su familia, la Sagrada Familia.

          José era trabajador manual, albañil o agricultor, tal vez, según la tradición, carpintero; y, como es corriente, Jesús también trabajaría la madera, ya después, sus propios paisanos, al oírlo, se preguntan: ¿No es este el hijo del “carpintero”? María se ocupaba de la casa de Nazaret y de las faenas domésticas precisas al marido y al hijo; limpiaría y cocinaría y estaría al tanto de sus necesidades con esmero y mimo de esposa y madre. El Niño colaboraba en el quehacer, como era habitual entre los judíos, ayudando a moler el trigo, acarreando agua del pozo y acercando las tablas o las herramientas. Jesús, entroncado en la  familia, aprendería y ayudaría con generosidad y alegría. Obedecía a sus padres, confiaba en ellos, los abrazaba y los respetaba y quería.
          Jesús pudo escoger su nacimiento; podría haber sido en el más suntuoso palacio de Roma, Egipto o Jerusalén y ser príncipe, rey o emperador, obedecido y aclamado por los hombres. Todo eso lo dejó, lo rechazó, para, escondiéndose de este mundo, ocuparse de las cosas de su Padre en cumplimiento de su misión de Siervo de los siervos; y, sometiéndose obediente a María y a José, realizar el humilde trabajo diario del taller y de la casa de Nazaret. Aceptaba sin tristeza, sin renegar de su situación, contento con lo mucho o lo poco, sin obtención de caprichos y exigencias superiores a la familia, en la gozosa renuncia, en la felicidad que proporciona vivir la sencillez cotidiana de la familia unida en las dificultades o en las pequeñas alegrías, en el calor del afecto y del amor que envuelve; y, en la corrección y disciplina, miraba con respeto el rostro del padre que sabe por qué corrige y amonesta, se le oye y se le atiende. Cuando, tras la dolorosa búsqueda, lo encuentran en el Templo, María le regaña y lo llama al orden: “Hijo, ¿por qué has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2,48).
          La familia es una unidad delicada que se ha de proteger y cuidar con el amor y el respeto, con la paciencia y la verdad, como rosal de jardín requiere riego poda y abono de entrega y renuncia, para que arraigue fértil en la unión y en la educación de los hijos;  ha de vivir ese crecimiento de Jesús en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres y seguir el hermoso ejemplo de la Sagrada Familia en la práctica de las virtudes que nos enseña: bondad, humildad, caridad, laboriosidad.
 La familia debe ser una escuela de virtudes que imparte el aprendizaje y cumple su misión educativa, que funda los cimientos de la personalidad del hijo, de lo que será de adulto y enseña el camino del buen cristiano. La familia forma el carácter, la inteligencia y voluntad del niño, labor hermosa y trascendente. Los niños, como Jesús, han de ser amables y respetuosos, estudiosos y obedientes, confiar en sus padres, ayudarles y quererlos, orar y pedir por la familia.
          Lo dijo el Papa Juan Pablo II: “La familia es la primera comunidad de vida y amor, el primer ambiente donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios.” (Encuentro con las Familias en Chihuahua 1990). Y, en su carta a las familias añadía, que es necesario que los esposos orienten, desde el principio, su corazón y sus pensamientos hacia Dios, para que su paternidad y maternidad, encuentren en Él la fuerza, para renovarse continuamente en el amor. Recordemos que “la salvación del mundo vino a través del corazón de la Sagrada Familia”. «En la familia se fragua el futuro de la Humanidad», proclamó.
          La familia es la piedra angular de la sociedad. Sin la consistencia y fundamento familiar las naciones se hunden; la salvación del mundo, el porvenir de la humanidad y la prosperidad de los pueblos y sociedades están en que el ritmo sano y el fluido arterial del corazón de la familia funcionen siempre con regularidad.