Solemnidad de la Epifanía del Señor. Ciclo A

Mt 2,1-12: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido?

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 60,1-6; Sal 71,2.7-13; Ef 3,2-6; Mt 2,1-12 

 

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta...
Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

 

            El Profeta Isaías: ¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad, los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz… Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor.

 

          "Epifanía" es una palabra griega que significa manifestación".La palabra de Dios se ha empezado a cumplir ya con la Epifanía de Jesús. Él es la luz del mundo, y luz verdadera (Jn 1,4-8); el que le sigue no camina en tinieblas (Jn 8,12). Pero todavía estamos a la espera de una nueva creación epifánica (Ap 21.)

          "¡Levántate!" es la llamada para despertar o infundir aliento al angustiado. El segundo imperativo: ¡brilla!", revístete de esplendor, es la invitación a la alegría, a dejar la tristeza y desesperación. Los repatriados del destierro soportan enormes dificultades; siguen cometiéndose las mismas injusticias, la pobreza reina por todas partes, Jerusalén se halla aún sin murallas, los pueblos extranjeros no acuden e incluso los desprecian. Los israelitas comienzan a dudar de la fidelidad de Dios y de las palabras de los profetas.

          Isaías entona, en este hermoso poema, la razón de la epifanía de Yahvé y, recordando la prodigiosa liberación de los cautivos de Babilonia y su regreso a la Ciudad de David, espiritualizando y universalizando también ese hecho del pasado, proyecta al futuro la definitiva "epifanía" del Señor al fin de los tiempos. La venida o el adviento del Señor la contempla, como un amanecer sobre Jerusalén, una gran luz, un sol victorioso. El profeta invita a la ciudad a dejar ya sus lamentos, dejar la tristeza e, iluminado su rostro con la mañana, resplandecer de alegría: "Levántate, brilla Jerusalén...!".

          El advenimiento de Yahvé convierte a Jerusalén en un foco de luz para todo el mundo. Los pueblos que yacían en las tinieblas de la muerte se levantan y emprenden la marcha bajo la nueva luz. Sus hijos vuelven de la diáspora y del destierro, y los mismos pueblos extranjeros que los tuvieron cautivos, ahora les ayudan en la repatriación. Jerusalén se convierte en el centro del universo, en el lugar señalado para la reunión de los hijos de Israel y para el encuentro de todos los pueblos, pues el Señor convoca a todas las naciones, para celebrar la misma salvación que ha surgido en Jerusalén. Y todos se unirán en una misma ofrenda al Señor y en una misma reconciliación entre los pueblos. Ya no habrá cautivos ni exiliados, todos serán un solo pueblo en presencia del Señor.

          Toda la historia de Israel, como transito de liberación, es una epifanía de Dios, el verdadero Rey de Israel y el único que puede salvar. Sin embargo, hay momentos privilegiados en los que Dios se manifiesta con singular esplendor, y entonces se dice que "el Señor visita" a su pueblo. Entre estos momentos, hay que destacar el de la salida de Egipto y el de la repatriación de los exiliados de Israel en Babilonia, es decir, el primero y el segundo "éxodo".

          Todo el capitulo es un himno a la nueva Jerusalén como símbolo de una humanidad transformada por Dios en un pueblo justo, pacífico y feliz. Dios será todo en todos y todos se sentirán como hijos de Dios, sin odios ni ruines ambiciones.

          Salmo Responsorial: «Dios mío confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Sábá y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres».

          San Pablo en la carta a los Efesios: «Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor vuestro. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio».

 

          Explica el Apóstol en esta epístola el carácter de "revelación" que asume el plan de Dios. El "misterio" que se ha dado a conocer a Pablo es el plan salvífico que los designios de Dios tenían dispuesto desde la eternidad. Su revelación es una decisión libre, fruto del amor que Dios tiene al hombre. Es la salvación que se realiza en Cristo y por Cristo.

          San Pablo afirma que, poco a poco, se va comprendiendo más el misterio de Dios. El proceso de penetración del plan de salvación con frecuencia sigue un camino lleno de dificultades, como muestra la misión apostólica de Pablo. La Iglesia está siempre en camino hacia este conocimiento y ha de saber intuir los signos de Dios.

          La visión del misterio de Cristo se ha ido profundizando en el curso de sus propias experiencias misioneras. Ha sufrido en su carne el problema de la unidad de la Iglesia, que tiene hoy una sensibilidad peculiar en cuanto a las relaciones con las otras religiones, porque su misión es manifestar al mundo la salvación de Dios.

          En aquel tiempo, los griegos dividían a los hombres en griegos y bárbaros, y los israelitas, en judíos y gentiles. También, en nuestros días, se tiende a dividir la humanidad en dos partes. Hoy la Iglesia sufre estas y otras tensiones y divisiones. Sin duda, el plan salvífico de Dios continúa siendo el centro y el punto de referencia de la vida de la Iglesia.

          San Pablo escribe esta carta en un momento penoso; está encadenado, en medio de tribulaciones, los efesios lo saben; y comprende que tal situación puede ocasionarles desaliento y desánimo en su vida cristiana. Por eso, quiere explicarles el sentido de sus padecimientos, con intención de que constituyan un motivo de gozo y de gloria, pues, es por ellos, por quienes sufre. Les hace saber que se encuentra en este estado, por haber sido fiel en su vida de apóstol a lo que se dio a conocer por la revelación del misterio de Cristo respecto a los paganos: que no sólo los judíos, sino también ellos, los que "en Cristo Jesús, mediante el evangelio, tienen parte en la misma herencia, pertenecen al mismo cuerpo y participan de la misma promesa". Lo que importa es que los cristianos se mantengan firmes y perseverantes en vivir su fe.

          Al exponerles el misterio de Cristo, intenta liberarlos de toda especie de esclavitud hacia su persona, porque él es realmente, «el último de todos los consagrados». Les pide que vivan su cristianismo de modo personal y autónomo, con independencia y por encima de contingencias temporales y locales, confiando no en él, sino, precisamente, en aquello que, viniendo de Dios, él les ha transmitido.

          El conocimiento del alcance universal de la presencia del Señor es un don. La cuestión es la del alcance universal del cristianismo; la gracia de Dios es para todos. Lo anuncia así, con la alegría y tranquilidad, persuadido de que ya está presente en la realidad. No se puede renunciar al universalismo so pena de renunciar a creer en Jesús como Unigénito de Dios. La tesis es válida, para cristianos que quieran poseer y entender el mensaje, y, para aquellos que se desentienden y piensan que no les afecta ni precisan tal mensaje.

          El evangelio según San Mateo comienza el relato señalando el lugar y el tiempo del nacimiento de Jesús, no sólo para distinguir este lugar de otro  situado en tierras de Zabulón, sino, sobre todo, para subrayar que Jesús nace en Belén de Judá, tierra de sus padres, y como convenía al descendiente de David.

          Herodes el Grande, llamado así por la magnificencia con que restauró el templo de Jerusalén, era un idumeo que llegó al trono de David, aupado por los romanos. Nunca tuvo la aceptación popular. Y vivió seriamente preocupado por las profecías mesiánicas, en las que veía una amenaza.

          Mateo no dice que los Magos fueran tres reyes; la idea se debe a la leyenda inspirada probablemente en Isaías 60,3-4. Hay que pensar que estos personajes representan a los hombres que sólo saben de Dios, de lo que adivinan en el silencio de las estrellas. Son las primicias de la gentilidad, de los que han de venir de Oriente y Occidente, para sentarse en la mesa del Reino (Mt 8,11s); pues, el que ha nacido en Belén no es sólo el rey de los judíos, sino el salvador del mundo, de judíos y gentiles, el que vino a liberar a los fieles de la ley de Moisés y a los que padecían el despotismo de las estrellas (cfr. Gal 4,1-3). La señal mesiánica anunciada por Isaías no reside en los reyes, sino en la evangelización de los pobres, y, así, fueron los desvalidos, los pastores, los primeros que recibieron la Buena Noticia.

          Los pueblos orientales esperaban el advenimiento de la "edad de oro", de un periodo de paz y prosperidad universal bajo el señorío de un rey prodigioso. En Babilonia, donde corría alguna noticia de las profecías mesiánicas, sobre todo, a partir del destierro de Israel, se decía que este rey universal nacería en Occidente.

Puede suponerse en Babilonia el origen de los Magos, hombres apasionados por el estudio de la astrología y pertenecientes a una casta sacerdotal, posiblemente la citada por Daniel, al hablar de los "caldeos" (Dn 2,4ss).

          Pero la importancia de los Magos estriba en su pregunta; interrogan por el rey de los judíos que acaba de nacer y lo hacen en Jerusalén, donde reina un advenedizo usurpador. La pregunta es alarmante y subversiva. El que busca a Cristo, como único Señor, en un entorno corrupto, lleno de tantos señores que se imponen en tiranía sobre el pueblo, siempre se convierte en un sedicioso; no extraña que perturbe a Herodes y conmueva a toda Jerusalén, que teme las represalias del tirano. Es muy significativo este sobresalto, que reseña el texto, en contra de la lógica alegría que cabría esperar a la luz de los viejos textos proféticos. Astuto, el ladino Herodes, finge su interés por adorar a Jesús; es la maliciosa táctica que usarán frecuentemente los poderosos de este mundo respecto a la Iglesia. Muchos, simulando protegerla, sólo buscan su control y su destrucción, porque su mensaje molesta.

            El evangelista San Mateo, en este relato, intenta asentar que Jesús fue, desde su mismo nacimiento, el Mesías rechazado por los suyos y acogido por los foráneos. Expone una sorprendente inversión de actitudes. El relato, con una estrella como símbolo, amplía a escala universal la realidad del Pueblo de Dios; pone de manifiesto el alcance de este Pueblo: Lo componen las gentes todas de la tierra. De ahí, que Mateo busque el símbolo en el firmamento, en las estrellas que son visibles para todos, sin distinción ni exclusión. En la dura realidad cotidiana, no se comprueba ni parece que, sea la unidad y la integración, la tendencia corriente de los actos humanos, sino el rechazo, la exclusión. Quizás, por eso, el evangelio de hoy trae esta inmensa carga de gozo, de evocación y de ensueño. Y, porque podemos soñar, aún creemos posible que se hagan realidad nuestros sueños: Que venga a la tierra el Reino de paz y justicia que hoy anuncia el Niño del pesebre.

          Esta narración de los magos, es un texto midráshico, que trata de expresar la historia de la salvación a partir de unos ejemplos típicos. Balaam, que "venía de los montes de oriente" había predicho a Judá una estrella (Nm 24,17). Esta profecía del tiempo de David, sobre la estrella se convirtió en un referente mesiánico. Un pagano había predicho a los paganos una luz y un Señor que había de aparecer en Israel. Así, los textos relativos al Siervo de Yahvé lo definen como luz de las gentes (Is 42,6-7; 49, 6.9.12). Mateo toma el relato de la estrella y, en relación a la resurrección, ve en él el cumplimiento de la predicción de Balaam. Se requiere la disponibilidad de la fe y atención a los signos de los tiempos. Mientras los paganos "adoran al Niño", los representantes del pueblo intentan matarlo. Desde el principio, Jesús ha sido piedra de escándalo.

          Entre los pueblos estudiosos de la ciencia astrológica, como ocurría en todo el entorno de Palestina, existía la firme convicción de que todo niño nace bajo una coyuntura astral; de ahí que, cada hombre tiene su propia estrella; y la conjunción de las estrellas anuncia un cambio en la historia humana; la regularidad en la marcha de las estrellas garantizaba la normalidad en la marcha del mundo. Por tanto, un acontecimiento importante tenía que ser señalado en la marcha de las estrellas. Ahora bien, siendo el nacimiento de Jesús el acontecimiento más importante de este mundo, necesariamente debía ser anunciado por señales de los astros. Es ahí, en este punto, en el que se enlazan la leyenda y la teología.

          El episodio de los Magos tiene todas las características de una leyenda, naturalmente con un fundamento sólido que le proporciona consistencia.

          La base histórica para nuestro relato, supuesta aquella mentalidad, se halla en que el año siete antes de Cristo tuvo lugar, según los cálculos astronómicos, la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación Piscis. El planeta Júpiter era considerado universalmente en el mundo antiguo como el astro del Soberano del universo. Para los astrólogos babilonios, Saturno era el astro de Siria y la astrología helenista lo designa como el astro de los judíos. Finalmente, la constelación Piscis estaba relacionada con el fin de los tiempos. Es lógico, ante la conjunción de Júpiter y Saturno, que se pensase en el nacimiento, en Judea, del Soberano del fin de los tiempos.

          En Qumran ha aparecido también el horóscopo del Mesías. Esto nos indica que, también los judíos, mezclaban las creencias astrológicas con las esperanzas mesiánicas y especulaban acerca de cuál sería el astro bajo el cual nacería el Mesías.

          Los magos, palabra de origen pérsico, no son reyes. Esta creencia surgió posteriormente bajo la influencia de algunos pasajes bíblicos (Sal 72,10; Is 49,7; 60,10: “Vendrán reyes y honrarán a Yahveh). Así pues, en el siglo V se concretó su número sobre la base de los dones ofrecidos. Y, luego, en el siglo octavo, reciben los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Tampoco eran lo que hoy conocemos como sabios, sino hombres con conocimientos de astrología. Hoy los llamaríamos astrólogos. Los Magos son figuras teológicas y funcionales, que vienen a ratificar la dignidad única del protagonista del Evangelio. Los regalos que ofrecen realizan el homenaje de todos los pueblos al Mesías; en interpretación mística, los dones mismos significaban misterios divinos. El oro reconocía el poder regio de Cristo; el incienso, su sumo sacerdocio, y la mirra, su pasión y sepultura.

          Estamos ya ante una tesis que se hará general a lo largo del evangelio de Mateo: Jesús es rechazado por el pueblo de Dios y es aceptado por los gentiles. Añádese, que el episodio significa que, ante Dios, no hay acepción de personas. Caen las barreras del particularismo judío y se afirma el universalismo de la salud que se ofrece a todos sin distinción.

 

            La Iglesia celebra la fiesta de la Epifanía a los doce días de la navidad. El nombre de "pequeña navidad" dado a la epifanía expresa la idea popular de la fiesta en la Iglesia Occidental. Entre los cristianos de Oriente sucede exactamente lo contrario, celebran la navidad, pero le conceden mayor rango a la epifanía. Les parece apropiado dar a la navidad el título de "pequeña epifanía". Lo cierto es que la Iglesia Universal celebra ambas solemnidades. Navidad y Epifanía son fiestas complementarias que se enriquecen mutuamente. Navidad acentúa más la venida, mientras que epifanía subraya la manifestación.

          La epifanía es de origen oriental y, probablemente, comenzó a celebrarse en Egipto. De allí pasó a otras iglesias de Oriente, y posteriormente, a Occidente, primero a la Galia y luego a Roma y al norte de África. Se inició esta fiesta al principio del siglo IV, cuando se instituye la navidad en Roma. Mientras que las iglesias occidentales adoptaban la fiesta de la epifanía, las orientales, introducían la fiesta de navidad.

          En el tiempo de su institución, la epifanía conmemoraba el nacimiento de Cristo y, parece probable que incluyó desde el principio la celebración del bautismo de Jesús en el Jordán.

          El término, proveniente del griego epiphaneia, "manifestación", aclara su significación originaria. En el griego clásico, la palabra puede expresar una llegada, un nacimiento. La venida de Cristo a la tierra fue una epifanía (2 Timoteo 1,10) [1]. En el uso neotestamentario, la epifanía celebraba la venida, la llegada y la presencia de la Palabra Encarnada entre los hombres. Y, en sentido religioso, el término denota una manifestación de poder divino a los hombres. Dios manifestaba su poder benevolente en la Encarnación, así como, en la adoración de los magos, en el bautismo en el Jordán, en la conversión del agua en vino y otras más. Tradicionalmente, la Iglesia conmemora tres manifestaciones, que son descritas en la antífona del Magnifrcat: "Hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos".

          Al introducir la epifanía en Roma y en Occidente, el significado de la fiesta se centró en el episodio de los magos que siguen a la estrella y vienen con sus regalos a adorar al Mesías. Se le atribuyó un simbolismo profundo y representó la vocación de los gentiles, de todas las naciones, a la Iglesia de Cristo. Cuando la epifanía se popularizó, se implantó la costumbre de añadir las tres figuras de los magos a la cuna de navidad. En la fantasía popular, la leyenda les dio nombre y los convirtió en reyes. En la gran catedral gótica de Colonia se puede ver la urna de los tres reyes; sus "huesos" fueron llevados allí, desde Milán, en 1164, por Federico Barbarroja.

          Para los grandes padres latinos, la fiesta toma un carácter más universal, amplía la visión, se abre a nuevos horizontes. Dios se manifiesta a toda raza y pueblo y se da a conocer a todo el mundo. La buena nueva de la salvación va a todos los hombres. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de Dios abraza a todos (Ef 3,2-6). "Los que en un tiempo no erais pueblo de Dios, ahora habéis venido a ser pueblo suyo, habéis conseguido misericordia, los que en otro tiempo estabais excluidos de ella" (1 Pe 2,10).

          La idea de universalidad, representa una gran procesión de pueblos que provienen de todas las partes del mundo y convergen en la ciudad santa, la Iglesia. Y estos pueblos no vienen con las manos vacías, sino llevando dones: "Porque a ti afluirán las riquezas del mar, y los tesoros de las naciones". Son tesoros invisibles, que incluyen la sabiduría, la cultura heredada y las tradiciones religiosas de cada nación. La Iglesia reconoce que cuantos valores de verdad y de bondad se encuentran entre esos pueblos son signos de la presencia oculta de Dios entre ellos. Como declara el concilio Vaticano II: "Cuanto de bueno se halla sembrado en el corazón y en la mente de los hombres o en los ritos y culturas propios de los pueblos no solamente no perece, sino que es purificado, elevado y consumado para gloria de Dios" [2].

          La oración principal de la fiesta, atribuida a San Gregorio Magno, enlaza la vocación de las naciones, la estrella como símbolo de fe y el premio de la fe, que es la visión de Dios cara a cara. Representa nuestra propia vida como una peregrinación de fe, junto a los magos. La fe es la estrella que nos guía. Belén es nuestra meta.

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1. Cf también 2 Tes 2,8; 1 Tim 6,14; 2 Tim 4,1.8; Tit 2,13.

2. Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, 9.