II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Jn 1,29-34: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 49,3-6; Sal 39,2.4.7-9; 1 Cor 1,1-3; Jn 1,29-34

 

«En aquel tiempo, al ver Juan que Jesús venía hacia él, exclamó: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Es aquél de quien yo dije: Después de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, mas, para darlo a conocer a Israel, he venido yo, que bautizo con agua.

Y Juan dio testimonio: He visto al Espíritu, como paloma, que bajaba del cielo y se posó sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, ése es el que ha de bautizar en el Espíritu Santo.

Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».
 

 

         

Lectura del Profeta Isaías: «Tú eres mi siervo de quien estoy orgulloso. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel…
         Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

          El libro de la "Consolación de Israel" (Is 40-55) trata de exhortar y llevar consuelo al pueblo entristecido y abatido. Con ese sentido, introduce la figura de un misterioso personaje, que denomina "el Siervo de Yahvé", a través de cuatro Cánticos dramáticos y plenos de hermosura y profundidad.

          Este, el segundo, parece identificar un personaje destinado por Dios a una misión muy especial. Intenta suscitar la esperanza: Israel llegará a poseer la gloria del Señor por el Siervo. Por él, Israel hallará la salvación y libertad, así como todos los pueblos de la tierra van a recibir la liberación, para gloria de Dios. Este "Mediador, Libertador”, por excelencia, será después reconocido en la misión de Jesucristo. La elección, desde el vientre de la madre, es frecuente en la Biblia, como signo de consagración profética (cf. v.1; Jr 1; Lc 1). El cristiano también está amorosamente encargado en los designios divinos a ir marchando hacia Dios.

          Aparece el tema del nuevo éxodo, tan frecuente en los profetas del exilio. Junto al Dios que dispersa (cf. Ez 5,10, 6.9, 20,23), está el Dios que reúne (cf. Ez 11,17 34,13, 36, 24). Israel diezmado podrá regresar a Jerusalén, reconstruir su camino y volver a ser la luz de las naciones. El siervo de Yahvé es la garantía de que los oráculos se cumplirán; queda constituido en prenda de salvación. Debe convertir a los supervivientes de Israel y ser luz que ilumine y libere a todas las naciones de la tierra. Así, en Jesús, las promesas se cumplen y su reino vendrá. Continuar la obra es tarea del cristiano.

          La palabra del siervo deberá abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión y de la mazmorra, a los que habitan en tinieblas. La voz de Juan en las orillas del Jordán exhorta al arrepentimiento y al reparto justo de bienes entre todos los hombres. La palabra del siervo será luz que ilumine a todas las gentes; debe extender la buena nueva de Jesús que comenzó Juan, hasta los confines del mundo. Y, al final, el Siervo recoge su triunfo y llega a la gloria por el camino inverso del mundo.

 

          Salmo responsorial: «Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad».

 

          Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios: «Yo Pablo llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Jesucristo, al pueblo santo que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo Señor Nuestro y de ellos. La gracia y la paz de parte de Dios, Nuestro Padre y del Señor Jesucristo, sea con vosotros».

            En esa época, Corinto, con su importante puerto, era una ciudad cosmopolita y rica, que conocía toda corrupción y libertinaje sexual (tanto que korinthiazein significaba vida licenciosa). Ahí, San Pablo, fundó una comunidad el año 51; y después, durante su estancia en Éfeso, le llegaron noticias de desórdenes y divisiones dentro de la comunidad, así como de un caso de incesto que había provocado un grave escándalo. En respuesta a ello, escribe esta carta, al tiempo que responde a diversas cuestiones que le habían presentado los corintios sobre matrimonio y virginidad, el problema de las carnes sacrificadas a los ídolos, el comportamiento en las asambleas litúrgicas, etc.

          El texto, hoy, es el saludo a los destinatarios. El Apóstol reivindica el origen divino de su apostolado, en la misma línea de los Doce. Se dirige a la iglesia de Dios con una expresión habitual en él, "ekklesía toû theoû", con que designa la asamblea de los cristianos, que son los consagrados por Jesucristo, los que, incorporados a Cristo por el bautismo, participan de la elección de Dios; así como Israel era una nación santa por elección divina, también los cristianos por la incorporación a Jesucristo, constituyen, el nuevo Israel de Dios, el pueblo santo que Él llamó. En la teología de Pablo, el vínculo de unión entre los creyentes todos reside en invocar el nombre de Jesucristo, Señor Nuestro. En el AT, invocar el nombre del Señor significa adorar a Dios; los cristianos, pues, son los que aceptan, en común, a Jesucristo, como Señor y Dios.

          "Iglesia" significa asamblea, porque es la reunión constituyente del pueblo de Dios. La Iglesia es "de Dios", porque Dios la convoca y la funda con su palabra. Allí, donde exista una asamblea que oye el Evangelio, hay "Iglesia". La Iglesia en sentido pleno es siempre local: la Iglesia. En la Iglesia, somos hermanos "consagrados por Jesucristo" y "pueblo santo". Esta santidad objetiva -elegidos por Dios en el bautismo- es la razón y fundamento de una santidad moral y subjetiva.

          Estos cristianos de Corinto, reciben en la carta su título de nobleza cristiana: son llamados a vivir la santidad, la existencia nueva de hijos de Dios a la que Jesucristo los impulsa y conduce. También nosotros somos santos, no por ser perfectos, sino por estar llamados a ser los testigos de la santidad de Dios en nuestro entorno, entre los hermanos de la Iglesia Universal. Invocando el nombre de Jesús, el cristiano ha de responsabilizarse de la salvación del mundo, pues, mediante su oración y su conducta, insta a hacer realidad la salvación en los hombres.

 

            El evangelio según San Juan, hoy, anuncia las dos dimensiones fundamentales en las que Jesús se va a dar a conocer en las páginas del cuarto evangelio.

          Juan el Bautista pronuncia su última declaración solemne sobre la identidad de Jesús: Es el Cordero de Dios, el Hijo de Dios. Jesús es el Cordero de Dios porque ha sido elegido por Dios, para iniciar el éxodo de nuestra libertad y, del mismo modo, que antes los israelitas fueron librados de la muerte y de la esclavitud por medio de la sangre de un cordero, razón por la que celebran la Pascua de generación en generación, así también nosotros hemos sido librados, en Cristo y por la sangre de Jesucristo, de la esclavitud de la ley, del pecado y de la muerte. Cristo es nuestra Pascua y el Cordero de Dios, el de la Alianza Nueva. No es casualidad, que Jesucristo padeciera y muriera en la cruz, precisamente, cuando los sacerdotes sacrificaban en el templo de Jerusalén los corderos pascuales. En el capítulo 19 del cuarto evangelio el autor sitúa la muerte de Jesús, coincidiendo con las horas en que se sacrificaban en el Templo los corderos de Pascua, que cada familia consumiría en casa durante la noche, en recuerdo de la liberación de la opresión. La frase "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" adquirirá todo su sentido en el decurso de ese capítulo, en que el autor fundamenta que Jesús se da a conocer como Hijo en cuanto Cordero.

          Millones de cristianos, entregando su vida al Evangelio y dándose en sacrificio a Cristo, han hecho radicalmente suyo el camino del Dios revelado en Jesús. Corderos a semejanza del Cordero que quita el pecado del mundo, ellos, con su fe rotunda, afirman paradójicamente la certeza de que llegará la liberación, que el Dios revelado en Jesús tiene prometida. Al levantar la hostia consagrada y anunciar "este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo", se proclama la seguridad y el compromiso de que la fe, la esperanza y la caridad pueden cambiar este mundo e implantar el Reino de paz y de justicia.

          En el salmo responsorial de hoy, se contrapone el culto exterior, los sacrificios y las ofrendas, al culto interior que compromete la víctima del sacrificio en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Es este el culto que Dios quiere. Por eso, Cristo que es el Cordero de Dios, el Sacrificio que Dios acepta; es también el Siervo de Yahvé que Dios elige, para que cumpla su divina voluntad. El autor de la carta a los Hebreos ve la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre todo otro, sacerdocio vétero-testamentario, precisamente, por la identidad del Sacerdocio y la Víctima. Esta misma carta pone en boca de Cristo las palabras del salmista: Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo a hacer, ¡Oh Dios!, tu voluntad (Hb 10,6-7). La obediencia del Siervo de Yahvé, se consuma en el sacrificio de Cristo, el Cordero de Dios.

          Jesús es el Cordero entregado por Dios para la nueva pascua liberadora de la humanidad. El pecado, en singular, consiste en oponerse a la vida que Dios comunica, frustrando así el proyecto sobre el hombre. Los que no impiden el proyecto de Dios, los suyos podrán reconocer a Jesús. Juan manifiesta a Jesús; en el acto judicial luz-tinieblas, es un testigo ocular de que Jesús es la realización y culminación del proyecto de Dios. Este proyecto trasciende, se escapa al entramado de conocimientos y relaciones humanas. Es una realidad en Jesús, el Hijo de Dios.

          El relato se centra en el conocimiento de la personalidad divino-humana de Cristo. Viene al mundo, pero no lo conocen (Jn 1,26). El mismo Juan no puede reconocerlo por sus propias fuerzas (Jn 1,31-33), y en ese sentido, es el más pequeño en el Reino (Mt 11,8-10; Lc 7,28; Jn 5,33-36). Pero Juan ha recibido por una revelación divina lo que sus conocimientos humanos no podían enseñarle: Cristo es el "Hijo de Dios". El Bautista ha recibido una inteligencia nueva al menos de tres textos proféticos: Is 11,2; 42,1-7 y 61,1 en el momento en que bautizaba a Cristo, en sentido de una investidura mesiánica. En la declaración del Bautista, la "bajada del Espíritu" sobre Cristo tiene un alcance mesiánico, y da testimonio de que ha descubierto realmente al "Elegido de Dios" o al "Siervo" de Dios de Is 42,1. Pero Juan el evangelista va más allá y le hace decir: "He visto al Hijo de Dios".

          Este es el camino de la fe del Bautista que, al principio, no conoce (1,31-33); después descubre a Jesús como Mesías, Cordero y Siervo (1,29-32), y por fin lo conoce su personalidad humano-divina (1,34). Encaminarse así, se hace abriéndose al diálogo con Dios y captando su influencia. San Juan subraya que la mirada de Cristo sobre sus discípulos los transforma; esa mirada es la que cambia a Simón en Pedro (1, 42). El progreso en la fe y en la vocación no se debe, pues, más que a recibir los hechos como dones de Dios; la vocación surge del encuentro y de la acogida. Con frecuencia, nos quedamos en las apariencias; no sabemos "mirar" a la gente del entorno, no juzgamos correctamente. Muchos de su tiempo no captaron "Quien" era Jesús, el Cordero de Dios, el "Salvador", que "carga sobre sí nuestros pecados". ¡Y ello hasta la cruz!

          “Yo vi el Espíritu descender del cielo y posarse sobre Él”. Jesús está lleno  del Espíritu. Es el Hijo de Dios. En Jesús de Nazaret", vive todo el misterio. "Creéis conocerlo, pero hay en El un secreto: su personalidad está sumergida en Dios. En medio de vosotros está Aquel a quien vosotros no conocéis". Es el que bautiza en el Espíritu Santo. El camino, la verdad y la vida. Es la vida y la Resurrección.