I Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Mt 4,1-11: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo amarás

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Gn 2,7-9 – 3,1-7; Sal 50,3-6.12-17; Rm 5,12-19; Mt 4,1-11

 

 

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al final, sintió hambre. Y el Demonio se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes…
Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo amarás. Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles y lo servían.
 

 

Lectura del libro del Génesis: El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz el aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia Oriente, y colocó en él al hombre que había modelado.

El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal. La serpiente, el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho, dijo a la mujer: ¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis del árbol del bien? …

Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

 

El texto del yahvista es vivo, sencillo, ingenuo y lleno de dramatismo narrativo. No se puede hoy leer como historia fáctica o como relato de hechos pasados. Los protagonistas no son históricos; representan la humanidad entera, comprendida aquí convencionalmente por los personajes, para relatar la transgresión cometida por el hombre en algún punto de la historia. En este sentido, son, figuras, pues, más reales que si fueran históricas, al llevar en sí la realidad humana de todos los tiempos.

Se trata de dos fragmentos extraños sobre los orígenes. Uno, se sitúa en el paraíso, entre la armonía de la creación y la concordia de la relación del hombre con Dios, así como en la pareja humana. El segundo narra la tentación, la desobediencia a la Palabra de Dios.

Adán, nombre propio del primer hombre (4,25; 5-1 y 3), es de suyo un nombre colectivo que significa "el hombre". El hombre interesa aquí al autor desde sus mismos ingredientes. El polvo humedecido forma su figura. Ese elemento le remite a la tierra, "adamáh", "la rojiza". De ahí su nombre de Adam, el terreno, el telúrico (homo-humus), nacido del seno de la tierra para volver a él. Un soplo de Dios en la nariz infunde a la figura de barro el hálito vital, que lo remite a Dios. El hombre se define así como tierra y soplo de Dios. Es una imagen antropológica nacida de la observación y de la fe.

El hecho de que el Hombre, Adán, sea "modelado" con "arcilla", significa que está compuesto de "carne", y señala la importancia de la sintonía del hombre con la creación como realidad positiva. El pecado no proviene simplemente por ser "polvo", sino porque es libre. La libertad está al servicio de la "carne"; San Ireneo de Lyon dice que el "aliento de vida” es para el cuerpo y no el cuerpo para el alma. El mal personificado en una serpiente sale al encuentro del Hombre creado por Dios y no viceversa.

Hoy hemos de insistir en la fidelidad, en el deber de ser fieles a la Palabra de Dios. Serle fiel es permanecer en armonía entre Hombre-naturaleza, hombre-mujer y Hombre-Dios; en cambio, no obedecerla, caer en la tentación, es romper el designio "armónico" de comunión con Dios Padre. Jesús, como indican las lecturas de hoy, es fiel a la Palabra, se mantiene firme en la Palabra de Dios, no cae en ninguna tentación; su ejemplo nos implica en la armonía y nos reconcilia, desde la obediencia, con la creación y con el Padre. El hombre, obra de la creación, es colocado en el Edén. Desde su nacimiento es libre y no malo como decían los relatos orientales. Modelado de arcilla, recibe el soplo divino que le da la vida, lo convierte en ser vivo: Dios da la vida y la puede quitar (cfr. Is 2,22; Sb. 15,16; Sal 104,29ss; Job 34,14ss).

Y, en el Edén, se produce la desobediencia humana (3,1-7). La serpiente logra perturbar la idílica paz y el estado de bienestar; la astuta serpiente sabe mucho más que la mujer. La caída supone una transgresión descomunal que la humanidad comete contra las leyes de Dios y de la naturaleza. No se sabe en qué consiste ni lo que sugiere este animal a los antiguos lectores del relato. Es verdad que la tradición cristiana ha visto en la serpiente a "Satán" (=el que tienta), pero el Satán, que pone a prueba, sólo aparece a partir del libro de Job, libro tardío.

Comiendo del árbol, la Humanidad ha intentado ser como Dios, atribuirse prerrogativas divinas. Los incautos "abren los ojos", pero no, para conocer todas las cosas y dominarlas igual que Dios, sino para descubrir que se hallan "desnudos". El hombre rompe el pacto y es expulsado del Edén; tiene miedo de Dios y trata de ocultarse, son los signos de su ruptura de relaciones con el Creador. Todo esto ha ocurrido en la historia del pueblo judío. El pueblo deber cumplir lo estipulado por Dios. Si lo cumple, vivirá feliz; en caso contrario será expulsado de la tierra. Muchas veces Israel ha roto el pacto con su Dios y la consecuencia ha sido la irrupción del mal en la historia del pueblo. El autor sagrado interpreta el origen del mal en este mundo bueno, creado por Dios, como un acto libre del hombre. Las buenas relaciones del hombre con Dios y con su mujer se han roto. Esta es una explicación más entre las muchas que se han dado en la historia humana, para explicar el origen del mal. Problema siempre acuciante, al que se le han dedicado miles de páginas impresas.

Existen, también hoy, muchas serpientes astutas y sirenas seductoras que vienen con interés a ayudar a la Humanidad en su afán de un progreso desordenado: guerras continuas e infernales, armas atómicas y bacteriológicas, contaminación, destrucción, desertización, odios, violencia, crímenes, destrucción ... Se os abrirán los ojos y seréis los más potentes del orbe, casi como dioses. Comerán de su insidia, de su propaganda y darán a comer a los hijos y a los otros.

Pero, Dios continúa cuidando del hombre (3,21), respetando su libertad. En el corazón humano siempre se librará una dura batalla que puede generar violencia y todos los desmanes: muerte del hermano, aniquilamiento de la sociedad (cfr. Gn 4,8; 9,20ss; 11,1-9), o llevarlo a un mayor progreso cultural, técnico y religioso (Gn 4,2-4, 26...). Y según el mensaje del Génesis, el bien triunfará sobre el mal. El mensaje bíblico nunca es terrorífico, sino optimista y lleno de esperanzas.

 

SALMO RESPONSORIAL: Misericordia, Señor, hemos pecado. Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado…

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso.

 

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos: Hermanos: Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron... Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos…

En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos.

 

Esta perícopa, la más difícil de la carta a los romanos, es también una de las más importantes de su teología: existe, sin duda alguna, una similitud entre Cristo y Adán: ambos mantienen una estrecha vinculación con la humanidad. Los dos términos de la antítesis Adán-Cristo son tan desiguales, incluso en su fraternidad, que, en definitiva, a la fe cristiana le importa muy poco que la ciencia pruebe un día el poligenismo. La clave está en que la humanidad no puede desvelar por sí misma el sentido de su existencia, sino a la luz de la soberanía de Cristo.

El hombre Adán se siente un fracaso; él ha iniciado la historia triste del pecado, con una fuerza expansiva imparable y su poder demoledor. En aquella manzana, se esconden la amargura y la violencia, el dolor y las lágrimas y la sangre y la muerte.

El Apóstol no destaca la negatividad de la condición humana, sino que, partiendo de ahí, subraya la acción salvadora de Dios. Con el paralelismo entre el pecado de Adán y la obra de Cristo, indica que esta última es infinitamente mayor, más importante. San Pablo llama al optimismo, en Cristo tiene el hombre toda esperanza.

Las expresiones paulinas tratan de presentar una situación humana negativa supraindividual, que, en cada individuo, se encuentra al nacer y le va influyendo independientemente de sus opciones conscientes. Algunos efectos de esa situación le pueden afectar aun antes de nacer, mientras está siendo concebido a lo largo de los meses previos al nacimiento. Esto no se puede cambiar con una simple buena voluntad, porque gran parte de ella sobrepasa los límites de la conciencia y decisiones individuales, aunque tenga ciertamente un origen humano. La situación de mal, de muerte, de "hamartia", es más que la mera adición de los actos responsables pecaminosos individuales. Mucho de ella proviene de los "flecos" imprevistos e imprevisibles de esos actos. Pero la situación negativa existe. Pablo quiere decir que tal situación, por fuerte que sea, siempre es menor que la salvación que Cristo nos ha traído. Se puede insistir en el "pecado original", pero siempre es "mucho mayor" el don de la salvación de Cristo que es el Salvador.

Dios expande «la gracia», porque la «benevolencia y el don de Dios desbordaron» «a raudales». Esta gracia, benevolencia, don de Dios, tienen un nombre: Jesucristo. Jesús gana la lucha, su gracia es tan poderosa y desbordante, que la condena se convertirá en amnistía, la culpa en gracia y la muerte en vida. La palabra obediencia expresa la adhesión a Dios traducida en una vida conforme a su palabra. Designa por tanto, lo que se suele llamar fe viva. Adán representa la desobediencia, el que escucha las otras "palabras" del engaño y no las de Dios. Cristo es, por el contrario, la obediencia perfecta al Padre: "He aquí que vengo para hacer tu voluntad: (Heb 10,7). Los hombres que participan del Espíritu de Jesús encuentran en él la única ley (1 Cor 9,21) y han de "obedecer siempre a Dios antes que a los hombres" (Hch 4,19). Jesucristo muestra que el amor de Dios es más fuerte que el pecado y la infidelidad humana.

La justificación-reconciliación se ha operado en Jesucristo. Pablo expresa que la iniciativa divina de justificación y la respuesta de la humanidad a esa iniciativa se debe y está en Jesús antes incluso de todo acto de fe. El pecado y sus tristes consecuencias posibilitan una sobreabundancia de gracia, hasta el «desbordamiento». «Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia». Y ello viene por nuestro Señor Jesucristo, nuestra verdadera Buena Noticia.

 

 

El evangelio de San Mateo trae hoy las tentaciones de Jesús. El relato posee una dimensión eclesial, además de cristológica, en consonancia con la formación de los evangelios. La perícopa de las tentaciones interesó en gran manera a toda la tradición sinóptica, porque servía para conocer a Jesús y su mesianismo, manifiesto a todos después de la crucifixión, y, así mismo a la Iglesia y su función. En la tentación de Cristo, encuentra la Iglesia sus propias tentaciones. La tentación pone a prueba la fidelidad-obediencia de Cristo a su propia misión. Jesús no sucumbe a la fascinación y a las solicitaciones del mesianismo político, sino que sigue el camino del siervo de Yahvé.

Las tentaciones impelen a Jesús a un falso mesianismo, a la autonomía y hacia la independencia. Son un intento de constituirse en Dios o de servirse de Dios como de instrumento personal. Más tarde, Jesús multiplicará los panes, pero no para sí mismo. Será glorioso, pero por el camino de la cruz. Realizará signos, mas no para poner a Dios a prueba. Jesús no es instigado por Satanás a escoger entre Dios o el poder, entre Dios o la riqueza; le insinúa ir a conseguir el poder y, alcanzado, usarlo, para gloria de Dios. La tentación es sutil, actual e inquietante. Es la tentación continua, la de siempre.

Las tentaciones con que se enfrentó Jesús en toda su existencia fueron en dos opuestas direcciones: Las de abrazar el designio mesiánico indicado por la palabra de Dios hasta la cruz, o bien, aceptar las indicaciones provenientes de las expectativas mesiánicas de la época, que le ofrecían tres opciones: La de la revolución y el poder, mesianismo zelota, la del mesianismo restaurador político y religioso y la del mesianismo convincente, acompañado de signos espectaculares. Jesús rechazó enérgicamente las tres sugerencias, renunciando a utilizar el procedimiento del poder, del prestigio o de los milagros por su provecho. Sobre esto no hay duda; lo recuerda también Juan (6,6). A la misma conclusión nos llevan también los numerosas pasajes en los que Jesús se dirige a los discípulos, recordando que a él y a sus seguidores no les compete ser servidos, sino servir (Lc 22,25-27; Mc 10, 42-45; Mt 20, 25-28). Este rechazo constante del poder y sus derivados no se puede minimizar ni discutirlo.

Las tres citas del Deuteronomio, en este relato, evocan claramente las tentaciones de Israel en el desierto. Las tentaciones de Jesús coinciden con las de Israel. La tentación de concebir la esperanza como bienestar y de establecer correspondencia entre la expectativa mesiánica y el esplendor del reino de David. La del mesianismo milagroso y espectacular ha sido frecuente. Israel ha pretendido demasiadas veces que Dios intervenga de manera manifiesta y terminante con su poder. Y, la más sutil y más socorrida: La del mesianismo político, en la línea del dominio, para gloria de Dios, en lugar del servicio. No está en litigio el mesianismo como tal, sino la vía mesiánica. Mateo presenta con interés esta confrontación entre Jesús e Israel. Señala que Jesús se manifiesta como el centro al que se ordena la historia entera de Israel. Él es el cumplimiento de Israel. Padeció sus mismas tentaciones; pero, a diferencia de Israel, las superó. Jesús es el verdadero y auténtico Israel.

Mientras que el relato mateano de la tentación está construido sobre el paralelismo Jesús-Israel, el relato de Marcos lo está sobre el paralelismo Adán-Jesús. La tentación intenta mostrar, de forma dramática, su sentido profundo. Todo el evangelio de Mateo presenta al Espíritu en estrecha relación con Jesús. El Espíritu está presente en el momento de la concepción virginal de Jesús (1,18-20); en el de su bautismo (3,16); durante su permanencia en el desierto (4,1); a lo largo de su predicación (12,18); en el acto de expulsión de los demonios (12,28). Y Mateo acaba su reflexión evangélica con las palabras de Jesús resucitado, enviando a sus discípulos a bautizar bajo la invocación del mismo Espíritu (28,19).

La estancia de Jesús en el desierto la define con el número que recuerda la presencia de Israel en el desierto del Éxodo: cuarenta años (Dt 8,2), y la de Moisés en la montaña: cuarenta días y cuarenta noches (Ex 24,18), exactamente lo que dice Mateo de Jesús. De este modo, igual que Moisés, al final de su permanencia larga y solitaria se convierte en el predicador de la Ley de Dios (Ex 24,17), también Jesús, al término de un ayuno igualmente largo, se convierte en el predicador del arrepentimiento y de la venida del Reino.

De todos modos la prueba del desierto vincula a Jesús, sobre todo, con Israel, porque en el desierto había sido puesto Israel a prueba. Hambriento, había sentido la pobreza de sus propios medios, su debilidad: había sido humillado. Empujado por esta "humillación", adoptó un comportamiento que dejaba ver claramente el fondo de su corazón. Israel no era capaz de abandonarse totalmente a las promesas de Dios, de confiar en su palabra, de sufrir el hambre y la pobreza, sin desesperar, sin buscar la salvación en otro sitio fuera de la palabra de Dios y de la sumisión a esta palabra. Israel había caído en la tentación, había desconfiado de Yahvé, "tentado a su Dios"; lo puso a prueba, dudó de él y, en fin, "olvidando a Yahvé, su Dios", se abandonó a la idolatría.

 Jesús, por el contrario, no sucumbe, la rechaza, con su docilidad perfecta, se muestra realmente el Hijo de Dios. Asaltado por el hambre, no se deja llevar, confía en Dios, en su promesa; no intenta plantearle un desafío obligándolo a un milagro inoportuno, signo de una profunda desconfianza e indocilidad, en un gesto torpemente interesado. Jesús otorga una confianza absoluta a la palabra de Dios. Esa palabra promete a todo creyente la salvación, pero sin forzarlo. Porque pretender coaccionar a Dios en orden a que actúe, es dudar de Dios. Para Jesús, "Dios es Dios"... Está más allá del hombre. El don que Él hace tiene la gratuidad de una generosidad suprema e infinita.

Así, rechazando las tentaciones, Jesús supo vivir como "Hijo de Dios", mostrarse "el Hijo de Dios". Lo mismo que Jesús, los cristianos, hijos de Dios, deben vivir en entera consonancia con su vocación evangélica; deben negarse a forzar la actuación de Dios, a "poseer la tierra", toda la tierra, a base de medios "diabólicos", que suponen la adoración de cuanto es contrario a Dios, los medios humanos, financieros, políticos, sociales... todos pueden servir al Reino, pero ninguno puede ser el medio supremo íntegra y religiosamente aceptado.

En fin, la opción de Jesús y de los cristianos está en Dios o en los ídolos. Opción de otros tiempos, de siempre, de hoy. La tentación es experiencia permanente y universal. Todos los humanos fueron, son y serán tentados. El primer Adán, tentado en el paraíso; el segundo, en el desierto. El primer Adán, tentado con la manzana de la ciencia y del poder; el segundo, con la manzana del consumo y de la gloria. El primer Adán, tentado, para que sea Dios; el segundo, tentado, para que no sea siervo. Son las mismas tentaciones de todos los hombres y pueblos. La tentación de Israel en el desierto, la de la Iglesia en la historia. En el fondo es la desconfianza, la no dependencia, la autosuficiencia. Es negarse a servir, negarse a morir, negarse a amar.

Jesús rechaza la tentación porque sabe que no venía a gobernar con la autoridad y la gloria de un imperio humano, esa no era su misión. Sabe también que la ley de Dios nunca puede imponerse desde fuera, en la vida de los hombres y en la sociedad. Israel tenía todas las leyes del A.T., pero, una y otra vez, se había mostrado totalmente incapaz de cumplirlas. Jesús veía que lo esencial está en que los hombres entreguen su voluntad y libre obediencia a Dios y de este modo obtener la libertad moral, para crear la sociedad nueva que Dios quiere que tengan.

Esta tercera tentación fue, ciertamente, la más fuerte y apremiante, y fue también rechazada del modo más decidido: "¡Apártate, Satanás!" Jesús no trataba de imponer un nuevo autoritarismo, para reemplazar los yugos de la historia. Su nueva sociedad no iba a ser un gobierno tiránico y cruel como muchos judíos preveían, sino algo que brotaría de la nueva e íntima naturaleza de aquellos que formaban parte de ella, puesto que servían y adoraban a Dios únicamente.

Las tentaciones de Jesús prueban que era Hijo de Dios. Sufrió las mismas tentaciones que el primer hombre y que todos los hombres. Pero, Jesús da una respuesta contraria a la de Adán. No se deja seducir por el diablo, porque su corazón se halla enteramente seducido por Dios. Ahí está el principio de la salvación. Las tentaciones de Jesús son paradigmáticas: Son las tentaciones del pueblo de Dios por el desierto; son las tentaciones del hombre universal; son las tentaciones del tener, del poder y de la gloria. Son las tentaciones de la autosuficiencia y la independencia. Son las inclinaciones de querer manipular a Dios, incluso de querer ser y vivir como Dios.

La estructura de los cuarenta días en el desierto, en una narración de tipo más bien simbólico, abre el tiempo de la Cuaresma de los cristianos.