IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Jn 9,1-41: Yo Soy la luz del mundo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

1 Sam 16,1.6-7.10-13; Sal 22,1-6; Ef 5,8-14; Jn 9,1-41

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento… Jesús dijo: Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo."

Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)". Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: "¿No es ése el que se sentaba a pedir?" Unos decían: "El mismo." Otros decían: "No es él, pero se le parece." Él respondía: "Soy yo."

Y le preguntaban: "¿Y cómo se te han abierto los ojos?" Él contestó: "Ese hombre que se llama Jesús lo hizo.. Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Lectura del primer libro de Samuel: En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: Llena tu cuerno de aceite y vete, a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí. Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está ante el Señor su ungido… La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón…

Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante. 

Son diversas las tradiciones e interpretaciones teológicas referentes a David. El último redactor de la obra que no limó lo suficiente su recopilación, presenta algunas contradicciones. El resultado es un relato teológico, en que se mezclan historia y fantasía entre autenticidad y leyenda.

Es una figura admirada por generaciones de israelitas que, ante su vida y obra, lo han idealizado. Cantor y músico, poeta y político insigne, valiente guerrero, mujeriego hasta llegar al adulterio con alevosía, pero enemigo acérrimo de toda venganza personal. Dios interviene en la vida de este joven de Belén (elección) y ordena a Samuel ungirlo como rey. Es la anticipación de un rito que, en realidad, acaeció mucho después (cf. 2 Sam 2,4; 5,3). La unción es el signo de esta elección. Como en el bautismo de Jesús (Mc 1,10), también aquí desciende el espíritu sobre él. Es el testimonio de fe de un pueblo que considera a David, el elegido del Señor. Saúl ha sido rechazado, se hace necesario el traspaso y el elegido es David.

La unción de David en Belén por Samuel se ajusta a un esquema uniforme, que se repite en casi todos los relatos de elección. El pueblo de Israel no ha sido elegido por ser el más numeroso ni el mejor, sino por puro amor, aun siendo el más pequeño y de dura cerviz (Dt 7,7-8). Por esa gratuidad divina, se elige a Moisés, Gedeón, Saúl, los cuales no se ven con méritos para se llamados. Este último dice: ¿No soy yo de Benjamín, la menor de las tribus de Israel? (1Sam 9,21). Ante la comunidad cristiana de Corinto, San Pablo reflexiona: "¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada a lo que es" (1Cor 1,26-28).

Dios no se fija en las apariencias humanas. El Señor sólo atiende al corazón, centro y sede de toda actividad humana, y por eso elige al menor. Es un tema clásico de toda la literatura bíblica. El Señor escoge la debilidad, lo pequeño, contra la soberbia humana. El corazón es la sede de actitudes, sentimientos y pensamientos. El Señor elige al menos importante de la casa de Jesé.

David es un ser contradictorio con grandes defectos y, a la vez, con enormes cualidades: guerrero, pero incapaz de clavarle la lanza a Saúl; adúltero, pero hombre íntegro que sabe reconocer su culpa y pedir perdón. Sus facetas luminosas fueron mas numerosas que las oscuras y sombrías, cuando se equivocó supo reconocerlo con humildad.

Personajes grandes y emulables han existido y existen en la historia tanto de la Iglesia, como de los Pueblos. Nos entusiasman Abraham, Moisés, San Pablo y San Pedro, un San Francisco de Asís, un San Juan de Dios, Monseñor Romero, Martin L. King, Ghandi, Teresa de Calcuta... Y  la gente rehuye los "personajillos" eclesiásticos y civiles, engreídos y creídos que siempre tienen razón, que nunca se equivocan, que medran, se ufanan y pisotean. Aquéllos son dignos de seguir, y ser nuestros modelos. Como David, si erramos, con humildad, debemos reconocerlo, rectificar siempre y pedir perdón.

Roguemos el perdón en esta Cuaresma.

 

Salmo responsorial:

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

 

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios:

Hermanos: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues, hasta ahora, da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz».

 

 

La última sección de efesios, según la tradición paulina, está dedicada a la práctica de la vida cristiana; y, como es frecuente en el epistolario paulino, se fundamenta la conducta cristiana en temas y en condiciones fundamentales, para vivir la realidad evangélica.

En esta perícopa, el Apóstol les exhorta a tomar conciencia de su cristianismo; se ha de acomodar la práctica con la teoría, no se puede andar entre dicotomías, ni conducirse entre la incoherencia. Jesucristo enseña que los actos del cristiano han de estar insertos en la ética; el comportamiento humano está integrado en los planes de Dios. Por lo que, al aceptar esos planes, se ha de obrar en consonancia y cumplir la Voluntad del Padre Celestial.

Esta condición fundamental del creyente, del ser humano en definitiva, la expresa con el símbolo de la luz contrapuesto a las tinieblas. Indica una actitud vivencial, que da lugar a una comprensión vital en toda su amplitud, coincidente con la terminología de San Juan, en el Cuarto Evangelio y en su Primera Carta. Se trata de comprender todo lo que sugiere y evoca la luz en la vida cristiana, especialmente, en la idea de que Cristo es nuestra luz; sus rayos iluminan lo que se es y lo que se debe ser en los niveles teóricos y prácticos.

La fe en Cristo hace ver la realidad, el auténtico sentido de las cosas. El discípulo, con esta luz, se contempla a sí mismo y se dispone para ayudar a sus hermanos. La luz alumbra a quien la tiene y la lleva, y también a los que caminan con él. La invitación paulina a caminar presupone la actividad y el progreso hacia la palabra de Cristo.

La vida humana es obra de Dios, lo bueno y lo malo han de determinarse de acuerdo a criterios propios firmes, y no a los ajenos. Cuanto se destruye y oscurece lo humano, deshumaniza, hace el mundo invivible e inviable, lo cual no es conforme al plan de Dios, Creador y Salvador. El cristiano es un ser humano cristificado, que lleva un comportamiento acorde con Cristo; el comprender más la realidad de este complejo ser nos hace precisamente más humanos. Esta realidad ayudará a ver cómo somos y cómo hemos de actuar. Todo ello está asumido por Cristo.

El cristiano inmerso en la bondad, justicia y verdad, va denunciando y eliminando los vergonzosos frutos de las tinieblas; expandiendo el amor y la solidaridad va eliminando esas estructuras y actitudes del egoísmo opresor. El amor a los hermanos nos trasporta de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Las "tinieblas" son el pecado y la ignorancia de Dios y "luz", la presencia de Dios en la que vive el justo y el verdaderamente sabio. El hombre se define por sus obras, el que comete pecado es tinieblas y el que hace la justicia es luz. Los cristianos de Éfeso han encontrado en Cristo "la luz del mundo", el Evangelio; ahora, deben iluminar a cuantos permanecen en las tinieblas. Los cristianos tienen la luz, han de hacer brillar al mundo no sólo con las palabras, sino también con el testimonio de las obras. Su vida ha de ejercer en el mundo una función crítica y liberadora, para que todos los hombres encuentren la luz y puedan ser luz en el Señor.

 

El evangelio según San Juan narra hoy la escena del ciego de nacimiento, al que Jesús, mandándolo a lavarse en la piscina de Siloé, le devolvió la vista.

Esta perícopa es uno de los pasajes del evangelio de San Juan con más rica simbología; muestra una gran altura artística, “no se encuentra otro relato evangélico tan perfectamente trabado", asegura Brown. Yendo más allá del relato histórico, con habilidad compone una narración de gran valor apolo­gético y simbología bautismal. Es una página genuinamente joánica, contiene las constantes de su evangelio, aparece la idea central del "juicio” (juicio sobre Jesús y juicio de Jesús a los judíos), y el desenlace de la narración lleva a la aceptación y a un rechazo de Jesús.

Este capítulo es la explicación simbólica de la afirmación que Jesús hace en 8,15 y repite en 9,5:"Yo soy la luz del mundo". Afirmación que está presente desde el inicio del evangelio, al presentar en el prólogo a Jesús como la Luz de los hombres (1,4-5.8.9). Jesús hace esta afirmación y ofrece la prueba con el hecho evidente de curar al pobre ciego de nacimiento. Fue, se lavó y vio. Siloé significa piscina del Enviado. El libro del Génesis, al contar la creación del primer hombre, dice que lo hizo del barro de la tierra y después le sopló el aliento de su boca. Es una imagen luminosa de la Encarnación; el hombre creado para participar de la naturaleza de Dios, recibe luego, al mismo Dios Encarnado y Enloguizado, que se hace hombre, para poder crear con el barro de su propia saliva humano-divina al hombre con capacidad de vida eterna emparentada con la Trinidad unida en Cristo. Quien es la Luz del mundo es quien da la luz a los ojos del ciego; lo hace en sentido físico, y, también, con la otra luz que ilumina el espíritu con la fe. Este hombre, va a recibir una doble transformación, llega a ver con sus propios ojos y con los de su interior, los de la fe, mientras que los fariseos, que se creen videntes, quedan ciegos a la fe, al negarse a aceptar la luz de Jesús.

En el acto milagroso, el uso de la saliva y el lodo, con propiedades terapéu­ticas para los antiguos, lo hace más una curación que un milagro, así como curativa es la fe, y no milagro­sa. El resto del relato no es otra cosa si­no el desarrollo del mismo. La pre­gunta de los discípulos introduce la explicación de Jesús sobre el verdadero sentido de lo que está haciendo. Después, expone las reac­ciones que produce el "signo". Los vecinos y conocidos pasan de la duda al reconocimiento del he­cho, que da pie a que el ciego afirme y reconozca al hombre Jesús, quien lo ha curado, pero no sabe dónde está. Su fe es todavía inmadura. Su curación no es completa, sólo lo reconoce como "ese hombre".

Luego, aparecen los fari­seos, que se interesan y le preguntan por ello, pero, desde la ley y desde el escándalo, porque la curación ha sido en sábado, por lo cual declaran a Jesús pecador, trans­gresor de la ley, violador del sábado, ante lo que el antes ciego realiza su segunda afirmación sobre Jesús, es un profe­ta. La fe está produciendo la cura­ción espiritual, da un paso más hacia la Luz.

Los fariseos llaman a los padres del ciego (vv.18-22), dudando de que la ce­guera fuera cierta, para negar la evidencia, pero responden con una evasiva; por esta ra­zón: "porque los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno lo reco­nocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga". De nuevo, interrogan al ciego; los judíos fieles al legalismo, vuelven a declarar a Jesús como peca­dor y se enredan en una discusión rabínica sobre el origen de Jesús. Es ahora cuando el ciego reconoce a Jesús, y responde con la frase: "Este hombre vie­ne de Dios", es ya una confesión de fe.

Los fariseos, siempre incrédulos y ciegos, no aceptan el milagro. El ciego ve y los que ven no quieren ver. Es la ceguera más profunda e incurable: “Moriréis en vuestro pecado” (Jn 8,21). Interrogan al ciego. Les cuenta el milagro que se ha obrado, pero, no lo creen. Llaman a los padres y les preguntan, que, temerosos de decir la verdad, porque saben que los castigarán y que sufrirán los distintos tipos de excomunión: separarlos de la sinagoga; alejarlos de la comunidad judía una semana o durante un mes, vestir de luto, sentarse en el suelo, tener que dejarse crecer el pelo y la barba, no poder bañarse ni asistir a la oración comunitaria, y hasta, sufrir el destierro y ver confiscados sus bienes, responden: “Preguntádselo a él que ya es mayor”. Es la cobardía de los que tienen poca personalidad, y mucho egoísmo. La honradez brilla en la verdad, en no ceder a las presiones. Hay que defender la certeza, arriesgarse a defenderla.

La reprochable actitud de los padres del ciego es corriente en muchos timoratos aprovechados; más que el bien social, miran por su propia supervivencia, esquivan los problemas y rehuyen el compromiso. La grandeza del alma reside en vencer la cobardía y derrochar fraternidad en la rectitud. Muy bien escribió Santa Teresa: “Los que de veras aman a Dios todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno alaban, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden” “La sangre y la vida darán por favorecer las obras de Dios”.

Jesús, con su propia saliva, injerta en los ojos del ciego la imagen del hombre nuevo; el que no había visto, percibe la luz por primera vez y se ve a sí mismo, se conoce. De las tinieblas, su vida pasó a la luz del sol. Cuando los judíos lo expulsaron de la sinagoga, Jesús le preguntó: "Crees tú en el Hombre Aquél?" "Creo, Señor, y se postró ante él". Esa fue la luz de Cristo. Recibió la fe, confió en Jesús y aceptó su palabra y su luz. Su vida ya es otra, se convierte en un signo vivo de la divinidad de Jesús. Es el acto emocionante de fe cristiana: "Dime quién es, Señor, para creer en él? "Ya lo estás viendo, es el mismo que habla contigo". “Creo, Señor”. Dando la vista al ciego, Jesús pone en marcha la salvación anunciada por Isaías: "Los ciegos ven... y a los pobres se les anuncia la buena noticia" (26,19). Y, así, con la vista, le ha dado la Buena Noticia del Hijo del hombre.

Ciegos, en este mundo, con ceguera innata y consciente, andan muchos; hoy, en esta sociedad descreída, laica y hedonista existen muchos miopes adoradores del dios dinero, predicadores falsos del consumismo y materialismo, que sólo ven lo inmediato, lo que tienen delante, no abarcan más que lo mundano, no perciben lo trascendente. Jesús nos envía a la piscina de Siloé a lavar las escamas que impiden ver la Luz. Hay que sumergirse en las aguas del “Enviado”, para ver al Padre en Jesucristo, para encontrar a Aquel Hombre que nos da la vista de la fe y nos salva. La samaritana comenzó viendo en Jesús a un judío, después a un profeta, después, al Mesías y al Salvador del mundo. El ciego, como ella, ha reconocido primero a un hombre que se llama Jesús, después a un profeta y, al fin, creyendo en el Señor, al Hijo del Hombre”. El ciego ya está preparado, Jesús se hace el encontradizo y revelándose como el Hijo del Hombre, salta la confesión de fe del ciego: "Creo Señor" y la adoración. La Luz ha iluminado los ojos y el espíritu de aquel hombre

 Las ideas joánicas de Jesús "Luz del mundo", del juicio y la plasmación de la experiencia de separación del judaísmo, hacen del texto uno de más significativos de la teología del cuarto evangelio y de su expresión simbólica.