Solemnidad de San Jose

Lc 2,41-51: Tu padre y yo te buscábamos angustiados

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

2 Sam 7,4-5.12-14; Sal 18,2-5.27.29; Rom 4,13-22; Lc 2,41-515

 

Los padres de Jesús iban cada año a Jerusalén por la fiesta de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre; y, cuando terminó, regresaron, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Creyendo que iba en la caravana, anduvieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros, oyéndolos y preguntándoles. Todos los que lo oían quedaban asombrados de su talento y de sus respuestas.

Al verlo, se quedaron atónitos; y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí que tu padre y yo te buscábamos angustiados. El les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.

El bajó con ellos a Nazaret y les estaba sumiso. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.

 

Lectura del segundo libro de Samuel:  En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: Ve y dile a mi siervo David: Cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus padres estableceré después de ti, un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas; y consolidaré su reino. Él edificará un templo en mi honor y yo consolidaré su trono real para siempre. Yo seré, para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre 

 

Los libros de Samuel cuentan los orígenes del reino de Israel, en cuya formación, han intervenido, Samuel, Saúl, David, cada uno con su función relevante. Sobre el protagonismo de David, tiene gran importancia la profecía de Natán, que viene a anunciar la presencia perenne de la casa real de David; a partir de esa promesa divina, los avatares del reinado davídico se han ido interpretando entre los hechos, que están insertos en los designios de Dios, indicados por el profeta. Yahvé cuida y engrandece a David, y proveerá la descendencia a su casa.

En los textos del NT, esta profecía de Samuel se ve cumplida en el Mesías. El Enviado del Señor es hijo de David y descendiente de la casa de David; y es sólo en el Mesías, en quien reside el núcleo de la realeza davídica, del que la casa de David recibe su consistencia eterna.

En este texto, se expresa que Dios no quiere habitar en una casa, desea y le basta con una tienda. Muestra claramente las preferencias de Yahvé; indica cuál ha de ser su consideración y cómo quiere ser comprendido. No es nunca una casa fija, la tienda es la habitáculo del nómada, la de quien va y está de viaje; es cambiante, pero la tienda es habitación, refugio y patria. La casa es residencia estable del sedentario; un puesto fijo y un lugar determinado.

El hombre es un viajero, un ser en camino a través de una historia variante y llena de alternativas. En esa andadura, Dios lo acompaña, va con él, no está lejos, no permanece en casa, no se encierra en cosas ni en casa alguna fabricada con conceptos, imágenes, símbolos, reglas fijas ni determinaciones humanas. Dios, que es Amor, guía, cuida y camina con el hombre, en su día y en su tiempo. Por eso, Dios prefiere la tienda, ser compañero y acompañante, camino y báculo; quiere ser ayuda, protección, patria y residencia de sus hijos.

Esta profecía veterotestamentaria, en referencia a la era mesiánica, tendrá su cumplimiento en Jesús de Nazaret. En San José la línea directa de descendencia llega hasta Jesús. Es el Mesías que instaura el Reino del Padre Celestial, y, al resucitar, triunfa sobre la muerte y sus consecuencias, el dolor y llanto. La causa de las lágrimas y del sufrimiento se halla en nuestra finitud y en la transgresión humana. Dios enjuga las lágrimas de los seres finitos; es solidario con el hombre con amor total por cada uno; es el gran consolador que no sólo extirpa el dolor futuro y la muerte, sino que a diario acompaña y consuela en el momento presente.

          Aquellos que vienen a formar parte de su reino participan de sus bienes y en su triunfo; los hace coherederos e hijos del Padre. Seré, para él un padre y él será para mí un hijo. El Señor anuncia que será un padre y nosotros sus hijos; y el Señor siempre cumple. Ese es su quehacer actuar y ser nuestro padre. El Señor es un padre generoso, ofrece todo su amor, sin excluir a nadie; consuela a los que están tristes, a los que lloran, ofreciéndoles su gozo y alegría. Jesús sufre, para que nosotros vivamos alegres.

          Este debe ser el mensaje del hombre evangélico. No se ha de atormentar a los seres humanos con el miedo al castigo, el hombre en el Reino es feliz y goza lleno de bienestar.

 

Salmo responsorial:

 

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dijo: «Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad» Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades».

 

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos:  

 

Hermanos: No fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para Abraham y su descendencia la promesa de heredar el mundo. Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia: así la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la que nace de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros. Así lo dice la Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos».

Apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia» Por lo cual le fue computado como justicia.

 

La fe, para el Apóstol es la raíz esencial del creyente. Abraham obtiene su promesa de la herencia por su decidida y firme fe; les dice a los judeocristianos que, no es la ley, sino la fe, que “la fe es el fundamento de lo que se espera y la prueba de lo que no se ve” (Heb 11,1). Y lo que se espera es la salvación en Jesucristo. Explicando por qué Abrahán fue íntimo amigo de Dios y llegó a ser el modelo de los creyentes, les propone que sigan el ejemplo de su Antepasado. Lo fue, no por realizar el rito de la circuncisión, sino por haber creído en las promesas de Dios, sin titubeos, a ciegas, sin tardanza.

Todo depende de la fe. Se es amigo de Dios por la fe, se es testigo de Dios por creer en sus promesas. El rito del bautismo confirma con su fuerza divina y manifiesta públicamente el compromiso con Dios, y, además, santifica; así, todos los sacramentos son "signos" de la fe, y la aumentan, pero no son el fundamento, lo esencial es la fe. Y todo es gracia.

Abrahán es el modelo de creyente, pues "no dudó en su fe, a pesar de que su cuerpo ya no podía dar vida". Así, pues, Abrahán tenía ya una fe semejante a la del cristiano que cree en la resurrección de Jesús. A nosotros, que afirmamos que Jesús resucitó, se nos pide creer en un Dios que da vida y para el cual nada es imposible.

 

 

Solemnidad de SAN JOSÉ:

 

          San José fue el padre de Jesús en esta tierra. Siendo Jesús Dios y hombre verdadero, tiene, como es normal en todo ser humano, su linaje, enraizado en un pueblo, en la historia: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre”; sin raíces, sin estirpe, Jesús hubiera aparecido como un extraño, entre una verdad no libre de sospechas. Es este, el gran servicio que San José, desde su fe y firme entrega a la voluntad de Dios, aporta a la obra de la Redención.

          La figura de San José se presenta con la grandeza de un verdadero patriarca en la línea de la fe de los célebres personajes del Antiguo Testamento. Y, en el Nuevo, después de María y con ella, rotura el camino de la fe de toda la Iglesia; él adornado y revestido de la esperanza creyó contra toda esperanza; llevó a cabo la función que le encomendó el ángel del Señor, por mandado expreso de Yahvé. Así, lo expresa la oración colecta de la liturgia, recordando la estrecha vinculación de San José con la Iglesia, al habérsele confiado por Dios la fiel custodia de  los primeros misterios de la salvación del hombre.

          La dimensión especial de la paternidad de José respecto a Jesús, fue un ejercicio corriente, como padre humano de Jesús, que sostuvo y coadyuvó a su crecimiento corporal y espiritual, según lo propio de un buen padre. Precisamente, en  ello radicaba su función y servicio respecto al Hijo de Dios hecho hombre.

          En la Cuaresma, tiempo catecumenal, San José invita y hace una llamada a los padres cristianos a ejercer su cometido educacional, como los primeros educadores de la fe de sus hijos, que son.

          Hoy, se celebra también el Día del Seminario. Es importante, pues,  que, en la Santa Misa, roguemos al Señor de la mies, por las vocaciones sacerdotales. Es preciso pedir que provea a su Iglesia de santos y sabios sacerdotes, que entregados a su ministerio, lo vivan en la humildad y la pobreza, buscando el bien y la salvación de las almas. Los padres cristianos son los elementos esenciales, para inculcar la fe en sus hijos y ser con su ejemplo y conducta sana firme fuente viva de vocaciones sacerdotales, que labren la viña y hagan brotar fértiles sarmientos de virtudes y valores evangélicas.

 

 

            EL EVANGELIO según San Lucas cuenta hoy el hecho extraño y curioso de la pérdida de Jesús, hallado en el Templo.

          Esta perícopa cierra los relatos de la infancia estructurados en los dos primeros capítulos del evangelista. Relatos en que anticipa unas actitudes que tendrán después capital importancia en la vida de Jesús; son, además, la expresión de la fe de la Iglesia primitiva. Este texto, uno de los más difíciles de interpretar, se establece en referencia al desarrollo armónico y a la "sabiduría" creciente del Niño. El término con que el texto griego designa a Jesús, puede significar, además de niño, muchacho, joven o sencillamente hijo; una de las tres últimas acepciones está más en consonancia con el contexto descrito por el autor. Hay, pues, que hablar de joven o muchacho, más que de niño.       

          En el siglo primero, el judío alcanzaba la mayoría de edad a los doce años; en los varones, la mayoría comportaba la asunción total de derechos y deberes, entre las que figuraba la de subir a Jerusalén cada año, por las fiestas de Pascua. Ahí, da comienzo esta escena evangélica, que pone fin a la infancia de Jesús; es una bella página que constituye una especie de parábola de toda la existencia de Jesús; su vida se centra en el cumplimiento de la voluntad de Dios, según dice el autor de Hebreos: "Cuando Cristo entró en el mundo dijo: "Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad" (10,5-7), aunque Lucas lo indica de forma narrativa en su evangelio de hoy.

          Subir por fiestas al Templo indica el cumplimiento de una práctica religiosa de los padres de Jesús, reflejo, a su vez, de los hábitos religiosos de la época. La Pascua era una de las tres grandes fiestas de peregrinación, en las que todos los varones judíos, a partir de los trece años, debían ir a Jerusalén desde los diversos puntos de Palestina; las mujeres y los menores de edad, si bien no estaban obligados a asistir, su participación era bastante habitual y numerosa.

          A punto de cumplir su mayoría Jesús, el incidente de su pérdida viene a descubrir todo el horizonte de su misteriosa misión; el narrador la explica en la propia respuesta de Jesús: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Es la primera vez que oímos la palabra de Jesús en el tercer evangelio. Late en ella el testimonio del misterio de Jesucristo, por lo que, quizás, no sea muy exacto hablar de su pérdida; y, al tiempo, manifiesta la espontánea dificultad humana de entender la profundidad de tal misterio. Misterio y dificultad de comprensión son, en efecto, los elementos narrativos predominantes. Al respecto, el evangelista apunta una doble visión del hecho en la actitud de Jesús y la de los padres, al marcar un sutil modo de separación del niño con su familia. Lucas explícita el misterio y la dificultad con dos frases: "sin que lo supieran sus padres" y "no comprendieron lo que quería decir". Los discípulos, en ocasiones, tampoco lo entendieron y lo judíos no quisieron comprenderlo.

          Sin embargo, se puede llegar a la comprensión con una subsiguiente actitud de reflexión que busca e intenta descubrir la entidad y significado de Jesús. Ya, San Lucas en 2,19, indica la forma y el camino a seguir, es María el modelo de esta actitud de búsqueda creyente, la Madre, con su sensibilidad, muestra qué hacer.

          El misterio de Jesús, que se encarna y se hace hombre, se halla inserto en el seno de una familia humana, en que el evangelista sitúa el crecimiento de Jesús que, como dice Samuel, iba creciendo y lo apreciaban el Señor y los hombres (1 Sam 2,26). El aprecio de Dios y de los hombres es lo que significa el crecer en gracia ante Dios y los hombres. Este momento de la vida de Jesús está en el silencio de Nazaret, que Lucas comenta mediante el verso del libro de los Proverbios: “Alcanzarás favor y aceptación de Dios y de los hombres”. Lucas, pues, presenta su crecimiento en una doble dimensión, la familiar y la divina. No son dos realidades antagónicas o excluyentes; ambas son necesarias en un modelo cristiano de crecimiento personal, una sola no basta. El crecimiento cristiano requiere las dos, para ser sano, robusto y pletórico.

          No se ha de interpretar el relato en clave de rebeldía o de emancipación de la familia; trata de decir, que Jesús es el Hijo de Dios, la razón de su vida es el Padre y su vocación está en la familia de los hijos de Dios. El ambiente es determinante: presenta un joven maestro entre los maestros de Israel, cuyas enseñanzas y orientaciones constituían la base y el alimento del Pueblo de Dios. A la vez, Lucas presenta la imagen de discípulo tipificada en la mujer, según la predilección del autor por los marginados; es la Virgen María: Su madre “conservaba todas estas cosas en su corazón”.

          Las alusiones a la sabiduría de Jesús, se puede suponer, constituyen la base nuclear de la inteligencia del relato. En la concepción judía, la sabiduría consiste en un espíritu despierto y presto en las discusiones; es un don considerado frecuentemente una gracia de Dios, que, vinculado a una misión, permite comprender las Escrituras y su cumplimiento (Prov 3, 13-4, 26). La sabiduría de Cristo ha consistido, para Lucas, en comprender los designios del Padre sobre El y en anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría; pero, al menos, respetan ya en su Hijo una vocación que trasciende el medio familiar.

          Todo niño a los doce años, comienza a tomar distancias del ámbito familiar; suele tener ya salidas sorprendentes que admiran a la gente e inquietan a la madre, preocupada por desentrañar la psicología de su hijo. Eso parece, que sucedió en Jerusalén con Jesús. En el Templo, puso a la luz una inteligencia precoz en sus respuestas e interrogantes; y, a la vez, su emancipación del espacio familiar mediante la fuga y su misteriosa respuesta, que descubre la conciencia de su vocación singular. Este suceso se entiende bajo el prisma de la muerte y de la resurrección del Señor.

          Pero eso, para sus padres, que "no comprendieron", era aún un futuro arcano. Designa también la actitud de los discípulos que no comprenden la significación de las palabras del Señor, cuando anuncia su próxima subida a Jerusalén (Lc 9,43-45; 18,34; 24,25-26). Igualmente, la expresión, que María "conservaba todas esas cosas en su corazón", señala, en San Lucas, la actitud de quien presiente la realidad de un oráculo profético (Lc 1,66; 2,19.51; Gén 37,11; Dan 4,28; 7,28; Ap 22,7-10). Y el reproche de Jesús: "¿No sabíais que tengo que estar...?", es la fórmula habitual de Jesús para remitir a las Escrituras, y, especialmente, a los oráculos que hacen referencia a su muerte y a su resurrección (Lc 9,22; 13,33; 17,25; 22,37; 24,7, y 24,27; 24,44); es como decirles: "¿Es que no habéis leído eso en la Escrituras y que es insoslayable su cumplimiento?" Así pues, esta primera subida de Cristo a Jerusalén es el presagio de su subida pascual. En ambas ocasiones, se le busca a Jesús sin encontrarlo (Lc 2,44-45.24; 3,23-24); y también se le encuentra al cabo de tres días (Lc 2,46; cf. Lc 24,7.21.46; Act 10,40; Os 6,2); es siempre la voluntad del Padre la que orienta la conducta de Jesús (Lc 2,49; cf. Lc 22,42).

          San Lucas emplea varias veces la palabra "buscar". La búsqueda de Dios es un punto importante en la Escritura, porque Yahvé no es un ídolo, que se deja encontrar fácilmente. Esta búsqueda indica la de los patriarcas nómadas que descubren el cumplimiento del plan de Dios en la historia. Después del destierro el pueblo buscará a Dios, para encontrarlo en la obediencia a su voluntad (Dt 4,29; Is 55,69). Esta "búsqueda" de Yahvé se realiza especialmente en el Templo; en su liturgia, era donde el pueblo exteriorizaba y reforzaba su búsqueda de Dios. A partir de Cristo, la "búsqueda de Dios" se convertirá en la "búsqueda del Señor". Los padres de Jesús, buscándolo en el plano de su familia, se ven orientados a buscarlo y a encontrarlo, al fin, en los "negocios de su Padre".

          También, los Magos buscan al Mesías en Jerusalén (Mt 2,1-3) y lo encuentran en Belén en la desnudez y la pobreza. Los judíos lo buscan y no lo encuentran (Jn 7,34; 8, 21), se lo impide su legalismo. La caridad hará posible la búsqueda de Dios (Jn 13,33-34), con la perseverancia en la oración (Mt 7,7-8). Esta búsqueda se centra ahora en el reino de Dios, que, al encontrarlo, se vende todo lo que se posee para adquirirlo (Mt 13,44-46). Esta búsqueda es la fe en Cristo Resucitado, como la de María Magdalena, que busca y encuentra a su Maestro: “¡Rabbuní!”

En el Templo, donde Israel buscaba el rostro de Dios, Cristo revela su entrega al Padre y que la voluntad del hombre se somete totalmente a la del Padre. El texto subraya la estrecha relación entre Jesús y el Padre. Su ley, norma fundamental que está sobre el parentesco, es cumplir la voluntad del Padre, “no busco mi voluntad sino la de mi Padre".