Domingo de Ramos

Mt 26,14-66: Vigilad y orad, para no caer en la tentación

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 50,4-7; Sal 21,8-24; Fil 2,6-11; Mt 26,14-66

 

En aquel tiempo, uno de los doce, Judas, fue a los pontífices y lo vendió por treinta monedas…
El primer día de los ázimos, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?... Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer, se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo: En verdad, os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: ¿Acaso, soy yo Señor? El respondió: El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va, como está escrito de Él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido…
Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño». Pero, después resucitaré e iré delante de vosotros a Galilea...

 

Lectura del Profeta Isaías:

 

El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal y sé que no quedaré avergonzado.

 

 

Se inicia la Semana Santa con este texto del tercer canto del Siervo. En todo el Antiguo Testamento, no hay páginas más sugestivas, para meditar la Pasión de Jesús que los poemas del Siervo de Yahvé. El Siervo es realmente un bellísimo trasunto de la figura del Mesías Paciente.

Aquí se presenta más como sabio que como profeta. Asegura que el Señor le está introduciendo en su Sabiduría, para poder llevar al abatido una palabra de aliento. Cada  mañana le abre el oído y, al tener el oído abierto a la Palabra, no se rebela ni se echa atrás; más bien afronta todos los sinsabores decidido, sabiendo que el Señor le ayuda y no quedará avergonzado. Es la sabiduría, escondida a inteligentes y poderosos, que se manifiesta a gente humilde.

Se anonadó, afrontó el fracaso y la angustia y sufrió el dolor y la muerte. "Vosotros, los que pasáis por el camino de la vida: mirad y ver si hay un dolor parecido a mi dolor" (Lm 1,12). Y, justamente, porque se sometió, lo exaltó Dios de tal modo, que todos pueden  clamar ante el Crucificado: "¡Jesús es el Señor!".

El siervo, así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación, sufrimientos que soporta y su total confianza en Dios. Escucha y predica el mensaje divino, porque el Señor le da "lengua de iniciado", le abre el oído para entender la misión. Proclama de parte del Señor un mensaje de esperanza; y es que la larga duración del destierro ha provocado la desesperación de la gente (40,27). Al abatido, es necesario animarlo, dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor.

El Siervo responde a su vocación con disposición en el dolor. Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa, como Jeremías en sus confesiones. Trata de suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la liberación. Abre su boca igual que Ezequiel (2,8), para tragar el mensaje divino, pero no es dulce, sino que le acarrea un gran sufrimiento: lo apalean, le mesan la barba, en el A.T. son signos inequívocos de ultraje y desprecio (II Sam 10,4ss). Acepta y afronta los ultrajes con decisión, sin intentar vengarse; no responde al insulto, resiste con calma, sabe que este es su camino; cree con total firmeza en la ayuda del Señor y espera, que, al final, le dé el triunfo. El Siervo experimenta el dolor, comparte el sufrimiento de los hombres, carga sobre sí el fracaso del mundo. Varón de dolores. En sus espaldas lleva todo el peso, toda clase de golpes y en su rostro las vejaciones.

Este siervo podrá ser el consuelo del mundo, el que pueda alentar a los desvalidos y confortar a los que sufren, el que pueda extender la mano al abandonado, y decir a todos los marginados una palabra adecuada. El siervo saca toda su fuerza del Señor, vive de «mi Señor» y para «mi Señor», en una gozosa relación de dependencia filial. Y "el Señor le ayudaba" en todo.

Esta es la misión que cumplió el siervo y la que realizará Jesús. Transmitió el mensaje de su Padre (Jn 8,28.40), de consuelo y esperanza a los angustiados y oprimidos (Mt 11,28) y lo apresaron, ultrajaron, flagelaron y crucificaron. Y el Padre lo glorificó en justicia (Jn 8,29.50).

Así, muchas veces nuestra palabra no es de consuelo; sólo viene a abatir y herir, y, a la primera dificultad e incomprensión, saltamos como víboras. La ruta está marcada, hay que meditar y aprender del Siervo; leer el Evangelio, reflexionar y seguir los pasos de Jesús.

 Los poemas del Siervo de Yahvé iluminan el misterio de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y explican, por qué el Mesías tenía que sufrir.

 

 

Salmo Responsorial:


"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere". Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía ven corriendo a ayudarme

 

 

Lectura de la carta del San Pablo a los Filipenses:

 

            Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.

 

 

Este texto puede que no sea un fragmento de San Pablo; parece ser un himno litúrgico, que introdujera en esta carta, para sustentar su exhortación moral a la humildad, sencillez y a la renuncia del orgullo e interés y una motivación cristológica a los Filipenses, para que eviten las disensiones, se amen y conserven la unidad. Destaca la preocupación del Apóstol por la conducta y formas de vivir de los destinatarios; les inculca que han de llevar unas relaciones mutuas más en consonancia con el Evangelio, que miren "a Cristo arrostrando la muerte y muerte de cruz" y les presenta a Jesús como modelo en rechazar la gloria.

El hondo motivo que el Apóstol da a los filipenses, para que se dejen las discrepancias, que amenazan la vida de toda la comunidad, es "que Dios nos ha amado". Cristo, siendo de condición divina, descendió a la nuestra y se hizo hombre, se humilló, entró por el camino del amor humilde y fue obediente hasta la muerte. Obediente al Padre y a la humanidad. San Pablo les recomienda: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús". La vida de Jesús es asumir la situación de los otros y crear la relación filial con el Padre y fraternal con los hermanos. Imita a Jesús, ponte en la condición del otro y procura sentir desde dentro al otro y padecer desde su situación.

Es este, el himno de la liberación, el canto del partido que Dios toma por los pobres. Porque el himno no dice sólo que el Hijo se hace hombre, sino se hace esclavo, lo más pobre y pequeño que podía hacerse. Y muere no de viejo, sino en cruz, muerte condenada y de esclavo. Es el himno a la esperanza de los pequeños y oprimidos, porque el Hijo se ha puesto de su lado.

San Pablo pide muchas veces que nuestra caridad esté también impregnada de renuncia a uno mismo, de la que Cristo nos ha dado un ejemplo vivo (2 Cor 8-9; Gál 4,1-5; Heb 11,24-26).

 

Domingo de Ramos

La Semana Santa se inicia con el Domingo de Ramos, en que se celebran dos aspectos fundamentales del misterio pascual: La vida o el triunfo, con la procesión de las palmas y ramos en honor de Cristo Rey; y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos -la de Juan se lee el viernes-.

Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén, con una procesión, la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado. Por ello, se denomina «Domingo de Ramos», aspecto victorioso o «Domingo de Pasión», aspecto doloroso. Lo que importa no es el ramo bendito, sino la celebración del triunfo de Jesús.

El rito comienza con la bendición de los ramos, después, se proclama el evangelio. Por ser creyentes iniciados en la vida cristiana, pertenecemos al Señor y nos asociamos a su seguimiento. La Semana Santa empieza y acaba con la entrada triunfal de los redimidos en la Jerusalén Celestial, recinto iluminado por la antorcha del Cordero.

El domingo de Ramos es inauguración de la Pascua o paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.

 

 

El Evangelio según San Mateo, hoy, relata la Pasión del Señor, resaltando la importancia que tiene el cumplimiento de las Escrituras; quiere probar a los judeo-cristianos, que, frente al Mesías, triunfador y glorioso esperado, los profetas anunciaron un Mesías paciente, que las Escrituras previeron desarrollando la pasión hasta en sus mínimos detalles.

Así, la agonía de Jesús en Getsemaní estaba prevista por el Sal 41,3;129,1-4. Apenas detenido Jesús, Mateo precisa que era necesario que así sucediera para cumplir las Escrituras, rechazando con ello la opinión de quienes esperaban una reacción armada a la detención de Jesús, acto que Jesús denuncia, pues, en el prendimiento lo están identificando con los ladrones (26,55), y que Él relaciona con el del Siervo Paciente en Is 53,9.12, según los Setenta: "Catalogado entre los criminales".

En el diálogo entre Cristo y el sumo sacerdote, Mateo subraya también el tema del Templo, "cumplido" en la persona de Cristo, y cita el pasaje de Dan 7,13 sobre el Hijo del hombre (26,64). El evangelista es el único que descubre la muerte de Judas (27,3-10), en la que ve de nuevo el cumplimiento de las Escrituras (Zac 11,12-13). El hecho de que Jesús no conteste, aguante y calle refleja el silencio del Siervo Paciente ante las injurias (Is 53,7).

El gesto de lavarse las manos alude a la duda de Pilatos y a un rito en cumplimiento de la ley (Dt 21,6-9; Sal 73,13). La multitud responde a Pilatos con una expresión tradicional: "Que su sangre caiga..." (cf. 2 Sam 1,16); quizá Mateo haya visto en ello una profecía de la decadencia del pueblo judío.

Mientras que los demás evangelistas lo silencian, Mateo especifica que la bebida que le ofrecen a Cristo en la cruz era de hiel, con lo que verifica el texto del Sal 69,22 (Mt 27, 34); el reparto de sus vestiduras, el grito lanzado en la cruz, son del Sal 21,22; es igualmente el único que recoge las burlas de los judíos contra Cristo en la cruz: "Ha salvado a otros...", enlazadas con las burlas de los impíos respecto al Justo (cf. 27,43; Sab 2,18-20); los episodios que se desarrollan después de la muerte de Jesús: el velo del Templo que se rasga, las resurrecciones, los temblores de tierra son fenómenos anunciados por los profetas para el día de Yahvé (Am 8,9); finalmente, es el único que menciona la riqueza de José de Arimatea -Marcos habla de su notoriedad y Lucas de su piedad-, con el fin de verificar la profecía de Is 53,9: tendrá su sepulcro entre los ricos; esta profecía, en el pensamiento de Isaías, significa que el Siervo sería confundido con los impíos.

El evangelista insiste en subrayar que Jesús es inocente. La mujer de Pilatos lo llama "hombre justo" (27,19) y Pilatos reconoce públicamente su inocencia (27-24): "Yo soy inocente de la sangre de este justo. Allá vosotros". Jesús es condenado como inocente, a pesar de su clara inocencia; el procurador romano asume una actitud manifiestamente contradictoria. Trata de ser objetivo, se esfuerza en librar a Cristo; mas, apenas se ve comprometido personalmente, su deseo de objetividad desaparece; prevalece la razón de estado sobre la verdad y la justicia, y, cediendo a las presiones, lo entrega. De todas formas, el intento de objetividad de Pilatos y su pública proclamación de la inocencia de Jesús manifiesta la obstinación y la injusticia que implica el rechazo de los judíos.

San Mateo elabora una teología que se centra preferentemente en torno a la idea de cumplimiento: los acontecimientos de la Pasión no tienen nada de accidental y forman parte del designio de Dios sobre el mundo. Todo en la Pasión se halla establecido por Dios, de modo, que Mateo hace de ella el final de la era antigua y el comienzo de la nueva, incluso, subraya el alcance escatológico y eclesiológico de los acontecimientos. El velo desgarrado es señal de la caducidad de la economía antigua y el temblor de tierra señala el principio de la nueva; la fe del centurión constituye las primicias de la conversión de las naciones; y, al entregar, a los "discípulos", el cuerpo de Cristo, los sumos sacerdotes abdican definitivamente de sus prerrogativas y conceden a la Iglesia el cometido de ser la luminaria de Cristo en el mundo.

Es una característica propia del relato de Mateo, bastante compleja por otro lado, la mención de los guardias en la cruz (Mt 27,36.54) y, sobre todo, en el sepulcro (Mt 27,62-66), que no hacen los demás evangelistas; la clave la ofrece el mismo Mateo en 28,11-15. Parece que esta tradición de la custodia se narraba con la finalidad apologética de contrarrestar la fábula judía de la sustracción del cuerpo. La fe en Cristo intenta anular radicalmente la mentira de los judíos, por el hecho, de que la experiencia de Jesús saliendo del sepulcro no es verificable.

La escena de Jesús en Getsemaní es de gran importancia para comprender la pasión; es un acto de revelación: este hombre que siente "angustia y agonía", con una tristeza de muerte y que experimenta el peso de la "carne débil", es el Enviado, Heraldo de la revelación definitiva de Dios, ¡es el Hijo de Dios! La transfiguración, antes, reveló la gloria del Hijo del hombre, ahora, aquí, se manifiesta la profunda humanidad de Cristo, su "debilidad". Es el profundo misterio de Cristo que el discípulo, como siempre, no comprende, en lugar de velar y acompañar, se duerme. Jesús se aterroriza, sufre, se aleja y ora, se expresa con ello el carácter inaccesible del misterio encerrado en la oración de Jesús; pero el discípulo no comprende nada de lo que está sucediendo. Es la pasión interior del Maestro. Los relatos siguientes, el proceso, condena, insultos, crucifixión, son la superficie de la pasión; aquí se revela la reacción íntima de Jesús; allí lo que los hombres hicieron con Jesús; aquí cómo reaccionó en su ánimo.

Finalmente, en su aspecto eclesial, Mateo ofrece una lección de vida a la comunidad cristiana, para meditar sobre la oración de Jesús en el huerto; así el "Vigilad y orad" es la invitación reiterada a la Iglesia. Es un modelo, una advertencia de Mateo en conclusión del discurso escatológico (24,42): "Velad, pues, porque no sabéis el día en que vendrá el Señor".

La Pasión es el relato de la Cruz de Jesús. Llega hasta a identificarse con los pecadores, palpa en su soledad, su terrible situación: "por nosotros se hizo un maldito" (Gál 3,13). Jesús se sabe "muriendo por otros", tiene la intuición de que encarna al "siervo de Yahvé" (Is 53; Sal 22 y 69), que sufrirá por todos: "Y llevó los pecados de muchos e intercedió por los culpables" (Is 53,12).

La Pasión de Jesús, la más hermosa historia de amor y la más sucia historia de pecados, debe tomarse como homilía y pregón de Semana Santa. La Pasión debió ser lo primero que se escribió de la vida de Jesús, para contar el suceso y para interpretar los hechos. La pasión tan cruel y la muerte tan humillante del Mesías y el que fuese condenado incluso por las máximas autoridades religiosas, era algo insólito, inconcebible y desquiciante.