La Conversión de San Pablo

1. La Vocacion

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Introducción

 

            El cristianismo, sin la figura de San Pablo, sería otro muy distinto. Ahí radica la enorme significación que tiene, en su desarrollo, su personalidad, su obra y su pensamiento. La influencia paulina fue decisiva en la génesis de la entidad cristiana y determinante en su identificación respecto al judaísmo. Pero, ello no quiere decir que en la cuestión paulina se encierre toda la esencia del cristianismo, se olvidaría así y se desecharía el testimonio y la rica aportación del N.T.

            San Pablo, dedicando su acción misionera a todo su mundo conocido, logró una rápida expansión de la iglesia primitiva y le confirió su carácter universal. Con él comienza la literatura neotestamentaria, sus escritos son los más antiguos del cristianismo, las primeras fuentes para conocer la vida y la historia de las comunidades cristianas en su etapa más antigua. Sus epístolas muestran un excelente conjunto de conceptos y fundamentos teológicos y, a la vez, ofrecen el grado de comprensión de la realidad cristiana que se había alcanzado en tiempo tan corto.   

            “En la comprensión de Pablo -ha dicho Bultmann- se decide la comprensión del cristianismo primitivo”. La figura del apóstol, su idea de la existencia cristiana y su aportación a las tradiciones previas que encontró y asumió son imprescindibles para entender el hecho cristiano. No obstante, ha sido y sigue siendo, un incomprendido, como dice Käsemann: “sin duda uno de los más importantes en la Historia de la Iglesia y, ciertamente, el más discutido ya en tiempos de la cristiandad primitiva”. Lo que está claro y patente es su convicción y la necesidad que siente de predicar: anunciar el Evangelio, para mí es una obligación. ¡Pobre de mí si no anuncio el Evangelio! (1Cor 9,16). Su labor misionera y teológica vino a ser fundamento primordial del cristianismo y sirvió a la primitiva comunidad de reconocimiento e identificación de su propio ser. Sin la concepción paulina de la cruz y el descargo de las trabas de la Ley, la implantación del mensaje cristiano en el imperio romano hubiera sido muy de otro modo y las tensiones con la religión judía hubieran presentado un aspecto más suave.

            Ha dicho Schmidt, que “de vez en cuando, con el paso de los siglos, se oye su voz, precisamente, cuando el mundo está ardiendo, cuando las actuaciones humanas han perdido su valor, cuando ya no ayudan los sistemas, cuando los límites de la Humanidad, los límites de las posibilidades humanas están a la vista”. S. Pablo percibió exactamente el centro de la doctrina cristiana; su predicación consistió en la muerte, la resurrección y la realeza de Cristo en confirmación de los planes divinos de salvación; la fe es la garantía del hombre para acceder a la nueva vida.

            La comunidad cristiana, a la que S. Pablo se adhiere, que ha conservado su memoria y su obra, tenía ya su propia historia y su credo, organizada su estructura y su misión y su tradición incipiente. La teología y ética de sus primeros escritos son semejantes en su contenido al de la comunidad helenística.

            El apóstol pertenece a los orígenes del cristianismo. Histórica y teológicamente no ha habido nadie que realice una función parecida. Ha elaborado categorías de pensamiento de significativa expresividad y enorme incidencia en la fe cristiana.

 

1. Vocación de S. Pablo

 

            Si bien es verdad que lo corriente es llamar conversión al impacto sorpresivo e imprevisto de la transformación que sufre el Apóstol en el camino de Damasco, nosotros preferimos este de “vocación”, porque el “Saulo, Saulo”, es la llamada de la voz de Dios que invade su vida, frena su desenfrenada carrera de perseguidor y lo transforma en seguidor y predicador del Evangelio. Es el “ven y sígueme”, del que llama, la vocación; término cuya etimología se halla en el verbo latino vocare que significa llamar, convocar, elegir. El propio Pablo reconoce, en un antes y un después de su vida, dos actitudes contrapuestas y enfrentadas: “porque me ha juzgado digno de confianza “llamándome” a su servicio, a mí, que fui antes blasfemo, perseguidor, insolente (1Tim1,12-13). El enemigo perseguidor fue alcanzado por Cristo Jesús (Flp 3,12), zarandeado y rodeado; olvidando lo que queda atrás, corro hacia la meta, hacia la vocación celeste” (Flp 3,13-14). La fuerza divina la considera él su vocación (Rom 1,1; 1Cor 1,1; 15,9; Gal 1,15;). Y su propia visión la relaciona con la vocación que conocemos de los profetas hasta en las palabras -llamado desde el vientre de mi madre- (Is 49,1; Jer 1,5; Gal 1,15-16). Desde el punto de vista de S. Lucas, el misionero de los gentiles no sigue espontáneamente su vocación, sino que su apostolado surge y obedece a un determinado plan divino, en una comunidad judeocristiana, ya instituida y establecida. 

            El represor, Saulo, cabalga veloz camino de Damasco, de repente cae del caballo y, aturdido, su interior se deshace (Act 9,1-19; 11; 22,6), oye la voz misteriosa que lo llama y, desconcertado y transformado, sigue su vocación. Y resalta su visión del Señor que le indica su misión hacia los gentiles: Yo te enviaré lejos, a los gentiles (Act 22,21); se dignó revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara entre los pueblos paganos (Gal 1,16). La presencia y el mandato de Cristo fue para él un espaldarazo de una intensidad y vigor tan vital, que él la cuenta con todos los elementos esenciales en las teofanías: visión, voz divina, deslumbramiento, mensaje misterioso y el encargo de la misión, vocación (Is 6; Jer 1; Ez 1-3). El cambio es repentino, sin preparación y el efecto inmediato. Es un activista sincero y convencido, cuando persigue y un “apóstol de Cristo”, misionero, entregado, cuando sigue a Jesús. Tuvo misericordia conmigo, porque obré por ignorancia, en la incredulidad (1Tim 1,13).

            No cabe duda de que S. Pablo tuvo siempre el suceso de Damasco como el hecho transcendental de su vida, origen de su fe y de su misión. Y, por otra parte, este acontecimiento es clave para entender su persona y su pensamiento; su teología y su obra son expresión de tan relevante experiencia espiritual.

 

2. Elementos fenomenológicos de la conversión religiosa.

 

La conversión, que incumbe a las religiones proféticas, revela el mundo de lo sagrado. Tiene unos elementos fenomenológicos constitutivos que son los siguientes:

·      Giro radical del modo de concebir la vida y vivirla;

·      Se siente en sí mismo otro yo que renace y se enfrenta con el primero (simbolizado en las luchas interiores).

·      Disposición de transformar la vida llevada hasta entonces en una nueva, totalmente distinta y que supone un renacimiento;

·      Deseo de agradecimiento en el suceso, en el que se palpa interiormente cierta plenitud de vida, para lo que es preciso ser iniciado y acompañado durante cierto tiempo, y en él se hace patente el significado de ese mundo sagrado y nuevo.

           

            El ámbito sumamente particular en que se presenta el fenómeno sagrado se caracteriza por unos rasgos de tipo estructural que vienen a revelar en su fenomenología el significado objetivo del acontecimiento religioso.

            1º. La manifestación sagrada produce una ruptura de nivel ontológico respecto a lo profano y cotidiano. Para el hombre religioso, la realidad toma significados nuevos, sin desprenderse de su cotidianidad. Ello le impone un corte rotundo en la conducta y hábitos de su vida anterior, al tiempo, que resulta un nuevo ser y diferente concepción personal, en un despojarse de todo su mundo, para entrar en el estadio del misterio y emprender nuevo camino (Gn 28,16; Ex 3,1-6; 19,12; Lv 17,1; Jos 5,15).  

            2º. El hombre religioso se sitúa ante una Realidad Misteriosa iniciando una relación especial y entablando un diálogo con un Alguien cuya realidad personal no se determina con claridad. Tal realidad se le presenta como Misterio Transcendente totalmente distinto a las cosas profanas y ordinarias habituales en una doble dimensión: Ser Supremo, realidad ontológica superior y Valor Supremo, realidad axiológica superior. Ante este Misterio, no inventado, que irrumpe gratuitamente, el hombre se siente sobrecogido, anonadado, aterrado (Dt 9,19; Ex 20,1; 23,27; Sal 90,1ss; Lc 5,8s; Hb 12,21).

            Y, en segundo lugar, como Misterio presente al hombre y al mundo que, por su transcendencia, no se comprende con las categorías espacio-temporales, de arriba y abajo, de fuera o dentro… Esto no impide que el hombre sienta con fuerza el encuentro en su presencia viva. El Misterio sucede y se hace presencia transcendente; queda invadido, atraído y fascinado por él en su más íntima interioridad, desde la que lo compromete en su servicio. Esta situación que origina la presencia del Misterio-Dios en el hombre está expresada abundantemente en la Escritura, sobre todo en los Salmos (Sal 18-27-31-40-42-63-84-118).

            3º. Lo profano adquiere una dimensión hierofánica proyectando hacia una realidad distinta y profunda; mundo, hombre e historia reciben dimensión simbólica hacia lo divino y el hombre, sin perder su naturaleza, cae en otra realidad.

            4º. Lo sagrado aparece en un clima que favorece la ambivalencia axiológica con un doble valor, santo o maldito, que puede salvar o condenar. El hombre se ve necesitado y quiere liberarse de sus miserias, busca su salvación.

            De este modo, mediante el acceso fenomenológico, se entiende qué sucede al vivir un clima religioso y cuáles son los factores esenciales del significado de la religión.