IV Domingo de Pascua, Ciclo A

Jn 10,1-10: Yo soy la puerta de las ovejas

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Hch 2,14.36-41; Sal 22,1-6; 1P 2,20-25; Jn 10,1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta la tapia, es un ladrón y bandido; pero, el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas; le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, las llama por su nombre y las lleva a los pastos; camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz extraña. Les puso esta comparación, pero ellos no entendieron sus palabras.

Por eso añadió Jesús: Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

   

Lectura de los Hechos de los Apóstoles:

 

    El día de Pentecostés se presentó Pedro con los once, levantó la voz y dirigió la palabra: Sepa todo Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.

   Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los Apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo… Aquel día se les agregaron unos tres mil.

 

 

            Lucas, el autor, en este sermón de Pentecostés, tras el apunte sobre el kerigma primitivo, hace una proclamación solemne y la respuesta humana, que surge. Es el final del primer discurso de San Pedro dirigido a un auditorio exclusivamente judío, que constituye una ceñida síntesis del mensaje pascual, en sus dos hechos: La crucifixión y la resurrección. La comunidad primitiva ejerce la esencial misión de evangelizar. Así, Pedro se centra en la idea fundamental del mensaje cristiano: Jesús es el Cristo; no busca el simple proselitismo, intenta llevar al encuentro de Cristo, hacer comprender al hombre, en todo tiempo, la figura de Jesucristo, “el mismo que vosotros habéis crucificado es el Mesías Prometido, ahora resucitado” y manifestado al mundo como único Señor.

          La conversión, urgida por los profetas hasta Juan Bautista, el último de ellos (Mt 3,2) y, sobre todo, la que predicó Jesús mismo (Mt 4,17) ante la inminencia del Reino, es ahora, tras el triunfo y la gloria del Señor, exigencia insoslayable. Esta conversión supone un total rodeo de rumbo, un cambio de vida, de mente y corazón, dejar las cosas del hombre viejo y volverse al nuevo. Es vivir el Evangelio.

          El que se convierte, judío o gentil, "los que están cerca y los que están lejos", y confiesa la fe en Jesús, el único Salvador, se le perdonan los pecados y recibe el Espíritu Santo y entra en comunión con el Señor Jesús. Dios quiere derramar su Espíritu sobre la tierra a fin de que todos los hombres sean, en Jesús, que es el Cristo y el Señor, un solo pueblo. Por voluntad de Dios, Jesús es el Señor.

La confesión, conversión, es el elemento soteriológico de la apertura, por parte del hombre, a la acción de Dios, que revela a su Hijo y su plan de salvación, previsto para el hombre: Conceder el nuevo ser de hijos en el Hijo. Es la dimensión primordial del anuncio pascual. No se trata de maravillar, sino de salvar, a fin de que todos los hombres se abran a la voluntad de Dios.

         

          "Escapad de esta generación perversa": El ofrecimiento de la salvación lleva necesariamente a una distinción: los que acogen el mensaje y los que se obstinan en el rechazo a Jesús. El verdadero Israel se separa del falso, que no ha descubierto que el día definitivo llamaba a sus puertas.

          La resurrección de Jesús es su glorificación. Los títulos de Señor y Mesías representan en el pensamiento de la Iglesia Primitiva los dos aspectos fundamentales de la realeza de Jesús resucitado. Pero, contrariamente a las aspiraciones judías, no es política, sino salvífica y global. En sentido teológico, ambos títulos tienen tono apologético frente al judaísmo, el de Mesías mira hacia el pasado, en Jesús se han cumplido las profecías mesiánicas y el de Señor, hacia el futuro, Jesús volverá e inaugurará la fase gloriosa del Reino de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL:

      El Señor es m¡ pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

    Me guía por el sendero justo; por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo tu vara y tu cayado me sosiegan.

 

 

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro:

 

     Queridos hermanos: Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios, pues, para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas.

    El no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.

 

 

          Esta perícopa procede de una exposición parenética, en la que se expone, a cada categoría social de cristianos, el modo de dar testimonio de Cristo en las circunstancias de su vida, según el uso de las principales escuelas griegas de filosofía, adaptado a cada estado y clase social. Aquí se trata del problema de los esclavos.

          El autor de la carta se inspira en la figura del Siervo del Señor del Segundo Isaías, para describir los sufrimientos y la muerte de Cristo. Es una breve meditación de la historia de la Pasión, proyectada a la acción personal. Insta a la reflexión sobre el ejemplo de Cristo. El cristiano que sigue y ama a Cristo, debe verse estimulado a imitarlo y caminar tras sus pasos.

          El seguidor de Jesús, lejos de encontrar el aplauso y solidaridad, se topará con incomprensión, malentendidos y persecución. El orden establecido se resiste a ser transformado por la justicia. Vivir en Cristo y con Cristo, que no “tenía donde reposar su cabeza”, significa soportar el rechazo, la exclusión y la repulsa; es andar con el Evangelio, en la verdad, dinamizar la realidad y luchar para establecer la caridad y la justicia y lograr unas condiciones humanas libres y dignas. El discípulo, ha de esforzarse sin desaliento, con realismo, en el espacio y tiempo de su historia, en conseguir la igualdad y la libertad, nadie, ni la iglesia misma, puede pretender guardar vino nuevo en odres viejos.

          San Pedro exhorta al amor fraterno, a los esclavos, que  liberados por el Señor, continúan, sin embargo, sometidos a la violencia de amos exigentes y duros, pues “agrada a Dios soportar por causa suya, las vejaciones injustamente inferidas” (v. 19). Han de imitar a Cristo, que “también padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo, para que sigáis sus huellas”, que no temió ser encarnecido e insultado;  y remitió todo su sufrimiento al Padre. Les pide que, en toda circunstancia, "recuerden" a Jesús, "modelo de seguimiento, que, en su misterio pascual, se presenta como el Siervo Paciente. Andabais descarriados, pero, Jesús, al resucitar, ha vuelto a ser pastor de todas las ovejas (Ez 34,1). Se encuentran bajo el designio de Dios reunidos con su pastor que los ama y trata con mucha más dulzura, que sus vigilantes actuales.

          Se puede aclarar que la llegada del Reino se esperada tan inminente, que apenas valía la pena trastocar la situación terrenal; y, por otra parte, que la esclavitud, en aquella época, no se oponía a la conciencia humana de la misma manera que hoy ciertas formas de neocolonialismo y de explotación social. Es cierto, que quien luche verdaderamente por la justicia y la verdad, que no espere muchas felicitaciones. El pecado del mundo estriba en no recibir el bien; si sale a la luz, un mal celosamente encubierto, fatalmente el pecado, atacado en su raíz, se enfurece y pasa al contraataque. Este fue el destino de Cristo; por eso, intentar liberar al hombre es aceptar recibir golpes, el testimonio lleva a la persecución y a la muerte. Unificar a la humanidad en el amor y justicia de Cristo sólo se conseguirá a este precio.

          El consejo de Pedro implica la conversación y la referencia al misterio de Jesucristo. Solamente quiere que el oprimido viva el misterio del Siervo Paciente y lo reproduzca en su vida.

 

 

          EL EVANGELIO según San Juan, hoy, expone dos imágenes que Jesús utiliza en un símil respecto a sí mismo: Soy el pastor y la puerta de las ovejas. Esta fórmula solemne introduce una serie de referencias y situaciones tomadas de la vida de los pastores.

          El texto es continuación de la controversia que tuvo con los fariseos en referencia a la curación del ciego (Jn 9,40), sin la que no se puede comprender este.

          Es conveniente decir que el cuarto evangelio no intenta reproducir el modo de hablar de Jesús; expresa un lenguaje propio, es verbalización, puesta por el autor en labios de Jesús, sobre el significado de su persona. Las palabras de Jesús indican, no lo que él dijo, sino lo que él es. Jesús habló, más bien, de la forma que emplean los sinópticos.

          En el A.T., el culto es la puerta que establece la comunicación entre en mundo divino y el terrestre. El peregrino que va a la ciudad santa acude a franquear las puertas del templo, para acercarse a Dios (Sal 110,4). Pero, si Israel, aun pasando por esas puertas, no busca a su Dios, el templo se torna inútil y engañoso y Jerusalén pierde su razón de ser. Jesús se define puerta, el acceso al Padre (Ef 3,16). Hay que "pasar" por él, si se quiere llegar a los pastos que dan la vida plena, porque Él ha venido "para que tengamos vida abundante". Mediante la comparación, muy habitual en los textos bíblicos, de los pastores (dirigentes) y las ovejas (pueblo), se rechaza a quienes guían al pueblo, sólo desde el beneficio de sus propios intereses económicos y políticos. Son ladrones y bandidos. La salvación se halla exclusivamente en y por Jesús.

          En verdad, en el texto, tiene más relevancia la metáfora de la "puerta", que la del "pastor". Jesucristo es "la puerta de las ovejas", el Mediador Único por el que pueden salvarse los hombres, en virtud de su muerte-resurrección. Es la puerta de acceso al "santuario" (Hb 10,19; Mt 27,51), a los bienes de la salvación, a "los pastos", a "la vida abundante". Antes de subir al Padre, Cristo Resucitado confió a unos hombres su misión pastoral, para que su obra salvadora llegara eficazmente a toda la humanidad. Ellos son testigos de su amor sublime, signos de su presencia. Cristo sigue vivo, Pastor auténtico de la Iglesia a través del ministerio de sus Apóstoles. Impone un requisito indispensable, el "entrar por la puerta". La metáfora de la "puerta" señala el camino recorrido por Jesús, "Pastor Supremo", que "camina ante las ovejas", "les da ejemplo", su humilde servicio y su entrega a la muerte. No hay otro camino de legitimación, para ejercer en la Iglesia un ministerio pastoral.

          Jesucristo, Pastor, es el centro de la vida cristiana; somos de su redil, caminamos tras su callado y lo seguimos hasta los fértiles pastos. Lo conocemos, nos conoce personalmente y nos ama, oímos su voz y vamos tras Él y nos sentimos seguros en su aprisco. La salvación sólo la tendremos, si nos apiñamos y vivimos con y por Él, aceptando su cruz y su resurrección. Estamos aquí porque la voz de nuestro pastor nos convoca. Reconocemos su silbo, y marchamos con confianza. Él es el camino verdadero y viviente. Su vida y su muerte están patentes ante los ojos de todos. No dirige su comunidad desde un despacho.

          Por otra parte, en el rebaño de Jesús no se funciona al estilo humanos y social entre fórmulas y resquicios empresariales. El conocimiento es personal. Él conoce el nombre de cada oveja, y ellas lo conocen a Él. Rebaño y pastor son uno. Jesús es la puerta de entrada del cristiano, siempre abierta a una posibilidad que se ofrece sin obstáculos. Las ovejas y sus pastores de cada momento nunca han de estrechar ni agrandar el dintel, establecido por el Único Pastor. La fidelidad al Señor es el alimento de su rebaño.

          El cristiano está llamado a seguir a Jesucristo. Esa es su "vocación"; nada de lo que hace debe quedar al margen de Cristo. Es lo que dice San Pedro en su carta: Os dio "ejemplo para que sigáis sus huellas". En la familia, en el trabajo, en el lugar de estudio, en la tienda, en el metro o el autobús, entre las amistades,… hay que vivir plenamente la vocación.

          Jesús se dirige a los fariseos, a quienes les dice que si fueran ciegos, no tendrían pecado, pero, como dicen ver, su pecado persiste (ver Jn. 9, 41). Los fariseos, en el cuarto Evangelio, son los fieles, guardianes y responsables de la Ley, en la que se hallan instalados y que constituye su pecado, pecado del que ni siquiera son conscientes. Por eso, no entienden el sentido de la comparación. Se les afirma que el acceso al aprisco no pasa por la Ley, sino por Jesús. No es un comportamiento inmoral lo que el autor critica en los fariseos, sino algo mucho más hondo y complejo: una estructura mental esclerótica, una actitud cerrada. Este pecado es de verdad un auténtico drama, que destruye al personaje cuanto más consciente, dueño y bueno éste se cree. Jesús finiquita la Ley, con su muerte, causada por ellos, nace lo nuevo. Es la misma idea de San Pablo, cuando hace de la cruz el emblema cristiano.

          Los pontífices judíos procesan y sentencian al ciego; en verdad, el sentenciado es Jesús. Pero, es Jesús quien realmente abre un proceso al mundo, que trastoca las posiciones y la valoración de las cosas. Ver depende de la adhesión incondicional a Jesús (9,35-38). Se formula con los enunciados antitéticos:"El que no entra por la puerta... es ladrón, el que entra por la puerta es pastor". El significado de la puerta reside en su uso o no, para entrar en el aprisco, que es lo que constituye a uno en pastor o ladrón. El significado, pues, identifica Jesús, Puerta. Los guías de Israel no usan la puerta, no aceptan a Jesús. En consecuencia, se explícita el sentido, puesto que no aceptan a Jesús, son ladrones; creen que ven, pero toda su visión la fundamentan en unas prácticas y no en Jesús; por eso, son ciegos (cfr. Jn 9,35-41). Este es su pecado, y al que se aferran.

          El entrar al aprisco por la puerta reporta los beneficios de verse a salvo, gozar de plena libertad y tener abundancia de pastos. Jesús no ha venido a imponer una multitud de cargas y prácticas. Una puerta de par en par jamás es obstáculo. Jesús supone para, los hombres, la entrada amplia y libre, una vida llena de valores entroncada en el Evangelio y en la alegría de encontrarse seguro bajo el pastoreo del amor de Jesucristo.

          Jesús es la puerta y también el verdadero pastor. Esta es Precisamente la misión de Jesús: dar vida a sus ovejas, dar vida abundante e, incluso, desvivirse por ellas hasta el extremo de la cruz. Los falsos pastores buscan las ovejas, para aprovecharse de ellas, despojarlas y conducirlas a la ruina. Hay que entrar por Jesús, por la Puerta que se abre a la vida, a la vida abundante. Sólo entrando por la puerta, se encuentra el amor, la salvación y la libertad. Por eso, se debe caminar con Cristo, adaptarnos a la Puerta, entrar por ella, y no por la tapia. La Puerta de la seguridad, de la libertad y del amor, expresado en la cruz.