VI Domingo de Pascua, Ciclo A

Jn 14,15-21: Al que me ama, lo amará mi Padre y yo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Hch 8,5-8.14-17; Sal 65,1-7.16.20; 1P 3,15-18; Jn 14,15-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros.

No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis, que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre y yo también lo amaré y me revelaré a él.

 

 

      Lectura de los Hechos de los Apóstoles:

 

"En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría". 

 

            Comienza la fase expansiva de la Iglesia fuera de Jerusalén. Toda Palestina vive entonces bajo una fuerte tensión y expectativa mesiánicas. El  anuncio del mensaje de salvación en Samaría tiene una amplia respuesta de la gente.

La primera persecución de los cristianos comenzó en Jerusalén contra el grupo de los  helenistas, en especial contra sus dirigentes. Esteban y Felipe eran, sin duda, helenistas destacados, ambos habían sido elegidos por la comunidad para constituir con otros cinco varones el equipo responsable de todo el grupo de los helenistas. Esteban es el protomártir del cristianismo, Felipe mereció ser llamado "evangelista" por San Lucas (Hch 28,1). Esteban murió en Jerusalén, perdonando a sus verdugos lo mismo que Jesús; Felipe logró  escapar a Samaría y comenzar allí la evangelización de los gentiles. La sangre de Esteban y  la palabra de Felipe inauguran la misión de la Iglesia y la hacen efectiva más allá de las fronteras del judaísmo.

          Y en aquella primera hora de la evangelización de las naciones se demuestra ya lo que mucho más tarde reconocería san Agustín, que "la sangre de los  mártires es semilla del cristianismo". Los discípulos, que son expulsados de Jerusalén, inician su segunda misión (Hch 8,4-9,43 ) en Judea y Samaría, según la palabra de Jesús: Seréis testigos míos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra (Hch 1,8). El primer evangelizador de esta nueva misión es Felipe (Hch 21,8), uno de los siete escogidos, para servir a la comunidad de los creyentes, va a predicar a Samaria. Les anuncia el Mesías, que los samaritanos también esperaban, su palabra va acompañada de la acción de Jesús: expulsa los espíritus malignos y sana a los inválidos.

          Pues que los judíos despreciaban a los samaritanos, la predicación del Evangelio en la "ciudad de Samaría", Siquén, significaba una condena del racismo religioso de los judíos y la superación de las enemistades entre judíos y samaritanos. El texto subraya con énfasis la alegría que produce entre las gentes el anuncio de la Buena Noticia. El resultado de la predicación de Felipe es la alegría, tema típico de Lucas. Precisamente, estos son los dos temas centrales de este relato: La evangelización y el don de Dios, que es el Espíritu Santo.

          Los apóstoles sabedores de la obra de Felipe, ante el nacimiento de la comunidad cristiana, envían a Pedro y Juan. Teniendo en cuenta las tensiones surgidas entre los "hebreos" y "helenistas" en la comunidad de Jerusalén, se trata de una visita de inspección. La "imposición de manos" y la "oración sobre los fieles" constituyen el signo sacramental  de la comunicación del espíritu. Con este gesto los apóstoles reconocen y confirman la obra de Felipe y celebran la unión de todos los cristianos en un mismo espíritu; es señal de que los samaritanos ya no estaban segregados respecto a la comunidad de Jerusalén y quedan incorporados en plena comunión, al naciente Pueblo de Dios.

 

 

SALMO RESPONSORIAL:

     "Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Decid a ¡Dios: «Qué temibles son tus obras»…

     Fieles de Dios, venid a escuchar; os contaré lo que ha hecho conmigo. Bendito sea Dios que no rechazó mi súplica".

 

 

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro:

 

      "Hermanos: Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal".

 

 

            San Pedro exhorta al cristiano a dar siempre testimonio de la razón de su esperanza al mundo, todos debemos darle la respuesta cristiana; somos responsables de su esperanza y sus testigos, sus mártires. Es una de las más completas formulaciones del mensaje cristiano.

          Esperanza estrechamente emparentada, casi identificada con la fe y el amor; Esencial para el hombre, necesitado de ella ahora y en todo momento. Dar razón de la esperanza es esperar de verdad, contra toda esperanza humana; es mostrar, que esperamos con paciencia en la dificultad y en la misma muerte. Es vivir en el amor, con fundamento y sin presunción, pues creemos y confesamos que el que no ama, no tiene nada que esperar. Sólo así la esperanza cristiana es buena noticia, para todos cuantos preguntan y la buscan.

          Se ha de dar razón de la esperanza siempre con mansedumbre, con respeto y con buena conciencia, fundandose en el Evangelio. Pues todo el evangelio es motivo de esperanza para el hombre. Pedro amonesta a proclamar la esperanza y a vivirla.

          Lamentablemente, se habla muchas veces de la esperanza que no se tiene, para ocultar intereses inconfesables. Eso no es la esperanza, sino una ideología. Si se vive ajeno a la fe, mal se puede ofrecer esperanza y dar testimonio de su  causa; si uno se deja embaucar por el dinero y sus glorias su vida será el terrible egoísmo, la dureza y la absoluta indiferencia por el bien común, que conduce a la insolidaridad y al furioso individualismo que degrada la vida y desestabiliza la sociedad.

          Sólo el testimonio, el compromiso con los que sufren y se ven marginados, puede rehabilitar a este mundo deshumanizado e frío; es preciso, para que el mundo crea, que el creyente viva ejemplarmente de acuerdo con su fe; confesar con su vida que todos los hombres somos hermanos, sobre todo, los más débiles, los que sufren, los enfermos, los disminuidos, los deficientes, los toxicómanos, los desechados de la sociedad. 

 

       EL EVANGELIO, según San Juan ofrece hoy otro fragmento de los discursos de despedida; explica las vivencias íntimas del cristiano que se resumen en la experiencia recíproca de amar y ser amado. Jesús, a solas con la comunidad cristiana, con los suyos, cuando está a punto de subir a la cruz, el signo grandioso del amor, les habla del Padre, que sólo sabe amar.

          Lo primero que les recalca es el precepto del amor, "guardar sus mandamientos" significa el mandamiento del amor. En el evangelio de Juan creer y amar constituyen una unidad indivisible; sólo puede decir que cree el que ama. Dios pide al hombre dos actitudes fundamentales: fe y amor (Jn 16,27; 1 Jn 2,3-6; 3,23). Esta respuesta del hombre al Evangelio comprende ya la  plenitud de la nueva ley. Una fe vivida en el amor y un amor operante por la libre obediencia a la Palabra del Señor constituyen la comunión de vida con Jesús. Numerosos santos han subrayado en sus escritos este aspecto. "Ama y haz lo que quieras", dice San  Agustín. "Jesús no tiene necesidad de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor", Teresa de Lisieux.

          Amar a Jesús y ser amado por Jesús y por el Padre, es la raíz honda del cristiano, su fuerza y su certeza, núcleo de su vida diaria, en medio del alboroto y del silencio, a través de un sutil e invisible diálogo. Por ello, el cristiano jamás se siente solo ni  abandonado, ve y conoce a Jesús y al Padre, y experimenta su asistencia, su presencia, su consuelo, su intercesión. Vive en su Espíritu y desde su Espíritu.

          El Espíritu es designado el "defensor". El texto presenta como un proceso contra Jesús. Así también, sus discípulos sufrirán un juicio en contra y necesitan a alguien que los defienda. Por eso, Jesús pide al Padre que les envíe este defensor, que es el Espíritu de la verdad. Su presencia será permanente. Después de la muerte y resurrección, Jesús vive, pero de otro modo; incluso los que no han conocido a Jesús, si creen en él, lo "verán", porque vivirán su misma vida. Con todo, Jesús hace referencia a la plenitud de su presencia, cuando se manifieste la comunión íntima entre Cristo y el Padre y los discípulos y Jesús. E insiste en la relación amorosa entre el Padre, Jesús y los discípulos, que hace posible el conocimiento, la revelación de Jesús.

          El hecho de que el Padre dé el Espíritu Santo a los discípulos de su Hijo Jesús, implica que quiere estar en ellos, como ellos están en el Hijo y el Hijo en Él. El Espíritu une la Trinidad y los discípulos, e imprime a la existencia de los discípulos, la plenitud de comunión con Dios y el cristiano, para que estemos en Cristo, y con Él en Dios… yo en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. Es impactante, sin duda, no ya que Jesús esté en nosotros, sino nuestra presencia en Jesús. Estamos en Jesús, en Él, porque Dios es amor.

          El testimonio vivo de los cristianos continúa la obra de Jesús y expone al mundo el rostro verdadero de Dios. Como dirá Pablo, Cristo vive por la fe en nuestros corazones. Jesús es la vida de sus discípulos, que han creído en él, que lo han dejado todo por él, que le han seguido, que lo aman. Jesús resucitado es la vida de sus discípulos, la promesa y el único consuelo: "Vosotros viviréis, porque yo sigo viviendo". Jesús entrega su vida y el que da la vida la gana para él y para los que le aman.

          Antes de irse les hace una promesa: "un nuevo" defensor, una persona a la que acudir en busca de ayuda y protección. La hora de su despedida es la hora de su entrega, en adelante, privados de su presencia física, los discípulos reciben la herencia del Espíritu Santo y el regalo inapreciable de la nueva presencia de Jesús resucitado. El amor de Jesús es más fuerte que la muerte, los que creen en él y lo siguen no quedarán desamparados, en el corazón de sus discípulos no quedará sólo un recuerdo, pues Cristo vive por la fe en los que le aman y donde hay dos reunidos en su nombre, está Él.