Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A

Mt 28,16-20: Sabed que estoy con vosotros, hasta el fin del mundo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Hch 1,1-11; Sal 46,2-9; Ef 1,17-23; Mt 28,16-20

“En aquel tiempo, los once marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, se postraron; algunos habían dudado hasta entonces.

Acercándose, Jesús les dijo: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos míos todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

 

      

Lectura de los Hechos de los Apóstoles:

 

“En mi primer libro, querido Teófilo, escribí todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día, en que, dando instrucciones a los Apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que habéis visto subir al cielo, vendrá, como ha ascendido”.

 

 

          San Lucas escribió dos libros: El Tercer Evangelio y los Hechos de los Apóstoles; en los dos relata, de modo muy diferente, la Ascensión. Los primeros versículos enlazan con su evangelio. El primer relato, de inspiración litúrgica, es una doxología a la vida pública del Señor, que tiene su origen en un género literario documental; el segundo, de inspiración cósmica y misionera, viene a ser la introducción al Libro de los Hechos y a los comienzos de la Iglesia, es mucho más simbólico y exige una cierta desmitificación. Los cinco primeros capítulos de Hechos muestran los primeros días de la Iglesia en Jerusalén; es el inicio, en que los Apóstoles dirigen, sin ayudantes, la actividad, que reside siempre en la referencia al Espíritu Santo, energía presente y vivificadora.

          La narración de la Ascensión de Jesús materializa el suceso y tiende a subrayar la responsabilidad de los creyentes. Lo mismo que "en el principio creó Dios el cielo y la tierra" y sometió lo creado a la responsabilidad del hombre, de lo que habrá de dar cuenta al Creador, así la ascensión acentúa la subida de Jesús al cielo, para hacer constar que la tierra queda en manos responsables de sus discípulos, y volverá a pedirles cuentas.

          Aquí la importancia radica en el encargo de Jesús a los Apóstoles sobre su misión en la tierra. Jesús no se va, sólo, deja de ser visible. En la Ascensión Cristo no nos deja huérfanos, sino que está entre nosotros con otra presencia: "Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos" (Mt 28,20). Lo prometió y lo cumple. Por la Ascensión Cristo, entró en la plenitud de su Padre como Dios y como hombre.

          En este mundo presente, difícil y doloroso, la fiesta de hoy indica el verdadero camino, en el cumplimiento del deber de cristianos, que es preciso seguir, a pesar de nuestras limitaciones. A veces se piensa y se habla de la ausencia de Dios; pero no estamos abandonados. Lo que sí nos rodea es el materialismo, el relativismo y el hedonismo. Existe un tremendo absentismo cristiano y humano. No estamos en disposición, no obramos en consonancia con la fe en la resurrección. Hoy el mundo sigue su propio camino, estrecho y sin horizonte y, en ese ambiente, el cristiano anda como perdido y en perplejidad. El peligro del mundo atenaza y se cierne sobre nosotros. Jesucristo nos exhorta a vivir  en el mundo, sin ser del mundo; no somos del mundo, hemos de meditar, vivir y responder al Evangelio. La secularización se debe a la inepcia de los cristianos; hablar de la ausencia de Dios es una blasfemia, difícilmente conciliable con la fe en Dios. No es Dios quien está ausente, es el hombre el que se aleja, atrapado por las garras de este mundo. Los cristianos han de hacer visible la presencia de Dios en el mundo. Si no se ve a Dios es porque no lo muestran los cristianos. La misión de la Iglesia es hacer presente el reino de Dios y vivificar su Palabra con el Evangelio. Tenemos el medio de persuasión en la palabra, en la palabra de Dios y no en las elucubraciones de los hombres.

          Hoy, en la Fiesta de la Ascensión al cielo, se celebra el reconocimiento por parte de Dios del camino elegido y seguido por Jesucristo hasta el fin, con todas sus consecuencias: La encarnación, la predicación, su obra, su muerte en la cruz. La Ascensión sobrepasa los cálculos y las estrategias humanos de medro y acomodo a los ascensos, aún a costa del prójimo. La ascensión comienza en el Gólgota, signo sublime del amor a la humanidad y del espíritu de entrega, al extremo de la obediencia al Padre. Por eso, desde la cruz asciende al cielo y se sienta a la diestra del Padre.

          En el monte, Jesús traspasa su misión a los discípulos y nos envía a todos  por todo el mundo: Id y haced discípulos míos todos los pueblos... Yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos. Manda que llevemos el Evangelio en su nombre a los confines de la tierra, para que todo hombre que lo escuche pueda ser discípulo de Jesucristo.

 

 

SALMO RESPONSORIAL:

 

“Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad”.

 

 

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios:

 

“Hermanos: Que el Dios del Señor Nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro; y todo lo puso bajo sus pies y lo constituyó a Él, como Cabeza, sobre todas las cosas de la Iglesia  que su cuerpo y  plenitud del que lo llena todo en todos”.

          El texto, sin mencionarla explícitamente, expresa un significado teológico de la Ascensión: La exaltación total de Cristo. El término es propio y exclusivo de San Lucas.

          San Pablo habla de la glorificación total de Jesús, que ya se inició en la Resurrección; la Ascensión explicita el suceso previo: su exaltación y subida al Padre. Contempla la exaltación de Cristo en la doble perspectiva, cósmica y eclesiológica. Cristo es la cabeza del universo entero y, así, de la Iglesia; Jesús y su Cuerpo forman una unidad.

          El Apóstol ruega que los santos, los cristianos, alcancen el conocimiento, la experiencia de la fe y del amor, para comprender la grandeza de su vocación; pues el "Padre de la gloria" es el principio de la salvación realizada por Cristo y de la luz que se requiere para conocerlo. Se trata del don de sabiduría que lleva al conocimiento y a la aceptación de los designios amorosos de la voluntad de Dios. Conocer es también amar, es ver a Dios con los ojos del corazón por una fe eminentemente práctica.

          Afirma acerca del poder y la riqueza de Dios, que se ha mostrado en Cristo y revelado, como Dios y mayor que todos los poderes imaginables. La experiencia cristiana del dinamismo de la salvación sustenta la esperanza de los creyentes, manifiesta en la acción de gracias, por lo que ya han recibido y en la petición confiada de lo que está por venir. El judaísmo tardío participaba en la creencia común del mundo helenista en los poderes cósmicos, que dominan los destinos del hombre. San Pablo confiesa que Jesucristo es Señor sin limitaciones espaciales ni temporales, que domina sobre todos los poderes cósmicos. Dejando a un lado la visión mitológica del universo, Pablo afirma a su manera, según la visión humana de su tiempo, que es posible superar por la fe en Cristo cualquier tipo de opresión. La perspectiva cósmica en la que se confiesa el señorío de Cristo ha de librar a la Iglesia de todos los sectarismos y de cualquier derrotismo.

          La Iglesia es cuerpo de Cristo. De la misma manera, pues, que la cabeza de un cuerpo recapitula todos los miembros, dándoles vida y unidad, así también Cristo reúne a los fieles en un solo cuerpo y les da la nueva vida. Y además es Señor y origen de la plenitud de la Iglesia. Pues él es el que lo llena todo en todos. Cristo ejerce su poder mediante el amor, con el mismo amor con el que se entregó por todos hasta la muerte.

 

 

          El texto evangélico de hoy se sitúa en Galilea, dato que remite al inicio de la vida pública de Jesús; indica que el comienzo de la Iglesia coincide con el de la actividad de Jesús, con la intención de precisar la unidad indisociable entre Jesús y su Iglesia. Para San Mateo, Galilea es el símbolo del país desilusionado y sin horizontes, al que Jesús trasmite la ilusión y la esperanza y, también la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, que releva al viejo pueblo judío. Los once constituyen el germen eclesial.

          En Galilea, Jesús inicia la realidad duradera de la Iglesia, por contraste con Jerusalén; ambos lugares tienen significado religioso. Jerusalén había dejado de ser el centro del culto y de la religiosidad. Desde ahora el acceso a Dios, el verdadero templo, se halla en la persona de Cristo. Por eso, Mateo los saca de allí y los sitúa donde Jesús había comenzado, en el monte de la gran programación de Jesús. El Templo ha quedado invalidado, con el velo rasgado. ,  es Jesucristo es ahora la autoridad y el poder. La plena manifestación de Jesús se da en Galilea.

          La Ascensión está ligada a la Pascua. La Resurrección significa que, después de la muerte, continúa viviendo de un modo exacto y pleno; es Dios, que se ha transfigurado a imagen y semejanza del Padre. La Pascua pone el acento en el hecho de que Jesús vive, que está con nosotros. La Ascensión subraya su glorificación. La segunda lectura lo afirma: El Padre resucitó a Jesús de entre los muertos y lo sentó a su derecha. Resurrección y Ascensión constituyen un único acontecimiento; el evangelio presenta al Señor de la gloria ejerciendo su soberanía: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra".

          Literariamente, Lucas en Hechos ha configurado la Ascensión visible de Jesús con elementos característicos, propios de narraciones del AT y de la literatura helenística, que relatan raptos y apoteosis. Una página veterotestamentaria típica de narración apoteósica es el relato de Elías arrebatado de la tierra (2 R 2); y una muestra helenística se halla en la narración del historiador romano Tito Livio sobre la subida al cielo de Rómulo, envuelto en una nube durante una revista a sus tropas. Lucas, formado en el helenismo, conocía el esquema literario usual de contar estos arrebatos apoteósicos y se sirvió de él para proclamar el mensaje cristiano; no relata ningún cuento ni ha desfigurado la verdad; únicamente ha condensado en una imagen de gran plasticidad, lo que proclaman todos los escritores del NT: que el Señor resucitado fue asumido en la forma existencial de Dios y está al lado de su Iglesia. Su narración es artísticamente destacada y teológicamente cierta.

          "Yo estoy con vosotros... hasta el fin del mundo".  Ante la Ascensión del Señor, la fe nos embarga el corazón con hondos sentimientos de tensa despedida, que, inevitablemente, nos trae a la memoria los sentidos versos de Fr. Luis de León: "Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro..."; pero esos sentimientos, por más que naturales, difuminan toda tristeza, porque sabemos que es el culmen de su triunfo y glorificación y tenemos su firme promesa de su presencia con nosotros hasta el fin de los siglos. La resurrección no es un hecho histórico, sino que trasciende la historia. La resurrección de Jesús no pertenece al pasado, es perennemente presente y actual. Jesús vive, está vivo, está presente, está con nosotros. La fe cristiana consiste en creer en Jesús Resucitado, que ya no vuelve a morir, que sigue vivo y con nosotros según su promesa. Su resurrección es de una actualidad inmarcesible; nuestra fe descansa en la resurrección, en cuanto que se apoya en que Jesús vive y está presente.

          Se me ha dado todo poder... El uso de la voz pasiva es un recurso típico judío de respeto a Dios. La frase tiene un acusado colorido bíblico, en cuyo trasfondo podemos percibir su sentido. Se me ha dado todo poder significa que Dios ha dado la razón a Jesús frente a otras razones. El sentido del término poder no es el de mando, dominio o jurisdicción, sino el de razón y autoridad, el de única referencia autorizada y ratificada. La autoridad no se ejerce, se vive. El poder que Dios ha dado a Jesús expresa  autoridad y no potestad. Una autoridad no impuesta sino aceptada libremente por la inserción en el misterio pascual, mediante la recepción del bautismo y manifestada en el esfuerzo permanente por asimilar sus enseñanzas y cumplir sus exigencias. Autoridad ejercida en el ámbito de un discipulado voluntario y comprometido, perteneciente a todos los pueblos de la tierra, ahora han caído todas las fronteras. Se inaugura el universalismo total. El poder de Dios es creativo y liberador. Para Mateo la resurrección de Jesús supone el reconocimiento por parte de Dios del valor universal de Jesús. Es la formulación de la intencionalidad de Dios. Dios es de y para todos y no de o para unos pocos, por eso, desde ahora todo hombre puede ser su discípulo, antes, sólo un judío podía serlo.

          La resurrección de Jesús es un misterio inasequible e increíble desde la lógica humana. Por fortuna, el temor y la duda, no sólo la alegría, fueron vividos intensamente por los más cercanos a Jesús; así "al verlo lo adoraron, aunque algunos aún habían dudado". La resurrección de Jesús introdujo un cambio radical en la relación de sus discípulos con él. Ahora aparece la relación del creyente frente a su Señor. La postración, gesto reservado a la divinidad, indica claramente que los discípulos habían descubierto su condición divina. La duda de algunos es explicable, mientras no se tiene la convicción profunda de la fe no resulta fácil descubrir en Jesús a Dios. Tal vez, cuando se constata la duda, el modelo resulta más humano y atrayente.

          "Galileos qué hacéis ahí plantados mirando al cielo". Volved a la ciudad, al trabajo, al día a día, pero siendo sus testigos en todo lugar y hora, aquí y allá, en medios eclesiales y fuera de ellos. Que "la memoria de Jesús" no sea simple nostalgia, sino impulso de seguirlo y llevarlo a los hombres hacia el Reino de Nuestro Padre.

          La plena revelación tiene lugar "en el monte que Jesús les había señalado". Mateo menciona el monte únicamente por razón de su simbolismo. El monte es el lugar de la revelación. La revelación de Dios en el AT tuvo lugar en el monte Sinaí. La revelación de Jesús, Nuevo Moisés, tiene lugar también en el monte, el de la transfiguración, en que muestra su naturaleza; el de las bienaventuranzas, en que manifiesta su enseñanza y sus exigencias morales y el de Galilea, donde afirma su autoridad y misión.

          San Mateo termina su evangelio, como comenzó. Al principio, anunciaba el nombre de Emmanuel, “Dios con nosotros”, anticipado por el profeta Isaías (Is 1,23). Ahora, asegura que aquella profecía se ha hecho permanente realidad: "Estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".