Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo A

Jn 3,16-18: Que tengan vida eterna

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Ex 34,4-6.8-9; Sal Dn 3,52-56; 2 Co 13,11-13; Jn 3,16-18

 

 “En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Único, para que los que crean en Él se salven y tengan vida eterna, porque Dios no mandó aquí a su Hijo, para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo de Dios”.

 

Lectura del Libro del Éxodo:

 

“En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra.

El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor… Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra… Si he obtenido tu favor, perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya”.

 

          Los libros del Pentateuco se componen de diversas tradiciones, sobre los orígenes del pueblo de Israel. Dos son de especial importancia, la "yavista" y la "elohísta". La primera y más antigua designa a Dios con el nombre de Yahvé en el relato de la creación; con un estilo vivo y colorista, ofrece una respuesta a los grandes interrogantes del hombre; la segunda designa a Dios con el nombre de Elohím, su estilo es más sobrio, y su contenido de una moral más exigente. El capítulo 34 del Ex recoge la versión yavista de la alianza del Sinaí, con una nueva redacción del decálogo. Este relato narra la celebración de la alianza y la teofanía, que es la respuesta de Dios a la petición que le hace Moisés de ver la gloria del Señor (33,17ss). Dios da a conocer su nombre: es el Señor "compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel..." (v. 6). Esta fórmula, muy frecuente en el AT, revela de forma muy clara cómo el pueblo entendió el ser de Dios. Israel reconoce que sus relaciones con el Señor han sido de testarudez, al pecar y adorar continuamente sus becerros de oro. Si continúa siendo predilecto del Señor no es por méritos propios, sino por la misericordia y el perdón divino, que siempre están y permanecen.

          El pueblo, liberado de Egipto, llega al Sinaí. En el itinerario, Dios ha protegido continua y solícitamente a Israel, como un águila que custodia y defiende sus polluelos (Ex 19,4). El pueblo promete cumplir la Alianza: "Haremos todo lo que nos manda el Señor" (Ex 24,3-7). Pero concluida la Alianza, Israel se olvida del Señor y construye el becerro de oro. La intercesión de Moisés restaura la Alianza, y posibilita que la historia de la salvación se mantenga.

          Moisés no ve a Dios, pero siente su presencia gozosa; el pueblo tampoco lo ve con sus ojos; pero, tanto el uno como el otro, llegan a captar su entidad y modo de actuar. El hombre de este siglo intenta prescindir de la presencia de Dios y se empeña en verlo con la luz de la razón.

          Israel rompe la alianza por un ídolo. Moisés no deja de interceder al Señor por su pueblo. Yahvé lo invita a subir otra vez a la montaña, donde rehará la alianza y se le revelará. La montaña es un lugar común de la manifestación de Dios. La nube es símbolo de la presencia divina. Proclamar el nombre es darse a conocer. Lo hace en términos de acción amorosa; con esta indicación será posible seguir los caminos que conducen a Dios, vías de compasión y de amor fiel.

Ante Dios, la única actitud correcta del hombre es la adoración. Es lo que hace Moisés. Y su adoración se transforma en petición: Moisés, como tantas veces, pide la presencia del Señor en medio de su pueblo, a pesar de la infidelidad constante de este pueblo. Moisés muestra que sin la compasión y el amor fiel es imposible la vida.

          El pueblo, sintiéndose culpable, retorna a Dios, al camino de su conversión, pues Yahvé, siempre le ofreció una voluntad firme y decidida de salvarlo. Conocedor Yahvé de las limitaciones del corazón humano, salva al pueblo y lo sigue amando; el poder de Dios es sólo la fuerza de su amor, un amor entrañable y plenamente eficaz, que toma al amado y lo lleva a las cimas más altas de su realización integra y plena.

 

 

SALMO RESPONSORIAL:

      “Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres; a ti gloria y alabanza por los siglos.
      Bendito tu nombre santo y glorioso; a él gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres en el templo de tu santa gloria”
.

 

          El Salmo proclama un fragmento del himno de los tres jóvenes que se halla en el texto griego de Daniel. Es una letanía que canta la gloria de Dios, Dios trascendente, pero que se hace presente en la historia del hombre derramando su cuidado, su infinita misericordia y su continuo amor.

 

 

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios:

 

      “Hermanos: Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo.

      Os saludan todos los fieles. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros”.

 

         

          En este texto, late muy presente la situación de la comunidad de Corinto, marcada por las divisiones internas y el cuestionamiento que algunos hacen del ministerio de Pablo. Por eso, el Apóstol los exhorta a vivir la alegría, fruto de la fe en Jesucristo, que debe unir y afianzar su diaria marcha entre la comunidad cristiana; y, así mismo, también a imbuirse de la "paz", y juntos en su fe cristiana alejarse de los modismos y veleidades paganas. Si no viven en paz, será imposible que fructifique entre ellos "el Dios del amor y de la paz".

          Tiene gran importancia, que, en fecha tan temprana, esta carta, escrita hacia el año cincuenta, contenga una formulación tan expresa del misterio esencial del cristianismo. Quiere decir, que la reflexión y la vivencia teológica de la Stma. Trinidad se da muy pronto en la Iglesia. Es probable que esta fórmula paulina, presente también en la liturgia actual, fuese tomada del ambiente litúrgico primitivo.

          La mención de la Trinidad indica que es de gran importancia para la vida del cristiano y no un apunte puramente teórico. Las tres personas divinas no son lejanas, abstractas y misteriosas, inalcanzables para la capacidad del hombre, sino la Divinidad Suprema, que se comunica con el hombre, le trasmite su amor e informa toda su vida. Y Ello en la dificultad de hablar de este insondable misterio con nuestro limitado lenguaje. Pero lo principal, no es la correcta formulación dogmática, sino la experiencia de sentirse amado y unido con el Dios Uno y Trino, con la Transcendencia Superior. En su misterio, Dios nos ama, se nos entrega y nos une y abraza.

          El "beso ritual", es un gesto normal en el cristianismo primitivo que patentiza el amor y la comunión profunda entre la comunidad. San Pablo con celo y ardor expresa insistente esa comunión, y, por eso, les transmite el saludo mediante la expresión de "todos los santos".

          La fórmula final, presente en otras cartas, es un deseo de bendición, que pide los bienes de la gracia, el amor y la comunión a la  bondad de Dios, Padre, de Jesucristo y del Espíritu.

 

 

            El EVANGELIO, según San Juan, trae hoy la parte final de la entrevista de Jesús con Nicodemo, en que le explica la necesidad de nacer de nuevo y de la fe para alcanzar la vida eterna. Hay que desprenderse de las cosas de abajo y mirar hacia arriba.

          Por el contexto del diálogo, se percibe que el arriba se dirige a la altura de la cruz, que pondrá de manifiesto el espíritu de entrega infinita de Jesús. Así, el nacer de arriba significa, no el volver al seno materno, sino el renacer en el espíritu.

          Nicodemo, miembro fariseo del Sanedrín, que, sólo se halla en este evangelio, es presentado como un doctor de la Ley, prototipo del judío piadoso preocupado por el problema central del hombre: la cuestión de la salvación y su sentido. Nicodemo representa la concepción religiosa que iba preponderando en tiempos de Jesús. Según la cual, Dios se ha revelado de una vez por todas en la Ley y sólo en la Ley. La relación del hombre con Dios pasa necesariamente por la Ley. El hombre sólo puede encontrar a Dios en los mandamientos de Dios. La revelación de Dios es, pues Ley y sólo Ley.

          Frente a esa idea de Nicodemo, Jesús propone la relación Dios-hombre de otro modo muy distinto. Dios no se revela al mundo a través de la Ley, sino a través de su Hijo. Por tanto, no se revela como legislador que dicta un código, sino como Padre. El Hijo, en consecuencia, no es alguien que enjuicia desde fuera como es propio de la Ley, sino el Hijo enviado que comparte desde dentro y por eso salva. Padre e Hijo son un uno, el mismo ser, y no representan un tipo de misericordia paternalista. El salvación personal depende de nuestro juicio, de nuestra exclusiva decisión de adhesión al Hijo. Se excluye, pues, todo enjuiciamiento externo y la primacía del cumplimiento de la Ley.

          Creer en el Hijo significa aceptarlo como Salvador y fuente de vida eterna, en la que participa ya ahora, el que lo acoge y cree en Él. La salvación es muy fácil, está al alcance de todos; la sentencia de condena viene del rechazo al Hijo, se la acarrea el propio individuo, que no cree y permanece en la muerte y, por tanto, él mismo se condena.

          Existen variadas concepciones y muchas divagaciones y mediaciones erróneas sobre Dios. Este texto joánico, propone un Dios que ama y no juzga, un Dios cuya única mediación fidedigna es Jesús, un Dios que amoroso espera al hijo pródigo, que no juzga a la adultera, la perdona, la ama, sale en busca de la oveja perdida y que tanto amó al hombre, que entregó a su Hijo Único, con infinita misericordia.

          Ciertamente, los planteamientos de Nicodemo no pertenecen sólo al pasado judío, son consideraciones y tendencias, más bien, de ayer y de hoy. Precisamente, se debe a que el Dios que concibe el hombre, es un Dios irreal distinto, ajeno a la realidad divina, muy lejano del manifestado por el Hijo de Dios. No hay que elucubrar sobre Dios, está claro y patente en Jesucristo, por y en Él tenemos a Dios, Él el camino que enseña a creer en Dios.

          La disyuntiva estriba entre "ateísmo" o religión, entre "fe en el Dios de Jesús" e "idolatría". Porque, es fácil ver, que nadie deja de tener sus dioses propios, los del negocio, del poder, del placer, del deporte, en incluso en el marco religioso, a los cuales sacrifica su vida y la de los demás, cuya prioridad convierte en ley suprema. La mayor tentación no reside en el ateísmo, sino en la idolatría.

          El evangelista Juan lo expresa con claridad: "El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado": La perspectiva juánica expone una escatología que se realiza en el presente. La fe en el Hijo reporta a los hombres la vida eterna; y la increencia los hunde en las tinieblas de la condena. No es un juicio en que se premia al justo y se castiga al culpable. El asunto está en el amor; es que Dios ama y el aceptar este amor es libre. Se condena el que quiere, el que no ama y no acoge el amor de quien es Amor. La culpa no es de Dios, sino del que no cree en el Hijo. La incredulidad conlleva la autocondena. El amor de Dios es la causa última y determinante de la venida de su Hijo al mundo. La voluntad más clara de Dios es que el mundo se salve. Jesús es salvador. Y quien no acepta voluntariamente al Hijo de Dios, se condena a sí mismo, al rechazar la salvación que se le brinda y ofrece. El criterio del juicio es la fe. El que cree no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, por no querer creer en Jesús, prueba máxima del amor de Dios. Para San Juan, creer y amar son sinónimos.

          El testimonio cristiano consiste en afirmar el amor de Dios que sobrepasa toda esperanza y toda comprensión humanas. Dios ha entregado a su único Hijo al abismo de la muerte y del pecado por la salvación. Esto, dice San Anselmo, es «más grande de lo que puede ser pensado». Éste ha de ser el mensaje de los cristianos.

          Se celebra este domingo la Santísima Trinidad; comprender el misterio de la Trinidad es imposible para el hombre; es indefinible, inabarcable, inmensurable. Pero, en medio del misterio que nos abarca y empuja, del que podemos balbucear apenas unas cuantas palabras, tenemos la primera carta de San Juan que afirma: Dios es amor. El amor vivido, el amor donado hasta lo más profundo en sí mismo,  entregado por y a nosotros, que no lo merecíamos. Un amor que, siendo el origen, la causa del universo, se acerca a la humanidad, no para juzgar al hombre, sino para dar y ofrecer “amor”, para amar salva al caído, siempre que se le permita. Exige una respuesta, la acogida; y si se le deja, transforma, hace ser ese amor, vivido en la unidad, como Dios, que es Uno y Trino.