Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Jn 6,51-58: Yo soy el pan vivo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Dt 8,2-3.14-16; Sal 147,12-15.19-20; 1Co 10,16-17; Jn 6,51-58

 

“En aquel tiempo, dijo Jesús: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para que el mundo tenga vida. Discutían entonces los judíos entre sí. ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre”. 

 

Lectura del libro del Deuteronomio:

 

    Moisés dijo al pueblo: Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, ponerte a prueba y conocer si guardas sus preceptos o no. El te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná –que ni tú ni tus padres conocíais, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. No sea que te olvides del Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud”…

 

          El texto, recordando al pueblo israelita la experiencia fundamental de los años del desierto, camino de la tierra prometida, es una exhortación a la OBEDIENCIA. El pueblo sobrevivirá siempre por la obediencia a la palabra de Dios, el cumplir los mandamientos de Dios; si Israel olvida la educación recibida en esos cuarenta años, caerá de nuevo en las viejas esclavitudes.

          Estas páginas se escriben, cuando Israel vive ya tranquilamente en la tierra prometida, que mana leche y miel. Pero la fertilidad se puede perder; por tanto, su supervivencia sigue residiendo en confiar en Dios y en acatar su voluntad.

            Estos acontecimientos del pasado histórico de Israel se presentan como un proceso educativo bajo la dirección sapientísima de Dios, que libera a su pueblo; la historia de la liberación coincide con la historia de la educación y de la formación de Israel. La lección del desierto estriba en vivir de la palabra de Dios, en la abundancia y en la escasez. El desierto en el Deuteronomio es un lugar de prueba y de educación, para "conocer tus intenciones". El hombre que ha sido probado y sale victorioso tiene en si mismo la demostración mas contundente de la existencia de Dios. En sentido estricto, la existencia de Dios no se puede "probar"; el problema ha de situarse en el contexto de la religión; no queda más remedio que basarlo en la confianza. De hecho, en las ciencias, la prueba no es más que una gran probabilidad inductiva.

          El maná, figura de la Eucaristía, fue el pan de Israel en su marcha por el desierto. Era un pan que caía del cielo y desconocido, pero no daba la vida, ni privaba de la muerte. La Eucaristía es el alimento del pueblo de Dios el pan del cielo, la carne y sangre del Hijo que genera la vida eterna, el viático del cristiano en su tránsito de la muerte a la vida de resurrección. El maná es señal evidente de la fidelidad eficaz de la palabra que sale de la boca de Dios. La "palabra de Dios", que da la vida al hombre, dicen también los profetas y el evangelio de San Mateo en la tentación de Jesús.

 

 

SALMO RESPONSORIAL:

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión, que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina; él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz”.

 

 

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios:

 

Hermanos: El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?

El pan es uno y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”.

 

          El Apóstol habla a los corintios sobre la Eucaristía en un texto en que les insta a rechazar la idolatría, porque la participación de los cristianos en las comidas de ídolos había suscitado escándalos y divisiones entre los cristianos.

          La Eucaristía, signo de unidad, que vincula a los cristianos entre sí por unirlos con Jesucristo, supera esas divisiones y se opone también a toda idolatría. Quien va a comidas de ídolos se degrada; en cambio, el que come el cuerpo de Cristo se une con El y con los hermanos. El acto de comulgar une enlaza y congrega; es contrario a toda vivencia de división. Establece una estrecha relación entre el cuerpo sacramental de Cristo y su cuerpo místico, la Iglesia.

          El Cuerpo de Cristo se hace presente en la Eucaristía en estado de ofrenda: "este es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros". La caridad de los cristianos entre sí deberá traducir, en la vida humana diaria, esta actitud de sacrificio y entrega del Cuerpo de Cristo. La comunión insta y obliga a hacer realidad el amor en la vida diaria. San Pablo resalta la unidad que emana de la Eucaristía. Los que comen el cuerpo y la sangre de Cristo forman un solo cuerpo. La unidad de alimento produce también la unión de los que lo asimilan; por eso, los cristianos han de vivir unidos y compartir los bienes espirituales y materiales en verdadera caridad fraterna. Las diferencias humillantes para los hermanos contradicen el amor a Cristo y desunen. Hoy, pues, es día de amor, de entrega y de comunión con los demás en el precepto de la caridad eucarística.

          Efecto de la Eucaristía es la expresión de la unión en la profunda confesión de Cristo y de Dios, que debe existir en el interior de quienes participan en ella; la Eucaristía implica interiorización de Cristo, porque interpela a quienes la celebran. Y, huyendo del ritualismo vacío, ha de evitarse toda concepción automática y su práctica rutinaria.

          Los judíos llamaban "cáliz de la acción de gracias" o "de la bendición" a la copa que, una vez bendecida dando gracias a Dios, se pasaba en la última ronda entre los comensales, para concluir las comidas o banquetes rituales. Así, precisamente lo hizo el Señor con el cáliz que bendijo en la ultima Cena dando gracias al Padre y que pasó después a sus discípulos, para que bebieran de él. El cáliz de nuestra Acción de Gracias es el cáliz de la sangre de Cristo. Cuantos beben de ese cáliz entran en comunión con Cristo y se comprometen juntos en el único y verdadero sacrificio. Cuantos participamos del cuerpo de Cristo nos incorporamos a Cristo y a su misión y formamos juntos un solo cuerpo, esto es, una comunidad de vida, que es la Iglesia.

 

 

ORÍGENES DEL CURPUS

 

          En el s. XII, se acentúa la devoción a la Eucaristía; era preciso proclamar la fe en la presencia real de Cristo, que debía recibir majestuosa adoración y gloria. Surge en Bélgica el culto especial al Santísimo Sacramento, que ya le venía tributando la Iglesia Oriental.

          Nace este culto solemne por unas motivaciones complejas. Se debe a razones canónicas: propagación de acercarse a comulgar y participar en la Eucaristía; a necesidades apologéticas: defensa de la real presencia de Cristo en la Eucaristía; y a ciertas mociones místicas, que originan incluso Congregaciones Religiosas con exclusiva dedicación a la devoción y adoración del Santísimo Sacramento. Evidentemente la misa siempre se ha considerado un sacrificio, pero, al desdibujarse su carácter sacrificial, se sintió la necesidad de celebraciones pletóricas de reverencia, más monumentales y ritos de más amplitud.

          Una monja de Mont Cornillon, cerca de Lieja, Juliana de Retine, priora del  monasterio (1193-1258), revela las visiones que ha tenido. Veía un disco lunar rodeado de rayos de luz de resplandeciente candor; en uno de los lados, sin  embargo, se apreciaba una superficie oscura que deformaba el disco. El Señor explicó a Juliana que se trataba de la Iglesia, a la que todavía le faltaba una solemnidad en honor del Santísimo Sacramento. Se introdujo la fiesta en Lieja en 1246, el jueves de la octava de la Trinidad.

          Un confidente de Juliana de Cornillon, arcediano de Lieja, Jacques Pantaleón de Troyes, que llegó más tarde al Pontificado con el nombre de Urbano IV, extendió a toda la Iglesia la celebración de la fiesta, a instancia de un milagro acaecido en Orvieto (Italia): Un  sacerdote que sentía dudas acerca de la presencia real, había visto una hostia convertirse en carne sangrante que caía en el corporal, conservado en Orvieto. En la bula que establecía la fiesta no se prescribía la procesión en honor del Santísimo Sacramento, que se estableció después espontáneamente y se extendió con gran rapidez.

 

        EL EVANGELIO, según San Juan, trae hoy esta perícopa sobre el pan vivo bajado del cielo. El pan vivo es el cuerpo de Cristo; es la carne y la sangre que el Señor da "para la vida del mundo", pues, quiso seguir con nosotros: Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los siglos. Cuerpo de Cristo significa el "pan que partimos", el "pan de vida": "El que come de este pan vivirá para siempre”. Cuerpo de Cristo significa la Iglesia, el pueblo que Dios reúne en Jesús. Comulgar con Jesucristo significa comulgar también con todos los hombres.

          Este texto comprende la segunda parte del sermón sobre el pan de vida, en que el discurso se orienta a la institución de la eucaristía. Jesús, ha hecho posible que el hombre participe de la vida misma de Dios. El realismo de su palabra expresa explícitamente la grandiosa verdad de sus afirmaciones. Comulgar no es un hecho piadoso, es la realidad más extraordinaria que jamás se pudiera pensar que estaría al alcance del hombre.

          Los milagros de Jesús en el IV evangelio, se llaman "signos", y normalmente preceden al texto que los interpreta. Después de la multiplicación de los panes y el intento de los galileos de proclamar rey a Jesús, el evangelista sitúa en Cafanaún el sermón sobre "el pan de vida". Ambos hechos forman una unidad y señalan un momento culminante de la predicación de Jesús en Galilea. La controversia de Jesús con los fariseos se debe al legalismo judío y la ruptura de los galileos con Jesús, a los prejuicios nacionalistas y al erróneo mesianismo de los galileos, que  esperaban un rey poderoso y que les diera de comer; pero, Jesús les dice que él mismo es el verdadero "pan bajado del cielo para la vida del mundo", y los que creen en él viven.

          La incorporación a Cristo, se realiza en la recepción de su cuerpo eucarístico, que nos hace herederos de las promesas y verdadero Pueblo de Dios (Ga 3,16-29);  somos cuerpo de Cristo, pues comemos de un mismo pan, "el pan que ha bajado del cielo. La comunión sólo es auténtica cuando no se privatiza y se apropia; comulgar con Cristo significa comulgar con los hermanos. El que comulga se compromete con Cristo y con los demás, como un solo hombre, en el sacrificio de Cristo. El que come de este pan vivirá para siempre; posee la vida de Dios y la transmite a los hombres. No es como el maná antiguo, que lo comieron y murieron; es la carne y la sangre de Jesús, que ingerida da la vida divina y el ser de Jesucristo.

          San Juan subraya la unión que Cristo establece entre el pan vivo y la vida trinitaria, como el Hijo vive del Padre, el cristiano vive del Hijo por ese "pan" que identifica con el Hijo, en la misma comunión del Hijo con el Padre. El pan es el viático gracias al cual el cristiano entra en la vida trinitaria. El que lo recibe entra en unión con Cristo, igual que Jesús con el Padre. "Carne y sangre" significan que el mismo Jesús se hace alimento para la vida eterna. Jesús no da a comer algo suyo, sino a sí mismo, Él es el pan de vida.  Comer su carne es hacerse como Él, abrirse, entregarse y amar como Él, edificar y fortalecerse, constituirse según el plan de Dios. Es hacerse Cristo, como la “Palabra se hizo carne”.

          Los que comen la carne y beben la sangre –vida- de Jesús tienen la vida de Cristo, que es la vida del Padre. Por eso la vida recibida es eterna; participar de la vida de Jesús comporta asumir a fondo la propia humanidad, como hizo Jesús, y, como él, dar la vida por amor. El que lo come vive por Jesús, de modo que Cristo vive en él y él en Jesucristo (Cf. Jn 1,16; Col. 2,9). Se produce una fusión bajo la acción del Espíritu y ya forman un solo ser, una transformación en aquello que come, una restauración total de vida. Esta comunión dilata el yo del hombre y crea un nuevo «yo». Es también y necesariamente comunicación con los demás, que crea nuevos seres en la familia, en la calle, en el trabajo, en todo el entorno, haciendo que el mismo Jesucristo se convierta en su alimento.