La Conversión de San Pablo

II. Análisis de la conversión de S. Pablo desde los textos bíblicos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

El apóstol sitúa, en su conversión, la legitimidad de su misión y el rotundo cambio que se operó en su vida.

Yendo hacia Damasco, cuando ya estaba cerca, lo rodeó de repente una luz…Bernabé lo tomó consigo, lo presentó y empezó a convivir con ellos en Jerusalén (He 9,3-30); Iba de camino y ya estaba cerca de Damasco… (He 22,6-21); Con este propósito, iba a Damasco con plenos poderes…(He 26,12-20). Pues yo soy el último de los apóstoles y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios (1Cor 15,9). En ese momento, no tomé consejos de nadie, ni subí a Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí (Gal 1,17).

 

1. Crisis radical

           

 

            La manifestación sagrada, vi una luz que venía del cielo y oí una voz (Hch 26,13), produce en Saulo una crisis radical en todo el status religioso y social que llevaba junto a las jerarquías judías, un giro súbito en su vida de fariseo convencido y con cierta investidura de autoridad de tipo policial dependiente del jefe del Sanedrín. Toda su vida, asentada en la comodidad y prestigio social, en un instante, se derrumba.

 

            1º.-  Su concepción de vida y ruptura de nivel.

 

            El suceso sagrado en ese momento rompe su vida anterior y ahí mismo se inicia otro modo de ser, de interpretar el mundo exterior e interior, renace otro Saulo, deja en el polvo del camino su vieja piel, el hombre viejo, dirá él luego, para renacer nuevo, hecho otro (Jn 3,3-8); allí comienza su transformación, cambia su vida en ruptura ontológica y traspasa el umbral hacia el mundo misterioso que se le abre, hacia la misión y el servicio que la “voz” le exige.

            Por este mismo sentido de ruptura, Jacob cambia el nombre al lugar y exclama: Ciertamente Yahvé está en este lugar y yo no lo sabía (Gn 28,16-19); Moisés que llega al monte Horeb, con su ganado, tras la gran visión de la zarza ardiendo, se rompe toda su situación de tranquilo pastor y pasa a ser el caudillo libertador del Israel esclavizado: Voy a acercarme a ver esta gran visión… He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto (Ex 3,1-8). Toda manifestación del Misterio impone un cambio rotundo en la conducta y una exigencia: Tú señalarás al pueblo un límite…Guardaos de subir a la montaña (Ex 19,12). Yahvé llama a Gedeón ocupado en sus labores agrícolas y se convierte en el vencedor de los madianitas: ¿Señor, cómo salvaré yo a Israel? (Jue 6,15).

 

2º.- Realidad Misteriosa.

 

       La Realidad Misteriosa es tan descomunal y sorpresiva, que atrapa y aturde a Saulo y a todos los que lo acompañan: “…(luz) más resplandeciente que el sol, me envolvió a mí y a los que me acompañaban. Todos caímos al suelo”. Sin embargo, la voz del Misterio se dirige a Saulo, sólo él al oye, porque este era el fin primordial de aquella relación, la conversión es única y personal: y yo oí una voz que me decía en hebreo…(Hch 26,14). No identifica la personalidad de ninguna realidad, se reconoce la presencia de Alguien que le habla que queda en la indeterminación de lo general: una voz. Y, en la nebulosa de la imprecisión y del aturdimiento, se entabla un diálogo en la esfera de lo íntimo y de lo individual: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? En vano te rebelas contra el aguijón (Hch 26,14).Y, en la pregunta, el Misterio empieza a desvelarse la realidad y el objeto de aquel cataclismo que derrumba todo su ser y su vida judía al servicio farisaico; y, a la vez, recibe al primera lección teológica: me persigues a mí en mis discípulos, en cada cristiano que maltratas y encarcelas, estoy YO, soy YO: El que os recibe a vosotros a mí me recibe (Mt 10,40).

Y Saulo, lleno de polvo, aún aturdido, reacciona algo y pregunta: ¿Quién eres, Señor? Es lo lógico, quiere saber a qué viene esto, qué pasa conmigo que estoy instalado y ocupado en mi acción policial. Y recibe la respuesta, se desvela todo el misterio y siente la gran realidad: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.   

Es el propio Jesús que sale a su encuentro, la Visión es el Resucitado y significa  su investidura apostólica. La aparición lo pone en situación de igualdad con los testigos auténticos de la resurrección. Él describe el hecho con epítetos similares a las vocaciones proféticas de Isaías (6,1) y Jeremías (1,4), para reconocerse profeta de Cristo, destino que, desde antes de nacer, Dios tenía previsto, eligiéndolo para conocer a su Hijo y predicar el evangelio. Dios se le revela y él por la gracia divina se convierte en apóstol. Pablo recibe directamente de Jesús la misión apostólica, es lo que lo constituye propiamente en apóstol: Te he elegido de en medio de tu pueblo y de los gentiles, a quienes te enviaré a abrirles los ojos… (He 9,15; 26,17). Dios el salvador de Israel, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, ha transformado de raíz su existencia (2 Cor 5,17). Y la visión es doblemente gananciosa: adquiere un conocimiento de Cristo, no según la carne, que le hace saber que Cristo vive y quién es Cristo. Instaura una nueva relación con Cristo, ha sido hecho cautivo del Señor; el que capturaba cristianos, ha sido, sorpresivamente capturado por Cristo (Flp 3,12).

El acontecimiento de tan profunda trascendencia para Saulo, no es entendido desde la coordenadas humanas, escapa a la aprehensión de las categorías cotidianas y seculares. Pero, él ha sentido íntimamente la presencia de Cristo, él lo ha visto, ha hablado con Jesús de Nazaret. Ha inflexionado dentro de su vida como Realidad Axiológica Superior de modo que de blasfemo hace un santo, de perseguidor, un predicador de los pueblos paganos. De Saulo, resulta S. Pablo transformado, atraído, fascinado, comprometido con el Evangelio, imbuido de Cristo y teólogo fundamental del cristianismo, por lo que puede decir: Pablo, siervo de Cristo Jesús y apóstol por llamamiento de Dios, escogido para proclamar el Evangelio de Dios (Rom 1,1).    

            El misterio trascendente sobrecoge y aterra. Moisés teme al cólera de Yahvé por el pecado cometido al construir el becerro de oro: Me postré en presencia de Yahvé… tenía yo miedo de su cólera y furor…(Dt 9, 18.19). En el Sinaí, al recibir el Decálogo, todo el pueblo se estremece de terror por el trueno y el relámpago de la voz de Yahvé: El pueblo temblaba y se tenía a distancia. Háblanos tú pero que no nos hable Yahvé, para que no muramos (Ex 20,18). El Salmista, señalando la miseria humana frente a la a la enormidad del Señor, se pregunta: ¿Quién pondera la fuerza de tu ira y teme la violencia de tu enojo? En ese mismo sentido, Simón aterrado ante su ignorancia e incredulidad, al ver que las barcas casi se hundían por la cantidad de peces, se lanza a los pies del Maestro: Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador. Y, en Hebreos, se refiere el hecho del Sinaí, constatando el pánico que recorría el espíritu del pueblo: … una voz tan fuerte (Ex 19,16; 20,18; Dt 4,11) que los que la oyeron suplicaron que no les hablara más… Lo que se veía era tan terrible que Moisés dijo: Estoy asustado y tiemblo (Dt 9,19) (Heb 12,19.21). El misterio, los hechos sobrenaturales siempre encogen y atemorizan al hombre, ser limitado e insignificante.  

           

3º.- Valor transignificativo de lo profano

 

       Lo secular adquiere una dimensión ulterior hierofánica. El camino de Damasco se proyecta hacia la realidad más profunda de la conversión. Su marcha para capturar a los cristianos obtiene la nueva dimensión de ser él capturado por el cristianismo. El camino de violencia y persecución se convierte en el ir a su conversión y en quedar él convertido en viajero y caminante evangélico del que es el camino, la verdad y al vida (Jn 14,6).   

La caída del caballo, desde el ámbito de lo ordinario, puede verse como un simple espanto del animal ante un reflejo. En su dimensión simbólica, representa la ruptura y derrumbe de toda su creencia en la antigua religión judaica, que ha perecido en la cruz de del Calvario. La luz resplandeciente es un destello de algún metal que deslumbra y ciega, pero, simboliza la luz que es Cristo, yo soy la luz del mundo (Jn 12,46), que ilumina a Saulo para que vaya e ilumine a los gentiles (Is 29,18; 42,7.16; 61,1) y que lo deja sin su visión de la Antigua Alianza y que lavándose en la fuente del agua pura de la nueva comunidad cristiana recobrará de nuevo. La ceguera tiene un significado clarísimo representa, por una parte, el corte de la luminosidad perversa de éxito mundano y farisaico para que desde las tinieblas de la reflexión su alma se rodee, constriña y entre en el nuevo sol del Evangelio; y, por otra parte, indica la obsesiva ceguera del pueblo judío (Is 29,11; 42,18-20) y sus instituciones que conviven y tienen ante ellos la Luz y la Verdad y siguen obcecados ciegos e ignorantes, aferrados a las tinieblas y a la condenación: he venido al mundo para que quien crea en mí no permanezca en la tinieblas…Al que oye mi palabra, pero no la obedece, no seré yo quien lo condene, porque yo no he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo (Jn 12, 46-47).

Los acompañantes son y representan también una doble realidad. Son los testigos de un hecho transcendente que, en varias ocasiones, ha de exponer nuestro personaje como prueba de su conversión y transformación. Ellos vieron la luz y oyeron el sonido de las palabras, pero no las entendieron. Y son el símbolo de aquella otra tropa de fieles ayudantes que le van a acompañar, testigos de su infatigable ímpetu, en los miles de leguas que ha de recorrer para llevar a los paganos la Palabra del que tú persigues hoy, para que alcancen, por la fe en mí, el perdón de los pecados y la herencia de los santos (Dt 33,3; Sab 5,5,) (He 26,18)

 

4º. Ambivalencia de lo sagrado

 

      El suceso de Damasco se le presenta a Saulo en un clima de ambivalencia axiológica. puede ser santo o maligno, puede ser su salvación o su condenación.

Por los mismos caracteres de la realidad misteriosa, se siente tocado, pobre y necesitado de renovación y emprende el camino de búsqueda para encontrar la liberación de su precariedad, va a su salvación.

La presencia ontológica superior que él siente cercana y real lo envuelve y lo reduce desde su interior a otro ser para llevarlo al cambio de la santidad y de la fe en Jesucristo. Y, cuando, medio superado el asombro, se atreve y entabla el diálogo, el efecto le inunda por completo y, cegando sus ojos, ciega y obscurece también todo su panificación y actitud anterior. Renunciando al pasado, entra en un mudo luminoso y novísimo. Comprende la santidad del suceso, la necesidad absoluta de abrazar el hecho y al imposibilidad rotunda de retorno, de volverse atrás; para él, al haber entendido que no hay allí nada del maldito, ya no cabe más que la entrega total, extender al mano, aferrarse a la que se le ofrece, dispuesto a la misión y servicio de la elección y exclamar con los antepasados en el Sinaí: Nosotros haremos todo cuanto ha dicho Yahvé (Ex 19,8).

Y así fue. En la inteligencia exacta del acontecimiento trascendente que tiene lugar en él, se deja caer en Cristo se introduce en Él y el Saulo judío, sale en aras del S. Pablo cristiano.

 

2. Conclusiones de este análisis

 

            Estos hechos que suceden en el camino de Damasco son de decisiva importancia para entender muchos asuntos del cristianismo y, sobre todo, al personalidad y el pensamiento del apóstol. Su conversión y su acción misionera son el resultado del encuentro espiritual y de la experiencia misteriosa y especial. Su conducta y su tesis teológica, la consecuencia necesaria del impacto damasceno.

            Este acecho de la Voz del Misterio en una encrucijada del camino confieren a nuestro apóstol la esencial trascendencia de su elección. Es la referencia de su vida y el origen de todo lo que va a significar en el mundo cristiano. Comprender la singularidad de esta conversión es vital para explicar la verdadera naturaleza de su misión y la repercusión de su mensaje apostólico en su vida personal y en la orientación de la comunidad primitiva.

            Es muy particular el que S. Lucas inserte por tres veces el relato de la conversión; parece indicar la existencia de una triple tradición viva durante largo tiempo. Hay que decir, y ello está claro, que S. Pablo no ha buscado en ningún momento convertirse al cristianismo, buscaba cristianos para encarcelarlos, y es él el apresado, es atrapado por Cristo, es él el que aquí queda encarcelado por el Misterio de Jesús; se hace cristiano porque no tiene otro remedio, no es un espontáneo que se tira al ruedo, es elegido por Dios desde el seno de su madre y lleno del Espíritu Santo por gracia de divina, Jesús, que se te apareció en el camino me envía para que quedes lleno del Espíritu Santo (He 9,17; 1 Cor 1,1,).

 

            Experiencia teofánica

 

            La conversión es considerada como una experiencia teofánica (Dn 8,18; 2Mac 9,24; 4 Mac 10,14), desde el principio por la misma comunidad cristiana, como se puede deducir de la antedicha triple tradición del acontecimiento que circulaba. Pero el apóstol no la refiere directamente, sólo la emplea como argumento defensivo. No la considera una vivencia de fe, ni el inicio de su fe en Cristo, para él es la legitimidad de su misión, es la causa primordial de su acción y de su predicación, motivo de su originalidad (Gal 1,15; 2,1-9; Flp 3,8.14). En Gal 1,16, es una revelación de Dios; en otro momento, una excepcional visión (2 Cor 3,18; 4,6); y, por último, es una experiencia casi mística en (Flp 3,12).

            Lo que Pablo sintió en su interior fue, en una crisis momentánea, una nueva creación, que inundó de luz su vida (2 Cor 4,6); no fue mérito suyo ni de hombre alguno, sino gracia de Dios y elección (1 Cor 15,9), se consideró llamado y enviado de Dios a los gentiles. Es sólo la iniciativa de Dios quien tiene la indulgencia (Gal 1,15) de revelar su Hijo a Pablo. Par el que se reconoce enviado, no existe otro remedio que cumplir su misión: ¡Ay de mí si no evangelizara! (1 Cor 9,16).

 

            Efecto vocacional

 

            El hecho de Damasco es el fundamento de su vocación y la revelación de la misión confiada por Dios. El apóstol habla de su encuentro con Cristo, entiende la actuación divina, no en relación con su conversión, sino efecto vocacional, un llamamiento con indicación precisa de una tarea que él ha de realizar. Todo el acontecimiento es percibido en el fuero interno subjetivo e intimista, sin embargo S. Lucas lo expresa en el terreno de lo evidente, palpable y real. Por esto mismo, para nosotros no es un hecho aprehensible con carácter histórico a no ser por los resultados y la conducta apostólica que lleva a cabo S. Pablo. De este modo, será posible calcular objetivamente qué significó para él su experiencia íntima y su crisis radical.

            La imperiosa fuerza que le impulsa a predicar (1 Cor 9,16) para anunciar el  evangelio y dar a conocer a Cristo (Rom 15,19) es la consecuencia evidente y la conclusión clara de su conversión. Damasco es la raíz de su destino de apóstol y la piedra angular de su vocación. Pero esta vocación, como sucede en muchas ocasiones, va madurando con el tiempo y va recibiendo concreción posterior. La misma realidad misional le orienta, enseña y fundamenta. En Damasco, surge y se crea el apóstol, es el punto de origen que le abre la conciencia y el discernimiento básico, pero es en la larga y dificultosa tarea evangelizadora, el enfrentamiento y roce con los fieles desconocidos y desconocedores y en su propia reflexión resolviendo día a día las dificultades de asuntos imprevistos, en la que se hace y conforma el S. Pablo, Apóstol de los gentiles.