Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Mt 11,25-30: Venid a mí todos los que estáis cansados

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Dt 7,6-11; Sal 102,1-8.10; 1 Jn 4,7-16; Mt 11,25-30. 

 

En aquel tiempo, Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Padre, así te ha parecido mejor. Mi Padre todo me lo ha confiado y nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

 

Lectura del libro del Deuteronomio:

 

«Habló Moisés al pueblo y dijo: Tú eres un pueblo santo para el Señor tu Dios: él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, porque sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor vuestro, por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó de Egipto con mano fuerte y os rescató de la esclavitud, del dominio del Faraón, rey de Egipto…

Pon por obra estos preceptos y los mandatos y decretos que te mando hoy».

 

 

Israel se sabe distinto, un pueblo escogido. El Dt ilustra teológicamente esta conciencia: Yahvé lo ha separado de los demás y lo ha hecho su propiedad personal. La palabra hebrea "segulá" designa el patrimonio privado de un rey. Israel es el patrimonio personal que Yahvé se ha dado libremente. Para tan alta distinción, Israel no tiene méritos; sólo puede presentar el amor que Yahvé le profesa. Este enfoque de la Alianza, como un proyecto libre y amoroso de Dios, proviene del profetismo del reino del Norte, patente en Oseas y en Jeremías: "Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad" (Jr 31,3). La elección divina es, pues, pura gracia de Dios, amor gratuito de dios y su fidelidad al juramento hecho a sus antepasados. Se palpa aquí el misterio insondable y gracioso de Dios

En el Dt, esta perspectiva profética se convierte en clave, para interpretar la historia. La experiencia religiosa de Israel, el amor de Yahvé en el Sinaí, se convierte en teología. Ese amor a su pueblo no es caprichoso, brota de una voluntad decidida de entrega al pueblo y de salvación, pero exige correspondencia; Yahvé desea que Israel le responda con madurez, con el amor que supera las dificultades. La teología de la elección desemboca en el exclusivismo cultural de un pueblo que se debe a un solo Dios, en el que cree y ha de adorar en un solo lugar. La elección no se interpreta simplemente como un privilegio, sino también como una misión ante las naciones y una obligación para con su Dios.

El desierto fue la prueba de fidelidad «Dios te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná» (8,3). Aprendizaje de fidelidad tanto en la escasez como en la abundancia y prueba de profunda finalidad educativa: «He de enseñarte que el hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Yahvé». En el desierto, Israel debió aprender a valorar la palabra de Dios, como luz para la vida. El maná y el agua le hizo sentir la necesidad de un alimento mejor y llegó a comprender el amor de Yahvé. Cuando Jesús, en su breve desierto de cuarenta días, sea puesto a prueba, mostrando que ha hecho de la palabra de Yahvé su alimento y su vida, vencerá con firmeza la tentación.

         La prueba buscaba, que Israel reconociese a Dios como su salvador y maestro: "Te he educado como un padre educa a su hijo" (8,5).

 

SALMO RESPONSORIAL

     «La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos y defiende a todos los oprimidos. Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo nombre…»
     El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas».

 

 

Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan:

 

 Queridos hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.

Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.

 

 

Esta página de San Juan es una exquisita y maravillosa composición en su redacción y profundidad teológica. Nunca se ha escrito un texto de tanto calado sobre Dios; nunca se ha expresado un pensamiento tan alto e insondable sobre el amor; nunca se ha dicho algo tan penetrante, tan hondo y medular sobre la fe y la vida cristiana, al hablar del mandamiento nuevo y decisivo, que resume todos los mandamientos y cuyo contenido es la fe en Jesucristo y el amor mutuo (3,23).

En esta tercera sección de la carta (4,7-5,12), San Juan propone el camino para vivir en comunión con el Señor: la fe y el amor. El amor es objeto de la revelación y de la fe.San Juan, teniendo presente la situación de la comunidad cristiana, aborda el amor fraterno, la necesidad de amar al prójimo.

El amor, que debe ser el fundamento del cristiano y su distintivo, procede de Dios y no debe confundirse con el amor humano en el mundo. El que ama como Dios ama es Hijo de Dios, viene de Dios, lo mismo que el amor que en él se manifiesta. Lo contrario nada tiene en común con Dios. El que no ama no conoce a Dios porque Dios es Amor. El conocimiento de Dios es inseparable del amor que viene de Dios. En esto consiste su verdadera esencia. Si ya del amor humano puede afirmarse que sólo puede conocerlo el que ama, con más razón vale esto del amor que viene de Dios.

Ciertamente Dios había dado antes pruebas de su amor, pero sólo en Jesucristo nos da la prueba definitiva. Ahora conocemos que el amor no es sólo una propiedad más entre otras propiedades divinas, sino la misma esencia de Dios; pues amar es su ser y darlo; da lo mejor que tiene y lo da sin reservas, da su "Hijo Único".

Jesucristo, el Hijo, da la vida, que ha recibido del Padre a todos los que creen en él y en su misión y por el Hijo, todos nosotros somos hijos de Dios y alcanzamos vida eterna. El amor que viene de Dios y se manifiesta plenamente en Jesucristo, que es amor de Dios, lo reparte desinteresado, y por amor viene al hombre, aun cuando era enemigo de Dios y muere en sacrificio de propiciación por el pecado, no porque el hombre ame a Dios. El principio del amor insta a extenderse, a ir al otro, al amor de los unos a los otros y más aún, también a los enemigos: pues el amor, que viene de Dios no se detiene, antes, al contrario, muestra su autenticidad y su trascendencia en su amplitud.

La expresión, “Dios es amor” contiene la perspectiva exacta que encierra el misterio trinitario. El Padre no vive en una insondable soledad, en sí mismo y en su infinita perfección, sino, totalmente vuelto, referido, ofrendado hacia el Hijo y el Espíritu Santo. El Padre, Amor es relación, entrega, donación, puro amor al Hijo y al Espíritu. El Hijo tampoco vive aislado en sí, sino dirigido, orientado hacia el Padre y el Espíritu, en relación de entrega, donación y amor al Padre y al Espíritu Santo. El Espíritu Santo alienta en el Padre y en el Hijo, porque es el Espíritu del Padre y del Hijo. El Espíritu es amor; por consiguiente, es relación, entrega, donación, puro gesto de amor al Padre y al Hijo. El autor no intenta darnos una definición abstracta y metafísica de Dios, sino que al contemplar su obra en el mundo, su modo de revelarse llega a la conclusión de que "Dios es amor". En el sacrificio del Hijo único tenemos la manifestación suprema del amor de Dios hacia el mundo (Jn 3, 16). Ese incesante círculo de vida y de amor entre las Tres Divinas Personas, no se cierra sobre ellas mismas, se hace torrente de vida y amor que se desborda sobre el hombre. "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26). El hombre fue creado por amor y para el amor; y cuando, al comienzo de la historia, dijo "no" a Dios y al hermano, no quedó abandonado a su propia suerte. Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, dio impulso al proyecto de salvación. Así, el que había sido creado por amor, por amor fue recuperado y redimido.

El hombre, todo hombre, está destinado, llamado e invitado a hacer de su  vida un acto de amor y amistad con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; ese acto constituye la raíz y la razón más profunda de la originalidad y grandeza del hombre. "Vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23). El hombre existe pura y simplemente por el amor de Dios y sólo vive la plenitud de verdad, al hacer florecer libremente ese amor y confíarse por entero a Dios.

El conocimiento bíblico en general y joánico en particular es comunicación, práctica, don. Conocer a Dios realmente es amar a los demás. Amor real, palpable, histórico, costoso; es atención a la obra de Dios en la encarnación, vida, muerte y resurrección de su Hijo. La respuesta al amor que Dios tiene a los hombres ha de ser el amor mutuo; sólo cabe recibirlo, acogerlo y repartirlo en toda su sobreabundancia. El amarse como hermanos brota de la convicción de fe, de que el Señor nos amó primero. Nuestro amor es consecuencia de nuestro nacer de Dios. Nuestro amor tiene raíz divina. Amarse es dejar fluir encauzado ese poder amoroso que brota del Señor.

 

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

El viernes de la tercera semana después de Pentecostés se celebra esta fiesta de Jesús, que se remonta a 1675. Ser de corazón o tener corazón significa bondad, cercanía y profundo sentimiento y a la vez afecto entrañable, comprensivo y acogedor. El corazón ha simbolizado en las distintas culturas el núcleo de la persona, representa la unidad y fusión de sus complejas facultades, dimensiones y estratos espirituales y materiales, lo afectivo y lo racional, lo instintivo y lo intelectual.

         Esta es la razón por la que profesamos culto al Sagrado Corazón. No podemos llegar al Corazón de Dios, sino pasando por el Corazón de Cristo. El mismo afirmó: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Los evangelios nos muestran la manera con que Jesús amó durante su vida en la tierra. Dios nos ama individualmente a cada uno de nosotros. Dios nos ama ardientemente. Nuestra respuesta ha de ser: "Señor, Tú lo sabes todo, sabes que te amo". Roguémosle a María que nos ayude a aumentar cada día ese amor. “Ama, y haz lo que quieras”, dice San Agustín. Si callas, callarás con amor, si gritas, gritarás con amor, si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor.

En este frío mundo, un día, el Señor llamó a una muchacha pura y humilde, en Paray-le- Monial y, abriéndose el pecho divino, que parecía un horno encendido, le mostró su corazón, herido con una llaga ancha y profunda, chorreando sangre, coronado de espinas y llevando sobre la aorta una hoguera llameante de la que salía una cruz. Ante esta visión, le dijo: Mira el corazón que tanto ha amado y ama los hombres, que se entrega hasta agotarse y consumirse por demostrarles su amor, pero, sólo recibe de ellos, ofensas, injurias y pecados, irreverencias y sacrilegios. Mi divino corazón no pudiendo contener las llamas de su amor, quiere derramarlas valiéndose de ti, para manifestarse y enriquecerlos con mis preciosos dones. Esta joven es Santa Margarita María de Alacoque, a quien en una clase, un renombrado profesor de Escritura tildó de loca.

En el tercer centenario de la muerte de Sta. Margarita María, Juan Pablo II escribió: “Durante mi peregrinación en 1986 a la tumba de Sta. Margarita María, pedí que, el culto al Sagrado Corazón, que ella trasmitió a la Iglesia, fuera fielmente restaurado. Porque es en el Corazón de Cristo donde el corazón humano aprende a conocer el verdadero y único significado de su vida y su destino; es en el corazón de Cristo donde el corazón del hombre recibe la capacidad de amar. Santa Margarita aprendió a amar por medio de la cruz. Es el amor de Cristo lo que hace al hombre digno de ser amado. "Tened los sentimientos que tuvo Cristo Jesús (Fip 2,5). Aliento a los pastores y a todos los cristianos a extender el mensaje recibido por Santa Margarita María” (Junio 22, 1990).

Esta fiesta, después de las apariciones a Santa Margarita, vino a extender la comunión frecuente, en honor y gloria del Sagrado Corazón. Dios quiso elegir el Corazón de Jesús como instrumento de expresión de su amor infinito. En el Evangelio, constantemente, Jesús revela el amor de Dios a cada hombre; con la parábola de la oveja perdida, muestra el amor personal de Dios por esa persona única, original e irrepetible que es cada uno de nosotros.

 

El Evangelio de San Mateo trae hoy esta importante oración de Jesús, que desgrana tres afirmaciones fundamentales: sólo el Hijo revela la identidad del Padre; la revelación del Padre se abre a los pequeñuelos y se cierra a los sabios; y todos los que están cansados y oprimidos encuentran en Cristo alivio. La afirmación central es la principal y más relevante.

Dios ha querido, gratuitamente, manifestar "estas cosas" a los "pequeñuelos". Es una revelación sorprendente, oculta estas cosas a los entendidos y a los sabios y las revela a los pequeños. Resaltando aún más la paradoja, Jesús no dice simplemente "Padre", sino que añade "Señor del cielo y de la tierra". Esta es la maravilla: Dios del cielo y de la tierra prefiere a los humildes y pequeños. La expresión "los sabios y los prudentes" designa los jerarcas religiosos de Israel, que permanecían ciegos y críticos ante la palabra de Jesús en favor de los pobres; por tanto, "pequeños" no indica niños, sino que se opone a sabio y entendido. Pequeñuelos son los ignorados, los irrelevantes, los pobres aldeanos de Galilea, a quienes los doctores de la Ley y los fariseos despreciaban, que arrogantes decían: "Un ignorante no puede evitar el pecado y un hombre del campo no puede ser de Dios".

Para Jesús, los cansados y los oprimidos son los que sufrían las intolerables y complicadas prescripciones de la ley farisaica y se sentían perdidos y descarriados ante la doctrina complicada y atosigante de los rabinos. Jesús los invita a buscar, en el Evangelio y en su ejemplo, la verdadera voluntad de Dios, sin duda exigente, pero plena y simple, al alcance de todos.

Por eso, se define "manso y humilde de corazón". Humilde indica la docilidad interior, libre y sumisa al Padre; y manso, la actitud respecto a los hombres, recta, valiente y misericordiosa. Con el símbolo del Corazón humano de Jesús, se expresa ante todo el Amor eterno y personal de Dios por cada hombre en la tierra, cuya plenitud de amor se manifiesta en el envío de la Segunda Persona a salvarlos. “Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Jesús, frente a la altanería y soberbia de los fariseos, sitúa en el corazón la vida afectiva, la mansedumbre y la bondad, compasiva y misericordiosa. El magisterio rabínico estaba lleno de orgullo, "sólo buscaba la vanagloria de su sabiduría unos de otros" (Jn 5,44); desprendía despotismo, aspereza e iracundia contra quienes no admitían sus mandatos y formas; por eso, odiaban, a Jesús, que no se sometía a sus interpretaciones y a su concepción religiosa, que ellos creían infalible. “Colaban el mosquito y se tragaban el camello” (Mt 23,24). Su magisterio era una contradicción: “Están sentados en la cátedra de Moisés, pero no hagáis lo que ellos hacen” (Mt 23,3). Ese rabinismo secaba el alma, quedaba en obras exteriores, era incapaz de entusiasmar.

El yugo es la voluntad de Dios que genera la gozosa paz prometida a los humildes y pobres, garantía de la salvación definitiva y el alivio, del descanso. Así, el yugo es el camino dulce y suave para seguir a Jesús, el Hijo, que revela la voluntad de Dios y la realiza plena y definitivamente.

Jesucristo formula su acción de gracias por esa íntima unidad que hay entre el Padre y Él y porque la misión que Él ha recibido se la ha revelado a los pequeños, para invitarlos a entrar en comunión con Él. En el trasfondo bíblico late el himno de los tres "niños" (Dn 2,18-23) que, en oposición a los "sabios" babilónicos, reciben, por sus plegarias, la "revelación" del misterio del Reino no captada por los sabios y doctores. También Jesús abre su Reino y ofrece la "revelación" a los pequeñuelos, los "pobres", que, en su pequeñez, creyendo y uniéndose a Cristo, podrán conocer a Dios. Jesús, que es también pobre y ha abrazado la pobreza libremente, da gracias, porque el Padre ha tomado partido en favor de la gente sencilla. Similar argumento desarrolla San Pablo, cuando contrapone los considerados sabios por el mundo, a los que el mismo mundo tiene por necios (I Cor 1,18-31).

“Venid a mí todos los cansados y los agobiados que yo os aliviaré". Tal cansancio y agobio se derivan de las cargas de la Ley expuestas por los sabios y entendidos. "Los maestros de la Ley y los fariseos echan cargas pesadas sobre los hombros de los demás" (Mt 23,4). La actitud de Jesús es de compasión y liberación, mediante su yugo evangélico al que Él mismo se unce el primero y camina delante con su ejemplo. La imagen de Dios que Jesús revela tiene su confirmación y constatación en Jesús.

Esta perícopa mateana es de gran trascendencia; es uno de los textos indispensables, porque da respiro y libertad a la vida atormentada por códigos y leyes. Ahora, el creyente deja de andar oprimido y agobiado con su pesada carga. Jesús con su yugo libera; aceptando el yugo del Señor, se hace ligera la carga y suave el yugo, porque el Evangelio, promovido por el Espíritu Santo, es descanso, vida y paz. La dureza se hace blanda, se enternece, el amor todo lo allana. El amor llena a la persona del Espíritu de Cristo. Son de Cristo, los que tienen sus sentimientos de reconciliación y misericordia, amor y dulzura, paciencia y magnanimidad, docilidad y obediencia. Así dice San Pablo: “El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Él” (Rm 8,9).