X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 9,9-13: Sígueme

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Os 6,3-6; Sal 50,7-23; Rm 4,18-25; Mt 9,9-13


    «
En aquel tiempo, saliendo de allí Jesús, vio un hombre, llamado Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió.
 Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Mas,
Jesús lo oyó y dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": pues, no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».

 

Lectura del Profeta Oseas:


   
«Esforcémonos por conocer al Señor: su amanecer es como la aurora, y su sentencia surge como la luz. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra. ¿Qué haré de ti, Efraín? ¿Qué haré de ti, Judá?
    Vuestra piedad es como nube mañanera, como rocío de madrugada que se evapora. Por eso os herí por medio de los profetas, os condené con la palabra de mi boca. Quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos».

 

La salvación cristiana es un don gratuito de Dios y una respuesta del hombre. Dios no quiere formalismos o ritualismos vacíos de interioridad, quiere misericordia y un corazón convertido y fiel. La misericordia y el conocimiento de Dios son mejores que los sacrificios. 

El profeta escribe probablemente a la vista de uno de aquellos días de penitencia nacional, tan habituales en Israel en momentos de dificultad, ante la inminente invasión asiria (cfr. 1 Re 8,31ss; Jer 3,21ss). Y, tal vez, sea una composición de "liturgia profética", dedicada a fechas penitenciales.

Con este texto de bellísimas imágenes, el profeta aborda el núcleo de una constante bíblica: Dios hace fecundos los actos humanos; el hombre solo, con sus solas fuerzas, se evapora, se desvanece y se empobrece; es lo que sucede con holocaustos y sacrificios de la piedad idolátrica (Os 5,11), cuyos efectos son la opresión, la aflicción y la muerte. Así se encuentra el hombre en la ausencia de Dios. En cambio, la búsqueda de Dios y su amor, el conocimiento de Dios, trasfunden amor, misericordia y vida.

Oseas es un profeta encarnacionista, que vivió unas experiencias impresionantes. El caos moral en que vive el pueblo de Israel en el reino del Norte, exigía un fuerte impacto, para volver al Señor. La religión fácil de Baal, su culto sensual que fomentaba las pasiones humanas, habían atraído al pueblo escogido. Esos templos llenos de sacerdotisas que practicaban la prostitución sagrada, como acto de culto, con efectos cuasi sacramentales y mágicos, satisfacían la lascivia, procuraban la fertilidad de los campos y la fecundidad de los animales y de las personas. Oseas, que había desposado a una de aquellas sacerdotisas fornicarias de Baal, la quería y la amó mucho. Pero, ella le correspondió con su infidelidad, incapaz de controlar sus malas costumbres. Con redoblado cariño Oseas consiguió ganar su amor de nuevo, por lo que, desde su propia dolorida experiencia, pudo comprender mejor la queja del Señor. Yahvé amó a su pueblo como a una esposa, que, como la antedicha, le falló y fue infiel. El Señor se encoleriza: "No es ya ella mi mujer, ni yo su marido" (Os 2,4). "Derramaré mi enojo sobre ellos como agua" (Os 5,10).

Cuando el pueblo comprende se arrepiente y trata de convertirse, pero el Señor sabe que su arrepentimiento es fugaz "como nube mañanera, como rocío que se evapora al alba". Quiere una conversión total: "Quiero misericordia, no sacrificios; conocimiento de Dios, no holocaustos"; no ritos vacíos, sino corazones ardientes de amor. Exige retornar y volver de verdad al amor de Dios, que ama siempre y perdona tanta infidelidad. Desea un gran amor en reciprocidad. No se entiende fácilmente que Dios es amor, cuesta creer que Dios ama y que ama tanto, que hasta mendiga el amor del hombre; y es porque lo imaginamos a nuestra imagen y lo vemos con nuestras imperfecciones y sentimientos. Por eso, no conocemos a Dios, ni sabemos de su amor, ni comprendemos la alegría que tiene lugar en el cielo por el  arrepentimiento y la vuelta de un alma a los brazos del Amor de Dios, del hijo pródigo que llega.

Una penitencia predominantemente cultual y ocasional, cuando llega el peligro, no puede salvar al pueblo ni agradar a Dios. ¿Qué significa un año santo de reconciliación si no cambiamos la vida y la convivencia? Reconciliarse, hacer penitencia, no es un sentimiento, sino una acción revolucionaria. Un rito de reconciliación no es la reconciliación; un gesto conciliador y de misericordia superficial deja las cosas igual, no es la conversión. Nada hay tan peligroso como un culto vacío que no responde a lo auténtico, que no tiene sus consecuencias prácticas en la vida. Dios abomina ese culto y todas esas prácticas de penitencia cuando sirven solamente para evadirnos del amor al prójimo y de la justicia.

Los rezos penitenciales no detendrán la catástrofe y el juicio de Dios, pues Dios quiere misericordia y no sacrificios. Dios exige conocimiento y amor; y, en amor a Dios y al prójimo, resumirá Jesucristo su evangelio. Por eso, Mateo pone dos veces en su boca esta frase de Oseas: "yo deseo amor y no sacrificio" (Mt 9, 13; Mt/12/7). El mismo Señor la explicará en el sermón del monte, cuando dice, que, si al ir a ofrecer nuestra ofrenda en el altar, recordamos que nuestro hermano tiene algo contra nosotros... es primero el hermano y luego la ofrenda. Primero el amor y luego el sacrificio. Primero la fe y luego sus manifestaciones.

 

Salmo responsorial

 

     «El Dios de los dioses, el Señor habla, convoca la tierra de Oriente a Occidente. No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.

     Si tuviera hambre no te lo diría, pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?  Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria».

 

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos:

 

     «Hermanos: Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto -tenía unos cien años-, y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación.

      Y no sólo por él está escrito: «Le valió», sino también por nosotros, a quienes nos valdrá si creemos en el que resucitó de entre los muertos al Señor Jesús, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación».

 

 

La tesis de San Pablo, en el cap. IV, consiste en que: Abrahán fue justificado por la fe, no por la Ley. En efecto, dice Pablo, Abrahán fue declarado justo por la fe (4,1-8), antes de la circuncisión; recibió la herencia, en virtud de una promesa, por su fe, fue hecho "padre de los creyentes" y su fe se convirtió en "prototipo" de nuestra fe.

En este texto, el Apóstol presenta a Abraham, modelo de fe para los cristianos. Abrahán ya no tenía motivos humanos para esperar descendencia, pero aceptó la palabra de Dios, que puede hacer lo que parece imposible (Gn 17,1-27). La fe sustenta el convencimiento de que Dios promete y realiza aun lo inconcebible; San Pablo traslada, según el estilo del midrash rabínico, esta imagen de Abrahán, a la vida del cristiano. Los cristianos son justificados, si creen firmemente, aun contra toda esperanza, que Dios ha resucitado a Jesucristo de la muerte a la vida, y que esto es para nosotros el paso del pecado a la justificación. Es el acontecimiento salvador, destrucción del pecado y paso a la nueva vida, a imagen de la muerte-resurrección (cf. 6,1-14).

Así, por la muerte-resurrección de Jesucristo, Dios trasmite la justicia a los que creen. Dios no es manipulable. Abrahán comprendió que el hombre no dispone de Dios, ni por su buena conducta, ni por sus prácticas religiosas. Abrahán trata a Dios a la altura de la Divinidad, no lo acomoda a la medida humana. Esta fe sin condiciones es el mérito de Abrahán; incluso la muerte retrocede ante ella. Si los cristianos creyeran de verdad la palabra viva de Dios, inundarían el mundo de un pode sobrehumano.

El creyente se sitúa ante la nada, lo mismo que el Creador con su palabra, que es la promesa del que puede llamar a los muertos para que vivan. Esta promesa, improbable desde cualquier perspectiva humana, sólo puede aceptarla el que tiene la audacia de la fe. Al dar vida al cuerpo apagado de Abraham, Dios anticipa algo sobre la resurrección de Cristo y el Isaac que nace de la esterilidad puede compararse a Jesús resucitando de la muerte. En esta alegorización, los dos hechos se relacionan, efectivamente, por la fe idéntica que suponen. Esta fe de abandono a la voluntad y al poder de Dios justifica; Dios salva por la fe en Cristo, lo que salva es la fe en Cristo.

 

 

El EVANGELIO, según San Mateo, trae hoy la vocación del primer evangelista. En su encuentro, Jesús lo vio y lo llamó a seguirlo e inmediatamente, sin dilación alguna, Mateo, se levantó y se fue tras Jesús. Esto da razón ocasional a una comida de Jesús y sus discípulos con publicanos y pecadores, que provoca la crítica de los fariseos y la contrarréplica de Jesús.

Mateo, llamado "el Publicano", pertenecía al cuerpo de empleados de Herodes Antipas, encargados de la recaudación, una profesión muy impopular. El puesto de recaudación de impuestos, despacho de aduana, seguramente, estaría en Cafarnaum, puesto fronterizo entre los territorios de Herodes Antipas y de Filipo. En tiempo de Jesús, publicano, cobrador de tributos, es sinónimo de pecador por su mala fama en materia de justicia o equidad y por su falta de sometimiento a la ley de los fariseos. Consideraban "pecadores" a determinadas clases sociales: publicanos, ladrones, prostitutas, paganos, adúlteros, asesinos… Antes de dejarlo todo y marchar con Jesús, Mateo, para celebrar el acontecimiento, prepara un banquete de despedida en su casa, al que acude Jesús como el invitado principal y también los compañeros de Mateo y sus amigos "pecadores" y "publicanos".

Jesús rompe los esquemas y los prejuicios ambientales del pueblo judío. Jesús no tiene en cuenta "etiquetas" ni formulismos en su relación con las personas, frente a la tenaza religiosa de ritos y prácticas, Jesús propone el concepto de comunión y de amor gratuito y desinteresado.

Los fariseos, que se tenían por justos y considerados oficialmente piadosos por el pueblo, se escandalizaron de aquella reunión, pues ellos evitaban escrupulosamente el trato con los publicanos y pecadores. Su crítica se manifiesta abiertamente en la pregunta que hacen llegar al Maestro a través de los discípulos. Son gente de mente estrecha y corazón endurecido, que nunca ha comprendido la actuación del Maestro.

Jesús acepta irónicamente el punto de vista de sus adversarios y, en su argumento, contra ellos, usa sus propias armas. Si los publicanos son pecadores, como afirman los fariseos, es evidente que Jesús debe estar con ellos, lo mismo que el médico debe tratar a los enfermos y no a los sanos. "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios" (Mt 9,9; Os 6,6). La actuación de Jesús con los marginados no es ocasional, ni lo es tampoco la crítica que levanta con su conducta. Los fariseos no comprendían que ellos también necesitaban médico; su orgullo les impedía reconocerlo. Se apoyaban en su propia justicia, la que viene de la ley y no aceptaban que Jesús, también a ellos, les traía la paz, que se empeñaban en rechazar

La ironía de Jesús es evidente, no los considera justos delante de Dios, como tampoco considera a los publicanos pecadores o más pecadores que los fariseos. En realidad, todos somos pecadores delante de Dios, que justifica al impío; es decir, que tiene la iniciativa del perdón y nos hace justos cuando reconocemos nuestro pecado. Aquellos que son considerados pecadores públicos tienen menos dificultad en reconocer su pecado; en cambio, los que son considerados oficialmente justos llegan a creérselo y se apartan así de la salvación de Dios en Jesucristo. Por eso, dice que ha venido a llamar a los pecadores y no a los justos, es decir: a los pecadores marginados por una sociedad hipócrita y no a los justos que no reconocen su pecado. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Busca a los pecadores, porque los ama y no quiere que se pierdan, sino que gocen de su amistad y de su misma vida. El Señor me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar, a los cautivos, la libertad.