La Conversión de San Pablo

III. El ser humano en la experiencia religiosa

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

El hombre Saulo se sintió atrapado y relacionado con el Misterio, del que se consideró dependiente y del que salió transformado y enviado a la gran misión.

En le hecho religioso, la experiencia cognoscitiva humana puede tener dos formas fundamentales: científica y sensitiva. La primera presenta el conocimiento verificable, operativo y cuantitativo. Tal experiencia procede del conocer las leyes naturales, en la que se basan y operan las ciencias positivas asentadas sobre la verificabilidad empírica. La experiencia sensitiva o de sentido es el modo de acceso cognitivo menos riguroso y exacto, pero no menos humano, ni racional. Es una dimensión existencial humana a la que se responde desde una opción de sentido y valoración que encuadra y polariza la vida. Su principio de racionalidad estriba en la búsqueda de sentido último y definitivo con que iluminar y esclarecer el misterio de las realidades que se presentan al hombre.

El ser humano sitúa el hecho religioso en el contexto de su experiencia. El suceso de Damasco hay que situarlo en la experiencia de Saulo: en su mundo, en sus circunstancias, en el fragor de sus cosas y actividades, en relación consigo mismo y los otros.  Es “el yo y sus circunstancias” de que habla el filósofo Ortega.

 En el encuentro experiencial, queda afectada toda su vida de forma profunda y radical, de modo que hay un antes y un después de rotundas consecuencias y alteraciones vitales: del perseguidor pasamos como en un zarpazo al evangelizador.

 Damasco supone una situación límite en que aflora e inflexiona el destino, sentido y valoración de su existencia, y, al final, el hombre Saulo resurge otro ser, distinto y transformado, el apóstol S. Pablo. Es ahí donde acontece lo sagrado, en el ámbito del Misterio de Dios, y al que apunta como respuesta de sentido a su vocación, a la elección divina, a la que se sintió destinado desde el vientre materno (Rom 1,1; Gal 1,1; 1,15-16; He 26,16).

    

1. Fenómeno trascendental

 

            El fenómeno religioso que representa la existencia de S. Pablo en el cristianismo es un hecho de trascendental importancia.

            S. Pablo es un genio natural sumido en elección y la gracia de Dios y al servicio de la Iglesia; su temperamento es fuerte, rico y dinámico; es intuitivo, enérgico y lógico. Su pensamiento es vigoroso, inmenso y frondoso, elocuente y comunicativo. Pero, lo más sobresaliente es su fe total en Cristo Jesús y la certeza de la vocación y misión que ha recibido.

            Llevó a cabo una labor misionera, en un tiempo y espacio, de las más insólitas e incomprensibles, emprendió una obra descomunal y soportó situaciones dramáticas en una misión especialmente agitada y complicada (2Cor 11,23). Realizó una empresa enorme y extraordinaria con gran esmero en la metodología y en la organización. Fue un hombre de acción. Por la gracia de Dios, en su corazón, latía el interés de hacerse todo para todos (1 Cor 9,22), y sentía fundamentalmente la ansiedad de anunciar el Evangelio a los gentiles hasta los países más lejanos (He 22,21).

            En el aspecto teológico, ha aportado a la Iglesia un bagaje de ideas y soluciones de primer orden. Los estudios religiosos que realizó en la escuela rabínica fueron de gran calidad en cuanto a la preparación de la reflexión y la expresión del pensamiento. La conversión en su fuero interno resultó una revelación esencial que le hizo ver lo inútil de su vida anterior al servicio de la ley; el Dios, por el que se afanaba en la lucha, quiso, por gracia especial y sin él esperarlo, manifestarse e indicarle el camino. La vivencia y al experiencia, las relaciones y las exigencias del apostolado le hacían ahondar y comunicar sus reflexiones y así se produce la concepción del hombre, del mundo y de la historia. En el punto central de su pensamiento, se pueden citar unos cuantos asuntos comúnmente apuntados: la cristología, el ser en Cristo de la existencia del cristiano, la antropología, la justificación por la fe y la teología de la cruz. Está profundamente convencido de que Dios operó de modo definitivo en la muerte y resurrección de Cristo (Gal 1,1.16; 2,2; 1Cor 6,14) y por Él hemos sido salvados (Gal 2,16).

 

2. Su teología: Idea nuclear

      

            El apóstol expresa su teología desde la experiencia del evangelio. Su idea nuclear es la vivencia de la salvación en Cristo. Su escatología, su fe y su esperanza se reunieron en Cristo Jesús (Gal 2,20), por esa vía entendió el misterio de Dios y su vida para dedicarla a su servicio. Cristo es la salvación; el mismo que el pueblo rechazó y mandó como maldito a la muerte y esta de cruz (Gal 3,13; Dt 21,23). Descubre que Jesús es el Hijo de Dios (Gal 1,16) y que, tras ser crucificado, siguiera vivo, fue la revelación de su vida. La verdadera sabiduría está en Cristo crucificado, la sabiduría de Dios es Cristo Jesús, y fue enviado para revelar a Dios y redimir al mundo.

            El nuevo orden, la nueva creatura se expresa en una identificación íntima de Cristo y el cristiano. Los cristianos están en Cristo y Cristo en los cristianos (Rom 8,10; Gal 3,28). Cristo rige, ordena, establece y hace posible la vida del cristiano.

            S. Pablo usa el concepto del cuerpo para indicar la comunidad de creyentes; el cuerpo es la imagen de la iglesia, un solo organismo que cuenta con muchos miembros (Rom 12,4-5) viene a significar la unidad entre una diversidad de componentes (1 Cor 12,12-30). Expresa que el creyente es pertenencia de Cristo, que participa como comunidad del cuerpo y de la sangre de Cristo.

            El mensaje de Jesús es realización de salvación para el que tiene fe y cree (Rom 1,16). La salvación se ha conseguido con Cristo; pero hay que esforzarse y ocuparse con el trabajo en la propia salvación permitiendo que Dios actúe en la transformación de cada uno en la participación personal en la muerte de Cristo. El cristiano entroncado en Cristo vive en Él y con Él. La resurrección de Jesús es la fuente y el soporte de la nueva vida y el principio que la ha ce posible; pero la resurrección del cristiano se detiene y remansa en la espera.

            La salvación es liberación del pecado y de la carne, la naturaleza humana pecadora. El pecador pierde su relación justa con Dios. El cristiano vive en el dominio de Jesús y en poder del Espíritu; lo carnal pervierte la conducta en la relación con Dios, consigo mismo y con los demás. Carne y pecado viene a ser un poder que subvierte el orden, somete y denigra al individuo.

            La fe es para S. Pablo el acto sencillo de aceptar el amor de Dios, el convencimiento de la acción salvífica, el acoger el mensaje evangélico; la fe no es causa sino efecto de la gracia divina (Rom 3,24; 4,4.16; Gal 2,21); la fe produce el cambio y es la condición para vivir la vida en Cristo. La fe supone confianza en un Dios que la merece por lo que ha realizado en Cristo por nosotros.

 

3. Reconciliación-redención

 

            El tránsito de la vida vieja a la nueva lo expresa con el término de la reconciliación que indica la responsabilidad humana en el estado de pecado y comporta la restauración; y el de redención que incide en la imposibilidad de procurarse la salvación y exige la ayuda y el remedio de otro que viene y salva. Su doctrina de la justificación tiene su origen en la imposición de la ley. La fe es el modo de asegurar la universalidad de la salvación en Cristo. La justificación es el restablecimiento actuado de la justa relación con Dios. Justificación, reconciliación y redención son efecto de la muerte de Cristo. El creyente por la fe pasa a participar de la muerte y resurrección de Cristo (Rom 6,3). Morir con Cristo es la manera de ser en Cristo; en la muerte con Él, se libera de la esclavitud anterior; en la vida con Él, se adquiere un único Señor y un único servicio.

            S. Pablo, desechando la ley como norma de vida del creyente, se ocupa del aspecto moral de la existencia en Cristo. El justificado por la fe no ha de inquietarse por lo que es bueno o malo (Rom 3,8; 6,1.15); el fin de la práctica cristiana no se centra en cumplir preceptos, sino en vivir la fe con el amparo del Espíritu (Rom 7,6; Gal 5,25). La norma de vida del creyente se rige por la doctrina del evangelio. Ser cristiano consiste, para el apóstol, en algo sencillo y, a la vez, muy difícil, es vivir como Cristo, no reproduciendo su conducta, sino reconstruyendo su experiencia, una vida entregada y sometida siempre a hacer la voluntad del Padre y  a la liberación del hombre.

            San Pablo expone a los cristianos un solo precepto: buscar y hacer en su vida lo que quiere Dios y querer al hermano, como único horizonte de vida, al que dirigirse.