Cartas Paulinas

Primera Carta a los Tesalonicenses 

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

INTRODUCCIÓN

 

San Pablo evangelizó Tesalónica en su segundo viaje, quizás ­en el invierno del años 49-50. Era y es una ciudad populosa, la segunda en importancia después de Atenas. Situada estratégicamente al fondo del golfo, su puerto era uno de los mejores en comercio y seguridad del mar Egeo.

            Quedó organizada elementalmente una comunidad cristiana, que se mantuvo fiel a la enseñanza recibida (1 Tes 1,2-10) y rechazó eficazmente el ambiente pagano siempre seductor y ame­nazante (1 Tes 4.1-12), a la vez que las conti­nuas presiones y asechanzas provenientes de la comunidad judía muy activa y beligerante en aquella ciudad (1 Tes 2,13-16). Previendo las di­ficultades, Pablo les envía desde Atenas a Timoteo, quien regresa unos meses después con buenas noticias, pero también con algunos problemas sobre la campaña judía de descrédito contra Pablo; se vis­lumbran restos de costumbres paganas y, so­bre todo, han surgido dudas sobre la situación de los que mueren antes de la venida gloriosa del Señor. Por lo cual, decide escribirles. Lo hace en Corinto, probablemente el año 50.

            No existen dudas sobre la autenticidad paulina de esta primera carta a los Tesalonicenses, que parece ser el primer escrito del Nuevo Testamento, para el que San Pablo, casi con seguridad, se sirvió de Sílas y Ti­moteo como amanuenses.

 

2. Estructura

 

            Esta es la primera carta de San Pablo, con la que inicia su andadura de escritor cristiano. La carta tiene su mejor conti­nuación en la dirigida a los Filipenses, cote­rráneos suyos. Presenta la siguiente disposición:

 

                        1. Saludo (1 Tes 1,1)

                        2. Núcleo de la carta:

                                    I. Acción de gracias (1 Tes 1.2-3,13, que se prolonga en los tres capítulos (1 Tes 1,2: 2.13: 3.9).

                                    II. Permanente tono parenético: instrucciones, exhortaciones, recomendaciones, avisos.

                        3. Epílogo y despe­dida (1 Tes 5,23-28),

 

3. Contenido

 

            No trae pro­fundas y sistemáticas disquisiciones teoló­gicas. Pablo se dirige sobre todo al corazón: gozo, congratulación, reconocimien­to, avisos, plegarias, palabras de aliento y desconsuelo. Todo ello expuesto con calor, casi con pasión, con un ardiente de­seo de convencer.    

            Tiene esta carta el encan­to de ofrecer la descripción viva de una co­munidad joven y fervorosa sólo veinte años después de la fundación de la Iglesia, y el mérito de anunciar ya gran parte de los temas que Pablo va a desarrollar con más amplitud posteriormente:  la misión apostóli­ca, el desarrollo y consolidación de la Iglesia, la dimensión trinitaria de la vida cristiana, el misterio del mal, y los acontecimientos finales de la historia de la salvación.

           

I. Acción de gracias

 

            El saludo es efectivamente conciso. Palabras escuetas, pero llenas de contenido teológico. La carta es de dimensiones modestas y más pastoral que doctrinal.

            San Pablo la dirige a la iglesia de los tesalonicenses. ­Es confortante constatar que el nombre "iglesia" resuena ya en la primera página del Nuevo Testamento. Pablo escribe a una comunidad de fe. Le interesan.los individuos, pero, en línea con el pensamiento bíblico, su objeto es, en primer lugar, la comunidad de salvación; y, aunque el término iglesia designe directamente la comunidad cristiana local, se refiere a la Iglesia Universal en cuanto nuevo pueblo ­de Dios. San Pablo tiene clara conciencia de la realización concreta y única de la Iglesia de Jesucristo.

            Resalta la mención de la fe, el amor y la esperanza como realidades constitutivas de lo específico cristiano; los tres componentes fundamentales de existencia cristiana, están agrupados (1 Tes 3,6-8; 5,8), sin duda, en una formulación anterior a esta carta. Son muy significativos los calificativos que emplea el Apóstol; es una fe activa, un amor esforzado, y una esperanza firme. En efecto, el cristiano que cree, alcanza la salvación y la luz, mientras el increyente pertenece a las tinieblas (1 Tes 4,14; 5,5); la fe ha de encarnarse en la vida con energía dinámica y operativa que conlleve la conversión (1 Tes 1.9) y el servicio (1 Tes 3,6.10.12; 5.8). El cristiano ama, tiene que amar, no de forma sentimental, el amor de veras exige desprendimiento y generosidad; por eso reseña el esfuerzo del amor y, a la vez, previene contra el cansancio. El cristiano espera. Su esperanza lo proyecta hacia un futuro sublime y glorioso (1 Tes 4,17) y, por ello, anda en inagotable alegría, mientras que los que no esperan, van abrumados bajo una irremediable triste­za (1 Tes 4,13). Pero, el cristiano, que aguarda, no se coloca fuera del mundo, debe, con responsabilidad, vivir en el mundo intrépidamente aquí y ahora en la realidad de esta historia.

            Con un claro mensaje pedagógico y teológico, invita a los tesalonicenses, que a pesar de sus tribulaciones, acogieron el evangelio con profunda alegría,  a constatar que ninguna dificultad podrá impedir la difusión del Evan­gelio ni amedrentar a sus anunciadores, por­que defienden la causa de Dios, el Evangelio de Dios (1 Tes 2,4.8.9). Se trata de comprender que, aunque el mensaje se haya de adaptar siem­pre a las distintas circunstancias históricas y culturales de los destinatarios, nadie pue­de adulterar su contenido con el fin de agradar a los hombres (1 Tes 2,4). Anunciar el Evangelio exige voluntariosa entrega de la propia persona, como una madre que cuida de sus hijos, como un padre dispuesto a dar la vida por su familia (1 Tes 2,7-8.11). El anun­cio del Evangelio tiene que ser ante todo un servicio de amor. No imponer, sino proponer. Y proponer siempre con amor.

            En 1 Tes 2.15-16, se halla una du­rísima invectiva antijudía, entre la que Pablo menciona por primera vez los temas de la salvación y el de su específica tarea de apóstol de los gentiles.Sorprende la crudeza de la polémica con sus compatrio­tas judíos; además de hacerles res­ponsables de la muerte de Cristo, se ade­lanta al conocido historiador romano Tácito, al acusarlos de “alimentar un odio visceral contra todos los demás hombres” (Tácito. Hist. V. 5). ¿Como se compagina este pasaje con Rom 9-11 donde el apóstol manifiesta un amor entrañable por todo el pueblo judío para el que prevee una futura salvación definitiva? La dificultad, aunque es seria, cabe explicar que, entre 1 Tes y Rom, han pasado siete años y el pensamiento puede haber experimentado un significativo cambio,  tanto en sentimientos, como en perspectiva teológica. En efecto, cuando escribe 1 Tes acaba de pasar amargas experiencias con los judíos (Act. 17,5-7.13; 18,6) y es posible que esté pensando en ese grupo reducido de judíos enemigos acérrimos del Evangelio, imitadores de quienes mataron a Jesús. Por otra parte, en este momento de su vida, Pablo aún está convencido de la inminencia de la venida gloriosa del Señor. Será el juicio de Dios anunciado por los Profetas (Is 13,9). en que el Israel infiel tendrá necesariamente que perecer. Sólo un resto se salvará.

            La comunidad cristiana de Tesalónica es fruto de la palabra de Dios proclamada. a través del Apóstol, palabra escuchada, aco­gida y vivida. Pablo quiere a los tesalonicenses y expresa su profunda añoranza por esa comunidad; se siente huérfano sin ellos. De ahí que manifieste unos deseos incontenibles de volver; dice que los tesalonicenses son su esperanza, su corona de gloria, su alegría, lo mismo que años más tarde dirá de los cristianos de Filipos (Flp 4,1). Deseaba estar con ellos. Pablo entendió que en aquel mo­mento sólo podía hacerlo por carta. Y nació la primera carta del Nue­vo Testamento. Nació del amor de un após­tol por su comunidad.

            Concluye Pablo la primera parte de la carta con una reiterada acción de gracias, un de­seo y una súplica. Acción de gracias porque las bue­nas noticias que le han llegado, está seguro, se deben al auxilio y la intervención de Dios. Un deseo ardiente de volver a Tesalónica por­que resta aún mucha tarea por hacer. Y una súplica en la que Pablo quiere dejar bien claro que lo más im­portante en la vida cristiana es crecer y sobreabundar en el amor, el amor que contempla a Cristo, un amor desinteresado, compro­metido y práctico que no huye de los problemas concretos del mundo presente.

 

II. Parénesis: Instrucciones (4,1-5,22)

 

            Esta segunda parte se ocupa del presente y el futuro. Las expresiones que la inician: os rogamos, os exhortamos, y las formas imperativas que siguen son el hilo conductor de la exposición (1 Tes 4,1-2.10; 5.4-6.12-14). Subraya, con énfasis, las exigencias propias de una vida consagrada a ­Dios (1 Tes 4,3.7) y el constante esfuerzo y progreso que ha de guiar la vida del cristiano.(4,1.10; 5.13). San Pablo no separa doctrina y conducta, no se puede pensar en cristiano y actuar en pagano. La única cuestión importante es seguir la palabra de Dios y de Jesucristo (4,1-3.5-9.15; 5,9.12.18), que es la luz espléndida que ilumina la vida cristiana.

            San Pablo los exhorta a la castidad. En el ambiente permisivo de la abigarrada Tesalónica, existen problemas de conducta sexual. La vocación cristiana exige hacer fren­te al libertinaje y al desenfreno en lo referente a la vida conyugal. Aconseja (4,4) que cada uno posea su vaso. Esta expresión debe interpreta­rse en relación con la vida matrimonial casta, una condena clara del adulterio. Las comunidades cristianas, tienen que confrontar seriamente su comportamiento se­xual con los principios evangélicos y saber que no pueden abandonarse a los ca­prichos del instinto pasional. El mensaje de Pablo resulta válido e incidente en cualquier época.

            Invita al amor y al trabajo (4,9-12). El amor es la esencia de la comunidad cristiana. San Pablo relaciona estrechamen­te amor fraterno y trabajo, para subrayar que el amor auténtico no es el que anda esperando sim­plemente recibir, sino el que pone su esfuerzo en dar (Hch 20,35). Él mismo dice más arriba (2,9) que su trabajo manual en Tesalónica fue sobre todo una manifestación de su amor por ellos. Llevar una vida de parásito no es precisa­mente una forma de amar, en tal caso, el amor resulta estéril e ineficaz. Cual­quier trabajo, lejos de envilecer, dignifica a todo cristiano.

            La suerte de los difuntos (4,13-18) era, sin duda, una de las probables lagunas en la formación cristiana de los tesaloni­censes. Puede que el Apóstol no les haya hablado suficientemente de la re­surrección de los rnuertos. La venida gloriosa de Cristo era para ellos algo tan inminente que la muerte de algunos los sorprendió y les hizo pensar.

            Precisamente, por aquellos días, la parusía preocupaba de modo especial a la comunidad de Tesalónica. San Pablo responde a las pre­ocupaciones y preguntas de los tesalonicenses (1 Tes 4,13-5,11) exponiendo que Cristo vendrá a clausurar la historia humana, y todo el que por la fe par­ticipe en su muerte y su resurrección, esté rnuerto o vivo, alcanzará la salvación. Lo verdaderamente decisivo es estar siempre con el Señor, no en el cuando se muere, sino en alcanzar la salvación.. Lleno de esperanza, el cristiano debe mantenerse en todo momento alegre y animoso. La raíz última de esta es­peranza es la fe en el poder de Dios que lo mismo que ha arrancado a su Hijo Jesucristo de las garras de la muerte, arrancará tam­bién a los que crean en él. Existe una misteriosa y feliz corres­pondencia de destino entre Cristo y los cristianos. Todo lo demás es accesorio, pues, en realidad pertenece al misterio. Por esto, San Pablo utiliza el género literario apocalíptico, que evoca el proceso de la acción divina mediante símbolos e imágenes, muy en boga por aquel memento.

            Toda la Iglesia cristiana primitiva vivió una singular tensión escatológica centrada en la espera anhelante del Señor. Si el acontecimiento cumbre de la historia salvífica, la Resurrección de Cristo, ya se había realizado, la consumación de esa historia tenía que estar cercana. Es posible que en estos primeros años de la Iglesia asistamos a una especie de transposición de perspectivas. La proximidad teológica -que pertenece a la revelación- se llega ha confundir con la proximidad cronológica -deseo irresistible de que la obra de Cristo alcanzase su meta final-. San Pablo pudo participar de este deseo dejándolo traslucir en sus cartas (cfr. 1 Cor 15, 51-52). Sin embargo, lo importante no es el tiempo de la salvación, sino la salvación misma, "el estar siempre con el Señor" (1 Tes 4, 17). En consecuencia en la actitud de preparación y vigilancia, pues, la fecha de los acontecimientos, de acuerdo con la primitiva tradición, se desconoce, es como el ladrón que irrumpe (Mt 24,42-43; Lc 12,39).

            Aborda asuntos sobre la organización de la Iglesia y exhorta a revitalizar la vida comunitaria. Ruega San Pablo (5,12-13) consideración para quienes los presiden y aconsejan. Dato, sobremanera interesante que confirma lo transmitido por el libro de los Hechos sobre la constitución de las comunidades cristianas y que contradice la pretensión de la escuela bultmaniana de que las primeras comunidades eran acéfalas, sin guías ni responsables. Especifica la relación de la comunidad en tres ruegos: "Pide" a la comunidad que preste la debida atención a los dirigentes (5,12-13); la "Exhorta" en su conjunto a que recuerde las directrices más importantes de la vida cristiana (5,14-22); en fin, San Pablo eleva su mirada a "Dios" (5,23) y le confía la comunidad para que pueda realizar con una santidad total su vocación (5,23-24)

            Presenta una comunidad estructurada: Hay unos que "presiden" con el encargo de educar y corregir y ejercen el servicio en nombre y autoridad de Cristo. No sabemos mucho sobre estos presidentes, pero sí, que existen. El trabajo de los responsables no dispensa a la comunidad de un servicio activo a todos los niveles. Una comunidad así lanzada conseguirá vivir plenamente aquella liturgia continuada de la vida con todas sus implicaciones. Como él mismo dirá: dónde está el Es­píritu del Señor, está la libertad.

 

Epílogo

 

      San Pablo se despide y termina la carta con una ardiente sú­plica a Dios (5,23-28). Las exigencias expresas en las exhortaciones a los tesalonicenses pueden parecer un deseo irrealizable. Pero no lo es. Dios puede y quie­re proveer con su constante aliento y hacer realidad el esfuerzo; hace posible lo imposible. Dios ha comprometi­do con los hombres su fidelidad y, por mucha que sea la fragilidad humana, mayor es la fidelidad de Dios. El Antiguo Testamento es bastante explícito en la cuestión (Nm 23,19; Dt 32,4; Is 55,3; Jer 33,20-21: Os 1-3; Sal 89) y tajante el Nuevo (Rm 3,3-7;9,6; 1Cor 1,9; 2Tes 3,3; Tim 2,13; Tit 1,2; 1Jn 1,9; Heb 10,23; 1Pe 4,19).

            En el saludo final, se encuentra el primer testimonio del abrazo de paz que, desde la más remota antigüedad se daban los cristianos en la Santa Misa Eucarística. Y la primera constatación de que las cartas fueron leídas en la asamblea y conservadas con gran cuidado y respeto.