Dios, Padre

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Jesucristo, que reza con frecuencia, quiere enseñar a orar, aconseja: "Rezad así: Padre nuestro..." (Mt 6,9). La relación con Dios ha de entrañar la familiaridad y la confianza de hijos. Dios es nuestro padre, porque Él nos ha dado el ser y el existir, porque de Él procede todo bien (2 Cor 5,18}, el don de la nueva vida en Cristo (Rom 8,15): "la gracia y el don de la .justicia" (Rom 5,17); el don de la fe, garantía de nuestra salvación (Ef 2,8). "Todo don perfecto y todo don excelente viene de lo alto, del padre de las luces. El nos ha engendrado" (Sant 1,17-18). Pero, al mismo tiempo, debemos relacionarnos con Él con el debi­do respeto y nunca con miedo, porque es padre. A Dios no hay que temerlo, hay que amarlo.

El llamar padre a Dios, es el acto de reconocimiento de que es la fuente de la vida, el poder supremo, la misericordia infinita; que vamos a Él y le hablamos con amor y con respeto. La palabra "padre" expresa, por sí misma, el amor, y, referida a Dios, un amor infinito a los hom­bres, manifiesto en la generosa entrega de su Hijo Único por la salvación del mundo (1 Jn 4,1 l). Y, como es Padre lleno de bondades, satisface nuestros deseos, aguanta nuestras impertinencias y comprende nues­tras debilidades y tropiezos:

"En siendo padre, nos ha de sufrir, por graves que sean las ofensas, si nos tornamos a él, como el hijo pródigo, hanos de perdonar, hanos de consolar..., hanos de regalar, hanos de sustentar" (Santa Teresa C 44,1)

Por nuestra parte, al atrevernos a llamarle padre, nos compromete­mos a portarnos como hijos:

"Con toda humildad hablarle corno Padre, pedirle como Padre, regalarse con él como con Padre" (Santa Teresa C 46,2}

Así procedía San Pablo, con toda familiaridad llena de confianza, de amor y de respeto. Le tiene tan presente en su vida, que todas sus; cartas las comienza saludando a sus destinatarios con el augurio de la gracia y la paz de parte "de Dios, nuestro Padre"


1. Oración de hijos


Jesucristo, siempre que rezaba, invocaba al Padre, expresando su filiación: Padre, pase de mí este cáliz (Mt 26,39). Padre, yo te alabo (Lc 10,21). Padre, perdónalos (Lc 23,34). Padre, te doy las gracias (Jn 11,41).

El Verbo Encarnado es el Nombre del Padre, como lo indica S. Juan:

"Padre, glorifica tu nombre" (Jn 12,28). "Padre, glorifica a tu Hijo" Jn 17,1).

El texto de Juan 1,14 podría traducirse así: "El Nombre se hizo carne y habitó con nosotros". La misión reveladora de. Jesucristo consiste fundamen­talmente en la manifestación del nombre del Padre: "He manifestado tu nombre a los hombres (Jn 17,6) con lo que Jesús revela que Dios es Padre. Tal manifestación de Jesucristo tiene un sentido ge­neracional y eterno (el Hijo) y, a la vez, regeneracional en el tiempo (los hijos).

Pedir en nombre de Jesucristo significa dirigirnos a Dios como a un Padre, pedirle en su calidad de Padre, que indica la idea de su be­nevolencia y la seguridad de alcanzar lo que se pide, pues:

"¿Qué padre, entre vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?` (Lc 11,l l}.

Jesucristo, al enseñar a orar llamando a Dios Padre, quiere que dirijamos la oración desde la confianza filial. Por eso, exhorta reiteradamente con es­tas palabras:

"Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo concederá (Jn 16,23). "Hasta ahora no habéis pedido en mi nombre" (Jn 16,24).

Siendo Dios nuestro Padre, tiene la obligación de atendernos y noso­tros el derecho a ser atendidos. Es verdad que el hombre ante Dios nunca puede exigir derechos, pero si Él, por puro amor, ha querido ser nuestro Padre y hacernos hijos suyos, no estamos faltos de razón al esperar confiadamente lo que le pedimos.

Hasta ahora no se había pedido de este modo, porque la paternidad de Dios era un secreto escondido. Pero después de la revelación de Jesucristo, hay que acudir a Él, como se va a un padre. No se trata de pedir a Dios en nombre de Jesucristo, apoyándonos en sus pala­bras, poniéndole a Él por intermediario, acudiendo a sus méritos, sino de pedir directamente al Padre, sin la intercesión de Jesucristo. El Hi­jo sube al Padre y el Hijo es el nombre del Padre. Pedir en el nombre del Hijo es pedir directamente al Padre.