Dios, Padre II

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

2. Hijos por el Hijo 

Dios por su infinita misericordia nos ha hecho sus hijos. Por el Hijo Unigénito, somos hijos, hermanos y herederos de pleno derecho.

Dios expresamente lo ha querido: 

"Como prueba de que sois hijos, Dios ha enviado a vuestro corazón el Es­píritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre! De suerte que ya, no sois escla­vos, sino hijos" (Gal 4,6). 

No tenemos dudas Estamos convencidos de que somos hijos porque el Espíritu, que está en noso­tros, nos hace llamar Padre a Dios. Si no fuésemos, de verdad, hijos, no podríamos llamarlo "Padre".

La filiación ganada por Cristo hace que el Padre nos adopte en su amor: 

"Por puro amor, nos ha predestinado a ser hijos adoptivos" (Ef 1.5) . "Mirad qué grande amor, nos ha dado el Padre al hacer que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos de verdad" (1 Jn 3,1). 

Hemos obtenido y recibido tal filiación en el nacimiento nuevo por medio "del agua y del Espíritu" (Jn 3,5) y por la palabra de la verdad (Sant 1,18), que nos hace "participes de la naturaleza divina" (2 Pe 1,4), lo que significa que se trata de una adopción más que adoptiva que aquí y ahora no está plenamente manifestada.  

"Queridos, desde ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo ve­remos tal cual es" (1 Jn 3,3). 

Después, cuando subamos al Cielo, conoceremos en qué consiste el que "seremos se­mejantes a él", es decir, el conocimiento en plenitud de esta filiación mis­teriosa que ya está realizada y en cuya plena realización vivimos expectantes: 

 "Nosotros gemimos dentro de nosotros mismos esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23). 

El hombre, la persona -alma y cuerpo-, será transfigurado en la luz divina, cuando "lo veamos cara a cara" (1 Cor 13,12) y en su luz veamos nuestra luz (Sal 36,10). Las almas no andan solas, ni pueden andar solas. Su razón de ser es la de informar al cuerpo y de consti­tuir la persona humana  que será glorificada.

San Pablo piensa que el punto final, la culminación de la redención es­tá en función del cuerpo que un día -en el instante mismo de la muerte- será glorificado. Esto significa, entre otras cosas, que me­nospreciar o maltratar el cuerpo, como si fuera el origen de todos los pecados, o la encarnación misma del pecado es situarse en confron­tación con los planes de Dios. No se sabe dónde está el límite del pecado. Sólo Dios, Padre, puede marcarlo, es el único que lo conoce, y así lo expresa con su palabra revelada contenida en las Sagradas Escrituras, norma de nuestra vida y medida firme de la ver­dad.

No hay enfrenta­miento con el cuerpo, no  consiste la perfección espiritual en el "agere contra". Dios Padre no manda que nos martiricemos, quiere que se viva con el cada día, porque “vuestro Padre Celestial sabe lo que necesitáis” (Mt 6,32) y admiremos la vida y la naturaleza con sus maravillas que generosamente nos ha dado. “Vosotros buscad el Reino y su justicia que todo lo demás se os dará por añadidura (Mt 6,33).  

3. Herederos con el Hijo 

El hombre es un privilegiado de la Providencia Divina. Ha sido elegido por Dios Padre para ser "hijo en el Hijo". Y a su hijo lo constituyó "heredero de todas las cosas" (Heb 1,2). Y con Él, "Primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29), nosotros somos hermanos y, por ello, herederos. Dios puede, si así lo quiere, darnos la gracia de la fi­liación, y, si lo permite y la concede, tenemos derecho a todo lo que de su Gracia supone y conlleva, como es acceder a su Reino en todo derecho, obtener la herencia de la Gloria Eterna, y disfrutar en rigor la titularidad de coherederos con Cristo: 

"Si somos hijos, somos también herederos, herederos de Dios y coherede­ros de Cristo" (Rom 8,17). 

El derecho a la herencia del padre, lo tienen igualmente los hi­jos naturales y los adoptivos: "Si eres hijo, eres también heredero por la gracia de Dios" (Gál 4,7).

El cristiano está llamado a administrar la hacienda del Señor. Ya en el acto sagrado del bautismo, dios Padre, por su Sacrosanta Voluntad, sellándonos con su filiación, derramó en nuestros corazones el Es­píritu Santo que nos renueva que nos renueva interiormente, nos hace nuevas criaturas con el agua viva que salta y fluye como ríos. De modo que, “justificados por su gracia, llegamos a ser herederos de la vida eterna" (Tit 3,7). Una vez que el cristiano pasa por "el baño de regenera­ción" (Tit 3,6), es un ser nuevo, revestido de vida nueva y heredero, por derecho, de las posesiones gloriosas en su estadio definitivo y eterno, "tal y como ahora lo esperamos" (Tit 3,"7), pues los creyentes "están destinados a heredar la salva­ción" ( Heb 1,14) en el Reino de Cristo.  

4. Hijos y libres 

Una vez redimido el cristiano es hijo de la "ley perfecta, la ley de la liber­tad" (Sant 1,25), "la ley regia de la Escritura" (Sant 2,8); "la ley de Cristo" (Gál 6,2) que no es otra que la ley del Amor Insondable, y ya se siente úni­camente amarrado por el amor, esclavo del amor de Cristo.

Jesucristo ha liberado al hombre, lo ha hecho libre (Gal 5,1.13). Ha sido manumitido, ha pasado del ré­gimen de esclavitud al estado legal de la libertad espiritual. Tiene autonomía respecto al cumplimiento exigido por la ley mosaica, pe­ro no deja de cumplir lo bueno que tiene la ley (Rom 8,4). "Jesucristo es el fin de la ley" (Rom 10,4) y el comienzo de la nueva era de la Gracia.

El cristiano ha quedado sometido a la “ley del Espíritu", actúa a impulsos y bajo el dictamen del Espíritu. La ley esclaviza y la gracia libera. Aco­gido a la ley de la gracia, se ha emancipado de la ley que lo tenía aprisionado (Rom 7,6). Se mueve en libertad. Todo le está permi­tido y ya no es esclavo. Ya, todo es bueno (Rom 14,20), pasee el Espíritu y donde hay Espíritu hay libertad (2 Cor 3,17). "Si estáis guiados par el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Gál 5,18; Rom 7,6) Como hijo de Dios Padre, vive en la verdad y la verdad lo hace libre (Jn 8,32)

El fundamento último de esta libertad, de carácter eminentemente espi­ritual, está en que somos hijos de Dios (Gál 5,26), al que se puede llamar Abba-Padre, y, por tanto, ya no se es esclavo (Gál 4,6). 

                   "No están bajo el dominio de la ley, sino bajo la acción de la gracia" (Rom 6,15). 

Hemos sido salvados y justificados por Jesucristo, ya "para el justo, no hay ley" (1 Tim 1,9), pero el "justo" es aquel en el que habita el amor, el que es amor (Rom 5,5). Están, por tanto, sometidos a la ley suprema y única del amor, la cual, siendo libres, los hace esclavos de todos, pues no hay mayor fuerza esclavizadora que la ley del amor. Así, San Pablo puede decir a los Corintios: 

            “Libre, de hecho, como estoy, me hago esclavo de todos, para ganarlos a todos” (1Cor 9,19). 

Así es la auténtica libertad, la libertad del que se hace esclavo de los demás y por los demás. Es la plena y absoluta entrega al hermano por amor a Dios y al prójimo.