XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo10,26-33: No temais, nada hay oculto

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Jr 20,10-13; Sal 68,8-17.33-35; Rm 5,12-15; Mt 10,26-33 

 “En aquel tiempo dijo Jesús: No temáis, porque nada hay oculto que no haya de descubrirse; ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea.

No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed al que puede destruir el alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno sólo cae al suelo, sin que lo disponga vuestro Padre. Y vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados; no temáis, pues, vosotros valéis más que una bandada de pájaros. Al que me confiese ante los hombres, yo también lo confesaré ante mi Padre del cielo; pero a quien me negare delante de los hombres yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos”. 

Lectura del Profeta Jeremías:

    “Dijo Jeremías: … El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará.

     Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón,  a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos”. 

El texto pertenece a las  denominadas "confesiones de Jeremías, en las que el alma lírica del profeta se duele de la calumnia y persecución. Es el grito agudo y desgarrado del que antepone su fe y la palabra divina a las veleidades del poder humano.

El profeta Jeremías, elegido y enviado por Dios para anunciar su palabra, es perseguido a muerte, por sus enemigos, pero él confía en el Señor, seguro de que lo librará del sufrimiento, del dolor y la angustia. La persecución, lejos de desalentarlo, lo vigoriza y le abre la intimidad con Dios. En la dura prueba, siendo inocente, se mantiene fiel y entregado, a quien no se olvida de los pobres. Tuvo que vivir un tiempo muy revuelto; derrotado el imperio asirio, adviene el babilónico. Sometido el reino de Judá por Nabucodonosor, de la gran reforma religiosa de Josías en 622, se pasa a una etapa religiosa sincretista bajo el reinado de Joaquín. El profeta denuncia la superficialidad del culto israelítico y la decisión del pueblo y del rey de rebelarse contra el "poderoso". Un comprometido discurso de parte de Dios, en el atrio del templo, con el mensaje de que siendo inútil la resistencia a los babilonios, sólo la rendición abre la esperanza de supervivencia, le acarrea la prohibición de hablar de Dios y, acusado de antipatriota y de alta traición, es encarcelado. Al fin, liberado por el eunuco Ebedmelek, apaleado y destrozado pasa de la muerte a la vida.

Jeremías no escoge su ministerio, es el Señor quien lo llama y lo arrastra sin poder escapar, por lo que sufre escarnio, burla e incomprensión de sus mismos paisanos; llega al extremo de querer dejar su misión profética; sin embargo, no puede renunciar al volcán de la palabra divina que arde en su interior; en medio del lamento y de todos los sufrimientos, el profeta se repone; y, convencido de que lucha al lado del más fuerte, se lanza al frente y lleno de confianza combate por el triunfo de la causa de Dios, de la justicia divina.

La misión del profeta es difícil, nada contra corriente; es la triste tarea del mensajero divino de todos los tiempos (cfr. Am 7,10-7; Hech. 16, 24). El Señor promete su asistencia y protección, pero no el triunfo y la gloria. El relato descubre la actitud del cristiano; ante las dificultades que implica el mensaje de Jesús, sentirá el oprobio, el hazmerreír y dolor, deseará quejarse ante Dios, pero su respuesta ha de ser la fe, la fortaleza y la confianza en el Padre.

SALMO RESPONSORIAL:

   “Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro. Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre, porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas, con que te afrentan, caen sobre mí.

   Pero mi oración se dirige a ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad”  

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos  

     “Hermanos: Lo mismo que, por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado, la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron...

     Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don: si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos”.

 

El Apóstol, esbozando, ante las líneas fundamentales de la existencia humana, responsabilidad colectiva y el dominio de la muerte sobre la humanidad, desarrolla su reflexión teológica sobre la importancia de la obra de Cristo en comparación con el pecado de Adán. El núcleo más importante de la perícopa, no reside en la doctrina sobre el pecado original, sino en la ponderación del don de Dios en Cristo, que, por caridad hacia el hombre, cambia la historia del mal, por la historia de la salvación.

Resaltan principalmente la universalidad de la gracia, su gratuidad, su totalidad. Es esencial la idea de la desproporción existente entre pecado y gracia, la gracia es siempre mucho mayor. Después del pecado consciente de Adán, Dios no da a conocer sus designios hasta la revelación de la ley del Sinaí. Tal pecado personal acarrea la muerte al hombre, aun ignorante de su pecado. Para salir de la muerte, es preciso que Cristo presente el "sacrificio por el pecado" ofrecido en la cruz (Rom 5,6,8,11). El ritual de Expiación, para reparar la grave falta cometida por uno solo (Lev 4,1-3), es asumido por el Siervo Paciente ha tomado el revelo de Adán en su propia persona (Is 53, 10); finalmente, Cristo, ha realizado sobre la cruz, el verdadero "sacrificio por el pecado", salvando a todos los que participan más o menos inconscientemente en la caída de uno solo. El pecado formal, personal de Adán, conduce sin tregua a la muerte y el pecado por ignorancia se repone por la expiación y el sacrificio. La originalidad de su pensamiento estriba en la proclamación de la remisión de ese pecado colectivo por el sacrificio de la cruz.

El paralelismo entre Adán y Cristo no les confiere a ambos la misma importancia a los dos personajes. Jesucristo no es solamente Aquel que ha reconducido una Humanidad descarriada desde Adán;la obediencia y el sacrificio de Cristo no solamente borran la desobediencia de Adán y de su descendencia, sino que se ha convertido en Señor de la vida escatológica, es el inicio efectivo en una nueva economía, hay algo más que una simple expiación o un simple enderezamiento. Es esta una constatación capital para la antropología cristiana. Cristo, no es  simplemente el reparador del desastre provocado por Adán, es que es anterior a Adán; hay que comprender a Adán a partir de Cristo y no a la inversa. Cristo aporta la "vida", "Adán no es más que la figura del que había de venir". Únicamente, Cristo, Señor, posee la clave del misterio del hombre.

Este texto, el más difícil de la carta a los romanos, en su exégesis, es también uno de los más importantes de su teología. Existe solamente Jesucristo y sus figuras sólo tienen su sentido, cuando llega lo que anuncian. Los dos términos de la antítesis Adán-Cristo resultan tan distintos en su comparación, que muy poco importa a la fe cristiana que la ciencia demuestre un día el poligenismo o desvele el ambiente pretendidamente mítico, en que se podría hallar San Pablo al escribir de Adán. La importancia está en que la Humanidad no puede dilucidar la raíz de su existencia, más que desde el señorío de Cristo. A la interpretación de los capítulos del Génesis, en que los rabinos no dan propiamente una explicación sobre el origen del pecado, San Pablo contrapone el marco histórico luminoso de la gracia, la decisión salvífica de Dios. Esa firme voluntad de salvación es Jesucristo. Dios con su capacidad infinita superó el poder del mal introducido por el hombre. Donde hay pecado, abunda la gracia (Rm 5,12-15)

Aunque las traducciones no lo dejan traslucir, en muchas ocasiones la Escritura designa al hombre en general con la palabra "Adán" y a pesar de todas las teorías que hoy se extienden sobre el pecado del mundo, la comparación del Apóstol sigue aportando todo su valor y la realidad que conlleva. El don de Dios ha salvado a la humanidad; la gracia recibida mediante Jesucristo curó las dimensiones terribles de la falta. 

EL EVANGELIO, según San Mateo, trae hoy la última parte de las instrucciones que Jesús da a los Doce al enviarlos a la misión.
         Es característica de este evangelista ordenar diversas palabras de Jesús en unidades discursivas. Esta perícopa pertenece a la segunda unidad, que versa sobre las advertencias que los apóstoles han de observar en su cometido con el Israel descarriado: “Desechad el miedo a los hombres, vosotros valéis más que los gorriones”.

El evangelio es una composición literaria formada por unos relatos aislados que previamente tuvieron una finalidad y un carácter autónomos; fluyendo, pues, en ese cauce de la tradición, alguien, un día, recoge esos relatos y los reúne en diferentes tomos. Así, su interpretación ha de partir del marco y ordenación que les asignó el autor, por lo que es posible que un relato tenga ahora un sentido distinto, al que llevaba en su estado preliterario. La exégesis debe descubrir ese nuevo sentido adquirido; esta conciencia literaria es relativamente reciente, de ahí, que el resultado exegético quizá parezca, a algunos, poco tradicional.

Al proclamar los fundamentos del Reino de los Cielos, Mateo inserta la narración de unas curaciones mediante las que especifica su significado. En razón de su intención, introduce en su obra una oposición a Jesús, representada por los escribas, los fariseos y los discípulos de Juan. Ante esa oposición religiosa, que acusa a Jesús de falta de piedad y de demoníaco (cfr. Mt 9,34), Mateo elabora la necesaria contrarréplica (9,35) de recomendación, de aviso y ánimo, porque esos grupos tienen al pueblo maltrecho y desecho; es preciso un nuevo espíritu religioso, nuevos operarios que no lo dañen ni abrumen.

"Os mando como ovejas entre lobos" (Mt 10,16). Con la triple exhortación "no temáis", nada hay oculto; a los que matan el cuerpo; y valéis más, Jesús intenta que superen el miedo que sentirán en la misión.

La primera, de corte sapiencial-proverbial, es que nada hay oculto que no vaya a saberse; quiere decir que el proceso desencadenado por la palabra de Jesús es irreversible y nadie lo puede detener, por más obstáculos que ponga, incluso métodos mortales. Los discípulos en su fe y adhesión a Jesús deben proclamar abierta y claramente el mensaje del Maestro. Lo que hay que pregonar de día y desde la azotea es la pertenencia a Cristo, por la fe, el amor y entrega personal.

La segunda, que no es a los hombres, sino a Dios, a quien hay que temer. No se trata de los hombres en general, sino de los hombres religiosos, los fundamentalistas, la oposición religiosa no tiene poder real sobre la vida; el único dueño y señor de la vida es Dios. Sólo debéis tener miedo al pecado que os puede llevar al infierno, que es separación de Dios, fracaso total, desengaño eterno. La vida o la muerte dependen de la postura que se tome ante Cristo. El Padre quiere que el mensaje de amor llegue a todos; si, por eso, viene la muerte, es signo del testimonio y Dios está presente, como en la Cruz, dándole la vida y la salvación eternas al que lo predica.

Y la tercera es que han de saber que tienen la protección y ayuda de Dios. No han de temer, sino dar testimonio de Cristo con su confianza puesta en el Padre, pues, si su providencia vela por los pajarillos, apenas sin valor, mucho más protege a cada uno de ellos; deben superar el miedo, porque "todo el que me confiese", el que defienda los intereses de Cristo, pasando por encima de las dificultades, injusticias, postergaciones, sarcasmos y burlas, desprecios y menoscabos, tendrá un buen defensor ante Nuestro Padre, Jesucristo, valedor y garante del discípulo. A la confesión pública del discípulo, Jesucristo corresponde con su reconocimiento ante el Padre; así, el destino de cada hombre depende de la palabra de confesión o negación que Cristo pronuncia sobre él ante el Padre.

Esta formulación general e impersonal trasciende el momento histórico de los Doce. La misión procede y tiene su razón en Jesucristo, es la motivación esencial, asumirla o rechazarla no es indiferente. ¡Dios está de vuestra parte, pequeño rebaño! ¡Dios es padre! Mateo sale así, al paso de una concepción judicial y terrorífica de Dios. Es un estímulo que aboca a una evangelización intrépida y valerosa, cuando se está extendiendo un cristianismo descafeinado y facilón, que venden como un descubrimiento de la auténtica doctrina.

La historia de la evangelización no es sólo cuestión de expansión geográfica, la Iglesia ha tenido que cruzar también muchos umbrales culturales, que han exigido nuevas energías e imaginación para proclamar el único Evangelio de Jesucristo. “La era de los grandes descubrimientos, decía Juan P. II, el Renacimiento y la invención de la imprenta, la Revolución industrial y el nacimiento del mundo moderno fueron momentos críticos, que exigieron nuevas formas de evangelización. Ahora, con la revolución de las comunicaciones y la información en plena transformación, la Iglesia se encuentra ante otro camino decisivo. Internet es un nuevo «foro», entendido en el sentido romano de lugar público, donde se trataba de política y negocios, de la cultura y la vida. Para la Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la aventura de su empleo y,mediante su potencial, proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa seguir el mandato del Señor de «remar mar adentro» (Lc 5,4)”.

Pero, sobre todo, el Evangelio ha de ser anunciado, encarnado en la propia vida y trasmitido de boca a boca, como lo hicieron los primeros cristianos, que convencían por su vida y por su tenacidad en la propagación, a imitación de Jesús: "Coepit facere et docere”. Hacer y enseñar.