XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 13,1-23: Cayó en buena tierra y dio fruto

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 55,10-11; Sal 64,10-14; Rm 8,18-23; Mt 13,1-23 

En aquel tiempo, llegó Jesús junto al lago y acudió tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente quedó en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas: Salió el sembrador a sembrar y, al echarla, parte de la semilla cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas había tierra, y, cuando brotó, en seguida que salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otra, cayó entre zarzas, que crecieron y la ahogaron. Pero el resto cayó en tierra buena y dio fruto, una ciento, otra sesenta; otra treinta. ¡El que tenga oídos que oiga! 

Lectura del Profeta Isaías

Esto dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo. 

            Esta perícopa, perteneciente al epílogo del Deuteroisaías, se inserta en los oráculos de consuelo y de esperanza. La liturgia propone el magno poema (Is 40-55) de salvación y de liberación en exhortación esperanzada a Sión, ante los anhelos de los repatriados tras su humillación. Esta profecía del retorno con sus bellas imágenes parte de la realidad simbólica, para llegar a la realidad humana, que se convierte en signo de los auténticos y verdaderos valores humanos. Hace una cálida invitación al pueblo de Israel, para que busque a Yahvé y lo llame, ahora que se le acerca; argumentando contra los frívolos, impulsa el ánimo de los que desconfían de la salvación prometida; advierte a los desterrados que los planes de Dios y sus caminos no son los de los hombres. Muchas veces, el hombre no sabe o no quiere captar los designios divinos, pues estos planes y proyectos no suelen coincidir con los de los mortales.

El Deuteroisaías invita no ya a los judíos, sino a todos los que están hambrientos y sedientos, al gran banquete escatológico de los tiempos mesiánicos. Basta "tener sed", necesitar a Dios. Es la teología profunda de los "Anawim" o Pobres de Yahveh. La Palabra Divina,  "como la lluvia y la nieve bajan desde el cielo", es fuente de vida y no un simple repiqueteo de "ideas" e "información". Hay palabras y libros que trastornan vidas enteras o abren horizontes insospechados y posibilitan nuevos caminos. El valor de la palabra es como la semilla que el sembrador esparce, como la lluvia y la nieve que empapan la tierra y la fecundan. La palabra del Señor es la predicación del Reino. Cuando Dios habla, comienza una verdadera historia, Dios habla, para salvar a los hombres, es la salvación.

La Palabra de Dios tiene un sentido y es claro que actúa siempre comprometiendo al hombre, exige su cumplimiento y el  dinamismo de la voluntad del creyente, para llevarla a la práctica. La Palabra de Dios está cargada de tensión escatológica; en ella, late el Espíritu Santo, que gime en nuestra alma, es su energía y vibración. Toda la historia de la salvación sucede, porque Dios lo dice, por su “fiat”, por sus designios misteriosos, pero nada llega, si el hombre no escucha a Dios con la radicalidad de la obediencia. Así pues, el anuncio de lo que esperamos es el imperativo de lo que tenemos que hacer; no siempre se cumple como nosotros nos figuramos, es absurdo empeñarse en lo que no será y esperar que se cumplan sin más nuestros deseos y empeños de la vida.

En la teología de la palabra de Dios, no se debe pensar que esa palabra divina es una realidad autónoma y una fuerza que actúa por sí misma, sino, un hecho dialógico, que sucede entre personas; Dios dirige su palabra, para que se escuche y mediante la audición salvar a Israel. Dios es siempre sorprendente, incluso cuando cumple lo que nos había prometido. 

SALMO RESPONSORIAL:

      Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua.

      Tú preparas los trigales, riegas los surcos, coronas el año con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría. Las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan. 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos

      Hermanos: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración no por su voluntad, sino por uno que la sometió; pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios, porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. 

Esta perícopa, una de las más bellas de las cartas del Apóstol, trata sobre la liberación cristiana. El centro de la teología paulina no es el pecado, es la fuerza liberadora de la acción de Dios en Cristo, frente al poder esclavizante del pecado. La justificación (salvación, liberación) nos da la vida nueva: «muertos retornamos a la vida» (6,4; cf. cap 6-8).

Jesucristo es el liberador de la humanidad. El sujeto de la acción liberadora es Dios Padre (3,21-26; 4,23-25; 7,24-25; 8,30-33) y Cristo es el me­diador de esta liberación que lleva a cabo con su muerte y su resurrección (1,4; 4,23-25; 6,6.10; 8,11.34). Pablo trata la fe y el bautismo en su dimensión sacramental; el bautismo incorpora el hombre a Cristo y a la Iglesia. «Por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que, así como Cristo ha resucitado, también compartiremos su resurrección» (6,4-5). El bautizado es un «con-crucificado», un «con-resucitado», un «co-heredero», un «conglorificado», uno que «vive con Cristo» (6,4.8-8,17). En el bautismo, la gracia y la fe reproducen el misterio de la resurrección (6,8-11). En fin, el supremo objetivo de la vida nueva es la conglorificación con Cristo (8,17).

Estamos salvados, pero sólo «en esperanza» (8,24), una esperanza que se apoya en cuatro puntos: a) La creación entera espera la liberación defi­nitiva (8,19-22). b) Nuestro propio ser suspira por «la liberación definitiva de nuestro cuerpo» (8,23). c) El Espíritu intercede por nosotros (8.26-27). d) «El Padre que nos ama, todo lo encamina al bien de los elegidos» (8,28-30). Dios está con nosotros, Dios nos ama. Todo lo demás es superfluo.

Estamos libres del pecado y de la muerte. Si Pablo destaca la tiranía del pecado es para acentuar la eficacia de la obra liberadora de Cristo. Si Dios permite el pecado es porque Jesucristo había de triunfar ro­tundamente de él (5,15-17). Dios utiliza el pecado, para triunfar del pecado (11,32-33; Gál 13,22). La muerte compañera y salario del pe­cado (5,12; 6,23), es vencida en su triple dimensión, física, espiritual y escatológica. Es vencida ahora en su dimensión espiritual, moral, por la que separa el hombre de Dios, fuente de la vida (5, 2.17; 6,4-11; 13,23; 8,10). Será vencida también cuando tenga lugar «el rescate de nuestro cuerpo» (8,18-23). Lo será plenamente al final: «El cristiano muere en el Señor» (14,7-9): El Señor de la VIDA, que ha derrotado a la muerte con su propia muerte, arrastra con él a cuantos participan en su muerte libre y liberadora (6,8-11).

El ser hijos de Dios es una realidad dinámica y en gestación; hemos sido concebidos, pero aún, no hemos nacido plenamente. Aguardamos la hora de ser hijos de Dios, de serlo del todo; el Espíritu Santo, el Espíritu de la filiación divina, que nos anima a llamar "Padre" a Dios, nos ha dado las primicias de la cosecha que está creciendo hasta que consigamos la plena redención de nuestros cuerpos. Sólo entonces seremos plenamente hijos de Dios.

El interés de la reflexión de Pablo está en la síntesis que obtiene mediante la armonización de la solidaridad del hombre con la Naturaleza y su esperanza en un mundo nuevo. Nuestro cuerpo pertenece al mundo presente, participa de sus sufrimientos. La creación, la naturaleza material a la que nuestro cuerpo está estrechamente ligado, está sujeta a sus propias leyes (Is 40,26; 48,13; Ba 6,59-61; Si 16,26-28), que le imponen recomenzar incesantemente sus ciclos evolutivos (Qo 1,4-11) y a mantenerse en unos límites demasiado estrechos para su dinamismo (Jb 38,8-11).

Pablo, en su visión más profética, aduce que esta esperanza cósmica no es vana y la solidaridad del cuerpo humano con el cosmos, en el sufrimiento y la caducidad, se mantiene en esta esperanza, pues goza ya de las arras de la glorificación, que transformará a todo el universo. Esta solidaridad en la esperanza de un mundo nuevo, Pablo la expresa en el estado paradisíaco prometido al universo, que se halla ligado a la revelación de nuestra filiación divina. El día en que ésta se realice en todos los hombres, hasta el punto de transfigurar sus cuerpos, transfigurará igualmente toda la Naturaleza, liberándola de la esclavitud, puesto que el hombre la utiliza al servicio de su egoísmo o afán de dominio y adaptándola al nuevo estatuto de la Humanidad.

La esperanza cristiana se apoya, pues, en la acción salvadora de Cristo y los que han sido incorporados a Cristo caminan firmemente hacia "la plena manifestación de los hijos de Dios", ya que ésta es su vocación: La gloria que se ha revelado en Cristo se revelará también en cada uno de los que viven incorporados a él. Ahora bien, este caminar hacia la plena salvación, Pablo lo aplica también a toda la creación: el universo entero debe regresar a su situación originaria de sumisión y servicio al hombre. Eso significa que el camino del hombre hacia la plenitud de su salvación pasa también por la liberación del universo de su estado de frustración. El universo, como nosotros mismos, vive ahora en una situación dolorosa, pero el Espíritu que habita en nosotros nos hace esperar un nuevo estado glorioso, en el que el universo entero estará asociado a la glorificación del hombre en Cristo resucitado, cuando "Dios lo será todo para todos".

"La creación está gimiendo toda ella con dolores de parto". Realmente en el mundo hay sufrimiento. Y la misma tierra se halla sometida a una situación absurda: pensemos en las guerras que destruyen bosques, regadíos, pueblos y que sobre todo matan tantas personas; o en la contaminación, el agotamiento de los acuíferos, la malversación de los recursos, la rotura del difícil equilibrio ecológico...; y, naturalmente, en el sufrimiento y la muerte a que estamos fatalmente inclinados. Pues bien, la mirada del cristiano es esperanzada: este sufrimiento, esta situación absurda son gemidos y dolores de parto; pero, con la resurrección de Jesús y el don de su Espíritu ya apunta la aurora de un mundo nuevo. 

EL EVANGELIO, según San Mateo, pone hoy en consideración la excelente y profunda Parábola del sembrador.

La parábola, perteneciente al género didáctico, es una imagen en movimiento, que contiene una realidad ulterior; se trata de la expresión simbólica de una verdad por medio de un relato más o menos real, pero verosímil, tomada de la naturaleza o de los hábitos humanos. Establece una relación de semejanza entre la narración y la verdad honda y sublime. Jesús la utiliza porque la analogía existente, entre la materia y el espíritu, le facilita el conocimiento del mensaje y su recuerdo; explica las cosas espirituales mediante realidades materiales. Así, la misericordia de Dios la describe Jesús con la parábola del hijo pródigo. En esta bella parábola, compara a Dios con el sembrador que arroja su grano en la tierra buena o entre zarzas, para enseñarnos que el amor del Padre es tan grande, tan gratuito, que no hace distinción al dar su gracia y sus dones y, expende su semilla a todo hombre.  Con un lenguaje de salvación, muestra la infinita ternura y cuidadosa solicitud de Dios.

Originariamente, el término "parábola" procede de "mashal" en hebreo, que significa misterio, sentencia, enigma, proverbio, enseñanza y parábola; esta diversidad de significados hizo que, al traducirlo, se tomase el de "parábola"; es mejor escoger “misterio”, pues el texto, en su forma original aramea, se diría: "a vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del reino de Dios, pero a los de fuera no se les concede".

En el contexto precedente Mateo resalta la división entre sabios y entendidos y la gente sencilla; los unos, como adversarios, los otros, como amigos. En ese contraste, Mateo introduce la parábola: "Jesús comenzó a exponerles muchas cosas por medio de parábolas". Con lo que se centra más en el método de enseñanza empleado que en el contenido. La parábola del sembrador termina con un lacónico "el que tenga oídos que oiga", para indicar que la parábola oculta tanto, como desvela. Por lo que los discípulos le preguntan: "¿Por qué hablas a la gente por medio de parábolas?". La respuesta, insiste en diferenciar los dos grupos: “las parábolas son un medio adecuado para daos a conocer a vosotros los misterios del Reino”, es decir, a "todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 12,50), pero, no a aquellos otros que no quieren escuchar ni entender por su incredulidad, que no tienen disposición ni decisión propicia; por el contrario, los espíritus abiertos y dóciles serán discretamente introducidos en el conocimiento de una doctrina profunda, de unos "misterios".

Es Dios quien concede o permite a unos conocer los secretos, a los de  actitud humilde y dispuesta; y, a eso, Mateo da la explicación en consonancia, con el estilo oral, agresivo e hiriente, frecuente en Jesús: "Al que tiene se le dará más todavía; al que no tiene se le quitará, hasta lo poco que tiene". En el sentido activo de "producir", "al que produce se le dará; al que no produce, no". El Evangelio de Mateo, pues, marca la quiebra del mundo religioso cerrado de los sabios y entendidos y el surgimiento de una perspectiva abierta y universal, representada por los discípulos, la familia de Jesús. Hablar en parábolas es un acto de Dios que, mediante este procedimiento, en razón de las disposiciones hostiles del auditorio, juzga y condena a los incrédulos. Mateo, que escribe en un momento en que la Iglesia naciente está preocupada por la incredulidad de Israel, subraya la oposición entre creyentes y no-creyentes, que es un evidente "secreto" de Dios, un misterio insondable suyo. Así mismo, Jesús establece una especie de juicio entre creyentes e incrédulos, pues el no comprender la enseñanza de Cristo, es consecuencia de disposiciones espirituales insuficientes.

         Lo importante y significativo de la parábola está en la recepción: vereda, pedregal, maleza, terreno fértil. Los tres primeros no tienen productividad. La esencia estriba en la invitación a ser terreno fértil. No importa la cantidad producida, sino la fertilidad, la bondad del barbecho mullido, el ser productivo. Resaltan en el texto, la alegría de que Jesús trae el Reino y la exhortación a producir.

La enseñanza de la parábola reside en el trabajo del sembrador; labor ardua, constante, sin medida, sin distinciones, que parece inútil por el momento e infructuosa; "Aunque a los ojos de los hombres gran parte de su trabajo parece vano y dirigido al fracaso y las resistencias, Dios hace que de comienzos desesperados brote el espléndido final que ha prometido" (J. Jeremías-JQ). De todas formas, la siembra no es tarea calculada, cauta, precavida; el sembrador lanza la simiente a voleo y sin distinciones. Por eso, dirá Jesús, nadie debe anticipar el juicio de Dios, ni siquiera el sembrador. La tradición, al añadirle la explicación, se dirigió a los fieles, instándoles a escuchar y entender la palabra con la disposición interior de apertura a los valores del Reino y rechazo del incentivo mundano. La semilla, símbolo de la Palabra, debe crecer y fructificar en abundancia y evitar la esterilidad y la ineficacia del terreno que, según Mateo, son inconstancia, afanes de este mundo, seducción de la riqueza, efectos de la actividad sutil del Maligno y advierte, sobre todo, de los obstáculos que hacen vacilar al oyente y, asimismo, adversarios que luchan contra la Palabra. El combate de la Palabra y de la incredulidad viene de antiguo y parece que ha de durar tanto como la historia. Pero la proclamación de la Palabra, en último término, obtiene el éxito maravilloso, porque el Evangelio, rechazado, perseguido, combatido ya ha "triunfado". En el seno de un mundo incrédulo, existe hoy una gran comunidad de discípulos, son signos de que la Palabra da sus frutos; en ellos el "don" se ha mostrado eficaz  y se les da más: "A quien tenga se le dará" el conocimiento supremo: "conocer los misterios del Reino de Dios". Este conocimiento ilumina toda la vida y hace eficaz la Palabra, que, como el trigo, debe "morir" para dar fruto (Jn 12,24). Tal conocimiento es un privilegio, hay muchos hombres que no pueden tenerlo ni oírlo. Aun los Profetas no pudieron, obtener semejante revelación de los "caminos" de Dios, de los secretos de su Reino.

Puede parecer que Cristo siente un cierto fracaso de su ministerio profético por la ceguera de los escribas, el entusiasmo superficial de las masas, la desconfianza de sus parientes y la Pasión y la muerte que se perfila al término de su misión, esta prueba definitiva dará el verdadero nivel de su fidelidad; sin embargo, dice Jesús, llegarán los frutos en abundancia, porque el fracaso no es más que aparente, en el Reino de Dios no existe trabajo inútil, nada se malgasta. Jesús está rebosante de alegría y de certeza; la hora de Dios llega y, con ella, una cosecha abundante superior a toda súplica e imaginación.

También la Iglesia actual se pregunta sobre su aparente fracaso y sobre su creciente disminución en el mundo. Y sabe, que no debe dividir el mundo entre buenos e impíos, ya que la frontera entre el bien y el mal pasa a través de cada hombre, de las circunstancias y de la interioridad personales. La única salida que le queda es asimilarse a Cristo, porque, aunque venció la muerte y fue glorificado, la Iglesia no se verá exenta de la ley del fracaso y de la significación pascual del sufrimiento.

"¡Dichosos vosotros! ¡Dichosos vuestros ojos porque han sabido ver y vuestros oídos, oír"! El tema de la cosecha, imagen de los últimos tiempos, es tradicional en Israel; lo nuevo es la insistencia en las laboriosas siembras que la preparan. No importa tanto la semilla, como la manera en que es acogida, la postura que se toma; interesa el tipo de conversión, convertirse es volverse hacia, el que se convierte, tiende a, se vuelve hacia Dios y después se comprende. Hay que recibir al semilla con todo el ser y entregarse a Jesús que proclama la llegada del Reino, manifestación de la plena cosecha. Sólo entonces se está en disposición de oír y comprender. Creyente es el que ve y oye a Dios en la vida de cada día, en el centro de todas las situaciones humanas.