XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 13,24-43: Sembró buena semilla en su campo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Sb 12,13.16-19; Sal 85,5-16; Rm 8,26-27; Mt 13,24-43 

«En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? El les dijo: Un enemigo lo ha hecho. Los criados le preguntaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla?

Pero él les respondió: No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, entonces, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla y el trigo almacenadlo en mi granero». 

Lectura del libro de la Sabiduría

      «No hay más Dios que tú, que cuidas de todo, para demostrar que no juzgas injustamente.

Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos.

       …Obrando así enseñaste a tu pueblo, que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento». 

La perícopa pertenece a los "juicios históricos", que explican en estilo midrásico, la narración de las plagas en el libro del Éxodo. Combaten dos poderes antagónicos, Israel y Egipto, en esa lucha, el Señor, emitiendo su veredicto, actúa de juez. El Dios de Israel interviene en la historia de su pueblo y manifiesta su fuerza, poder y justicia.

El autor de este libro de la Sabiduría repite machaconamente la idea, mientras exhorta a los poderosos de este mundo a la praxis de la justicia. Con mucha frecuencia, los poderes de este mundo comenten arbitrariedades y flagrantes injusticias. Ese poder amparado únicamente en la fuerza es nefasto; los honrados y desvalidos, indefensos e incapaces de reacción, son atropellados y sometidos sin piedad (cf. Sb 2,10 ss); el profeta Miqueas recuerda también que esos malos dirigente traman el mal y "al amanecer lo ejecutan, porque tienen el poder" (2,1). D. Quijote aconseja a Sancho cuando va a gobernar la Ínsula Barataria: "Si acaso doblares la vara de la justicia, que no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia". Escribe M. de Cervantes.

El poder humano suele ser opresivo, dictador e injusto por su limitación y temor a perderlo aunque lo trate de endulzar con los nobles conceptos de "patria", "comunidad nacional" o "religión". Por eso, el sumiso y tonto es ascendido, mientras que el crítico y listo es marginado. No le importa el bien común, sino el poder, en vez de liberar, esclaviza al ser humano; y por eso convierte el planeta en un antro de injusticias y en reino de intransigencia, de desesperación, de luchas, de rencor; no libera, encadena y engaña. Son millones víctimas que se han visto sacrificadas en aras de la patria y de la religión.

Sin embargo, el poder divino es ilimitado, no conoce el miedo y conlleva la compasión; el Señor es fuente de misericordia y perdón. Y amor y compasión no pueden conciliarse con la injusticia y el oportunismo. El juicio de Dios, en la historia, concede tiempo a la conversión, incluso la busca, la provoca (cf. 12,2; 8,10); nos ha creado, nos conoce y nos ama: “Nos amó primero” (1 Jn 4,10). El contacto con Dios sólo nos puede humanizar: "Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1 Jn 4,7-8).

Este pasaje se inscribe en la reflexión sapiencial sobre los castigos infligidos por Dios a los cananeos. Incluso con estos hombres, "despiadados, asesinos de sus hijos, devoradores de entrañas humanas en sus banquetes", Dios se ha mostrado indulgente y "les ha concedido, con un castigo dosificado y gradual, una ocasión para arrepentirse" (v. 10). Dios, que no actúa por miedo o debilidad, siempre antepone su gran misericordia, pues Yahvé es el único Dios que juzga con justicia. Su poder sólo se hace sentir contra los que le desafían estúpidamente. El rigor excesivo no es propio de Dios, pues es la señal más clara de la debilidad de los tiranos. Así, Dios enseña que el justo debe ser humano. La justicia deja de serlo cuando no se deja aconsejar por la misericordia. Dios no se precipita en sus castigos y da lugar al arrepentimiento, pues no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Nunca se debe perder la esperanza, pues siempre hay lugar para el arrepentimiento y el perdón. Es un hito importante en el camino, hacia el amor universal que enseña el Evangelio (Mt 5,43-48).  

SALMO Responsarial: 

     «Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica. 

     Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, bendecirán tu nombre: Grande eres tú y haces maravillas, tú eres el único Dios». 

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos: 

      «Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

      El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu y que su intercesión por los santos procede de Dios». 

El Apóstol añade aquí un vibrante texto que viene a complementar las parábolas del Reino. La humanidad, busca en esta vida, la felicidad y la libertad, de modo que no cesa en su esfuerzo, con ansias semejantes a las del parto (cfr. Rm 8,22). Gimen el universo y el hombre, y gime también el Espíritu derramado en nuestros corazones, que expresa intensa y vivamente el anhelo humano de vida y plenitud que es el Reino. La humanidad vive un continuo parto, trabajoso y decepcionante, porque su debilidad radical, el egoísmo, supera su ilusión de dar a luz una criatura perfecta. El egoísmo paralizante borra todo horizonte e imposibilita la colaboración en el acto de crear esa nueva criatura. Con frecuencia, se muestra insensible a captar las miserias personales y no sabe pedir a Dios la salvación con toda el alma.

El Espíritu, en su íntima función, ayuda al cristiano a vencer el egoísmo ofreciéndole la perspectiva de la felicidad y libertad, propias de su filiación Divina. Dios, que escudriña los corazones, reconoce en estos gemidos inefables la oración del Espíritu por nuestra redención. El Espíritu no necesita orar con palabras articuladas; puede orar y ora en nosotros de un modo inefable y nos une al Padre que nos lo ha enviado; detrás de todos nuestros pensamientos y palabras hay Otro que suspira. Así, Pablo es consciente de que hay, como un suspiro universal por la redención del hombre y la liberación humana y de todas las criaturas. En este suspiro, promovido por el Espíritu, se encuentra la garantía de que vendrá sin falta la redención total. La esperanza enfunda y sostiene nuestra salvación. Esperar lo que no vemos, es saber aguardar con constancia.

Los "gemidos inefables" probablemente son los sentimientos y vivencias internas, de los no somos muy conscientes, pero que nos abren a Dios. El Señor se está comunicando con nosotros de una manera particular; algo así como si fuésemos una especie de espejo del propio Dios, cuando el Espíritu actúa; es nuestra posibilidad de acceder a Dios. Tenemos en nosotros las primicias del Espíritu. Esta situación difícil es precisamente la que nos debe impulsar a gemir, a pedir y a orar. Pero, pues, por nosotros mismos somos incapaces, el Espíritu ora en nosotros y su intercesión corresponde a las perspectivas de Dios, que consisten en la realización de su plan de salvación. De la misma manera, que el Espíritu une a los cristianos entre sí en la comunidad y hace de ellos una sola cosa, su unidad con el Padre les posibilita el conocer sus caminos y lo que conviene a su vida sometida a la complejidad de lo que constituye la recreación del mundo en el todo de la Creación. 

EL EVANGELIO, según San Mateo, hoy, expone tres importantes parábolas de la cercanía del Reino, la de la cizaña, la de la levadura y la del grano de mostaza.

Como vimos en la parábola del sembrador, también la del trigo y la cizaña aporta una explicación, pero, la parábola y la explicación difieren en su grado de tradición: la primera es de Jesús, la segunda pertenece a la comunidad.

La parábola señala la existencia en el campo de buenos y malos, sin embargo, el hombre no tiene la capacidad de discernir entre esa bondad y maldad. Trata de responder a una exigencia presente en la comunidad primitiva y, ya vivida antes, en el momento histórico de Jesús. Se advierte que la comunidad estuvo siempre agitada por el problema del escándalo sobre los pecados cometidos después del bautismo; debatía si se debían perdonar tales pecados. Al respecto, es significativo este consejo del Apóstol: "Nada juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y declarará los propósitos de los corazones (1 Co 4,5). Se ve, que muy pronto aparece la tentación de la rigidez fanática.

Existen siempre "siervos impacientes" que intentan anticipar el juicio de Dios; pero eso no es un acto que corresponda hombre; no puede, no sabe juzgar; no conoce la medida ni el misterio de Dios. Es Dios quien establece la hora y el modo; el bien y el mal deben llegar a sazón, a su plenitud. Para San Pablo, ello se realizará en lo que llama la "parusía". La presencia de la cizaña no constituye una sorpresa, ni es sobre todo señal de fracaso. La Iglesia no es la comunidad de los salvados y de los elegidos, sino el medio de salvación y siempre está abierta a todo el que se acerque y busque la salvación.

El punto nuclear de la parábola no reside simplemente en la presencia de la cizaña, ni en el hecho de la posterior separación del trigo y la cizaña. El centro está en la decisión de permitir que crezca con el trigo. Es lo sorprendente, lo que suscita el escándalo de los obreros; precisamente, esa es la política de Dios, esa su paciencia, su infinito y previsor  misterio, no entendido por el hombre.

 Considerada desde el punto de vista de Jesús se perciben otros aspectos. En su tiempo, alentaba el movimiento fariseo, que se tenía por el pueblo santo, muy alejado de la gente común, tildada de pecadora. Adyacente a este, se daba el movimiento de Qumran, que, en su idea de oposición y separación, de rígida santidad, exigía el rechazo de los impuros. Al mismo tiempo, concurría la predicación propia del Bautista (Mt 3,12), que, en su función de Precursor, anunciaba al Mesías, que haría la criba del grano y la maleza. Y, en esto, viene Jesús y parece hacer lo contrario de las expectativas, no rechaza a los pecadores, sino que come y va con ellos, e, incluso, se salta la ley, opresiva para el pueblo, los llama a su discipulado, tiene en su círculo a las mujeres y, hasta, admite a un traidor. Se ve que los zelotes, fariseos y Qumran pretendían un Reino de elegidos, puros y limpios, en que brillase la santidad de la exclusión. Ya Amós hace una crítica despiadada al Pueblo elegido, cuestionando y desmontando todas sus seguridades de hombres religiosos, de modo que cambia el calificativo de "elegido" por el de maldito. En cuanto religiosos, quiere decir Jesús, sois cizaña y, por ello, tampoco sois necesarios; otros fructificarán y darán una gran cosecha.

En este contexto, se comprende la oportunidad y la fuerza polémica de la parábola. Jesús no predica una actitud moral, ni hace una exhortación a la práctica de la virtud, sino, una exposición teológica sobre la teoría política que Dios aplica en la administración del Reino, una política, extraña para el hombre, que se fundamenta en la paciencia, en la tolerancia, en la espera, sin prisas, del arrepentimiento y la conversión. Jesucristo expone su mensaje, el Reino ha llegado, aunque Israel no se convierta y sigan danzando y encizañando los pecadores y sectarios. Se oponen dos órdenes religiosos, los hijos del Reino y los hijos del Maligno, que son el nuevo y el viejo pueblo, pero en cuanto religiosos, no se trata de una división entre buenos y malos, sino de dos tipos piadosos, diferentes. Los seguidores de Jesús son los hijos del Reino y los viejos judíos, los  fundamentalistas, los hijos del Maligno (cfr. Jn 8,39-47). Todos son religiosos (cfr. Jn 16,2), pero, religión y religioso no son conceptos unívocos.

Jesús advierte a los discípulos del riesgo de ponerse en guardia y erigirse en jueces de la conducta ajena; sin compararse con los demás ni juzgar a nadie, han de ser, sin más, buena semilla, crecer y madurar en espigas de abundancia. Por lo que, les enseña, que la realidad del Reino de Dios no estriba en sus criterios y juicios personales y que, en el Reino de Dios caben todos, es universal.

La segunda parábola los invita a ser levadura, la fuerza transformadora del mundo, del medio ambiente y de todo hombre y ser, que tenga y viva en el entorno del discípulo. Jesús parece decirles, fijaos más bien en el poder de la levadura que fermenta toda la masa desde dentro. El Reino crece no como una masa pura y no contaminada, sino como un bloque que va siendo fermentado, crece y agranda. Y, en la tercera parábola, explica que el Reino es como la más pequeña de las semillas que crece y se hace un arbusto donde anidan los pájaros del cielo, donde van a entrar judíos y gentiles, todos los hombres del mundo.

El crecimiento del trigo, la fuerza de la levadura y del grano de mostaza, sólo se explican porque el Espíritu Santo se halla presente en toda semilla y palabra del Reino. El Espíritu ilumina el entendimiento con la verdad, lo fortalece, aunque siga rodeado de cizaña, y proporciona al discípulo la savia y el valor de ser testigo de la fe.

"El que tenga oídos, que oiga"; por tratarse de un proverbio-reto, choca tal expresión de Jesús para con los suyos. Puede ser una llamada de atención para abrirse a la comprensión de la Palabra y a entender que nunca el Pueblo de Dios se rige por directrices semejantes a la humanas.  “Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo”, con esta cita, Mateo afirma que, en Jesús, se cumple la Escritura y que la parábola es el mejor lenguaje para hablar del Reino de Dios.