XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 14,13-21: Dadles vosotros de comer

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 55,1-3; Sal 144,8-9.15-18; Rm 8,35.37-39; Mt 14,13-21

«En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar y ver Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.

 Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que, vayan a las aldeas y se compren de comer.Jesús les replicó: No hace falta qué vayan, dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: Traédmelos. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio para que se los dieran a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras; había unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños». 

Lectura del Profeta Isaías:

     «Esto dice el Señor: Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero:

Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche gratis. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?

     Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David». 

Esta perícopa tomada del “Libro de la consolación de Israel” del Segundo Isaías (cap. 40-55) constituye una unidad, bien diferenciada por su estilo y contenido; se cree, que fue escrito en el destierro, ya próxima la repatriación decretada por Ciro.

Es Yahvé el que habla, el Señor que sacó a Israel de Egipto y ahora de Babilonia; al emprender ese segundo éxodo, invita solemnemente a los desterrados a recibir alegres la salvación que llega. Hay agua para los sedientos, vino y leche; hay trigo para los hambrientos y para todos los pobres que no pueden comprarlo; nadie tiene que pagar nada, todo corre a cuenta del Señor que invita. Comida y bebida es el símbolo de la salvación esperada; es señal de una vida abundante y libre de cualquier necesidad o penuria. Lo cierto es que Israel esperaba también una prosperidad material sin precedentes, cuando llegaran los tiempos de la salvación prometida; estaba convencido de alcanzar la salvación, si sentía ante todo el hambre y la sed de justicia y de la comunión con Dios. El A.T. ya conocía que el hombre no vive sólo de pan, sino de toda la palabra que sale de la boca de Dios (Dt 8,3; cf. Mt 4,4).

Estos productos ofrecidos absolutamente gratis evocan los dones divinos, expresión de la gratuidad y el amor de Dios. El agua es símbolo de la vida divina y del Espíritu que los exiliados van a encontrar otra vez en el Templo de Jerusalén, verdadera fuente de aguas vivas (Ez 47); el vino y la leche son el gozo, la bendición divina y la riqueza de la tierra prometida hacia la que el pueblo se encamina (Dt 8,7-10); y el pan, sustento primario y elemental, recuerda el antiguo maná que alimentó a Israel en el desierto, signo de la providencia y del amor de Yahvé (Ex 16).

El anuncio profético sintetiza todas las aspiraciones del hombre y las promesas de Dios a su pueblo. Intenta justamente suscitar la fe y la confianza en el Señor; Dios ofrece al pueblo su amor y su vida, la renovación eterna de la antigua alianza davídica. Exhorta a escuchar y acoger la palabra del Señor para conseguir la vida y vivir en comunión con Él. Son los dones gratuitos del banquete mesiánico en la Jerusalén Celestial: “Dios acampará con su pueblo; ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos” (Ap 21,3).

El hombre se afana y busca con anhelo disfrutar en la vida. Pero, resulta vacío y desconcertado, su  corazón no puede saciarlo nada ni nadie, excepto Uno, Aquel que lo ha creado. De ahí que San Agustín diga: "Nos creaste para Ti, Señor, y nuestro corazón estará siempre insatisfecho mientras no descanse en Ti".

La Biblia, con la imagen del banquete, describe el amor de Dios. Un banquete celebró la salida de Egipto, como también, la alianza del Sinaí; el libro de los Proverbios habla del banquete que ofrece la Sabiduría. En esta llamada al banquete divino resuena la teología de los "pobres de Yahvé" (cf.Is 51,21). Los sedientos, los pobres, comerán y serán hartos de balde.

Por otra parte, el hambre y la sed materiales son imagen del hambre y la sed de Dios. Por ello, el profeta exhorta a escuchar con atención la palabra de Dios, idea típicamente deuteronómica, que puede colmar totalmente la vida humana.  

SALMO RESPONSORIAL:

«El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente». 

Lectura de la carta del San Pablo a los Romanos: 

«Hermanos: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado.

Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro». 

Estas palabras del Apóstol muestran el punto culminante de todo el proceso místico que de modo ascendente ha emprendido su alma, hasta anonadarse en Cristo. El uso del lenguaje trasluce su carga absolutamente emocional y de raíces líricas; pero fundado en una auténtica fe y confianza totales en Cristo, que él expresa con sentido y lógica superior. Señala que todos los dones de Dios se concentran en su Hijo Jesucristo, en quien Dios entrega todo su amor y del que nada ni nadie podrá jamás separarlo.

El texto paulino enlaza con el tema de la comunión con Dios que hemos tratado en el Segundo Isaías. Expone San Pablo el inquebrantable amor que existe entre Jesucristo y el cristiano, signo de gran optimismo y esperanza. Con expresiones astrológicas de su tiempo y esas energías enemigas del hombre para los antiguos, declara su fe inmensa y el amor de Dios manifiesto en Jesucristo. Está y confía en Cristo, el Señor lo ha hecho todo por él, su vida y su apoyo se encuentra en Cristo. No se ampara nunca en su propia fuerza de voluntad, pues, eso sería un acto de soberbia demencial. En efecto, esas potestades mencionadas que ve impotentes para separarlo de Cristo, son dimensiones del todo incontrolables por uno mismo, pero si es el Señor quien actúa, si se está con Él, no hay cosa alguna ni peligro que vengan a separarlo de su amor.

Esto mismo se aplica a la vida del cristiano, que unido a Dios por la fe y el amor, es una roca inamovible. Nada del mundo puede apartarlo de Jesucristo que tanto nos ama. "Si está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (8,31). Cierto, que debemos cargar con nuestra cruz y seguir a Jesús (cf. Mt 16,24), que tendremos dificultades y que la fe es oscura, pero lo importante es que tenemos a Jesús, nuestra perla y tesoro, que nos da la Vida, y que nada ni nadie nos apartará de su lado, porque su amor es tan grande, que no permitirá que nada nos pueda vencer. Aquel que nos ama, tanto nos hace salir vencedores de todos los ataques.

San Pablo asegura que el amor que Dios nos ha manifestado en Jesucristo es el origen de la esperanza, que hace vivir en la libertad; no existe ningún poder que sea capaz de superar la potestad infinita del amor de Dios.

 

 

El EVANGELIO, Según San Mateo, narra, este domingo, la primera multiplicación de los panes realizada por Jesús, un episodio que encontramos seis veces en los evangelios sinópticos: dos en Mateo, dos en Marcos, una en Lucas y otra en Juan. Esta repetida insistencia hace pensar en su importancia y que, ciertamente, se trata de un hecho histórico realmente realizado por Jesús. El Señor partió y compartió el pan con la gente en algún sitio apartado de Galilea y quedó grabado fuertemente en la memoria de sus discípulos; más tarde, pasó al uso catequético de la iglesia primitiva, enriquecido con alusiones de la tradición religiosa bíblica y con el rito eucarístico de la comunidad que partía el pan en el nombre de Jesús. Jesús se muestra aquí como el profeta definitivo de los tiempos mesiánicos que ofrece, de parte de Dios a la humanidad, un nuevo alimento, gratuito, solidario, abundante y destinado a todos sin distinción, el Evangelio.

El texto indica que Jesús, al enterarse de la muerte de Juan Bautista, “se retiró de allí a un lugar tranquilo. El martirio del Bautista representa una señal peligrosa para el propio destino de Jesús, por lo que, en precaución, se aparta y resguarda lejos. Jesús era consciente de que su vida no era de gloria y triunfo, sino una penosa subida a Jerusalén y a la cruz. Pero no debe ni quiere anticipar la hora de su "exaltación", la que el Padre le ha señalado. Mateo muestra un Jesús humano, misericordioso y lleno de “compasión”, en griego “splangnízomai”, “conmoverse las entrañas”; ve a la gente solitaria, apartada y sin comer, la mira, atiende y sana a sus enfermos; cambia sus planes y se deja interpelar por el dolor y la necesidad de aquel gentío, actúa y lo socorre.

Jesús se compadece y comparte los cinco panes que tiene; quien compadece y no comparte, ni compadece ni actúa; queda simplemente en la hipocresía. Compartir, donar, regalar, dar más que recibir es lo que enseña el Evangelio. Dando lo poco o lo mucho que se posea, se hallará le recompensa en una multiplicación siempre efectiva y cierta. Compartir es multiplicar. Si se compartieran los bienes de esta tierra se realizaría el milagro de alimentar al mundo entero y habría sobras abundantes. Jesucristo emana el amor y la misericordia de Dios; misericordioso, compasivo y lleno de bondad acoge y se acerca a la gente; esta es la raíz de todo su ministerio, que ha de ser siempre estímulo y ejemplo para el cristiano; la atención por el otro, el gesto de servicio, el olvido de uno mismo por los hermanos son actitudes evangélicas que reproducen la misión amorosa del Maestro.

Al ir atardeciendo, los discípulos piensan despedir a la gente; sus miras son reducidas, su fe es aún inconsistente, sólo ven la dificultad del momento, es tarde, el lugar despoblado y sólo hay cinco panes y dos peces. Esto evoca la experiencia de Moisés que sufrió las continuas resistencias del pueblo en el desierto. Jesús, que tiene y trae el maná abundante que sacia y colma, es el Moisés de la Nueva Alianza, el Profeta y Guía que asienta el Reino de Dios. Para Jesús, la cuestión es muy otra, la atención de las necesidades de la gente es su deber primario y, por lo mismo, forma parte del ministerio de los discípulos: “No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer”. Los discípulos tienen que aprender la misericordia y la compasión del Maestro, asumir su mentalidad, su modo de obrar y compartir, para conocer la infinita providencia de Dios por los hombres, que los llama al banquete gozoso del tiempo mesiánico, anunciado por los profetas. La misericordia multiplica los bienes. Cuando el amor es grande desaparece la escasez y crece la comunión y la fraternidad.

El acto mesiánico de Jesús, en Mateo, tiene clara resonancia eucarística. Por eso, describe la estructura de las bendiciones hebreas ante las comidas, que también forman parte del rito del pan en la cena pascual; aquella mesa del atardecer es la anticipación de la cena eucarística cristiana, así como la distribución del pan por los discípulos, la saciedad de la comida y su abundancia subrayan aún más la dimensión sacramental eucarística del relato. Los “doce canastos” señalan el ministerio de los Doce, núcleo y raíz del pueblo creyente en Jesús. Aquellos canastos sobrantes representan la oferta del reino, que los discípulos han de anunciar: “Id y predicad a todo el mundo”. La multitud que come el pan del Señor, representa la comunidad eclesial sentada a la mesa de Jesucristo a comer el pan de la Eucaristía, signo de la gratuidad de todos los dones de Dios y de su voluntad de comunión con los hombres y de los hombres entre sí. La Eucaristía hace presente la donación de Jesús. El milagro de la multiplicación de los panes es una "señal" de la vida que ha venido a traer al mundo y trae todos los días. Si se vive del pan de vida en plenitud, como enseña la Palabra, se puede decir con San Pablo: ¿Quién nos separará del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús?