XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 21,33-43: Les mandó a su propio hijo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

 Is 5,1-7; Sal 79,9.12-16.19-20; Flp 4,6-9; Mt 21,33-43

 

«En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: Oíd otra parábola. Un hacendado plantó una viña, la cercó, puso un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon… Por último, les mandó a su hijo…

«La piedra que desecharon los arquitectos, esa vino a ser la piedra angular. El Señor lo dispuso, es un milagro patente». Pues bien, os digo que se os quitará el Reino de los Cielos, para dársela a un pueblo que produzca sus frutos».

 

 

Lectura del profeta Isaías:

 

     «Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas;
construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones…  La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.

    La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia y ahí tenéis: lamentos».


            Este canto de la viña, compuesto por Isaías al principio de su ministerio y recitado, probablemente, con ocasión de la fiesta de la vendimia, es una de las piezas líricas más hermosas de toda la Biblia.

Se puede tomar por una canción-denuncia, que interesa mucho para conocer la situación socio-política del momento; si se  leen después las siete maldiciones que se pronuncian contra los acaparadores de tierras y fortunas, los especuladores del suelo y los estafadores, los jueces corrompidos, los bebedores de vino y los que banquetean despreocupados, los que confunden el mal y el bien y los que se creen sabios... se comprenderá y completará su sentido. Conviene ver que la denuncia y la amenaza, que atañe a toda la sociedad de cualquier tiempo y edad, no pretende simplemente la conversión individual del pecador. Sin duda, las uvas que Dios exige y no brotan son la justicia social entre otras.

El motivo alegórico de gran tradición, la viña referida a Israel, se halla con frecuencia en el AT (Is 3,14; 27,2-5; Jr 2,21; 3,14;12,10; 5,10; 6,9; Ez 17,6; Os 10,1). Pero esta alegoría logra, en el canto de Isaías, su versión más brillante, en la que se inspira el evangelio de hoy. El profeta, poeta, -la poesía auténtica es muchas veces latente profecía-, pronuncia un poema inocente, adaptado a la situación festiva del momento. Con un canto de amor humano, Isaías habla del amor de Dios a su pueblo; dedica todos cuidado a su viña, como un obrero, pero no le da el fruto esperado.
         La imagen indica la alianza de Dios, ligada con la unión conyugal (cf. Os 1-3), pues la vid es también el símbolo del amor. Las religiones semíticas hablan a menudo de las bodas de Dios con la humanidad. El profeta hace, en el texto, de amigo del novio, a quien le da vergüenza ir a declarar su afán. Entonces el amigo va y recita este poema de gran lirismo sobre los trabajos de amor que el viñador dedica a la viña, pero le resultan infructuosos. A partir de una interpelación, se entabla el juicio, hay que adoptar una postura vital; el pueblo mismo está en el banquillo de la sala. El juicio que Dios emite sobre su viña se desarrolla públicamente, según lo prescribía la Ley en caso de adulterio. La fidelidad prometida por el pueblo, en la alianza se ha desecho. Se han roto esas relaciones de amor con Dios y se han instalado rigurosas prescripciones legales estériles, una religión vacía y sin sentido. El canto de fiesta aboca a un fracaso de verdadera muerte. En un antropomorfismo bellísimo, describe la pretensión de querer caminar en la fe sin el amor a Dios.

         Este canto de amor contiene una extraña paradoja. Dios ha hecho por el pueblo un derroche de amor y, paradójicamente, no espera que el pueblo lo quiera. Lo que Dios desea con todo su afecto y todo su esfuerzo es que reine la justicia y el derecho, que sepan amarse y respetarse mutuamente. Es la cosecha que espera el Señor. No se canta aquí directamente el amor de Dios al hombre, sino el amor al prójimo alentado por una postura de fe. No es posible amar a Dios, sin amar al prójimo. Si Dios quiere algo de nosotros, es que nos amemos unos a otros. El trabajo del viñador se orienta a que las cepas convivan y se respeten entre ellas. En definitiva, la alianza estriba en establecer la justicia. Ante la insolente injusticia de la viña, la infidelidad de la casa de Israel, Yahvé la derribará, la devastará, la dejará yerma, para que crezcan los cardos y la sequedad.

En el sentido real, fuera ya de metáforas, Israel queda abandonado y va a ser fácil presa de los asirios. Dios esperaba uvas y no agraces; esperaba el derecho y la justicia; sin justicia ni caridad, sólo corre la sangre inocente y los lamentos de los oprimidos. Y sólo con la conversión llegará la rectitud; hasta que un día, en el corazón de la humanidad, surja una viña fiel y capaz de dar abundantes frutos de vida; esta nueva viña es plantada por el propio Jesucristo; Él es la vid y los discípulos, los sarmientos (cf. Jn 15.)

 

 

SALMO RESPONSORIAL:

     «Sacaste, Señor, una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste. Extendió sus sarmientos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río. ¿Por qué has derribado su cerca, para que la saqueen los viandantes, la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?

     Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tu hiciste vigorosa. No nos alejaremos de ti, danos vida, para que invoquemos tu nombre. Señor Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve».

 

Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses: 

     
«Nada os preocupe; sino que en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros».

 

En el último capítulo de la carta, San Pablo, con un destino aún muy incierto, se despide de los filipenses mediante unas exhortaciones éticas. Los invita a la alegría y a la paz, pues se acerca la venida del Señor: "Nada os preocupe", “dejad las preocupaciones en el Señor”. Pero, ello obliga también a la vigilancia, no se puede vivir descuidadamente. Es una llamada a la serenidad de ánimo que nace de la confianza en Dios y libera de la inquietud. Esta paz de Dios, que nos custodia de falsos temores, dispone por ello mismo, para apreciar y aceptar sin recelo cuanto de bueno hay en el mundo. Los cristianos tienen que tener siempre abierto el corazón a todos los valores que, sin ser específicamente suyos, son sin embargo auténticos.

Los primeros cristianos, se planteaban el problema de la moral. Si el Evangelio era la Buena Nueva, traería también una moral nueva; la antigua, la ética del sentido común y de la ley natural, ¿seguía vigente, o el cristianismo suponía otra distinta? San Pablo responde claramente en este texto; importa entroncar esta sección moral con el resto de los escritos paulinos, para no desvirtuar su sentido. La idea principal del Apóstol es la de vivir profundamente el SER CRISTIANO. Les propone el modelo de su propia vida en Jesucristo. El cristiano no es nunca un hombre pasivo, ha de estar en todo lo bueno y justo y vivir su pertenencia a Cristo, fruto de la presencia de Dios. Evidentemente, un creyente de verdad no se puede comprender sin un actuar consecuente. El obrar está en la raíz, brota espontáneo del propio ser, aunque la conducta humana se ve afectada en mucho por las circunstancias concretas de cada uno, y, en última instancia, depende de la propia conciencia, el cristiano ha de ser autónomo y responsable de sus actos.

En efecto, muchos cristianos piensan que la moral cristiana es "otra cosa", una moral alejada de la vida. Las cosas ordinarias, las realidades diarias, las tareas e implicaciones sociales o personales quedan fuera de su fe; de hecho, muchos creen que las obligaciones de las leyes de tráfico, en que se juega con la vida, son una cuestión civil, pero no moral frente a Dios; o que el defraudar a Hacienda no tiene que ver, para ellos, con la moral cristiana; de modo, que la corrupción administrativa y jurídica, el tráfico de influencias, las injusticias en los procedimientos administrativos y legales están también, lamentablemente, protagonizados por cristianos que viven en esas irregularidades, con la conciencia tranquila, porque para ellos la moral cristiana es "otra cosa". Para muchos otros cristianos, las relaciones laborales, los compromisos políticos, el paro, el hambre en el mundo, el subdesarrollo, el compartir en absoluto sus bienes, el esfuerzo de evangelización... son cuestiones irrelevantes desde el punto de vista moral cristiano, porque la moral cristiana se refiere, efectivamente, a "otras cosas". Por eso, los consejos del Apóstol: "todo lo que es bueno, noble, bello, justo, verdadero, amable, laudable..., tenedlo en cuenta", van directos a conmover hoy a esas almas erradas, esa moral cristiana tradicional

El cristianismo no implanta una moral propia haciendo tabla rasa del sentido común y de la conciencia ética natural. Cierto que tiene aspectos propios, nuevos, peculiares, que dan una nueva perspectiva a todo el conjunto. Pero no queda reducida a ser "otra cosa". Hay que redescubrir la moral cristiana, ampliarla a sus verdaderas dimensiones, porque Jesús trajo el anuncio de un Reino, que tiene en cuenta todo lo que es bueno, noble, bello, justo, verdadero amable, laudable... Cuando se valore todo esto, cuando se practiquen los valores humanos y cívicos en consonancia con la Palabra del Maestro, cuando se cambie de mentalidad y se viva de veras el Evangelio, se será verdadero cristiano y ese día ganará el prestigio perdido la moral cristiana. Esto urgente, el cristiano hoy no atrae, está en desuso.

El creyente, para Pablo, se caracteriza por una gran humanidad. El Dios de Jesús pasa por el hombre Jesús. Por eso, el discípulo de Cristo ha de ser un apasionado de todo lo humano, por mejorar lo que se pueda mejorar dentro de la vida del hombre, por hacer al hombre más hombre. Y todo ello por exigencias de la fe. Este es el fruto que Dios espera del derroche de amor que ha hecho con el hombre, como vemos en el poema de Isaías.

 

 

El santo evangelio de San Mateo, hoy, expone la segunda parábola de la viña, que alegoriza la muerte de Jesús, el Mesías Hijo de Dios. Se inicia con la evocación del texto muy conocido del libro de Isaías (c. 5): el Cántico de la Viña, imagen clásica del pueblo de Israel, simbolizado muchas veces por la ciudad de Jerusalén.

Ya a las puertas de la pasión, el evangelista resalta la infidelidad del pueblo de la alianza. La artificiosa redacción de las tres parábolas sobre la viña simboliza tres momentos centrales de la historia de salvación, en los que el pueblo elegido se ha mostrado infiel: el testimonio de Juan Bautista, la venida de Cristo, la misión de los Apóstoles. Jesucristo dirige su crítica a los sumos sacerdotes, a los jefes de Israel, a los senadores y fariseos, son los responsables de cuidar de esa viña, que es todo el pueblo de Israel y dar al amo lo que le pertenece y espera, esto es, el derecho y la justicia, pero los jefes incumplen lo tratado, asesinan al hijo y tratan de apropiársela.

Aquí está el núcleo de la cuestión. La piedra desechada por los arquitectos por inutilizable, viene a ser el fundamento principal del edificio; así mismo, el hombre desechado por los viñadores, llevado a la muerte, se ha convertido en la roca angular del cristianismo. El entregar a su propio Hijo es el signo del inmenso amor del que sólo Dios es capaz. El envío del Hijo manifiesta el último intento realizado por Dios, su extremo y definitivo "mensaje" para los rebeldes. La conducta de los labradores se juzga durante la ausencia del amo. “El Dios de la confianza es también el Dios de la ausencia”. Ello significa que no está sólo para los judíos, tiene otras gentes y naciones; y también que Dios respeta la libertad humana, no anda vigilando las labores, deja tiempo a la reflexión y la toma de decisiones del arrendatario de la viña. No es ningún acto de abandono, ni de dejación. Es un signo de amor; quiere actuar exclusivamente a través del amor que le tiene a los hombres.

Este texto evangélico debe entenderse en relación con la imagen del poema inicial de Isaías 5,1-7. Hay un matiz polémico en el contraste de los trabajos que el dueño ha realizado en la viña, con el resultado que obtiene de ellos. No obstante, en el de Isaías el aspecto negativo reside en la viña, y aquí recae sobre los labradores. Con eso, subraya la actitud de los dirigentes de Israel hacia Jesús. "Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para percibir los frutos...", Dios pide cuentas, quiere su renta; envía primero a los profetas, que sufren la de lapidación, tradicional descripción de la persecución de los profetas; "por último, les mandó a su hijo...", en referencia directa a la mesianidad de Jesús, es la última oportunidad que tienen los labradores para la conversión. "Al ver al hijo se dijeron: “Este es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”; el asesinato de los labradores se comete con plena conciencia y responsabilidad, conocen de sobra quien es, saben su identidad. Así la parábola resalta la gravedad del rechazo de Jesús, rechazan a Dios en el Hijo, su enviado. Hecho que Jesús ha manifestado claramente con sus obras y palabras. No hay padre que entregue a su hijo a semejante banda de criminales, pero Dios ha amado tanto al mundo que ha entregado a su propio Hijo, para que se salven cuantos crean en él y tengan vida (Jn 3,16). Los arrendatarios, agarrando al heredero, "lo echaron fuera de la viña y lo mataron".

"Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?". Igual que, en su canto, Isaías interroga al oyente, para que sea juez de aquello, también ahora Jesús interpela a los dirigentes judíos, para que juzguen; tienen que dar un juicio sobre su propia actuación. La respuesta implica la referencia a la caída de Jerusalén, como un castigo por su negativa a creer en Jesús, el Mesías. Así, “la piedra desechada, es aquí la roca angular", cita del salmo 117, que sirve, para explicar las diatribas entorno a Jesús y su condena. Este Jesús desechado, “a quien vosotros crucificasteis” es el Rey que trae el Reino a un pueblo numeroso. Israel está destinado a la destrucción total: "el amo vendrá y exterminará a los viñadores", porque matan, despojan al pobre y violan el derecho de las personas; no dan frutos de justicia. Pero no es solamente un exterminio, sino una sustitución, el privilegio queda suprimido, porque el amo va a arrendar la viña a otros, pasará a los gentiles, a todo el que crea en Jesucristo. Este es el punto central de la alegoría; Israel se pierde, por no aceptar la Buena Noticia, que ciertamente viene con carácter universal, está destinada al mundo entero.

El cristiano reconoce y acepta que la muerte le hiere, sabe que la muerte recibe su poder del hombre mismo, que se niega a integrarla en su condición de criatura y trata de divinizarse, como si la muerte no existiese y se apoya sobre las únicas seguridades de la existencia individual y colectiva. El cristiano, al enfrentarse a la muerte como lo hizo Jesucristo, no hace que desaparezca la muerte, pero proclama que, a pesar de las apariencias, la muerte no es la última palabra de la existencia humana; el creyente participa desde aquí en la verdadera vida, en la gloria del Resucitado.