XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22,1-14: Venid a la boda

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

 Is 25,6-10; Sal 22,1-6; Flp 4,12-14.19-20; Mt 22,1-14

 

«En aquel tiempo volvió a hablar Jesús en parábolas, diciendo: El Reino de los Cielos es semejante a un rey, que celebró la boda de su hijo. Mandó a sus siervos e invitar  a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados que les dijeran: tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto, venid a la boda. Mas ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, a exterminar a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

Luego dijo a sus criados: El banquete está preparado, pero los invitados no eran dignos. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de boda…  arrojadlo fuera, a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y el crujir de dientes.; porque muchos son los llamados y pocos los elegidos».

 

 

Lectura del Profeta Isaías:

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     «Preparará el Señor de los ejércitos para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país, lo ha dicho el Señor...»

 

 

El texto es parte del llamado "apocalipsis de Isaías" (cap. 24-27), en que el autor, discípulo suyo, que escribe en el postexilio  de Babilonia, habla de la "revelación" o juicio de Dios. Utiliza los hechos del inmediato pasado como signos, para indicar el porvenir, en que todo será revelado y desaparecerá el velo que ahora cubre todas las naciones. Mediante el símbolo de un banquete, muestra el aspecto positivo de este juicio de Dios; es la gran fiesta que Dios ofrece a todos los pueblos (cf. Mt 8,11; 22,2-14; Ap 19,9), celebración de la entronización de Yahvé (cf 1 S 11,15; 1 R 1,25), pues su reinado en todos los países, va a  poner fin a los nacionalismos insulsos de la tierra.

El "monte" es Sión, que, según los designios divinos, la salvación del mundo va a proceder de los judíos. La epifanía o manifestación de Dios, hará caer el velo, esto es, desaparecerá el error que oculta la verdad, para comprenderla con claridad (cf. 29,10; 2 Cor 3,15). El conocimiento de Dios y su aceptación eliminará el pecado y sus terribles consecuencias, el dolor y la muerte. Ese día, Yahvé acabará con el oprobio del pueblo elegido y la mofa de sus enemigos. Este pueblo que, en la diáspora, aún espera contra toda esperanza, encontrará al fin la alegría y la paz, frente a las burlas de sus enemigos. Y comenzará una fiesta sin ocaso.

La palabra del profeta complementa relevantemente la idea del evangelio de hoy. La feliz y vital promesa de Dios trae, a toda la humanidad, la plenitud del gozo y la liberación del mal y el dolor. El banquete de las bodas reales del Hijo ofrece al hombre la satisfacción del bien con el exterminio de todos los males, el fin del drama de una historia desquiciada. Dios anuncia los tiempos mesiánicos, en que será el anfitrión de su mesa, no ya al pueblo de Israel, sino a todos los hombres de este mundo. 

 

SALMO RESPONSORIAL:

    «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar: me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Preparas una mesa ante mí, frente a mis enemigos; me unges la cabeza con perfume …» 
 

Lectura de la carta de San Pablo a los Filipenses:

 

     «Hermanos: Sé vivir en pobreza y abundancia, estoy entrenado para todo y en todo, la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta. En todo caso hiciste¡s bien en compartir mi tribulación; en pago, mi Dios proveerá todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. A Dios, Nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén».

 

El Apóstol, habiendo recibido la ayuda de los filipenses (2,25.3O; 4,10), se llena de gozo y de alegría, porque eso suponía, que habían superado las estrecheces económicas sufridas (cf. 2 Cor 8,2) y ahora gozaban de prosperidad en Macedonia; pero, en especial, se alegra del espíritu de colaboración de los filipenses en el esfuerzo evangelizador, por lo que es justo y necesario "dar gracias" a Dios. No obstante, en el terreno personal, les aclara que está acostumbrado a vivir en la pobreza y en la abundancia; siempre se ha mostrado muy celoso de su independencia, de su "autarquía", ha deseado no estar sujeto a nada que pueda limitar su libertad, para predicar el Evangelio; por eso, quiso siempre vivir de su trabajo y no ser gravoso a nadie. Sólo le conforta saber que él lo puede todo en Jesucristo. Esta carta es la más íntima, quizás, de la correspondencia de San Pablo

Su total disponibilidad y adaptación a las distintas circunstancias no son por estoicismo o autodominio, sino por el cumplimiento de su misión y el evangelio; es un gran ejemplo de vida para el cristiano, que no debe encastillarse en una forma de vivir, sino usar las cosas racionalmente y, sobre todo, en función de los demás. En el cristiano hay algo por encima de estos condicionamientos materiales; lo importante es la actitud hacia el mundo, no dejarse dominar por lo infrahumano, ni tampoco por la neurosis de la pobreza, sino dando el primer lugar a lo que realmente lo tiene.

La clave está en el "todo lo puedo...", para vivir con poco o para no dejarse engañar por lo mucho. Lo importante es confortarse en Jesucristo y vivir como Él nos enseñó. El apóstol se muestra capaz de vivir en medio de las circunstancias más diversas. Pero esta capacidad es fruto de la fuerza de Jesucristo. No rechaza la ayuda que ha recibido en la cárcel, sino que dice a los filipenses: "Hicisteis bien en compartir mi tribulación"; de hecho, han ayudado a "uno de aquellos pequeños necesitados" y, por eso, recibirán la recompensa que Jesús ha prometido a los que actúen así.

La acción de gracias de San Pablo culmina con una alabanza a Dios Padre, que cierra la carta, antes de las salutaciones finales. 

 

EL santo EVANGELIO según San Mateo expone hoy  la parábola de las bodas reales del hijo del rey, dirigida a los sumos sacerdotes y al pueblo de Israel. El Reino de Dios es un banquete de bodas.

En aquel tiempo, un anfitrión que daba una recepción podía lucirse por el número de sus invitados y el buen servicio a sus comensales; el invitado esperaba que le comunicasen los nombres de los asistentes y a ser llamado el mismo día del banquete por mensajero.

La parábola indica que ha llegado el Reino Dios, con Jesucristo. Destaca la importancia del que llama: "Un rey" y de la fiesta que celebra, la “boda de su hijo". Subraya con insistencia las reiteradas invitaciones, a sus amigos que ya habían sido invitados:"Todo está a punto. Venid a la boda"; resuenan ahí las palabras que inician y resumen la predicación de Jesús: "Está cerca el Reino de los cielos: convertíos" (cfr. Mt 4,17).

Pero, llegada la hora, los primeros invitados se desentienden. El rechazo y el maltrato a sus enviados, es una muestra clara de rebeldía. Entonces, el anfitrión convida a todos, “malos y buenos”, a la fiesta y así la sala se llenó, lo que fue una afrenta para los que no habían querido acudir. Y luego, extermina a los que han rechazado la invitación y destruye su ciudad, que aquí alude a Jerusalén; así mismo, los malos tratos al segundo grupo de enviados pueden referirse a la actuación del judaísmo con los primeros cristianos.

Mateo, que escribe para los judíos de su comunidad, los ve afectados dolorosamente en su sentido patriótico ante la destrucción de Jerusalén por los romanos, el año 70; este hecho trágico pone a prueba el sentimiento de solidaridad nacional y la fe en la eficacia de la palabra de Dios. La parábola los exhorta a la reflexión, a meditar y confrontar la existencia y la Palabra; esa fe que se ha derrumbado con la ciudad, llega a juzgarlos; esta parábola invita a Israel al arrepentimiento y a la conversión; han de revisar su vida y volver  a apreciar la promesa divina, anunciada por los profetas, reconocer al Mesías en Jesucristo y aceptar el Evangelio en conformidad a la Palabra oída. Mateo les muestra que la palabra de Jesús es la única capaz de expresar el sentido de la vida. La Palabra de Dios no fracasa, explica Jesús, pues la sala del banquete se llena del todo; el rechazo parcial se debe al uso de la libertad de los primeros invitados, que les sirve de poco, porque, en los cruces de caminos del mundo, hay una legión de invitados al banquete de Jesús, "malos y buenos" -dice el evangelio- que aceptan la Buena Noticia del amor de Dios para todos los hombres, a condición únicamente de ir con vestido de fiesta, es decir, no como quien va a una obligación, sino a una alegre e importante fiesta. Deben saber que la caída de Jerusalén es el castigo a la incredulidad del pueblo y al trato infligido a los profetas y al Hijo enviado por Dios.

Muchos son los llamados y pocos los elegidos. Obsérvese, que el adjetivo muchos es la manera semítica de decir todos; no significa que unos sean llamados y otros no, sino “todos son llamados, pero pocos escogidos”. No indica en absoluto, que son más los que se condenan, que los que se salvan. Explica que todos están llamados a construir el Reino de los cielos aquí en la tierra, pero que no todos lo hacen. Expresa que por el hecho de pertenecer a la Iglesia no se entra automáticamente en el Reino, es necesaria una transformación personal, expresada con la imagen del traje de fiesta. Quiere decir que para pertenecer al Reino de Dios hay que poner algo de nuestra parte. Dios invita y hasta pone el traje, pero le exige al hombre sinceridad, buena voluntad, apertura a Dios y los hermanos, dar frutos de fe. Dios pone lo más, sin duda, que es su llamada y su gracia, pero es imprescindible que el hombre acuda vestido de aceptación y disposición; porque Dios, que quiso crear al hombre sin el hombre, no quiere salvar al hombre sin el hombre, dice San Agustín. El rey-juez excluye a quien no  lleva ese traje, porque no ha querido ponérselo y así, por culpa propia, se excluye de la salvación. La llamada de Dios es para todos, pero exige una respuesta que no todos dan.

Mateo recalca fuertemente la posición de los que no aceptan el banquete. Deliberadamente "no se preocupan" del asunto y se vuelven a sus negocios; incluso con sangre fría arremeten contra los mensajeros. La crítica que esto supone a la actitud de los jefes del pueblo es de toda dureza, señala una situación límite. Al don de la fe es de todo punto necesario responder con la vida, de lo contrario él mismo se autodestruye. El mensaje de Jesús es para todos y a todos se llama al convite que es la fe, nadie está discriminado ante este don de Dios. Jesús recoge la herencia universalista del profetismo llevándola hasta sus límites. Mas aún, no hay selección en cuanto a la postura moral de los participantes, ya que hasta los malos pueden llegar a participar de la fe, si aceptan a Jesús. Para ser buen creyente no es imprescindible ser ya bueno moralmente. A muchos, a todos, se ofrece el reino, pero no todos tienen la actitud íntima, para dar una respuesta de fe honda.

Se resalta, en el evangelio de hoy, la idea de que el Reino de Dios es un banquete; esto no conviene olvidarlo en un mundo y en una cultura que ha criticado la religión, como un hecho que aliena al hombre y va contra sus tendencias más naturales, algo que se opone a su felicidad. Tal teoría es ajena y contraria a la Palabra de Dios y, por tanto, a la fe cristiana; muy distinto es el camino y hasta la meta para conseguir esa felicidad, ahí sí que existen discordancias profundas y opuestas. Pero, sin duda, la felicidad es la meta del hombre en el sentido cristiano de la vida; en vivir rectamente en la verdad y en la entrega y amor a Dios y al prójimo.