XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22,15-21: Dadle a Dios lo que es de Dios

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

 Is 45,1.4-6; Sal 95,1-5.7-10; 1Ts 1,1-5; Mt 22,15-21 

«En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo sobre cómo podrían sorprenderlo en alguna cuestión. Le enviaron unos discípulos, con los herodianos a decirle: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con  la verdad, el camino de Dios sin hacer acepción de personas. Dinos, pues, qué opinas: ¿Es lícito pagar impuesto al César o no?

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto. Le presentaron un denario. Les preguntó: ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les replicó: Dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». 

Lectura del Profeta Isaías

«Así dice el Señor a su Ungido, Ciro, a quien lleva de la mano: Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro...» 

          Este texto literario, perteneciente al oráculo de Ciro, tiene la forma muy habitual en la literatura babilónica de un autohimno pronunciado por el mismo Dios. Esta composición, existente fuera de Israel, únicamente aparece en Is II, aunque ha dejado sus vestigios en algunos relatos bíblicos.

          El final del destierro en Babilonia no llegaba y los exiliados se iban sintiendo desilusionados y abandonados de Dios, en medio de una crisis de fe profunda; les da la impresión de que Yahvé, ante los triunfos militares de los dioses babilonios en Judá, está dormido. A esta situación de crisis y desesperación, responde el mensaje de Isaías II, en la intención de levantar el ánimo y la esperanza del pueblo decaído: Yahvé es el único Dios verdadero y su poder no tiene límites; les recuerda las tradiciones del pasado de Israel, las veces que Dios a liberado a su pueblo y les ofrece la reflexión de la que deben sacar las oportunas consecuencias, han de intuir el futuro que se les avecina: Dios va a liberarlos del yugo de Babilonia a través de un rey pagano, Ciro, a quien el poeta llama el "Ungido" de Dios; es un calificativo de carácter político en concesión y alabanza al poder.

          Dios, señor y guía de la historia, se sirve de Ciro para dar la libertad a este insignificante pueblo, físicamente diezmado y deportado a una tierra extraña; está siendo el instrumento humano de los designios del Dios en la historia universal, en  la cual Israel ocupa un puesto intermediario de honor. El «yo» divino repetido enfáticamente demuestra el carácter secundario del hombre en los planes de Dios y relaciona a Ciro con el Dios del Sinaí. La marcha de vuelta del destierro se convierte en un nuevo éxodo. Los planes de Dios parecen la respuesta a la bellísima plegaria del urgente «Rorate, caeli desuper», en el que la Vulgata ve figurado a Cristo que va a llegar.

          El profeta presenta a Israel, que, viviendo en una teología estrecha, se pregunta por la figura del que viene, aunque este duro pueblo se comporta como si este desconocido no existiera. Es la eterna actitud de rechazo que muestra el  hombre sumido en radical inseguridad y miedo, ante el futuro, por lo que se debilita y pierde su valor y el gusto de vivir. Isaías señala que Dios es el sostén y futuro del hombre, el que viene lo llama y lo espera. Creer es salir de uno mismo, para entregarse e ir hacia Aquel que llega. Se necesita disponibilidad, para ir al encuentro de Dios y escuchar su Palabra de salvación. Nuestra concepción de Dios provoca crisis profundas en muchos hombres, que dudan seriamente de Dios. Is II se dirige a ellos, a los fieles judíos y a todos los inseguros para decirles que los caminos del Señor muchas veces no son los nuestros. Dios trasciende nuestros pensamientos y teologías.

          Nuestra religión no es un sistema filosófico, aunque está sistematizada, ni una colección de cánones, dogmas o principios morales. Trascendiéndolo todo, Dios ha querido revelarse históricamente, pero no podemos conocerlo por teorías sino por vivencias. Nuestra fe en el Dios Único nos invita a pensar que Dios está presente en el mundo y que actúa en él según su parecer. Para realizar sus designios sobre la humanidad, Dios puede suscitar, fuera de la Iglesia, instrumentos vivos que, "sin conocerlo", trabajan para Él, aunque ellos no se den cuenta. Hoy y siempre se puede descubrir la mano de Dios en las situaciones de diferente contraste, que comprometen las ilusorias seguridades de los creyentes y les hacen purificar su fe. 

SALMO RESPONSORIAL:

    «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra.
    Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones, porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza, más temible que todos los dioses.
     Decid a los pueblos: «El Señor es rey, él gobierna a los pueblos rectamente».
 

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses: 

     «Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones.

     Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien sabéis». 

          Alrededor del año 50, tras de haber sido expulsado de la ciudad de Filipos, por curar a una pobre esclava, de cuya enfermedad se lucraban sus amos, llegaban Pablo y sus dos discípulos, Silvano y Timoteo a Tesalónica, antigua capital de la Macedonia romana. Allí, siguiendo su costumbre, iniciaron la predicación del Evangelio en la sinagoga judía; pero, como en otras ocasiones, terminaron dejando la sinagoga, para continuar su evangelización en la casa de un prosélito llamado Jasón. Alarmados los judíos por la predicación de Pablo, organizando un alboroto, llevaron a Pablo y a sus discípulos ante los tribunales; los acusaban, como hicieron contra Jesús, de que “estos individuos van contra los decretos del César”. Sólo llevaban cuatro meses en Tesalónica, cuando preocupados tuvieron que marcharse, dejando el pequeño grupo, que había formado su palabra y testimonio. Llegados a Atenas, Pablo manda a Timoteo que vuelva a Tesalónica y se informe de la vida de los nuevos cristianos. Al venir Timoteo de su viaje con buenas noticias, alcanza a Pablo en Corinto. Es entonces cuando Pablo escribe esta primera carta a los tesalonicenses, que es probablemente el primer texto y el más antiguo del NT.

          Se cree en general, que la Primera a los Tesalonicenses es la primera de las epístolas paulinas, y a su vez, la primera cronológicamente, del canon del N.T. Su mayor interés es que data de unos veinte años solamente después de la Pascua y es un testimonio, no sólo de la mente de Pablo, sino de la fe de aquellas primeras comunidades y de su forma de vivir.

          San Pablo da gracias a Dios a propósito de los cristianos tesalonicenses. Su acción de gracias se dirige a Dios, en primer lugar, a propósito del pasado: los cristianos de Tesalónica acogieron la Palabra; luego, da gracias, al constatar el dinámica eficacia de esa Palabra que los conduce a través de la esperanza hasta la vuelta de Cristo; no ha sido vana entre ellos. Aquel anuncio fue allí fuerza, acción del Espíritu Santo, certeza absoluta, el centro de la comunidad de Tesalónica es Jesucristo. Da gracias a Dios porque se halla fundada en las tres virtudes teologales: en una fe que fructifica en obras, en un amor sincero que va más allá del sentimiento y llega al compromiso y en una esperanza capaz de perseverar y conservar su valor. El trabajo que realizaron en Tesalónica no fue en vano, porque no fue pura palabrería, sino "manifestación del poder del Espíritu" (1 Cor 2,13). Ellos mismos pudieron comprobar entonces lo que Pablo dirá a los romanos: que "el evangelio es fuerza de Dios, para salvar a los creyentes" (1,16). Y si ahora siguen fieles es porque tuvieron la experiencia inolvidable de la fuerza de Dios en la predicación apostólica.

          La "fe", para San Pablo no es simplemente un asentimiento intelectual, sino toda una actitud vital del hombre. El amor igualmente no es meramente un afecto romántico, sino que implica todo un esfuerzo, para realizar una situación, donde no exista el odio, la explotación y la opresión. Igualmente la esperanza no es una mera espera, puramente pasiva, sino un esfuerzo continuado por mejorar el mundo en el que vivimos, para ello indudablemente hace falta mucha energía y perseverancia.

          El porqué de esta espléndida situación de la comunidad tesalonicense se debe ase entregaron a Dios y se cumplió su voluntad: "El Evangelio no llegó a vosotros sólo con palabras, sino, además, con el poder del Espíritu Santo y convicción profunda". Una comunidad cristiana no se convoca por la iniciativa de un hombre, sino por el hecho misterioso de la llamada de Dios. 

               El Evangelio, según San Mateo, expone hoy un episodio de controversia, en la que los fariseos, planteándole a Jesús, el problema sobre el tributo al César, buscan el modo de comprometerlo en sus palabras, con el fin de hallar un motivo para acusarlo de algo y condenarlo.

            Todo judío, desde su adolescencia y hasta los sesenta y cinco años, tenía que pagar un impuesto personal, como súbdito del Imperio Romano, signo claro de la dominación. En la conciencia nacional judía, incitada por las ideas políticas y religiosas de los zelotes, este tributo pesaba de forma absolutamente intolerable; no reconociendo más rey que Yahvé, en su resistencia activa, se negaban a pagar esa imposición. Sentirse dominados por extranjeros y paganos lo tenían por una afrenta al Pueblo de Dios. Por eso, vienen los fariseos con un dilema aparentemente insoluble, que Jesús relativiza, introduciendo a Dios en el horizonte de la problemática y soslayando la trampa: o afirma en público el derecho del César y se enfrenta con las masas populares, simpatizantes de los zelotes, o lo niega, y, en aquellas circunstancias, significaba una incitación a la resistencia, que era inmediatamente sofocada por constituir un delito de rebeldía contra Roma.

          La táctica política habitual de los herodianos era el servilismo más rastrero a las órdenes de Roma; por su parte, los fariseos no extremistas, sin llegar a ese servilismo, eran también partidarios del poder constituido, en cuanto, no contradijese la Ley de Dios. Unos y otros, partidarios del Imperio del César y sus impuestos, tienen ya su propia opción y su finalidad determinada.

          La introducción que le dirigen sería un magnífico elogio de Jesús, si se le dijera con toda sinceridad. Era una gran alabanza para un maestro, decirle que era veraz y fiel en la interpretación de la Ley y que se comportaba libremente en su criterio y actuación. Jesús ve inmediatamente, que, aparentando interés por una cuestión actual, pretenden, con muy malas intenciones, hacerle caer en un embrollo político. Así, tras ponerlos en evidencia -"¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis?"-, deshaciendo su manejo, los obliga a tener que implicarse en la respuesta. Les pide que le enseñen un denario, sólo, para poner en evidencia su hipocresía y su artimaña; pues, si llevan dinero del César y lo utilizan corrientemente en el día a día, es seña de que reconocen de hecho su autoridad; ante lo cual, no cabe el negarse a pagar sus impuestos. Es generalmente admitido, que aceptar el curso de la moneda, es tanto como reconocer el poder político.

Jesús, en su planteamiento, cuestiona cualquier absolutismo y recorta la autoridad del estado, critica también cualquier concepción teocrática que identifique los intereses y los derechos de una nación con la misma voluntad de Dios, pone límites a cualquier clericalismo. Es evidente que la respuesta de Jesús condena por igual la deificación del estado y la suplantación de Dios por los que dicen representarlo.

               El pago de los impuestos ha causado muchas disensiones y se ha cobrado muchas vidas en la historia humana. El nacionalismo y el colaboracionismo, hijos del integrismo y de la mentalidad cerrada, miope y fanática, son hechos tan reales y crueles, que han sangrado a la humanidad. Una interpretación apresurada y sesgada del evangelio ha simplificado la cuestión, reduciéndola al ámbito de la Iglesia y del Estado, el poder temporal y el espiritual, como si el hombre fuese el botín de uno de esos dos poderes, algo totalmente inadmisible. También en nuestros días, a pesar de la secularización, se sigue repitiendo a tenor de diferentes motivos, la frase de "Dios está de nuestra parte", que viene a significar: "nosotros tenemos la razón". Defender a Dios ha sido el eslogan de todas las inquisiciones y cruzadas de todos los tiempos.

          Al plantear los judíos a Jesús, si deben pagar el tributo a los romanos, aceptando su dominio imperialista y su colonialismo, le presentan un asunto meramente político. Jesús no entra en política; pero, respondiendo a lo que no habían preguntado, deja caer que el hombre no debe someterse a ningún poder y los lleva a tomar conciencia de la dignidad humana. Si en la organización civil existen poderes, todos están limitados y no pueden ser absolutos. Y así Jesús sentencia: “dad al César lo que es del César”, pero sólo lo que sea del César, no todo lo que el poder pretende con todo su aparato coercitivo. Y a su vez, “Dad a Dios lo que es de Dios”, lo que significa, que no todo es del César, que el poder del Estado no es absoluto.

               En el ámbito político, los límites del poder radican en la soberanía popular, en el reconocimiento y declaración de los derechos humanos. En un lenguaje religioso se dice que los poderes del Estado y, en general, cualquier poder está limitado por la soberanía de Dios, que es el Creador del hombre a su imagen y semejanza. Así lo expresa el profeta Isaías en la lectura de hoy: "Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios". La existencia de Dios, el Absoluto, es la negación de cualquiera otro que pueda presentarse como absoluto. Sólo hay un Dios, todo lo demás no es Dios. Ni es Dios la idea que los hombres podamos fabricarnos de Dios, ni siquiera la idea que la Iglesia tiene de Dios. La existencia de Dios aparece, pues, como la condición de posibilidad de la libertad y autonomía de la persona frente a los poderosos de este mundo, políticos o religiosos. La fe en Dios es la legitimación de toda desobediencia civil y religiosa, de la objeción de conciencia frente a toda imposición. Porque creemos en un solo Dios, creemos que nada ni nadie más es dios. Conceder a Dios lo que es de Dios supone darle la primacía y colocar al César en su justo lugar

          Con su respuesta, Jesús se distancia tanto de los zelotes, que querían una sociedad teocrática, como del emperador romano, que divinizaba su poder y su persona, excediéndose en sus atribuciones. Jesús concentra el interés en que el centro de su misión es la predicación del Reino. En el evangelio, se ve cómo Jesucristo presta una atención muy limitada a responder cuestiones de la realidad temporal; insiste siempre en que lo esencial es la fidelidad a Dios y que todo el interés debe estar centrado en el Reino de Dios que viene y que es superior a cualquier poder humano. Se puede recordar aquí la afirmación de que nadie puede servir a dos señores (Cf. Mt 6,24). La obediencia cívica no constituye un obstáculo al cumplimiento de los deberes para con Dios.

          La respuesta de Jesús es del todo inesperada y sorpresiva para sus interlocutores; no entra en su juego y se sustrae a la fácil toma de partido, pero no da tampoco una evasiva. Evita el dilema, no por miedo a comprometerse, sino por llevar su razonamiento a mayor profundidad, al núcleo de la justa concepción de la dependencia de Dios y, por tanto, la justa libertad frente al estado. Evidentemente, Jesús no coloca a Dios y al César en el mismo plano. Jesucristo, ante todo, salvaguarda y defiende, en toda situación política, los derechos de Dios. El estado también tiene sus derechos, y, cuando el estado permanece en su sitio, estos derechos se truecan en deberes de conciencia; sin embargo, el estado no puede erigirse en valor absoluto; ningún poder político, romano o cristiano, puede arrogarse derechos que competen sólo a Dios, ni puede absorber por entero el corazón del hombre, ni reemplazar su conciencia.

          Jesús ofrece una doble enseñanza: La autoridad civil tiene derecho a la obediencia, sobre todo, de quienes se sirven de las ventajas que conlleva (Rm 13,1-8; Tt 3,1-3; 1 P 2,13-14); pero, sin que esa obediencia, sea un obstáculo a la que se debe a Dios. Y, en segundo lugar, al relatar la parábola del banquete real a continuación del texto de hoy, Mateo (22,1-14) subraya que muchos no responden al llamamiento de Dios; el triple enfrentamiento de los herodianos, de los saduceos y de los fariseos, caracteriza las tres actitudes de rechazo que la Iglesia puede encontrar: estar tan ligado a un "César", que no pueden reconocer al Señor; no admitir un más allá; o vivir en una intransigencia y una pureza tal que no pueden, como los fariseos, ver otra realidad en la Iglesia.

          No existe, pues, una verdadera oposición, basada en el Evangelio, entre lo que es del César y lo que es de Dios. En efecto, el Reino de Dios no se sitúa fuera de los reinos terrestres, puesto que éstos son asumidos por Dios en Jesucristo. Querer dar a Dios lo que le es debido implica, pues, darle a César lo que le pertenece. El Reino de Dios no es de este mundo, en el sentido de que no es uno más de los reinos de acá abajo; pero, sí está en el mundo en cuanto que es extensible a todas las realezas terrestres. Por tanto, no se puede ser cristiano auténtico al margen de las realidades.