XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 25,14-30: Al que tiene se le dará

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

 Pr 31,10-13.19-20.30-31; Sal 127,1-5;1 Ts 5,1-6; Mt 25,14-30 

»En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó…

Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le respondió: Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará, hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes». 

Lectura del libro de los Proverbios

     «Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida… Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura; la que teme al Señor merece alabanza.

    Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza». 

          Los libros sapienciales de la Biblia aportan máximas que ensalzan a la mujer cuidadosa y rechazan a la pendenciera; ante el cúmulo de virtudes que se exige a la mujer ideal, se entiende que resulte enormemente difícil encontrarla; de ahí la pregunta retórica: "Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?".

          La madre del rey Lemuel explica a su hijo el modelo de una irreprochable ama de casa, en este bello poema acróstico, esto es, cada uno de los veintidós versos empieza con una letra diversa del alfabeto hebreo, que produce en el lector un gran impacto; es el canto al ideal de la feminidad de la época, esposa, madre y ama de casa. El autor de Proverbios, al hacer un gran elogio a la mujer juiciosa y prudente, no entra en especulaciones filosóficas sobre la función social de la mujer en su tiempo ni presenta ninguna heroína; expone una simple ama de casa que, con su buen hacer, crea bienestar, felicidad y alegría en su hogar. Si viviera hoy, es seguro que defendería con energía los derechos de la mujer, su puesto en la sociedad, su igualdad en el trabajo..., incluso nos presentaría un cuadro diverso de mujer, pero no propondría como ejemplo a imitar ese tipo horripilante de mujer que, obteniendo un cargo de importancia, se dedica a humillar, pisotear, amargar... a los demás. Hoy estas mujeres abundan en la sociedad, y, comportándose así se las dan de progresistas, en algo tan pobre ha quedado el progreso.

          Puesto que la mujer ejerce sobre el hombre una gran atracción es lógico que, en todo tiempo, haya plasmado su influjo decisivo en los refranes: "Femina raro bona, sed quae bona, digna corona", aunque el predominio cultural del hombre ha recalcado más los aspectos negativos que los positivos. Tampoco, se muestra más optimista respecto a la existencia del hombre fiel y justo y se hace la misma pregunta respecto al hombre ideal. Cada época y cultura ofrece su mujer ideal. Evidentemente aquí se propone el modelo femenino que corresponde a la cultura patriarcal. Con todo, se señalan valores permanentes que siguen teniendo importancia para la mujer del mundo actual. La mujer de espíritu fuerte y laboriosa, que sabe ganarse la vida con su trabajo, representa un ejemplo válido para nuestra época. Cuando corremos el riesgo de convertir a la mujer en una señal de prestigio del varón y en un objeto de placer, es preciso subrayar con todo rigor que lo más hermoso de la mujer son sus virtudes. El valor de la perla radica precisamente en su escasez; y el que la encuentra ha hallado un gran tesoro.

          La mujer ejemplar es la que se realiza en el trabajo, habilidad tan escasa y valiosa, que el escritor presenta como un don de Dios, una gracia mucho más importante que la belleza, cuya fidelidad describen y resaltan los libros sapienciales. En esa época, la mujer está considerada, entre los judíos, una eterna menor de edad, inmadura, que el muro de la casa, la preserva de las nefastas influencias externas. Sin embargo, la esposa judía no es, en modo alguno, la sempiterna esclava que mantienen otras culturas. La intimidad conyugal es una realidad en Israel, en que la madre adquiere responsabilidades que le confieren una auténtica personalidad. La mujer ideal hace reinar, en su casa,  la serenidad, la paz, la confianza y la prosperidad, por su personalidad, carácter y entrega extraordinaria, preocupada de todos y de todo, con iniciativa y acierto, incluso compra, vende y comercia con sus productos; constituye la felicidad de su esposo y la alegría de sus hijos que la alaban, los criados están contentos y atiende a los necesitados con su atención y solicitud.

          La enseñanza de este texto es muy relevante en la actualidad, cuando la mujer ha recuperado el lugar que siglos de injusticia y relegación le han negado; el espíritu y la línea de este elogio admirable lo convierten en la página más brillante de la Biblia sobre la mujer; por eso, la Iglesia lo ofrece hoy en la liturgia.

SALMO RESPONSORIAL:

     
«¡Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos!
      Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Tu mujer como parra fecunda,
en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén, todos los días de tu vida».

Lectura de la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses

        «Hermanos: En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis que os escriba.

Sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar.

       Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente». 

          Los tesalonicenses tratan de saber cuándo y cómo será la venida del Señor. San Pablo les responde que no han de preocuparse de eso; de hecho, ya saben que el día del Señor llegará sin aviso. Sólo deben temer, quienes viven en la oscuridad y creen ingenuamente que van a conseguir en este mundo la paz y la seguridad; cuanto más seguros se imaginen, mayor será la ruina. Realmente, para quienes todo se encierra en este mundo y ni vislumbran un «más allá» en la noche sin esperanza de aurora, el día del Señor sólo puede llegar, como un ladrón que les arrebatará todo lo que son y reúnen.

          No obstante, los cristianos, aunque tengan que vivir de momento entre las tinieblas, no pertenecen a ellas. El Apóstol quiere librar a los tesalonicenses de toda angustia que pueda paralizarlos en la práctica del Evangelio. A pesar de las dificultades, los creyentes deben vivir pendientes de la aurora que viene; es preciso velar y estar dispuesto a defenderse de los enemigos que atacan de noche y marchar armados «con la coraza de la fe y de la caridad y con el yelmo de la esperanza de la salvación», destinados a la salvación por medio del Señor Jesucristo, que murió por ellos.

          Jesús de Nazaret ofrece el Reino que se construye aquí abajo, en lo cotidiano de la existencia; no existe para el hombre más que un solo tiempo, el que le toca vivir, plenamente, confiado en el Dios que nos ama y quiere la salvación de todos. San Pablo insta con ahínco a vivir con Dios, en la luz, cada uno de los días que nos toque vivir; así mismo también lo hace San Mateo, por medio de parábolas sobre la vigilancia de cada día.

Vigilantes y sobrios, no seremos sorprendidos (1 Tes 5, 1-6) El Día del Señor ha llegado a ser para los cristianos de hoy algo lejano. Los evangelios nos han acostumbrado a ese Día del Señor, del que habla ya el profeta Amós (5,18-2O) como de un día terrible y que Jesús describe como súbito, al modo de la llegada de un ladrón (Mt 24,43; Lc 12,39), mientras el mundo sigue su vida, inconsciente, como si ese día del Señor no fuera a llegar.

          San Pablo recuerda lo que expresan los evangelios. El verdadero cristiano, sin embargo, no puede verse sorprendido. Su vida es constantemente una vigilia, la espera de esa vuelta. Porque el bautizado no vive ya en tinieblas, sino que es hijo de la luz e hijo del día. Está en vela continua; se mantiene siempre sobrio y en la búsqueda del conocimiento, en el verdadero despego de las cosas a la espera de Cristo. 

          El santo evangelio, según San Mateo, pone hoy, en consideración la parábola de los talentos. El hombre que sale de viaje y, libremente, confía sus bienes a los criados, de acuerdo con la capacidad de cada uno de ellos, puesto que los conoce bien.

          Esta parábola, como la anterior de las diez vírgenes, con su gran carácter escatológico, insiste con fuerza, en la labor, que el cristiano ha de realizar en este tiempo de espera de la venida del Señor.

          El dueño marcha y hasta su vuelta, los sirvientes, emplean de modo diferente los bienes recibidos; dos arriesgan y los duplican y son alabados, mientras que el tercero, timorato, los guarda, creyendo que su cautela y honradez serían elogiadas, pero recibe una reprimenda y duro vituperio. En aquel tiempo el que recibía una prenda de otro, si la enterraba en el suelo, en un lugar seguro, quedaba libre de toda responsabilidad. Así, este fue y enterró el dinero por miedo a perderlo; ya se siente tranquilo, ha cumplido. El rechazo de su conducta no estriba en la cautela y miedo, sino en su desidia, se le había entregado el dinero, para hacerlo fructificar; es por tanto, un siervo inútil e infiel. El núcleo decisivo de la parábola está en la reprobación de este último, porque no lo puso en juego, no lo hizo progresar, razón por la que el dueño le recrimina su infidelidad. Él excusa su falta de actividad en el respeto, el miedo y la exigencia de su amo.

          La parábola de Jesús va dirigida a todos aquellos que dan primacía a la propia seguridad y comodidad en lugar de buscar el crecimiento de los dones otorgados por el Señor. Ese siervo es llamado "negligente y holgazán", frente a los otros dos, que son fieles y cumplidores. Así pues vemos, que la espera del Señor ha de ser en todo momento activa y responsable. El que rentabiliza y aumenta los dones recibidos, alcanza la gracia y el ciento por uno; quien no da fruto es cortado y alejado, e incluso pierde lo poco que se le había dado. Este empleado, finalmente, es sacado fuera y separado de la fiesta a la que han sido invitados los demás.

          En el contexto, en que hablaba Jesucristo la aplicación es más fácil. Los judíos piadosos buscaban su seguridad personal en la observancia de la Ley, a fin de hacer méritos ante Dios, pero, por su exclusivismo egoísta, la religión de Israel se convertía en una magnitud estéril, los pecadores, los gentiles, el pueblo corriente, no obtenían beneficio alguno de la observancia farisaica de la Ley y Dios no percibía intereses de su capital. Por ello, Israel será expulsado y desposeído de lo que tiene y se le dará a otro pueblo que, asumiendo el riesgo de la inversión, sea capaz de mover y sacar fruto a las gracias y capacidades donadas.

          Esta aplicación inicial se transformó posteriormente, viniendo la parábola a cobrar finalidad parenética, e ilustró la máxima "al que tiene se le dará"; el que trabaja su capacidad y su fe, las aumenta; el que no las agiliza y activa, es detestado y las pierde; se le despide de su trabajo, porque entierra, oculta y guarda el capital, no sabe arriesgarse y sacarle fruto. Y, finalmente, cabe una tercera interpretación; el retorno del dueño representa la segunda venida de Jesucristo y la parábola apunta a la imagen del juicio final, el día del rendimiento de cuentas; entonces el empleado infiel será echado "fuera a las tinieblas exteriores, donde será el llanto y el rechinar de dientes". El tiempo entre la marcha y la vuelta de Jesús, la historia humana, se concede para activar, multiplicar y emplear, en el bien del prójimo, los talentos, que cada cristiano tiene.

               Quedarse encerrado sin preocuparse de nada, sin afrontar ningún riesgo ni problema, no es lo que quiere Dios, no es eso lo que predica Jesús. Un cristiano no queda en paz con Dios, porque no haga daño a nadie, vaya a misa y rece; actuar así es guardarse el talento y no hacerle rendir; cada uno puede esconderlo de muchas maneras, al desentenderse de su capacidad; al vivir, aún teniendo fe, de espaldas a Dios, procurando sólo lo que le conviene; al llevar una vida cristiana superficial; al realizar el bien cuando le es fácil, pero deja de lado lo que cuesta un esfuerzo, como su propia responsabilidad o la exigencia de la caridad que se debe a los demás; al vivir un cristianismo mortecino y formalista en una fe demasiado rutinaria, sin aprovechar toda la riqueza y la fuerza de los dones que Dios pone en el alma, para que, sencillamente, vaya creciendo en valores, respondiendo a lo que Dios espera de él y asemejándose a la imagen de Jesucristo. Si uno quiere ser fiel, sin duda, ha de arriesgarse, implicarse aunque eso suponga complicaciones y errores probablemente más de una vez, pero Dios, al final, lo llamará fiel, porque ha dado fruto. Un cristiano queda en paz con Dios, cuando se esfuerza en que los dones que tiene, sirvan, para que avance la causa del Evangelio en el mundo, para que crezca un poco más, en el hombre, la esperanza, el amor, la fe.

          "Velad porque no sabéis el día ni la hora". El desconocimiento del día y de la hora no debe inducirnos a pensar que ese día y esa hora no existen. Esta es una invitación a estar en actividad, a desarrollar la vida espiritual, a buscar el aumento de la fe, la esperanza y la caridad; es preciso mover los intereses y los beneficios del Evangelio y activar cada día sus enseñanzas haciendo brillar la paz y la justicia. En el Reino no cuenta tanto haber rendido mucho, como haber puesto todo lo que cada uno es y tiene a su servicio, cuenta la vida que se expresa en el amor y en la entrega.  

          San Mateo trata, con la parábola, de reavivar la vigilancia, la actitud abierta al futuro de Dios y de los hombres; la plástica y la viveza de las imágenes ayudan más que las palabras a despertar esta actitud y a no dejar el esfuerzo de vivir en Dios. Se ha de huir del recelo y del miedo; hay que mirar hacia el entorno y hacia adelante, a la línea del horizonte en que el Hombre y Dios se funden en una perfecta unión.