I Domingo de Adviento, Ciclo B

Mc 13, 33-37: Vigilad, pues ignoráis el momento

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

 Is 63,16-17 - 64,1-8; Sal 79, 2-19; 1Co 1, 3-9 Mc 13, 33-37                

             «En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Estad en vigilancia: Velad, porque no sabéis el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y, al dejar su casa, confió todo al cuidado de sus siervos y encargó al portero que velara. Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o de madrugada; no sea que venga de pronto y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»    

 

          Hoy, con el Adviento, que abre un nuevo año cristiano, el ciclo B de la Liturgia, comienza un tiempo cargado de esperanza.

          En este periodo, se exhorta al cristiano a permanecer constantemente en vigilancia, a esperar con ardor la llegada del Señor y, confesando sus pecados y pediendo perdón por las culpas, a alzar la vista con los ojos llenos de fe, para encontrar y descubrir la presencia del Señor, que llega al alma.  

            LA PRIMERA LECTURA, tomada del llamado Tritoisaías por el influjo que el profeta Isaías ejerció en su alumno, ha plasmado su mensaje en los cap. 56-66, probablemente redactado después de la vuelta del exilio. "Tus santas ciudades son un desierto, Sión se ha vuelto un desierto, Jerusalén un yermo”. El poeta se refiere a la situación trágica, la desolación en que ha quedado Jerusalén y su templo tras la destrucción del año 587 a. C. Esta desgracia nacional lo lleva a rogar a Dios que intervenga una vez más, para salvar a su pueblo.

          La perícopa presenta una unidad literaria, joya de la literatura bíblica, muy compleja, que expresa la plegaria popular en forma de lamentación ante la mayor desgracia que ha soportado en su historia. Es un salmo patético (cf. Sal 44 y 89) en el que entreteje las gestas divinas del pasado, la rebelión del pueblo, su castigo, la confesión del pecado, la servidumbre de Egipto y el éxodo liberador, y termina apelando a la entrañable ternura del Señor.

            Es una plegaria propia de adviento, que, naciendo de la desilusión de la comunidad postexílica por el retraso de la manifestación de Dios, refleja la esperanza en la convicción de que la salvación y la justicia de Dios están cerca. Señala el momento difícil que atraviesa Israel ante el peligro de los ídolos y las divisiones internas, y, a la vez, una gran esperanza indestructible: Señor, tú eres nuestro padre; repetido por tres veces, llama, por primera vez, a Dios "Padre Nuestro", como lo hará cinco siglos después el Hijo del Hombre, enseñando a orar a sus discípulos.

          El pueblo confía en la intervención del Señor, Padre y Redentor, por lo que no culpabiliza a Dios de la desastrosa situación, sino que confiesa que el pecado del hombre es una mancha que contagia, que rompe las relaciones con el Señor, ocultándole su rostro. La confesión implica ya un actuar de Dios en el interior humano; ello les hace reconocer que Dios ha permitido su desvío del recto camino, por la dureza y obcecación de su corazón; ellos han errado y pecado, pero esperan el perdón de Dios y volver a encontrar su amor. 

          El Salmo responsorial: «Pastor de Israel, despierta tu poder y ven a salvarnos Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa».

          El salmista proclama la lamentación en forma de súplica de todo el pueblo de Israel, mediante el modélico símbolo bíblico del pastor y su rebaño. El Señor que "guió a José como su corderillo" (Sal 79,2) y a Israel por el desierto, es invocado como "pastor de Israel", quien desde el arca de la alianza conduce su rebaño y lo protege en los peligros. Sin embargo, ahora parece ausente, como indiferente. Este pueblo humillado y ofendido por dura prueba, la cruel invasión que devastó la tierra prometida, suplica a Dios que vuelva a ser pastor y defensa de su viña, otro símbolo muy frecuente, signo de fecundidad y de alegría. La viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; y, por el cultivo, produce uvas que pueden dar vino, que simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto de obras justas. 

          En la segunda lectura San Pablo desea a la comunidad de Corinto "la gracia y la paz". La "gracia" indica el amor del Padre, que entrega al mundo a su propio Hijo, la plenitud divina (Col 2,9). De Cristo ha recibido la comunidad todos los dones; la fe les ha venido del Señor por pura donación gratuita. La "paz de Dios" designa el conjunto de los bienes mesiánicos anunciados por los profetas y la vivencia de la relación de los hombres con Dios, "Padre Nuestro". Jesucristo es el rostro de Dios, Padre, vuelto amorosamente a los hombres: "Felipe, el que me ve a mí ve al Padre" (Jn 14,8).

          En esta carta el Apóstol, tras el saludo inicial y la acción de gracias, afronta la dificultad de las divisiones en la Iglesia de Corinto; los exhorta a que pongan su interés en el núcleo del mensaje, que él predica. Sólo Cristo es la roca indivisible que los puede cimentar establemente una en su fe. Sólo Cristo murió por la salvación de todos los creyentes.

          El Nuevo Testamento es todo gracia y bendición. Dios ha volcado sobre nosotros todos sus dones; la bendición principal es Jesucristo. Dios se manifestó y nos salvó en y por Jesucristo. La gracia de Dios no cesa, seguimos esperando a Jesucristo, sigue viniendo el Salvador. Jesús viene siempre.

          Dios es Nuestro Padre, nos da la nueva vida y nos hace hijos suyos en Cristo; la salvación y la vida, nos vienen de Dios por Jesucristo y por Él tenemos que dar gracias a Dios.  

          El santo evangelio, según San Marcos invita a vivir con el espíritu puesto en el futuro: "Velad, vigilad, pues no se sabe el día ni la hora".

          Las diferencias en las versiones de Mt Y Mc se deben a que son distintos los interlocutores y el desarrollo; en Mt son los discípulos y en Mc, sólo, Pedro, Santiago, Juan y Andrés, de ahí la restricción final: "Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos" (Mc 13,37). Este discurso de Jesús, en forma de parábola en “acción”, trata de atraer la atención sobre la vigilancia. Esta acción de vigilar se convierte en una cuestión significativa y paradigmática en la que están implicados todos los oyentes.

          Al abrirse el Adviento, tiempo de la preparación, el Señor recomienda insistentemente la vigilancia: "Al atardecer, a medianoche, al canto del gallo, al amanecer", las cuatro vigilias en que se dividía la noche. No se puede dormir, hay que velar, sabe el Señor que es fácil caer en el sueño y el descuido, como las vírgenes necias, que dejaron escapar la oportunidad. Dios puede venir cualquier día y hora. Jesucristo viene es preciso velar, reconocerlo y acogerlo. El Señor está cerca.

          La redacción en la pluma de los evangelistas ofrece un magnífico ejemplo de transmisión dinámica y creadora de la palabra de Jesús; se manifiesta el respeto al pensamiento y a la intención de Jesús. San Marcos insiste, no en el cuidado de los bienes confiados a los criados, sino en la actitud despierta y vigilante, porque no se conoce el momento de la llegada del dueño. Es ciertamente una invitación a vivir mirando al futuro, a vivir no sólo desde nuestro presente, sino también desde Dios. Un Dios que está ahí amándonos y que vendrá a nosotros, pero no se sabe decir cuándo y cómo. La esperanza evangélica del presente se vive en "el hoy de Dios"; el Evangelio contempla la vida desde las realidades presentes. Jesús inculca la esperanza a sus oyentes, por la liberación final y les pide que, con confianza, estén vigilantes. "No os preocupéis de..., pero el que persevere hasta el fin...", "estar sobre aviso; mirad que os lo he predicho todo" (Mc 13,11-25).

          Velar es trabajar, según dice el evangelista, cada cual ha recibido ya su "trabajo". Los cristianos deben esperar la venida de Jesús, entregados a su trabajo de cada día, con la profunda actitud interior de la fe. Es mantenerse atentos a las realidades esenciales, con mirada "contemplativa". Los ojos contemplativos saben ver las señales que emergen y anuncian movimientos profundos. Velar es no dejarse engañar por lo episódico y por los falsos mesías que pululan ofreciendo la clave de los enigmas del tiempo; velar es no caer en el desconcierto por las dificultades, divisiones y persecuciones de todo tipo, sabiendo que Dios está cerca e interviene siempre en la obra de la salvación del hombre. Velar significa vivir en actitud de servicio permanente, a disposición del amo, que va a regresar; significa lucha, fatiga, renuncia. La vigilancia es fruto de la fe, de la esperanza y del amor; es mantener la fe, la fidelidad a Cristo,

          Muchos piensan que ya Dios no es necesario, se arreglan sin Dios; la técnica y el  saber científico los ha ensoberbecido, creen que pueden valerse por sí mismos, mostrando así, no la gloria de Dios, sino la del hombre. Y, así, se vuelven agresivos y violentos, acudiendo a la guerra para defender la paz… y ampliando cada vez más el abismo entre los ambiciosos ricos y los humildes pobres… Sin embargo, toda la ciencia junta no puede ni podrá nunca generar una pizca de misericordia, ni un pedacito de AMOR. Sin Dios todo carece de sentido; la muerte deshace todas las conquistas y esperanzas humanas.

          Pero el cristiano sabe, que amar es una forma de mantenerse a la espera. El Señor vino y vendrá… pero sobre todo, el Señor está viniendo al hombre cada instante. Jesús llega, su manifestación se verifica día tras día, a medida que el Reino de Dios entra en el corazón de los hombres. La vigilancia es la disponibilidad para la última venida y para la venida de cada día. Es muy fácil, pidamos: "¡Venga a nosotros tu Reino!"; nuestra oración "acelera" el cumplimiento de la promesa.