III Domingo de Adviento, Ciclo B

Jn 1,6-8.19-28: Voz que clama en el desierto

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

 Is 61,1-11; Sal: Lc 1,46-54; 1Tes 5,16-24; Jn 1,6-8.19-28

 

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan; venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: ¿Tú quién eres? El confesó sin reservas: Yo no soy el Mesías. Le preguntaron: Entonces, qué?...  Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", Como dijo el profeta Isaías. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

 

            El Profeta Isaías anuncia hoy la próxima venida del Mesías: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Dios me ha ungido. Insiste en caminar en el gozo, porque va a venir el Ungido y Enviado, el Salvador, por amor a la humanidad.

          La comunidad ha vuelto del destierro babilónico y se encuentra en Jerusalén. El profeta intenta unificar un pueblo dividido por la idolatría y que se ha aprovechado del destierro para apoderarse de los bienes de sus hermanos. El profeta anuncia su vocación, que consiste en un don del Espíritu (cf 11,2; 42,1; 48,16) y que designa como una "unción". Esta vocación está en función de los afligidos de Sión, de los cansados y desanimados.

           Ante el fracaso de la estructura monárquica, el pueblo espera un salvador que dé satisfacción a las esperanzas mesiánicas de tantos hombres espiritual y socialmente aplastados. Así nace en el corazón de Israel el mesianismo, que, por eliminación, llevará a comprender cada vez mejor que la dinastía física no puede procurar la salvación. La recia voz del profeta Isaías, gracias a la presencia y la asistencia del Espíritu, habla de un descendiente de David, cuyo nombre será «Dios-con-nosotros» (7,14), que Yahvé llena de sabiduría, de discernimiento, de fuerza y de don de consejo.

          Sobre el trasfondo histórico de la comunidad postexílica, que vive sus dificultades y miserias de vuelta a Jerusalén, pero también su fe y sus esperanzas. el Tercer Isaías (56-66) presenta la figura conmovedora de este profeta en la línea de los cánticos del Siervo Doliente, que, impulsado y asistido por el espíritu de Dios, anuncia a los pobres la buena nueva de la salvación y la restauración de la justicia. En la perspectiva de la «tradición isaiana», este personaje es enviado a los pobres y desgraciados para realizar verdaderamente la alianza entre Dios y su pueblo. El carácter escatológico y universalista de la acción del «espíritu» es captado por Lucas, el cual pone en labios de Cristo un discurso en el que se apropia el texto de Is 61,1-3: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). El personaje de los grandes textos isaianos es identificado con Cristo.

          Israel es el plantel del Señor que provoca la admiración de los que lo contemplan viéndose obligados a reconocer en él al pueblo bendito de Dios (vv. 8-9). La felicidad actual y la pasada, todo el fundamento de su vida es la justicia de Dios que detesta la violencia y opresión. Ante este oráculo de salvación, la comunidad explota en un himno de agradecimiento (vv. 10-11). El Señor es el origen y debe ser también la meta de todo gozo humano. 

 

         

          San Pablo, en la primera carta de a los Tesalonicenses, exhorta a la alegría y a la constancia: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros”.

          El cristiano tiene muchos motivos, para vivir alegre y ser constante en su oración, en hacer el bien y huir siempre del mal, de toda forma de maldad. Marca el Apóstol un estilo cristiano de vida muy preciso: alegría, oración, acción de gracias. Sintetiza la actitud del espíritu cristiano, tal como corresponde a la voluntad de Dios: alegría, oración y agradecimiento. "¡Alegraos constantemente!", o sea, incluso en las horas bajas y de sufrimiento

          Es la misma recomendación, que hace San Pablo a los primeros cristianos de Filipos: Alegraos en el Señor siempre; lo repito, alegraos (4,4-7). Se encuentra repetida por su enorme importancia; el cristiano se alegra en el Señor, se alegra porque el Señor está cerca. Es también la alegría del Adviento y la de cada día: Jesús está muy cerca de nosotros. Está cada vez más cerca. Y San Pablo nos da también la clave para entender el origen de nuestras tristezas: nuestro alejamiento de Dios, por nuestros pecados, por la tibieza. El Señor llega siempre a nosotros en la alegría y no en la aflicción. “Sus misterios son todos misterios de alegría; los misterios dolorosos los hemos provocado nosotros”.
          "¡Dad gracias por todo!". Incluso en las pruebas y sufrimiento. Aquí es donde tiene que mostrarse la fe fuerte, en que todo lo que viene de la mano de Dios es para nuestra salvación. Esta actitud del alma es, pues, la que concuerda con la voluntad de Dios, como nos lo reveló en Jesucristo. Los profetas anuncian la voluntad de Dios en las cuestiones actuales de la vida: "el que profetiza habla a los hombres, construyendo, exhortando y animando" (1Co 14,3). La esperanza de la vuelta de Jesucristo es la que jalona toda esta carta y lo que fundamenta la conducta cristiana: el cristiano es el hombre de esta espera.

 

 

          El SANTO EVANGELIO, según San Juan contiene hoy dos partes: los tres versículos del famoso Prólogo, “In principium erat Verbum”, sobre un enviado como testimonio de la luz; y la respuesta del Bautista a las preguntas de los fariseos y sacerdotes. Con una gran autoridad, les reprocha su soberbia ceguera, que les impide ver y conocer: “en medio de vosotros hay uno que no conocéis”.

          "Juan era la voz, dice S. Agustín, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna. Si se quita la palabra, ¿qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón. Y precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres?, respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto:`Allanad el camino del Señor'. La voz que grita en el desierto, la voz que rompe el silencio; pero ésta no se dignará venir a donde yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino".

          El autor, con una terminología de tipo forense, presenta a Juan Bautista no como precursor, sino como testigo que declara en un juicio."Venía para una testificación, para testificar sobre la luz, para que por su mediación todos creyeran"; "No era él la luz, sino que venía a testificar sobre la luz". La testificación no es el interrogatorio que sigue, sino lo que antecede y que ha quedado fuera de la selección litúrgica. Se interroga al testigo sobre su identidad y sobre su actividad.

Cada evangelista tiene su peculiar modo de presentar los hechos; en efecto, el cuarto evangelio concibe la escena como en el marco de un proceso judicial, Juan el Bautista es, un testigo de descargo en favor de Jesús. A lo largo de él asistimos a una confrontación entre dos partes en litigio: luz-tinieblas, día-noche, videntes-invidentes, etc.  Una de ellas presente en el texto son los judíos de Jerusalén, los cuales aquí son el ministerio fiscal. Es un fiscal religioso. Sus agentes son sacerdotes y levitas fariseos. La función del fiscal va a ser la de investigar la personalidad del testigo de descargo a la vista de sus graves afirmaciones en los vv. 15-18; es un careo del fiscal con el testigo del acusado.

          En este caso existe la expresión de desatar la sandalia, que era en Israel una metáfora jurídica; simbolizaba un derecho que tiene otro. Así, la ley del levirato, cf. Dt 25,5-10, derecho a unos terrenos, cf Rt 4,1-9. El incumplimiento de estos derechos se simbolizaba quitándole la sandalia al incumplidor. Cuando, pues, el testigo de descargo dice que él no es digno de desatar la sandalia de Jesús, está diciéndole al fiscal que el acusado es quien tiene el derecho y que no incumple el derecho que tiene. El autor del cuarto evangelio concibe, presenta, pues, su obra, ya desde el comienzo, en un conflicto radical entre dos mundos religiosos: el central de Jerusalén con sus sacerdotes y el periférico de Juan y Jesús, situados al otro lado del Jordán, intencionadamente.

          El texto es una invitación y advertencia. "Allanad el camino". El grito de Juan sigue teniendo vigencia hoy dentro del Pueblo de Dios. Vive el hombre interesado, agobiado, angustiado, materializado por mil y una cosa que le rodean. "En medio de vosotros hay uno que no conocéis". Se debe estar atento, hay que advertir que Jesús puede resultar un desconocido o desechado en ambientes deshumanizados; esta advertencia sigue teniendo vigencia hoy dentro del Pueblo de Dios, porque también hoy puede que Jesús sea un desconocido dentro de los que se profesan religiosos. Vivimos en una época de mucho griterío y muchos fuegos fatuos. Nos llegan cantidad de voces vacías de palabra. Distraen, y no establecen una comunicación a fondo ni ayudan a encontrarse a uno mismo. Pero también es cierto que hay palabras vivas, aunque cuesta descubrirlas, al estar distraídos. El Adviento es eso. Hay que prepararle el camino al Niño en sintonía con el Espíritu que reposa sobre Él y que le envía "a anunciar la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos. El que viene llegará, aleja toda tristeza y con Él llega la paz y la alegría. Roguemos, que, dentro de unos días vuelva a nacer en el corazón de cada hombre.