Fiesta. Sagrada Familia de Jesús, María y José

Lc 2,22-40: Su padre y su madre estaban admirados

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

 Si 3,2-6.12.17; Sal 127,1-5; Col 3,12-21; Lc 2,22-40 

Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley del Señor…

 Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel […]

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. […]
     Regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía en sabiduría y gracia de Dios.
                                                                                   

 

            La fiesta de la Sagrada Familia, que se celebra el domingo de la octava de navidad, se hizo muy popular en Canadá; fue promovida por León XIII en 1893 ante la amenaza clara que, para la familia cristiana, constituían las fuerzas secularizantes.

            La familia, célula vital de la sociedad, cuerpo social, misterio cristiano y fundamento de la Iglesia, es de suma importancia, por los valores perennes que entraña y por ser fundamento de toda relación humana, padres e hijos, presidida y orientada desde el amor y la paz de Cristo.    

            El libro del Sirácida o Eclesiástico invita a honrar la familia. Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole.

          La helenización de las ideas y las costumbres se extendió por Palestina sobre el s. II a. C. La corriente se vio favorecida por un proceso de acogida entre la clase dirigente, luego, se fue imponiendo pragmáticamente por la política de Antíoco Epífanes. Ben Sirac, el autor del Eclesiástico, representa la vieja sabiduría de Israel que reacciona contra estas innovaciones foráneas. Se entiende que, ante aquella colonización cultural, el sabio de Israel se inquiete por la educación de la juventud y vuelva sus ojos a la familia, perenne núcleo de las tradiciones nacionales.

          El estructura de la familia en este tiempo es patriarcal, constituida por una jerarquía de orden sagrado, fielmente preservada. Este tipo de familia privilegia el pasado y la estabilidad y, por ende, la tradición y el orden. A fin de mantener tal orden en aras de la herencia espiritual israelita, Ben Sirac inculca a los jóvenes las beneficiosas virtudes de la obediencia, el respeto a los mayores y la solicitud por los padres. La ordenación familiar ha ido modificándose a través de la historia. El modelo de la familia patriarcal no es el sistema perfecto ni el único querido por Dios. El autor sagrado defiende la familia que conoce en sus días, descubre sus valores y los propugna, para proteger y salvar una tradición que, en Jerusalén, era herencia de los creyentes. En este ámbito histórico, se acentúa el respeto que han de mostrar los hijos a los padres y la igualdad de la mujer frente al marido.

          Ben Sirac tiene una idea familiar bastante mediana; familia, clan y aldea de cultura rural, forma la comunidad natural dominada por los deberes propios de las relaciones conyugales, y las de padres e hijos, ayuda y justicia; él se queda en la felicidad, que se obtiene mediante la buena educación y la formación de los padres. El hijo ha de ganar la sabiduría o experiencia con lo que encontrará la comodidad. Estos aspectos se hallan normalmente, todavía, en muchas familias actuales que no responden exactamente a las exigencias modernas; la rebelión de los jóvenes, extendida por todas partes, sigue sus propios cauces.

          En la civilización de hoy, se ha ampliado la cuestión, el hombre ya no vive en sus comunidades naturales, sino  artificiales de variado género, en las que, por lo demás, no se ve integrado. La familia no ha perdido toda su misión, pero se ve compartirla con otras complementarias. De ahí viene la tensión; la familia burguesa cristiana no comprende esa complementariedad y su moral se basa en estudiar las relaciones de tipo rural, las relaciones conyugales, el confort y la comodidad, la justicia con el vecino, la propiedad soñada y la obediencia de sus hijos

          Mientras que el futuro de nuestro mundo es inquietante y lleno de riesgos, algunos cristianos tienden a tomar una postura de miedo y de conservadurismo. Se repliegan entonces en la defensa de comunidades naturales ("familia y patria") y responden mal a las exigencias de los que viven en plan de comunidades artificiales y buscan en ellas su inclusión y su ética.

          Aconseja Sirac que Dios escucha a los buenos hijos que honran a los padres. Les concede larga vida y prosperidad, les perdona sus pecados. Finalmente, la piedad hacia los padres se verá compensada con una larga vida. Hay que honrar a los padres que transmiten el don divino de la vida, y son los continuadores de su obra creadora y salvadora. La honra a los padres es fruto del temor a Dios, principio y raíz, corona y plenitud de toda sabiduría. Sólo el que teme a Dios, el que se entrega a Dios con un amor real e incondicional, es capaz de valorar, en toda su profundidad, el papel insustituible de los padres. Con su haber, los padres reflejan la paternidad divina.

          La observancia de este orden por parte de los hijos lleva anejas promesas de bendiciones y bienestar. Sin embargo, es evidente que el sabio no puede garantizar que estas promesas se cumplirán en todos los que hagan lo que él enseña. Por tanto, si formula esas promesas no es porque tenga seguridad de que se cumplirán, ya que nadie puede asegurar, por ejemplo, una larga vida a nadie. La certeza del sabio es de otro tipo. Al recoger las promesas de bendiciones no hace sino mostrar su seguridad de que el camino que enseña es bueno: quien lo siga no sufrirá ningún mal, sino bondades. Para el sabio, los caminos de Dios, los que él señala al hombre, son los que la sabiduría muestra como buenos. Todo lo que el sabio ve como bueno y justo viene de Dios.           

            San Pablo a los Colosenses les exhorta la práctica de las virtudes: La misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada; al tiempo que invita al amor y unión en la familia: Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

          Se debe entender el texto del Apóstol desde su encuadre histórico. La interpretación literal, prescindiendo de las circunstancias sociales y personales de hace veinte siglos, destroza el sentido del texto bíblico y le hace expresar otra cosa. La idea de la autoridad del marido no es válida hoy en el siglo XXI. Conviene concretar los textos y vincularlos a unas determinadas condiciones culturales. Es preciso tomar el núcleo de la exhortación y aplicarlo a relaciones humanas y matrimoniales, de este momento histórico. Para ser cristiano, no hay que prescindir de las legítimas maneras de ser que ha ido produciendo la evolución humana, también querida por Dios. Ello exige una mayor formación y asumir riesgos de interpretar y aplicar. Pero así es la revelación. Cuando las circunstancias sociales, culturales e históricas cambian, los principios permanecen, pero sus aplicaciones han de ser concordes con las nuevas situaciones para que sean efectivas. Es el caso de estas las recomendaciones paulinas, que emanan un consejo de amor y entendimiento a los miembros de la familia válida hoy como ayer.

          El Apóstol llama al pueblo elegido de Dios, pueblo santo y amado en Cristo, pueblo en el que ya no hay distinción entre esclavos y libres, gentiles y judíos, mujeres y hombres..., pues todos somos hermanos en Jesucristo que es el Primogénito del Padre. Todos formamos un pueblo "santo", escogido por Dios y para Dios. Esta santidad objetiva, signo del  bautismo, al ser constituidos hijos de Dios, exige la santificación activa y personal de cada uno y la edificación de la comunidad. La convivencia cristiana se construye en la afirmación de nuestra conducta en la entrega de y a Cristo, revestidos de misericordia entrañable, de bondad, de humildad y de amor. Pablo señala cinco virtudes fundamentales para la convivencia y las contrapone a otros tantos vicios que la impiden y de los que es preciso despojarse (cf. v. 8).

          Y, como siempre habrá trabas y pecados en la vida comunitaria, siempre es necesario el perdón. Se ha de perdonar siempre, también a imitación de Cristo, el Señor, que a todos nos ha perdonado. El perdón de Cristo es el fundamento y el motivo del perdón que debe derrochar el cristiano. El amor es el que da coherencia y perfección a todas las virtudes y mantiene la unidad y la culminación de la vida comunitaria. Es preciso implantar la paz a la que todos han sido convocados.

Cristo es "nuestra paz" (Ef 2. 14). Él habita por la fe en el corazón del creyente y en el corazón de la comunidad. Cristo es "aquella paz que el mundo no puede dar", la paz que Dios da graciosamente. 

          El evangelio según San Lucas narra cómo la Sagrada Familia, respetuosa con la ley mosaica y con sus obligaciones religiosas, lleva a su hijo al Templo cuarenta días después de su nacimiento, para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él.

          El núcleo del pasaje lo constituye la revelación de Simeón (2, 25-35). Jesús ha sido ofrecido al Padre; y el anciano Simeón, recibida la fuerza del Espíritu, profetiza (2, 29-32.34-35). El antiguo Israel de la esperanza puede descansar tranquilo; representado en Simeón, que ha visto al Salvador, sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. Es tiempo de esperanza, porque Jesús no es sólo gloria de Israel, es el principio de luz y salvación para las gentes.

          A la vez, las palabras de Simeón reflejan dolor y lucha; anuncian un destino de hondo sufrimiento a María (2, 34-35). Desde el principio, María aparece como signo de la Iglesia, que, portando en sí toda la gracia salvadora de Jesús, viene a ser señal de división y enfrentamiento. Desde su entrada en el Templo, Jesús se revela el Siervo de dolores, cordero de sacrificio (2, 22-24), signo de contradicción para Israel, origen de dolor para María, por un camino que culminará en la cruz.

Todo el que tiene y sigue a Jesús ha de tomar ese camino de dureza, entrega y muerte; y, en esa andadura, no irá jamás en soledad, le guía y alumbra la fe y el sufrimiento de la Madre, María.

          Estos dos versículos sobre la vida oculta, muestran la lección importante de que Jesús, siguiendo las leyes naturales del crecimiento humano, vive su misión en una extraordinaria kenosis. El Hijo de Dios acepta el progresivo proceso de su vida y el descubrimiento de la voluntad de su Padre a través del plano de relación y educación, que le ofrece un medio familiar de pueblo en fidelidad absoluta a su condición humana, frágil y limitada.

          En la fiesta de la Sagrada Familia, destaca María, actuante con su “fiat” en el acontecimiento salvífico. Es la que presenta a Jesús en el templo, junto con José. El hecho no reside sólo en cumplir el ritual prescrito, una formalidad establecida, encierra una significación más profunda, que un simple gesto ritual; la presentación y ofrenda de su hijo en el templo supone un acto de ofrecimiento verdadero y consciente. Significa que María ofrece a su hijo, para la obra de la redención, la voluntad del Padre que tenía asignada desde un principio, aunque, tal vez, ella no fuera consciente de todas las implicaciones ni de la significación profética del acto. Los padres de la Iglesia y la tradición cristiana así lo vieron. San Bernardo lo expresa muy bien: "Ofrece a tu hijo, Santa Virgen y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece, para reconciliación de todos nosotros, la Santa Víctima que es agradable a Dios”. La maternidad universal de la Virgen María se enlaza en los dos extremos de la vida de Jesús, el comienzo, en el Templo y, el final, en el Calvario: “Una espada atravesará tu alma”; “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.

          La familia es la célula vital de la sociedad. Hoy que empeños materialistas y relativistas atacan con saña la familia, el evangelista presenta la Sagrada Familia unida en Nazaret. “Regresaron a Galilea y el niño crecía” la familia da, mantiene todo su valor singular. La experiencia de los países donde se ha llevado al máximo la socialización y los estudios psicoanalíticos muestran la decisiva trascendencia que para toda la vida tiene la relación paterno-filial. La encarnación en un contexto más amplio, tiene sus consecuencias culturales y sociales; no basta con decir que el hijo de Dios se hizo hombre, sino que vivió en un tiempo y en un lugar concretos, en el seno de una familia.

          Navidad es un tiempo hogareño, familiar. El hogar es el centro de aprendizaje y crecimiento. El AT, dando testimonio de un alto ideal de vida familiar (Lv 3,2-14), destaca la virtud del amor y de la obediencia filiales. San Pablo en el cap. 5 de Efesios y 3 de Colosenses, habla del amor y de la fidelidad conyugales, de la obediencia mutua, del deber de los hijos para con los padres y de éstos para con aquéllos y expone un bello ideal familiar.

          "La familia, decía Juan Pablo II, es patrimonio de la humanidad, porque a través de ella, de acuerdo con el designio de Dios, se prolonga la presencia del hombre en el mundo". La familia, por voluntad de Dios y por naturaleza, asegura la continuidad de la humanidad; es la manifestación del amor que, desde Dios, a través de la comunión conyugal llena el mundo y lo enriquece; cada ser humano "trae consigo una particular imagen y semejanza de Dios"; y, en el seno familiar, se produce el favorable cuidado, desarrollo y potenciación de la vida humana alumbrada. La familia es “el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el ser humano lleva inscritas en su ser".

          En la vicisitudes y al amparo de una vida familiar, el Hijo de Dios "iba creciendo en estatura y en sabiduría" (Lc 2, 52). Su personalidad humana se fue forjando en la vida familiar, en el ambiente vital y humanizante de la Sagrada Familia. Cristo nos manifiesta la plenitud de lo humano, y lo hace empezando por la familia en que eligió nacer y crecer. El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios está vitalmente asociado con la vida de la familia. En la Sagrada Familia, María y José fueron testigos y promotores del crecimiento vital y personal del Hijo de Dios y dieron cumplimiento a los planes de Dios.