II Domingo despues de Navidad, Ciclo B

Jn 1,1-18: En el principio ya existía la Palabra

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

 Si 24,14.12-16; Sal 147,12-20; Ef 1,3-6.15-18; Jn 1,1-18

En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.

En la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió… 

          La Primera lectura del libro del Eclesiástico, conocido también con el nombre de "Sabiduría de Jesús Ben-Sirac", trae estas palabras pertenecientes a un canto en el que la Sabiduría hace su propio elogio; constituyen la parte central del libro, donde la presenta como una síntesis de su papel en la creación. La Sabiduría de Dios aparece aquí hablando en primera persona, se trata de una personificación poética semejante a las que se conocen habitualmente en nuestros autos sacramentales. Sin embargo, esta función literaria ha facilitado la interpretación del texto en relación al Verbo o Sabiduría del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Cuando la persona de Jesús aparezca entre los hombres, la certeza de la presencia de lo divino entre nosotros será absoluta. Esta certeza supera incluso el orden de lo moral, para dar también valor a lo personal, a la propia sabiduría ante Dios.

          La sabiduría de Dios asistió a la creación: en lo alto del cielo y en el abismo del mar y se entretuvo visitando todos los pueblos de la tierra (vv. 7-11 de la Vulgata). Son formas que el hombre emplea a la hora de expresarse para manifestar su experiencia religiosa: ciertamente Dios se ha hecho presente entre su pueblo. Salió de la boca del Altísimo; se manifestó en el principio de todas las cosas; se manifestó también al principio de la historia de la salvación cuando Israel echó a caminar por el desierto y hacia el futuro de Dios ("mi trono -dice la Sabiduría- era una columna de nube", v.7 de la Vulgata, cfr. Ex 13,21 ss), y, por fin, plantó su tienda en medio de Jacob. Este proceso de la Sabiduría de Dios hasta plantar su tienda en Israel es ciertamente un preludio de la encarnación del Verbo.

          La sabiduría se atribuye funciones sacerdotales, primero en el santuario del desierto (Ex 25-28), después en el templo de Jerusalén. Ben Sirá está muy unido al sacerdocio (45, 6-25) y al culto, que presenta como sabiduría divina, porque este culto está codificado por la ley. Además el lugar único e ideal del culto es Jerusalén, lugar donde se manifestará la gloria de la ley, y posteriormente la gloria de Jesús.

Sirac atribuye el culto en el Templo de Jerusalén a la Sabiduría porque es la manifestación de Dios Sapientísimo.

          Con la venida de Jesucristo al mundo, que es la Sabiduría de Dios en persona y hecha carne, la Sabiduría se establece en la Iglesia entendida como comunidad de creyentes y Nuevo Israel. Esta permanencia de la sabiduría, según el pensar unánime de la tradición, empalma con la realidad de Jesús, con su misión para siempre. Como la ley, alabada y honrada, recibe los elogios y la admiración de sus seguidores, así Jesús, por la identificación entre la predicación de su reino y su propia persona, y por la fidelidad y la autenticidad de su vida y mensaje, merecerá el elogio de la perpetuidad. 

          La segunda lectura tomada de la carta de San Pablo a los Efesios,   celebra el despliegue de la gracia de Dios. Inmediatamente después de la salutación, incorpora un himno -posiblemente de procedencia litúrgica- de acción de gracias al Padre por la salvación que nos dio en Cristo. Acto seguido, Pablo, ante las noticias que tiene de la fe de los efesios, ora al Padre, para que conceda a los creyentes un espíritu de sabiduría que les dé a conocer su esperanza, la participación en la misma suerte de Cristo.

          El himno de acción de gracias es básicamente una bendición del "Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo" porque El fue el primero en bendecidnos; su gracia o bendición consiste en elegirnos, para "ser hijos adoptivos suyos" por medio de Jesucristo. Y esto lo hizo el Padre de acuerdo con su plan salvador concebido "antes de la creación del mundo". El himno ayuda al creyente a comprenderse a sí mismo como agraciado, bendito, amado por el Padre desde siempre, con un amor que se manifiesta sobre todo al rescatarnos al precio de la sangre de Cristo (cfr. 1,7).

          La bendición de Dios se considera como elección, liberación, herencia, temas propios del vocabulario de alianza del A.T. Efesios llega a fusionar la perspectiva bíblica del pueblo de Dios y la idea nueva de Iglesia de Cristo. La expresión "en el cielo", que es muy particular de esta carta (1,20; 2,6), sitúa sucesivamente en el mundo celeste a Cristo, a la Iglesia, a los creyentes, aquí asociados estrechamente a los elegidos en el triunfo de Cristo, vencedor de las potencias celestes. Esta elección es obra absoluta de la gracia, lo que viene a constituir un signo de adopción filial, adopción que no debilita nuestra responsabilidad, sino que la potencia hasta una exigencia sin límites.

          Asistimos a una oración de iluminación. Por lo que significa participar en la herencia de Jesús, y por la esperanza de la fe y el conocimiento de la sabiduría de Dios, es preciso que el cristiano adopte una actitud de súplica consciente y religiosa; así se alcanza la santidad, los "santos", los hermanos en Cristo, capaces de conocer la realidad de Dios y las exigencias de la fe entre los hombres. 

            El SANTO EVANGELIO, según San Juan, se centra hoy en el célebre prólogo “In principium erat Verbum”. Comienza su evangelio con la descripción de la Historia de la Salvación en forma de himno, que antepone a su obra, para presentar al protagonista de su relato; llega al origen de todo, que se remonta a la eternidad de Dios. El prólogo describe a Dios en sus relaciones con el hombre. Hace una síntesis del proyecto creador de Dios. Coloca a Jesús presente en la historia de la verdad y de la vida personal de Dios. Ofrece claves para interpretar todo el evangelio y señala los temas principales.

          El texto es un poema teológico. Tiene su origen en el AT y en fuentes anteriores al evangelio e independientes de él. Juan hace el elogio de la Palabra del mismo modo que el AT lo hacía de la Sabiduría (Prov 8,22-31; Sab 9,9-12; Eclo 24,3-9). Así, la Palabra, como la Sabiduría, aparece en su trascendencia, porque es anterior al mundo y anima la creación y el futuro de este mundo y en su inmanencia, porque viene a habitar en su pueblo y a traerle sus beneficios.

          San Juan presenta la Palabra en la esfera divina, preexistiendo al principio de la creación (Gén 1,1ss), en plena comunión con el Padre. La Palabra contiene el proyecto de Dios y su ejecución y tiene una existencia eterna, más allá del tiempo y es Dios. La palabra es la manifestación activa de un yo para dejarse conocer y ser aceptado o rechazado. Lo que llamamos palabra de Dios es la expresión de su intimidad, de su pensamiento y de su voluntad, de su ser personal, de su misterio y de su vida. Expresión total, plena, perfecta. Esta Palabra es el Hijo; encarnada es Jesús.

          Hay una pre-historia de la palabra de Dios, que pre-existía a la creación, que es eterna como Dios mismo. Hay también una historia de la palabra de Dios en dos etapas: creadora y salvadora-liberadora. Dios crea por su Palabra, re-crea por su Palabra, se hace Palabra en Jesús. Y Jesús nos revela la vida íntima de Dios, que es la luz de los hombres.

          Los hombres debemos ajustar nuestras vidas a esa Palabra primordial, debemos escucharla para tener vida. Todas las maneras de concebir al hombre quedarán superadas en la medida en que se conozca el proyecto de Dios sobre el hombre en Jesús de Nazaret. No es una palabra ocasional, sino única y permanente, una interpelación continua, anterior a la Ley y a los Profetas y a la creación del mundo. Frente a la Palabra todo queda relativizado y circunscrito a una época determinada de la historia.

          En el principio era la Palabra, y la Palabra era Dios, es Dios. No es sólo un fonema, una voz al viento, sino una persona, la Palabra de Dios. San Pablo nos recuerda que Dios ha hablado en muchas ocasiones y de distintas maneras y asegura que lo ha hecho ya de una manera definitiva en su Hijo. Por los profetas, habló en símiles y alegorías, acomodándose a la situación del pueblo, para que destacase el mensaje de salvación que es siempre la palabra de Dios para el hombre. Ahora su palabra se hace carne, se hace hombre, se pone a nuestro alcance y comprensión. Esa es la diferencia entre la palabra de Dios, que es, que dice y hace, y la nuestra que sólo es una voz, un fonema. Suele decirse que las palabras vuelan, y se dice en referencia a la palabra de los hombres. La palabra de Dios no vuela, permanece, se encarna, se cumple.

          Este es el misterio de la Navidad. Los evangelistas difieren al presentarlo. San Lucas, describe el acontecimiento en su carácter humano; el Niño Jesús nace de María Virgen en Belén de Judá y nace en la soledad, en la oscuridad, en el abandono de los hombres. Sólo unos pastores, sólo unos magos van en su busca. Juan, en cambio, describe el corazón de la Navidad, el misterio de Dios que se acerca a los hombres y les habla al oído, ante la general indiferencia y a veces rechazo; porque vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.