III Domingo de Pascua, Ciclo B.

San Lucas 24,35-48: Mirad mis manos y mis pies: Soy yo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Hch 3,13-19; Sal 4,2.4.7.9; 1Jn 2,1-5; Lc 24,35-48 

En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y seguían atónitos, les dijo:¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. 

LA PRIMERA LECTURA, perteneciente a Hechos, explica la curación de un paralítico que solía estar todos los días a la entrada del templo.

Tenemos aquí la presentación del núcleo del kerygma primitivo, que San Lucas desarrolla en cinco discursos compuestos sobre las tradiciones primitivas del cumplimiento de la promesa que Dios obra en y por Jesús y el rechazo humano de este mismo Jesús y glorificación por parte del Padre; todos recogen los puntos fundamentales que, al parecer, se predicaban en Jerusalén al poco tiempo de los acontecimientos pascuales. Este anuncio primitivo se concreta en que Jesús es el enviado del Padre, ha existido realmente y ha tenido una actividad concreta beneficiosa para los hombres, que, aunque no lo han aceptado y le han dado muerte, sin embargo, Dios, revalidando su vida y actuación, lo ha resucitado; los judíos prefirieron a Barrabás, un asesino, y entregaron a la muerte al "autor de la vida".

El discurso de Pedro se debe a la actitud del pueblo ante la curación del cojo en la puerta del templo; a los que se admiran y curiosean, Pedro les explica que la curación no es fruto de fuerzas ocultas que ellos posean; sólo significa que Dios quiere glorificar a su Siervo Jesús; así, al atribuir el hecho al Dios de Abraham, establece una contraposición entre los judíos=hijos de Abraham, que han negado y muerto a Jesús y Dios que lo ha glorificado; no es un Dios abstracto e ideológico; es un Dios familiar, cercano: "el Dios de nuestros padres", es un Dios que incide en la realidad visible transformándola; al referirse a la glorificación del "Siervo Jesús" alude al siervo de Isaías, que a través de su sacrificio ha realizado el plan de Dios: salvar a los pecadores de todos los pueblos.

San Pedro resalta la injusticia cometida a través de rápidas formulaciones antitéticas: rechazan al santo y justo; piden el indulto de un asesino y matan al que es y da la vida. Quien crea en esto y lo acepte con fe, obtiene la salvación. El plan de Dios anunciado y realizado en Cristo se ha cumplido; la fuerza del Espíritu que los apóstoles han recibido en Pentecostés se manifiesta en la curación del lisiado, por lo que Pedro proclama la exaltación de Cristo Resucitado, enmarcada en la teología del Siervo del Señor como autor de una restauración y bendición universales. Late una cierta excusa en el obrar de los ejecutores de Jesús; lo hacen por ignorancia, Lucas no quiere alimentar el antisemitismo.

Ante la palabras de San Pedro, todos se sienten responsables de la muerte de Cristo; y si todos son culpables, todos participan de la salvación, si voluntariamente no se excluyen; ofrece a todos, incluidos los judíos, la posibilidad de ser justificados; sin negar la culpa, quiere facilitarles las condiciones de la conversión; todos han contribuido a la muerte. Los dirigentes judíos han rechazado al Mesías; uno de los Doce lo ha traicionado; un romano-pagano se ha hecho responsable de la gran injusticia; todos son culpables. Si hay solidaridad en la culpa debe haberla en la penitencia; arrepentíos, cambiad de vida y os serán perdonados los pecados; la actitud de conversión debe ser permanente.

Dios borra los pecados lo mismo que se borra una deuda (cfr Col 2,14), Dios perdona y no tiene en cuenta los pecados de aquellos que creen en Jesucristo. Pedro invita al cambio de mentalidad y de actuación como condición imprescindible para superar los condicionamientos injustos y las decisiones arbitrarias. 

La segunda lectura, tomada de la primera carta del Apóstol San Juan, afirma que, en “Jesucristo, el Justo, tenemos a uno que aboga ante el Padre por nosotros; a quien sabemos que lo conocemos, en que guardamos sus mandamientos”.

Destaca San Juan la misión intercesora y propiciatoria de Jesucristo. No habla de un Dios al que hay que "propiciar" una víctima, a la manera pagana de concebir la divinidad enojada en sentido estricto, para volverlo benévolo al pecador; aquí se trata de una metáfora para, indicar que una vez eliminado y superado el obstáculo del pecado, se produce el encuentro de Dios con el hombre; es el cambio operado en el hombre que se une a Cristo. De hecho, el mensaje va dirigido a quien no vive conforme al plan de Dios, pero puede acceder a él por su incorporación y aceptación del Señor. Hay que aceptar la revelación de forma vital, integra, completa. Por ello, es importante la práctica, a que alude, de guardar sus mandamientos con nuestra sincera actitud de conversión al Señor.

La vida cristiana es irreconciliable con el pecado, lo mismo que la luz y las tinieblas (1,6). En San Juan, una de las grandes definiciones de Dios es que El es luz; esta imagen aparece con frecuencia en otros relatos de Juan y textos bautismales primitivos, para mostrar a Dios que se nos ha revelado en Cristo. Y esta revelación -aceptada por la fe- es luz que ilumina nuestra mente y nos indica el camino a seguir en la vida; así, advierte a la comunidad cristiana que no peque y no desespere del perdón de Dios; y, si alguno tiene la desgracia de pecar, debe saber que tiene, ante el Padre, un abogado que intercede por él, Jesucristo, el Justo, que ha muerto por los injustos (1 Pe 3,18) y ha resucitado compareciendo como intercesor de todos. Jesús no sólo es la víctima de propiciación de nuestros pecados, sino incluso de todos los pecados del mundo; su pasión y muerte en la cruz es el sacrificio que, de una vez por todas, alcanza el perdón de los pecados, por eso, es un sacrificio de perenne vigencia y actualidad.

El contexto general de la carta es desenmascarar a unos herejes a los que llama anticristos 2,19; pseudoprofetas 4,1, que defendían falsas doctrinas sobre la persona de Cristo y sobre la redención; hacían aplicaciones morales de su doctrina contrarias a la enseñanza de los apóstoles; negaban la posibilidad de pecar y defendían que no tenían necesidad de ser redimidos por la sangre de Cristo; no se sentían ligados a los mandamientos, pero creían estar en comunión con Dios; ni se preocupaban de su manera de actuar, porque ninguna acción, del que está unido y en comunión con Dios, puede ser pecado. Los falsos profetas que hablan y no practican, son unos mentirosos; la "mentira" es, según él, una oposición, a conciencia, a la verdad, y la Verdad es Cristo. Es esa pretensión, el peor de los pecados, es obstinación y ceguera, es tinieblas e incredulidad; no hay ortodoxia sin ortopraxis, y nadie está en la verdad, si no hace la verdad.

El autor afirma la posibilidad del pecado y contra los herejes enseña que la fe en Dios y la observancia de los mandamientos son dos realidades que no se pueden separar, que la realidad del pecado es cierta, pero, que, en la vida del cristiano, el perdón del pecado está siempre al alcance de todos y concluye que ni la afirmación de los herejes ni la facilidad del perdón han de dar una falsa seguridad. Dios perdona en virtud de la intercesión de Cristo que es víctima de propiciación por nuestros pecados. La pauta para valorar, si el conocimiento que se tiene de Dios es verdadero o falso, reside en la observancia de los mandamientos; a Dios sólo lo conoce, quien cumple lo que Dios manda; esta afirmación de que sólo se conoce la verdad por el cumplimiento, es una característica suya; por tanto, no se puede conocer a Dios, sin cumplir los mandamientos de Dios (cfr. 3,22.24; Jn 14,15.23; 15,10).

Vivir en la luz significa ser solidarios los unos de los otros y es reconocerse pecador (1,6-10). Caminar en la luz es seguir las exigencias de la fe, vivir en conformidad con la verdad revelada. El que ama ve adonde va y el que odia no ve. La práctica del amor aumenta la claridad de la fe. 

EL EVANGELIO según San Lucas cuenta hoy la aparición de Jesús a los discípulos, tras el episodio de Emaús, al anochecer del domingo de Resurrección.

El modo de contar y ordenar los hechos parece mostrar una intencionalidad de San Lucas que va más allá del simple interés cronológico, más o menos artificial: la comunidad cristiana surge como tal y se fundamenta a partir de una experiencia común de la realidad del Resucitado. Lo importante es la presencia de Jesucristo, Jesús está ahí y les da y desea la paz.

El autor estructura la llegada de Jesús en unos cuantos detalles: Los once y sus acompañantes creen ver un fantasma y se llenan de miedo, no por algo de fuera, sino por la sorpresiva presencia. Lucas, escritor crítico, se centra en la identidad del Resucitado; ¿es el mismo Jesús de antes, es la misma persona? Distinguiendo entre los once y el resto de los discípulos, hace hincapié en los once, porque sólo ellos, al haber convivido con Jesús, son testigos oculares de su vida y pueden garantizar críticamente que el Resucitado y Jesús son la misma persona (cfr. Hech. 1,21-22). Jesús hace pasar a los discípulos de la incredulidad a la fe; su presencia es real; Jesús en medio de los discípulos no es un espectro ni una ilusión; de ahí la insistencia en los aspectos de mirar, palpar al Resucitado y el hecho de comer ante ellos. Jesús no pertenece al mundo de los muertos, sino que es el Viviente que tiene un contacto real con el grupo de los discípulos con los que comparte la Mesa y la Palabra. Los discípulos han reconocido como Resucitado a aquel Jesús a quien ya conocían anteriormente. El nuevo Jesús no es ninguna invención espiritual del grupo cristiano. Gracias a ellos podemos hoy, veinte siglos después, creer tranquilos. A Lucas, el autor que se planteó y abordó esta problemática, debemos la certeza inconmovible de nuestra fe en el Resucitado. Con su tratamiento del hecho, Lucas puso el cimiento en que se apoya nuestra fe.

El texto enuncia la certeza de que Jesús Resucitado es el mismo Jesús de Nazaret, el mismo que los once y sus acompañantes han conocido y tratado; ellos, garantes de esta verdad, son el fundamento que confiere solidez al nuevo edificio que a partir de ahora se va a construir. Y, en la segunda parte del relato, se orienta a resaltar que el Resucitado da unidad y coherencia de sentido a las Escrituras del pueblo judío; las Escrituras tienen su razón de ser en Jesús Resucitado, pues, en su conjunto están articuladas en torno a Jesús Resucitado, no porque ellas hablen de Jesús, sino porque a la luz de Jesús adquieren su verdadero sentido.

En el siglo II d. C., Marción intentó mutilar la Biblia, eliminando, por imperfecto, el Antiguo Testamento; el intento fue apasionadamente rechazado. Sin embargo, el Antiguo Testamento sigue produciendo desazón y desconcierto, y la opinión de Marción sigue contando con seguidores en la práctica. El texto de hoy nos invita a leer y apreciar el Antiguo Testamento, para descubrir que no es la imperfección, sino el camino que todos seguimos, para llegar a Jesús Resucitado. El propio Jesús ratifica: "Todo lo escrito acerca de mí tenía que cumplirse"; ese "todo" se especifica en la pasión, resurrección, proclamación universal de la conversión y del perdón de los pecados. A la cuestión de identidad, Lucas une ahora la de la hermenéutica e introduce un sentido de finalidad en la historia; el "tener-que" formula la captación y profundización en el sentido de la historia; así, toda la historia anterior al resucitado la concibe como un proceso que culmina en este Resucitado y a partir de El se expande al mundo entero en términos de novedad: la conversión, y de gracia: el perdón de los pecados. Es este realmente el tiempo pascual.

La experiencia de un Jesús, Vivo y Real, produjo en los once y sus compañeros, la comunidad cristiana, un cambio de categorías, conversión, y una liberación interior, perdón de los pecados. Ellos son testigos de esta realidad, por serlo de la muerte y resurrección de Jesús, que no son sólo dos acontecimientos estáticos en Jesús, sino dinámicos, por cuanto inciden operativamente en el individuo y en el grupo transformándolos en una nueva vida, cuya expresión es la comunidad cristiana. El autor invita a ver, en esos acontecimientos de Jesús, la culminación de un proceso abierto mucho tiempo atrás y del que tenemos constancia a través de los escritos que los cristianos denominan Antiguo Testamento. Pero Lucas se cuida mucho de reducir el proceso histórico de salvación a los estrechos límites de un solo pueblo, el judío. La historia de la salvación es una aventura que repercute en todos los pueblos; la expresión se refiere a la totalidad del género humano. Jerusalén es el final de la etapa limitada y el comienzo de la etapa abierta o universal; el texto nos transmite una apertura, un horizonte ilimitado: la conversión y el perdón no son una oferta para privilegiados, para un pueblo concreto, se ofrece al mundo entero; los elegidos, en realidad, son todos los pueblos de la tierra.

Todo esto ha sido la preparación para la enseñanza final del Resucitado, que culmina en la promesa del Espíritu Santo y que va a ser un hecho pleno en Pentecostés (cf. Hech 2). La misión que se encomienda a los once –y, en ellos, a toda la Iglesia- es la de ser testigos de que la muerte y resurrección de Jesús son el cumplimiento de la voluntad de Dios expresada ya en el Antiguo Testamento; y de que, por la fe en este Jesús Mesías, Muerto y Resucitado, se ofrece la salvación y el perdón a todos los pueblos.