Solemnidad: Domingo de Pentecostés

San Juan 20,19-23: Recibid el Espíritu Santo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Hch 2,1-11; Sal 103,1-2.24.34; 1Co 12,3-7.12-13; Jn 20,19-23 

“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estando los discípulos con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Ellos se llenaron de alegría, al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo».

Después, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos» (Jn 20,19-23).  

Lectura de los Hechos de los Apóstoles:

     “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”. 

            Entre los judíos, "Pentecostés" era el tiempo festivo de la pascua. La fiesta solemne celebraba el don de la Ley recibida en el Sinaí cincuenta días después de la Pascua. Para el cristiano, hoy, cincuenta días después de la inmolación de Cristo y de su resurrección, se derrama el Espíritu sobre los apóstoles. El primer elemento, el viento, en la tradición bíblica, indicaba la presencia y la acción de Dios (Gn 1,2); 2,7) y era símbolo del Espíritu de Dios (1 R 19,11s) que asume Jesús en Jn 3,5-8. Pentecostés se presenta como la inauguración de la nueva alianza entre Dios y su pueblo reunido en asamblea.

          En la actualidad, no se duda de que este relato en Hechos es una construcción artificial de San Lucas en apoyo de una finalidad teológica. No se han de buscar hechos históricos en estos elementos escenográficos, el fuego, el viento, las lenguas, tomados de la tradición bíblica del "día del Señor". La idea esencial del relato reside en la inicial inmersión del Espíritu Santo y su impulso a toda la actividad cristiana posterior. Iglesia y Espíritu son el núcleo de la teología de Hechos.

          Estamos ante un texto que maneja Los esquemas y elementos de la literatura escatológica. El viento, el fuego, el ruido, en el AT, expresan la irrupción súbita de Dios; aquí, se introduce un nuevo principio, que, como en el Génesis, Dios establece  una Nueva Creación en un espacio más avanzado de la historia.                                                                                                                    Las lenguas de fuego indican también el Espíritu de Dios (Mt 3,11), y la presencia eficiente de Dios (Ex 3,2; 19,18; Is 6,6; Ez 1,4), que produce en los apóstoles el fenómeno de la glosolalia: Hablar lenguas. Empiezan a expresarse al modo de los antiguos profetas (Nm 11,25-29; 1 S 10,5-6). Hablan en estado extático como en Hch 10. 46; 19. 6 y 1 Co 10-14. y capacitan a la comunidad el entender lo que dicen, a pesar de las diferencias personales. Cuenta la tradición judía, que la voz de Dios en el Sinaí la oyó toda la gente de la tierra.           Hoy también, sigue presente la acción del Espíritu en todo el mundo, que se hace efectiva en el alma de cada hombre y en la universalidad del mensaje.

          Pentecostés celebra el don del Espíritu, la asamblea de los cristianos formada por muchos pueblos, que queda llena de la presencia del Espíritu en forma de lenguas de fuego sobre cada uno. La Iglesia nace en su universalidad para todos los pueblos sin distinción. El Espíritu constituye, a los discípulos, testigos ante todos los pueblos; no hay fronteras para la salvación. La dimensión universal se patentiza en el destino, deseo y posibilidad, como realidad presente. La importancia de esta perícopa está en el Espíritu que ya no abandona la comunidad, aun cuando los signos de su presencia y acción sean hoy distintos a los de entonces.

          Pentecostés se presenta, pues, a los primeros cristianos como la inauguración de la alianza nueva y la promulgación de una ley grabada en el Espíritu y la libertad (cf. Ez 11,19; 36,26). Lo esencial, es que Dios dona su propio Espíritu.  El Espíritu hizo que aquellos hombres medrosos y asustados salieran a la calle y predicaran desde las azoteas y en las plazas lo que apenas se atrevían a decir al oído.

          En Pentecostés sucedió lo contrario de lo que se dice de Babel, donde los hombres que intentaron escalar el cielo terminaron por no entenderse entre sí. Y es que los hombres sólo pueden entenderse, cuando se abren a la sorprendente gracia de Dios y no cuando luchan. Si en Babel se dispersó la humanidad, el adviento del Espíritu y su acogida reporta el principio de la comprensión y el abrazo. Sobre la diversidad conflictiva, sobre el caos lingüístico, se cierne el Espíritu de Dios. Si se lo recibe de verdad, y se tiene un mismo Espíritu, se llega el entendimiento. El problema reside en la división de los espíritus, en las mentalidades opuestas y en el enfrentamiento de intereses y ambiciones.

          Acoger los impulsos del Espíritu es enraizar el misterio de Cristo y de su sacrificio en el núcleo mismo del dinamismo espiritual que anima los pueblos y las culturas. Con su fuerza vivificante, toda la realidad humana y toda la creación se llenan de su energía y dejando atrás el pasado, renacen de la muerte a la vida. 

SALMO RESPONSORIAL: 

Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas. 

Les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra.  

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios: 

Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.

Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. 

          La comunidad de Corinto se ve tentada por el sincretismo: el mundo pagano trata de conseguir un "conocimiento" de Dios por medio de trances y de fenómenos místicos. Tiene el peligro de confundir tal conocimiento de fe con los signos del éxtasis; un carisma auténtico debe contribuir siempre a reforzar la profesión de fe en Jesucristo.

          San Pablo define el criterio, que ayuda a distinguir los verdaderos carismas de los falsos: la fe del hombre. Señalándoles a los corintios los fenómenos religiosos del paganismo en su culto a los "ídolos mudos", afirma que la fe es la señal y el símbolo de la nueva vida, de la fe que salva (cfr. Rm 10,0; Hech 2,36; Flp 2,6-11). En quien verifica esta fe, actúa el Espíritu. Pues, se precisa la fuerza de Dios para confesar, especialmente, en una época, en que los emperadores se titulaban, "Dominus et Deus", que Jesús es el único Señor.

          El texto indica el pluralismo de los carismas y la unidad de la Iglesia procedentes del Espíritu Santo. Esta pluralidad es expresión de la riqueza y vitalidad de la Iglesia; ministerios y carismas en su diversidad están destinados a la utilidad común. Nadie tiene todos los carismas, sino los que el Espíritu considera oportunos, para el servicio de la comunidad. A cada uno, se le manifiesta de modo particular el Espíritu, que significa variedad, unidad y riqueza.

          Pentecostés significa reconocer la energía divina, descubrir el propio carisma y respetar el de los demás. Los dones o carismas son autorevelación del Espíritu. En los carismas se hace visible el invisible Espíritu de Dios. Se subraya, no el individualismo, sino la relación de servicio al prójimo. Los carismas son para la edificación de la Iglesia. El politeísmo pagano ostentaba carismas muy variados concedidos por dioses diferentes. En la Iglesia, por el contrario, toda gracia se unifica en la vida trinitaria. Puesto que un único Dios es la fuente de los carismas, no puede haber oposición entre ellos ni competencia entre los beneficiarios. Si existe alguna oposición entre ellos, indica que no provienen del Dios Uno y Trino.

          El Espíritu conduce la Iglesia en su jerarquía y suscita las iniciativas personales conforme a la misión; esa iniciativa, conforme al Espíritu, es expresión de la fe fundamental en Jesucristo. El Cuerpo Místico, con sus carismas más diversos, colabora en el amor y la unidad. Los cristianos deben ser y actuar de formas diversas, pero profundamente unidos en el reconocimiento y acción de esta comunión, con la fe en Dios. En el compromiso de la vida cristiana, el Espíritu despierta nuevas capacidades, a veces inesperadas; brotan muchas iniciativas, fruto del Espíritu.

          El Apóstol reafirma la existencia de «manifestaciones del Espíritu» en la comunidad, no por privilegio, sino por regalo y don del Espíritu. Quien los recibe no puede atribuirlos a razón personal o mérito, sólo se deben a un obsequio. Carisma, significa precisamente, regalo, obsequio, don. 

Domingo de Pentecostés:  

          Se denominó así el día "quincuagésimo" de Pascua, el de la "Pentekoste", la solemne clausura de la Cincuentena Pascual, en evocación del don del Espíritu, que "lleva a plenitud el misterio pascual"; culmina la glorificación de Jesús, tras conmemorar la Muerte, la Resurrección y la Ascensión.

          Desde finales del s. IV, "Pentecostés" marca la fiesta de la venida del Espíritu Santo a los Apóstoles. Se honra de modo especial la tercera Persona de la Stma. Trinidad. Yo os enviaré El Espíritu, cuando suba al Padre. "No había venido el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado" (Jn 7,39). El Espíritu transforma a los Apóstoles en testigos enérgicos, en predicadores decididos del Evangelio. Es en la Iglesia un principio vital que le hace crecer, expansionarse, manifestarse, irradiar al mundo la presencia salvadora de Jesucristo.

            El evangelio de hoy se centra en el Espíritu, gracia y don pascual de Cristo Resucitado. "Al anochecer de aquel día", "el primero de la semana", como en el Génesis (cf. 2,7), se inicia la nueva creación y alianza. Jesús exhala su aliento y les comunica su Espíritu. El Resucitado actúa en la comunidad con el poder y la actividad del Espíritu, que manifiestan la misión que los apóstoles han recibido de Cristo. Los discípulos revivieron y quedaron transformados, recreados; superando miedos y tristezas, empezaron a ser hombres nuevos.

          En Pentecostés, el Espíritu hace que el pequeño núcleo salga al público y emprenda su labor. La misión de los discípulos es anunciar el don de la reconciliación y de la paz. Aquel día sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros (Jn 14,20). Ese día, toda la comunidad creyente recibe el Espíritu y el encargo de Jesús: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Han de continuar la tarea emprendida por Jesús con la energía del Espíritu, que hace, a los cristianos, signo visible de gracia y de salvación.

          San Juan señala el saludo, «Paz a vosotros». El don de la paz es ahora la paz mesiánica prometida para los tiempos escatológicos. Paz, que aporta el perdón por la infidelidad durante la pasión y la superación de la incredulidad y del miedo. Jesús les muestra las llagas para que comprueben que es él mismo, el que fue crucificado y que vive. El Evangelio es la gozosa proclamación de esa identidad: Jesús, el que padeció y murió bajo Pilato, es el Señor. Con esta alegría han de anunciar a todo el mundo que han visto al Señor y que vive. Dar la paz identifica a Cristo Resucitado, quien da el Espíritu y la misión a los discípulos. Donación y misión están íntimamente unidas; por ellas, son consagrados y enviados, para ofrecer la vida y salvación a los que quieran creer. Jesús ofrece la paz verdadera en medio de los peligros y de las persecuciones; la paz de los testigos, la paz y el coraje del que predica el Evangelio y confiesa que el mundo no la puede dar; la paz que es la síntesis de todos los bienes

          La celebración del don del Espíritu exhorta a vivir la fe con fortaleza y entrega, con el amor y la alegría de los hijos de Dios, salvados por la sangre derramada con amor infinito y llenos del aliento del Espíritu fuente de vida. El creyente en Jesús se siente unido a Cristo y al Padre; en Pentecostés, el Espíritu de Jesús y del Padre se posesiona del creyente; y, así, ve que puede entenderse con los otros, y la Babel de la confusión da paso a la comprensión, a la toma de conciencia de que todos formamos un solo cuerpo.

          Ante la presencia de Jesús, los discípulos cambian y reconocen al Maestro de siempre, con el que habían convivido y al que se habían entregado. Jesús les devuelve la paz y los convierte en sus enviados, como Él lo había sido antes por el Padre. Surge así la comunidad creyente, la Iglesia, caracterizada por el Espíritu de Jesús y del Padre. El viento fuerte de Dios llega con su ímpetu, arrastra, libera, refuerza y fortalece; ese viento es aliento, ese Aliento es Dios, Dios, que se posa sobre cada uno de nosotros, para que proclamemos su mensaje y propaguemos su amor, el amor que da a quien lo necesita, el perdón, la paz…

          Esta perícopa de San Juan es especialmente significativa; el valor de ejemplaridad del inicio de la Iglesia reside en que los problemas le llegan del propio marco de las creencias religiosas, no del mundo civil. La Iglesia es la reveladora de Jesús y, por tanto, de Dios; esta misión la cumple por tener el Espíritu de Jesús y de Dios. La comunidad cristiana, alentada por el Espíritu vive la unidad dentro de la multiplicidad, porque se sitúa en una realidad que transciende a los individuos. Por eso, es referencia de esperanza y vía para ir al Padre. El Espíritu une a los discípulos con su Maestro, con su Señor Resucitado.