XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 4,35-41:
¿No te importa que nos hundamos?

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Jb 38,1.8-11; Sal 106,23-31; 2Co 5,14-17; Mc 4,35-41

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla del lago».  Entonces, los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.

De pronto, se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado en un cojín. Lo despertaron y le dijeron: "Maestro, ¿No te importa que nos hundamos?"  El se levantó, reprendió al viento y dijo al mar "¡Cállate, cálmate!". Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: "¿Por qué teméis? ¿No tenéis fe?" Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: "¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?".  

                LA PRIMERA LECTURA, perteneciente al Libro de Job, expone las palabras de Yahvé: El Señor habló a Job desde la tormenta (Job 38,1). El libro de Job expresa la sabiduría judaica en una narración profunda sobre la angustia y el dolor insoportable que sufre este hombre.
          Dios es el Creador del Universo, por ello, es el dueño absoluto de todo lo que existe; es el Omnipotente y Omnisciente, es preciso recordarlo y meditarlo todos los días. Pero, cuando llega la contrariedad, dudamos y suplicamos atemorizados. Job responde a muchas de esas dudas y preguntas más existenciales que nos inquietan; Job se rebela contra la injusticia del sufrimiento y del silencio de Dios; no puede resignarse a la injusticia que se comete con él ni dejar su fe. El libro de Job habla de un hombre herido, hundido en el sufrimiento, desconcertado en su vida. Job emprende el combate de la fe, como su antepasado Jacob, como Jesús, a quien prefigura. Es la figura del hombre, probado por Dios con el dolor, que apela a Dios ante su sufrimiento.

          Cuando Job pide que Dios le dé una respuesta, Dios le contesta con este reproche: “¿Quién es este que oscurece los consejos con palabras sin conocimiento? Vístete para la acción como un hombre; Yo te preguntaré, y tú me lo harás saber” (Job 38:1-3). Lo que sigue a este reproche es el interrogante más intenso que se ha planteado a Dios. Pero, en la diatriba, Dios no da explicaciones a Job; sólo afirma su omnipotencia, que se manifiesta en la naturaleza: "Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en el océano". Y Job tiene que confesar su ignorancia y renunciar a erigirse en juez del Señor. 
          "¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno...?” (Job 38,8). A veces, el hombre no ve con claridad; se encuentra a oscuras; no distingue la obra y la presencia de Dios, al que cree lejano, incluso, en la torpeza y debilidad humanas, le parece que es injusto e inexistente. Se dan situaciones en las que uno se hace mil preguntas, sin encontrar respuesta, surgen nuestras hipótesis, cábalas y absurdas teorías; que no meremos aquello, que esta vida no tiene sentido, que no vale la pena vivir; y la voz de Dios llega silenciosa llamándolo insensato. Con Job, se hunde en la grandeza de Dios, en la profundidad de su divino misterio y ve su mezquindad, que ha de creer y confiar en Dios, seguro de su sabiduría, de su infinito poder, y sereno ante tu inmenso amor.

          El mar impetuoso es símil de la vida que vivimos; el futuro se presenta incierto, los problemas nos acechan y los males salen al encuentro; Job, al quejarse a Dios, recibe una respuesta inmediata: Dios está por encima del mar. La enseñanza está en que, por encima de nuestros problemas y preocupaciones, está Dios, y si le gritamos en tiempos de angustia, llega, apacigua la tormenta y la calma. 

            La segunda lectura, perteneciente a la segunda carta de San Pablo a los corintios, dice: “El amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos…  El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo” (2 Cor 5,14)
          San Pablo escribe con tono de urgencia, con el apremio de quien tiene prisa en que lo atiendan. Y es que sus palabras llevan el muy importante y decisivo mensaje de la salvación eterna, para quienes lo escuchan ayer y hoy; por eso, siguen resonando con la misma fuerza, pues hoy, también apremia el amor de Cristo, urge a que se deje de una vez la actitud indolente y egoísta del mundo moderno.

          Cristo murió por todos, para que se viva, no para sí, sino para Jesucristo. Exhorta a morir al yo, a dejar la propia vida y dar paso a la de Dios. Pero Jesucristo no quiere que nos abandonemos y nos demos vacíos a la muerte. Su deseo es la vida, la voluntad decidida de Dios, es darnos su vida, transformarnos en criaturas nuevas; y porque nos ama, nos urge, nos da prisa, nos apremia para que seamos consecuentes, como verdaderos discípulos, como hijos y herederos, en nuestra condición de cristianos.

          El hombre está en devenir continuo; vive el instante que pasa y el futuro. "Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo". Somos lo nuevo; las cosas se deterioran y es preciso renovarlas, cambiarlas por algo distinto. San Pablo aconseja hoy que lo viejo ha pasado y que ha llega lo nuevo; lo nuevo definitivo, lo que nunca será viejo, lo que va a satisfacer tanto al hombre que ya no querrá ni necesitará cambiarlo. Esa novedad es la vida que Cristo nos ha traído con su muerte; al participar en su vida, el hombre viejo desaparece, para dar paso al hombre nuevo. Pero, ese hombre viejo no llega a morir del todo, y de hecho no muere definitivamente, hasta después de sufrir la muerte; y, por eso, tampoco acaba de nacer plenamente el hombre nuevo, aunque somos conscientes que lo viejo, el pecado, ha pasado, tiene que pasar. Hemos de ir y estar en lo nuevo, querer lo permanente; desear la vida que no cambia, la vida perenne y eterna en Jesucristo.

 

 

            El Santo Evangelio según San Marcos narra la tormenta que se desata en el lago, mientras Jesús duerme; los discípulos asustados por el oleaje temen por su vida y piensan que el Maestro está ajeno a su sufrimiento.

                El lago de Genesaret fue testigo de grandes prodigios realizados por Jesús. Tras una intensa jornada, los apóstoles cruzan el lago con el Señor, que iba tan cansado que se durmió en la proa de la barca. Es significativo ver que Jesús se cansa y se fatiga hasta quedar rendido; es la fragilidad de esa naturaleza, semejante a la nuestra, excepto en el pecado, que pasa sed, que se acongoja, que siente angustia y tedio de muerte. De pronto, se levantó un fuerte huracán, el peligro crecía; sin saber ciertamente para qué, despiertan al Maestro, no para que calme la tempestad, que no lo esperarían, sino para recriminarle que duerma sin importarle aquel peligro y le preguntan, consternados, si no le importa que se hundan. Jesús no les contesta, sólo manda calma al mar y "¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!" (Mc 4, 41).
          ¿Cómo puede un hombre mandar sobre las aguas y los vientos? Sólo de Yahvé se dice en uno de los salmos, que domina la soberbia del mar y contiene la fuerza de las aguas; sólo Dios puede calmar la tempestad. Pero, los discípulos atemorizados comprueban, que a la orden de Jesucristo, las olas se calman y el viento amaina. Asombrados, se preguntan, quién es este hombre, que domina el furor del huracán. No han entendido aún quién es Jesucristo; todavía, flaquean en su fe, tímidos, han de madurar; Jesús está y no lo saben.

          El simbolismo envuelve el relato; la tormenta es imagen de las persecuciones que sufre la Iglesia y las luchas, que el hombre ha de librar contra las tentaciones y peligros: Inquietudes, egoísmos, dificultades en la vida, desgracias inesperadas. Y Jesús dormido, es profecía de Cristo que se despierta del sueño de la muerte, de su resurrección. Jesús quiere que sus discípulos se planteen la cuestión de su divinidad; tienen que descubrir al Mesías a través de sus palabras, sus gestos, sus miradas; el milagro físico es una revelación de poder; pero Jesús no quería revelar de Dios más que el amor. El milagro que realizaba a través de los milagros era el de la revelación del amor de Dios hasta el punto de entregar a su Hijo Único, para salvar al mundo. Debemos de creer en Él sin necesitar más milagro que el de su amor.

          “Jesús duerme”, puede parecer que Dios se ha olvidado de nosotros, y entonces nos entran las dudas y temores, porque nos movemos en los parámetros humanos de la debilidad o del orgullo; si Dios no nos hace lo que queremos, entonces nuestro Dios está ausente o dormido, y no merece la pena creer en un Dios así. Ocurre esto especialmente cuando parece que las cosas no nos van del todo bien, dudamos y reprochamos a Dios nuestras desesperanzas y flaquezas; aún no tenemos afianzada la fe, somos hombres de poca fe, pero, en esos momentos, hay que robustecerse y resistir, e ir a la oración con los apóstoles: “Señor, sálvanos que perecemos”.

          Estando Jesús en la barca con ellos, no tenían nada que temer; Jesús, dormido, pero presente en las tempestades, todo lo dispone o permite para bien, por amor, (Rm 8, 28). A veces, pensamos que Jesús duerme; son las noches de la fe, es el silencio desgarrador de Dios. También Jesús sufrió esa noche en su dolor: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” (Mt. 27,46) Es el momento culminante de la fe, ese en que, a pesar de que nos envuelven las tinieblas, confiamos en Él. Tener fe es ser audaz, como dice Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante… Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”. SS Benedicto XVI, 29-VI-06 decía: "La Iglesia también sufre hoy. Cristo es de nuevo escarnecido y golpeado; se sigue intentado echarlo fuera del mundo. Siempre de nuevo la pequeña barca de la Iglesia es azotada por el viento de las ideologías, que con sus aguas penetran en ella y parecen condenarla al hundimiento. Sin embargo, en esa Iglesia que sufre, Cristo sale victorioso y a pesar de todo, la fe recobra siempre nuevas fuerzas". 
          Huracanes destructivos soplan hoy contra la fe y la Iglesia; el creyente, zarandeado así, debe, despertando de la mediocridad y superficialidad, salir a luchar por sus creencias; sin desaliento, hay que predicar el Evangelio y acudir a Dios, porque solos no podemos llevar la defensa. Yahvé salva a Job de la tempestad de la duda, mostrándose el Poderoso Señor del mar y del Universo. Jesús increpa la tempestad, pero reprocha a los discípulos su miedo y poca fe. El cristiano vive con Cristo, es criatura nueva, que intrépida confía en Jesucristo y sin miedo muestra y defiende su fe.