XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 5, 21-43:
No temas, ten fe

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Sb 1,13-15; 2,23-25; Sal 29,2-6.11-13; 2Co 8,7-9.13-15; Mc 5,21-43

En aquel tiempo Jesús regresó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: Mi hija se está muriendo; ven, imponle las manos, para que viva. Jesús fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años… El le dijo: Mujer, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro? Jesús lo oyó y le dijo al jefe de la sinagoga: No temas; basta que creas, ten fe. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga…  y la cogió de la mano y le dijo: Talitha kumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate). La niña se puso de pie y echó a andar -tenía doce años-.  

LA PRIMERA LECTURA, perteneciente al libro de la Sabiduría del siglo I a. C., trata la dicotomía cuerpo-alma.

El libro de la Sabiduría intenta presentar el mensaje bíblico con ropaje griego y se esfuerza en elaborar una especie de teología de la historia; el autor se dirige a judíos de la diáspora, quizás en Alejandría, que, al hallarse ya helenizados, se burlaban de la fe de sus mayores (a los que llama en el libro "impíos"). La lectura de hoy es una reflexión sobre el texto del Génesis, en el que se presenta la inmortalidad como un bien del que el hombre ha sido privado por haber desobedecido y caído en el pecado, trata el problema de la muerte en relación con la resurrección de los muertos de que se habla en el Evangelio y que muestra el poder de Jesucristo.

El texto respira optimismo fundado en la bondad y poder de Dios ante la creación y el hombre. Esta actitud puede ser una respuesta a los que preguntan si puede el hombre llegar a ser feliz, cuando sabe que su vida es un caminar hacia la muerte; el autor del libro de la Sabiduría responde que Dios no es responsable de esta situación; es el hombre quien con su pecado ha roto la armonía del mundo; Dios quiere que el hombre viva y sea feliz. El hombre puede superar el miedo a la muerte amando la justicia, en ella encontrará la bondad de las cosas que hay que hacer para llegar hasta Dios.

En el origen, la muerte tiene dos dimensiones: la muerte física, como patrimonio de todo hombre (7,1), y la muerte escatológica, definitiva, propia de los impíos. En el primer sentido, Gn 1-3 presenta a Dios como creador de vida; en cuanto el crear es acción positiva, fundadora, podemos decir que Dios sólo crea ser y vida; el fin de un ser o vida individual no es acción creativa de Dios; aquí no se habla de una vida y una muerte física, sino de una vida temporal, que a través de la muerte del cuerpo se transforma en vida eterna.

La idea fundamental es que la vida es incorruptible, de acuerdo con los designios de Dios, posee un dinamismo interno que la incita a renovarse y superarse constantemente; sin embargo, la vida muere, no llega a conseguir la finalidad para la que fue creada; para el autor, esta muerte de la vida es accidental, porque no es una ley de la vida, sino algo que interviene en ella desde fuera, por el pecado del hombre. El autor considera la muerte física como una consecuencia de la muerte moral o pecado; por eso, pasa insensiblemente su pensamiento de la una a la otra. Ninguna de las dos muertes existían en el principio; el universo creado por Dios era armonioso. Esa asociación entre pecado y muerte, entre muerte espiritual y muerte física, es clásica en la mentalidad judía. La vida no se reduce a lo observable; al contrario, es una fuerza y una reserva de dinamismo capaz de ir siempre más allá de sí misma, de superarse constantemente. Pero el hombre tiene miedo a la vida, teme sus llamadas al riesgo y a la superación, por sus límites egoístas. La vida muere, el pecado, al esterilizar su impulso, la ha estrangulado; si viene un hombre, que viva su vida según sus aspiraciones de absoluto y de participación, ese hombre será incorruptible; pero ese hombre ha de ser Dios, para poder realizar este proyecto: sólo es Jesucristo, el Señor.

En la segunda lectura de la carta a los Corintios (2 Co 8,7-15), San Pablo les pide, que sean generosos en la colecta por la Iglesia de Jerusalén, que se halla en situación de estrechez.

Según algunos exegetas, este texto es un escrito aparte, incorporado a esta carta. San Pablo une su exhortación a las raíces más profundas de la vida cristiana, al poner a Jesucristo, en un esquema parecido al del himno de Fil 2,5-11, modelo de toda la encarnación-redención en entrega y generosidad.

En el concilio de Jerusalén, San Pablo se había comprometido a realizar una colecta en beneficio de las comunidades cristianas palestinenses que estaban pasando dificultades (Gal 2,10; Rom 15,25-31). Al haber decaído el entusiasmo en Corinto, Pablo escribe para estimularlos a una mayor participación, pues ellos han recibido, por el ministerio de Pablo, la verdadera riqueza de Cristo (Ef 3,8), el ejemplo del amor de Cristo, que, siendo rico, se hizo pobre, para que todos nos enriqueciéramos con su pobreza. El amor cristiano nivela las diferencias y busca la igualdad como expresión de la común fraternidad en el Señor. El discípulo de Cristo es solidario de sus hermanos y así, comparte la riqueza con los demás en signo auténtico de su cristianismo. Ya en el A. T. se dieron normas para evitar las excesivas diferencias económicas (Dt 15; Lv 25,13-17) y se enseñó el principio de la igualdad y del reparto equitativo conforme a las necesidades (Ex 16,16-21), que las comunidades cristianas primitivas trataron de poner en práctica (Hech 2,45-46; 4,32,34-35).

La colecta de Pablo se comprende mejor si pensamos en las tensiones entre los cristianos judaizantes y los nuevos, los procedentes de la gentilidad; Pablo lleva una misión ecuménica, quiere que reine, fuera de toda polémica, el amor entre los cristianos; los incita al ideal de la igualdad entre los cristianos, a compartir y repartir con los hermanos la abundancia y la carencia, como hizo Dios con el maná (Ex 16,18), que aseguraba la igualdad dentro de su pueblo.

En una época en que las instituciones internacionales y profanas pueden hacer más cosas y mejores que las instituciones caritativas de la Iglesia y en la que estas últimas pierden el monopolio que han ejercido durante mucho tiempo, es importante profundizar el sentido cristiano de la limosna, gesto por el que el cristiano prosigue sin cesar la obra redentora de su Señor y con ocasión del cual la humanidad eleva sin cesar hasta Dios la acción de gracias por los dones recibidos.

La carta es muy actual. Puede hacer que aumente el tono de nuestra generosidad material. Significa la apertura total al otro, tanto espiritual como material, que constituye la verdadera pobreza, la cual no se limita a la donación de bienes materiales, sino que supone además la apertura espiritual a los demás, para hacerles compartir lo que hemos recibido. Este pasaje nos anima, pues, a revisar lo que significa para nosotros esa "igualdad" de que habla San Pablo y que la civilización contemporánea restringe con demasiada exclusividad a las condiciones sociales y materiales. El cristiano puede colaborar en el esfuerzo de solidaridad, y sabe que, por el bautismo, ha entrado en una vida nueva que supone unos juicios de valor que no son los del mundo presente. 

El EVANGELIO según San Marcos, en el hilo narrativo de un Reino de Dios abierto a todos, configura el episodio de la hemorroisa y la ida a la casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está moribunda.

Los milagros están siempre ligados a la fe, pero no es la fe del hombre lo que cura, sino el poder de Dios; la fe es la condición, para que Dios obre milagros, porque tener confianza significa confesar nuestra impotencia y proclamar el poder de Dios; es la palabra de Cristo la que salva. Fe es contar únicamente con Dios. Jesús hace resaltar que la mujer se ha curado por su fe. La fe, que puede revestir distintas formas, siempre es la condición y el fundamento de la acción salvadora de Dios; siempre está en camino y en proceso de evolución "partiendo de fe hasta consumarse en fe" (Rm 1,17); es decir, desde la fe existente y arraigada hasta la fe conocida más profundamente y vivida de forma más radical.

En medio del gentío, aparece la mujer de los flujos de sangre, una enfermedad que deja impuro al que la padece y al que se pone en contacto con ella, la mujer se acerca a Jesús y lo toca, convencida de que Jesús la salvará; es la fe y la confianza de la mujer las que han conseguido la curación. En aquella situación multitudinaria, resuena firme la pregunta de Jesús. "¿Quién me ha tocado el manto?" Con esta pregunta Marcos parece indicar que el ámbito de la fe en Jesús no es de anonimato, sino de intercomunicación personal. La mujer, se ve impelida a presentarse y, viniendo con temor y temblor, se prosterna ante Jesús. Esto pone de manifiesto la reacción humana a la manifestación o epifanía divina y que la mujer no había actuado por magia, sino por fe, había creído en Jesús, había visto al enviado de Dios. Es lo que Marcos resalta con este relato y el de Jairo. Ella sabía muy bien que, según la Ley (Lev 15, 25-27), debía evitar todo contacto con las personas, pues era una mujer "impura". Sin embargo, no perderá la ocasión de acercarse sigilosamente a Jesús y de tocar la orla de su manto. Es su última esperanza, pues ha gastado ya toda su hacienda en los médicos sin alcanzar remedio. Ahora espera curarse con solo tocar el manto de Jesús.

A continuación, viene la escena de Jairo que cobra tintes de solemnidad, al ir con sólo los tres discípulos más significativos que participan de los grandes momentos, Transfiguración, Getsemaní y Sepulcro. Aunque la niña ha muerto, Jesús, transmitiendo seguridad y dominio con gran sencillez, llega a la casa con Jairo, que mantiene su fe-confianza, cree que Jesús puede obrar la resurrección de su hija. Manda cesar el ruido desenfrenado e invita a la multitud a salir, y dice que "la niña sólo está durmiendo", para el poder de Dios esta muerte no significa más que un sueño, como el de su amigo Lázaro: “Está dormido, pero voy a despertarlo" (Jn 11,11). Todo el acto se convierte en afirmación de la fuerza salvadora de Jesús que libera al hombre sin ninguna barrera y llama a la confianza en esta liberación. La muerte para Dios no es un poder insuperable, no hay gran separación entre la muerte y la vida. Eso la gente no lo entiende, y se burlan neciamente de él. Las cosas son muy distintas ante la mirada de Dios; se debe acomodar la visión y ver con la mirada de Dios, para formarse el verdadero concepto de las cosas y entonces la muerte pierde su carácter horripilante. 

San Marcos invita a situarse en la realidad del Jesús ausente, muerto-resucitado. Creer en Jesús es andar con él un camino que termina en la vida, pero que antes pasa por la muerte. La resurrección de la niña acontece por el poder de la palabra de Jesús que Marcos ha conservado en original arameo. Jesús se manifiesta como señor de la vida y de la muerte. Todos los milagros que se refieren a resurrecciones no son más que la proclamación de que en Jesús y por Jesús la vida triunfa sobre la muerte.

Con frecuencia, vemos que Jesús impone silencio a los testigos de sus milagros, tanto que se ha hablado de la "ley del silencio". Si Jesús establece esa ley es para evitar que sus paisanos confundan el sentido de su mesianismo y caigan en falsos triunfalismos.

A todos los hombres que han perdido la dignidad, la salud y la vida hay que ofrecerles el Evangelio de Jesucristo, que puede liberarlos de sus pobrezas y hacerlos partícipes de los signos que puede hacer Jesús. Pero, para que Jesús los salve, hace falta la verdadera fe; una fe confiada, en que Jesús porta la salvación integral del hombre, y más aún, que puede hacerlo vencedor de la muerte, porque Jesús la ha vencido con su muerte y resurrección; pues, como dice el libro de la Sabiduría, Dios no nos ha creado para la muerte, sino, por el contrario, para la inmortalidad, porque nos hizo a imagen y semejanza de su propio ser.