XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,30-34:
Los envió de dos en dos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Am 7, 12-15; Sal 84, 9-14; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13 

En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que sólo llevaran para el camino un bastón, ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

Y añadió: Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa. Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. 

          La primera lectura del profeta Amós, explica que el sacerdote de Betel trató de expulsarlo de Israel.

          Parece ser que Amós no era pastor ni jornalero por cuenta ajena, sino propietario de rebaños y de fincas, "miembro de la clase unida de los agricultores", según Von Rad, de buena posición social y hombre honorable. Amós ofrece una imagen muy sugestiva; es un creyente a quien la llamada profética de Dios ha hecho romper los círculos sociales de su familia y ambiente y tiene que tomar una opción radical.

Aunque era extranjero en Israel, pues había nacido en Técoa de Judá, profetizó en este reino, en tiempos de Jeroboam II (785-746); habló sin rodeos ni diplomacia y sonó su voz, como un rugido de Dios (1,2); condenó la injusticia social y la violencia del lujo, la depravación religiosa y el formalismo de un culto vacío; anunció por vez primera el castigo del Día de Yahvé (5, 18-20), la ruina de la casa real y el exilio del Reino del Norte (5,27; 6,7). Predicó donde era preciso y en el momento oportuno, que es cuando hablan los profetas y callan los maestros y sacerdotes que viven de su oficio. Por eso sus palabras les resultaron insoportables.

La división política llevó inevitablemente consigo el cisma religioso; así, le salió al paso el sumo sacerdote Amasías que, denunciando la predicación del profeta Amós como subversiva y posiblemente queriendo evitar la ejecución de Amós y las complicaciones de todo orden que esto podía acarrearle, decide por su cuenta echar de Betel al hombre de Dios. Amós le responde enérgicamente y le dice que él no es un profeta de oficio, que no pertenece a ninguna escuela profética y que para vivir le basta con cultivar sus higos y cuidar su rebaño de cabras; si él predica la palabra de Dios no lo hace por vocación humana o por simple interés, sino porque Dios le ha mandado profetizar en Israel; por encima de la voluntad de Amasías y la presión del poder está la autoridad indiscutible de Dios. Esta confrontación entre el profeta y el sacerdote, que sirve a los intereses de un rey, se eleva más allá de las anécdotas y alcanza la categoría de paradigma. La religiosidad no se puede separar de la justicia; el culto no debe nunca legitimar una situación social injusta; denunciar esta cuestión anómala y la contradicción de venerar a Dios y oprimir a los hombres, es la misión a que Dios lo ha enviado.

En medio de la prosperidad material, de paz y tranquilidad surge la voz estridente del profeta, que ataca decidido el orden social imperante, la desaforada y culpable alegría ciudadana, la hipócrita praxis religiosa; con un discurso muy duro anatematiza al rey, a la gente rica, a los corruptos jueces... En Israel no se respeta el derecho y la justicia, los poderosos campan a sus anchas, los pobres son esquilmados y aniquilados... Amós viene a  predicar un mensaje social y de justicia, traído en la palabra de Dios. El tinglado religioso no puede desmontarse ni se puede perder la fuente de ingresos. Así el rey y el gran sacerdote pretenden neutralizar la palabra de Dios como si ésta pudiera depender del permiso y de la tolerancia del rey y del sacerdote. En ese momento, Amós reacciona con más vigor y se siente libre para proclamar una sentencia soberana; por el profeta, la palabra divina penetra, se instala, expulsa, actúa en la historia. Amós pone el acento en demostrar que Dios lo ha investido de autoridad para denunciar ahora y aquí los crímenes de Israel y predecir su castigo 

          La segunda lectura de la carta de San Pablo a los Efesios expone que  Dios, Padre, nos eligió en la Persona de Cristo por el amor y, dándonos a conocer el Misterio de su Voluntad, nos ha destinado a ser sus hijos (1,3-14).

          Amparada en no pocas razones sólidas, se extiende hoy la idea de que Efesios y también Colosenses fueron escritas por un discípulo de San Pablo que recoge y desarrolla, culminándolas, algunas de las ideas del Apóstol. En el capítulo primero se encuentra un solemne himno a Cristo, una de las cumbres de la literatura paulina, redactado según las fórmulas judías de bendición; y es, a la vez, una auténtica oración, una contemplación teológica de todo el plan salvífico de Dios; es una introducción claramente trinitaria, el Padre, Jesucristo y el Espíritu, son los grandes agentes de la salvación.

          El núcleo teológico de este magnífico fragmento paulino se halla en el razonamiento de que los hombres no somos un fruto del azar, sino de un plan de amor trazado por el mismo Dios: "La humanidad no va a la deriva, avanza hacia su perfeccionamiento y consumación: todos los hombres reunidos en torno a Cristo y vinculados a él en un cuerpo inmenso irrigado por la vitalidad divina, la humanidad regenerada, sentada a la mesa de familia, los reencuentros definitivos de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. Esto no es una palabra vacía, promesa sin garantía; es que un hombre realizó ya el cambio venidero: Jesucristo, muerto para resucitar; dentro del hombre existe el fermento de la metamorfosis futura: el Espíritu Santo; anclado en nosotros está ese espíritu filial de fe y confianza que ilumina a cuantos penetran este "misterio" y entran en este "plan". Nada hay, sino su amor, que explique por qué ha puesto en marcha este plan. Aparece la predestinación y elección del hombre por parte de Dios. Predestinación a ser hijo de Dios, no a ninguna otra cosa, como luego entendieron los calvinistas. El destino a ser hijos es lo primero, aunque aparezca después, en el texto la santidad. Se destaca la libre, absolutamente libre, iniciativa de Dios.

Se expone básicamente ese plan en un contexto de acción de gracias. Así, en la Santa Misa, damos gracias al Padre precisamente por haber realizado en nosotros este plan de salvación. Debemos tener conciencia de esta acción de gracias, que provoca una actitud desinteresada de alabanza; pues lo que agradecemos es la manifestación en nosotros del amor y la bondad de Dios. La gloria de Dios se manifiesta en la glorificación de Cristo, de la que nosotros por gracia participamos; así surge de nuestros labios el cántico de acción de gracias, lo que nos convierte en "alabanza de su gloria". El camino de inserción en la economía divina reside en escuchar la Palabra y recibir el Espíritu Santo, que es "prenda de nuestra herencia"; la oración del creyente expresa la alabanza o bendición (doxologías) y la súplica insistente y vehemente, en petición no de favores particulares, sino del cumplimiento total de la voluntad salvífica del Padre. La exposición dinámica del misterio trinitario, no centra el interés en lo que es o en la procedencia de cada persona, sino lo que cada una de ellas hace para nuestra salvación, querida por el Padre, realizada por el Hijo, consumada en el Espíritu. 

          Lectura del santo Evangelio de San Marcos que narra hoy cómo Jesús envía a sus discípulos a una misión; ellos ya llevan un tiempo junto al Maestro, han visto su modo de actuar, los milagros, las curaciones, ahora deben continuar la tarea; solamente, han de llevar un bastón y unas sandalias.

San Marcos tiene obsesión por la utopía, por un mundo limpio y abierto. Este texto transmite una nueva imagen de Jesús; los discípulos van a salir de dos en dos, a la usanza judía. El recuerdo de las palabras de Jesús comienza a sonar conciso y austero: nada de pan, ni bolsa para el dinero, ni dos túnicas. En las circunstancias concretas de su momento histórico, los doce no necesitan más bagaje de un bastón, que casi resultaba imprescindible como protección, y unas sandalias, sin las que no se podía caminar por el suelo pedregoso de Palestina. El cuadro es llamativo; no es una cuestión de pobreza, como a veces se apunta, sino, un apunte de credibilidad y de sincronía con el mundo de entonces; así iban los esenios, los ambulantes, los filósofos.

La hospitalidad es la norma en Oriente; no es asunto del que llega a pedirla, sino de los habitantes el ofrecerla; por eso mismo, el riesgo puede venir del abuso por parte del que llega. De ahí las palabras de Jesús: "Quedaos en la casa, donde os alojéis, hasta que os vayáis de aquel lugar". Es decir, aceptar con agrado lo ofrecido y no andar buscando algo mejor. En esta línea irá la posterior normativa de la Didajé, tal vez en la primera mitad del siglo II: "A todo apóstol que os llegue, recibidlo como al Señor; se quedará un día, incluso dos, si fuera necesario; pero si se queda tres días es un falso profeta". Hay que evitar la preocupación de la búsqueda y evitar el abuso. "Si un lugar no os recibe sacudíos el polvo de los pies". No es un gesto de maldición, sino, simbólico, en caso de negación de hospitalidad o de hostilidad; es un aviso, una llamada a la responsabilidad, a la reflexión y al arrepentimiento (cfr. Hechos 13,51; 18,6). Esto es, en definitiva, lo que Marcos formula escuetamente en su resumen de la actuación de los doce, a la que otorga el mismo poderío que a la de Jesús.

El envío por parejas era una costumbre habitual en el judaísmo. Según la legislación judicial judía, para la validez de un testimonio se requerían al menos dos varones adultos. Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza (cfr. Mc. 3,6; 6,1-6). La misión de los doce no es para enseñar, que es específico de Jesús, sino, para proclamar la conversión (v. 12; cfr. 3,14). El término conversión nos remite a la proclamación programática de Jesús y connota una urgencia, dada la cercanía del reinado de Dios (cfr. Mc. 1,15). La semántica básica del término expresa un cambio radical de mentalidad, un giro copernicano en las categorías mentales, las cuales, a su vez, determinan la actuación del hombre. La misión de los doce busca provocar una transformación, cuyo alcance se evidencia en el poder que Jesús les confiere sobre los espíritus inmundos. Esta expresión mitológica engloba todo lo que de inhumano y hostil destruye al hombre. La transformación no se reduce a la sola dimensión espiritual, sino que afecta a la totalidad del hombre. La conversión tiene también una dimensión material como elemento constituyente.

Los doce deben ser ellos mismos signo visible de la conversión que proclaman. La fuerza y credibilidad de su misión no estriban en los modelos socioeconómicos constituidos. Reside en la urgencia de dedicación a la proclamación y en la gravedad que lleva consigo el rechazo del proclamador o de su proclamación. Así mismo, los cristianos han de evangelizar, están llamados también a anunciar el evangelio. El ser cristiano no se puede reducir sola y exclusivamente a cumplir unos preceptos, a celebrar diversos ritos, sin llevar a cabo esa dimensión importante del seguimiento de Jesús, la evangelización; se debe anunciar la salvación a todos los hombres, especialmente a aquellos que no lo conocen, como hizo Jesús.

Jesús les indica el modo de hacer llegar el evangelio, les pide a sus discípulos que no lleven nada para el camino. Jesús quiere que la única fuerza del apóstol sea precisamente el mensaje que tiene que anunciar; para que el anuncio tenga mayor eficacia, el mensaje ha de ser hecho vida por el discípulo; la mayor importancia está en la palabra, en el mensaje que se anuncia y no en los instrumentos utilizados para la evangelización. Una iglesia que va buscando excesivos medios para instalarse, con el pretexto de la utilidad y eficacia de estos medios, es una iglesia que se ha debilitado en su fe. Pronto terminará por someter la fe a los intereses culturales, políticos y económicos, en los que fatalmente se ve envuelta en el gran tinglado de su "misión". La pobreza de los misioneros es esencial; pero mucho más lo es la pobreza de la misión misma.

Por eso, el Evangelio nos apremia hoy a interiorizar el mensaje, a hacer vida aquello que predicamos. Son las mejores sandalias y el mejor bastón para nuestro camino.