XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,30-34:
Le dio lástima de ellos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Jr 23,1-6; Sal 22,1-6; Ef 2,13-18; Mc 6,30-34 

En aquel tiempo los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco, porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer.

Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma. 

La primera lectura del profeta Jeremías es un oráculo mesiánico que cierra como broche de oro la serie de oráculos de la casa real de Judá; consta de cuatro partes separadas entre sí por la expresión "oráculo del Señor".

En la primera deportación de judíos a Babilonia, año 597 a. C., Nabucodonosor se lleva prisionero al rey legítimo de Jerusalén, Joaquín, quien, tras reinar solamente tres meses en Judá, el año 598, se rinde a Nabucodonosor, que lo deporta a Babilonia y pone en el trono a Sedecías: "Dios es mi justicia". Este rey es un hombre débil que se deja manejar por sus cortesanos hasta que, hacia el 587, conduce a su pueblo al desastre más radical, a la ruina definitiva de Jerusalén y su templo. Sedecías es capturado y deportado igualmente a Babilonia por los caldeos.

La incapacidad de los últimos reyes de la dinastía de David y los abusos de los dirigentes políticos causaron las sucesivas deportaciones. Contra estos pastores que no supieron cuidar el rebaño de Yahvé, alza su voz el profeta Jeremías (Cfr. 3,15; 10,21; 22,22), semejantes reproches se leen también en el Libro del profeta Ezequiel (c. 34). El pastoreo, en la Biblia, es una fuente importante de la economía de Israel (cfr. relatos de Abraham y de Lot, José y sus hermanos, Saúl y David…).

El destierro a Babilonia que se tomó como un castigo de Dios y la dispersión de las ovejas de Israel se debió a la negligencia y a los abusos de sus dirigentes; por eso, Yahvé promete volver a reunir de nuevo a su pueblo, pero bajo otros pastores que sean dignos de su confianza. La repatriación prometida no es más que el anticipo y el anuncio de los tiempos mesiánicos en los que, al fin y de una forma imprevisible, todo llegaría a su cumplimiento en Jesús, el Hijo de David, el Buen Pastor. Dios cumplirá su promesa de forma nueva y con una intervención personal en un plano superior. Primero salvará "el resto", o sea, la continuidad del pueblo de la alianza, después, frente al sucesor ilegítimo, Dios suscita un "vástago legítimo" de David.

El reino mesiánico no se fundará en la violencia sino en la sabiduría y en la justicia; por eso, el Mesías será llamado "El-Señor-nuestra-justicia"; ello significa que Yahvé establecerá el Derecho, esto es, el orden moral y social en el pueblo, la salvación; el pueblo confesará que el Mesías es su rey y su salvación, y que ambos, Mesías y salvación, vienen de Dios, para el pueblo. Esto supone que el pueblo va a conocer a Dios por la acción de Dios, por su obra salvadora, por la sabiduría y la justicia que se manifestarán en el Mesías; por este motivo, desaparecen los otros rasgos de la figura mesiánica, como las gestas y las victorias, el poder político y el esplendor temporal, porque lo único verdaderamente importante es la verificación del "derecho y la justicia", que es la voluntad de Dios para el pueblo.

Personajes como Sedecías llenan las páginas de todos nuestros periódicos; dirigentes del pueblo pululan y crecen por todas las partes como hierba; debe ser "una profesión rentable". Todos hablan de "servir" al pueblo, de orientarlo, de conducirlo a los buenos pastos del bienestar y del progreso y hasta llegan a decir que es un "servicio muy pesado", y una "carga divina"... No se lo creen ni ellos; lo suyo es más bien el "medro" y la prebenda a costa de las pobres ovejas. Personajes como Sedecías, hay muchos; auténticos liberadores, casi ninguno. Las pobres y esquilmadas ovejas aún continúan soñando con un Liberador, van clamando por un Buen Pastor. 

Segunda Lectura de la carta San Pablo a los Efesios (2,13-18). Les dice el Apóstol que “ahora están en Cristo Jesús, que es su paz y que ha creado un hombre nuevo y un solo pueblo; Judíos y Gentiles son una sola cosa”

Para San Pablo, la redención de Jesucristo es la gran obra de reconciliación entre toda la humanidad, pues constituyó al hombre en una más alta dignidad para formar un solo pueblo. Cristo es la paz y trae la paz, en él todos están cerca y en la presencia del Padre; la reconciliación en Cristo es un hecho, por eso, es evangelio, buena noticia. Así todo imperativo ético se funda, según San Pablo, en este indicativo evangélico: reconciliados en Cristo y por Cristo, debemos reconciliarnos unos con otros.

La ley mosaica fue para los judíos todo un sistema de protección, sin duda providencial, que les libró de buena parte de las aberraciones paganas de los gentiles. Pero esta misma ley había actuado igualmente como un factor de división de los hombres, entre judíos y gentiles. San Pablo hace alusión al muro de separación entre los dos atrios, el muro material, ese límite, que separaba el atrio de los gentiles y el de los judíos y que ningún gentil se atrevía a traspasar sin poner en peligro su propia vida, era solamente un símbolo de la más clara enemistad y división de los pueblos (cfr. Hech 21,27-31). Los judíos, orgullosos de su santa ley, no sólo se sentían especialmente elegidos por Dios y, en consecuencia, superiores a los gentiles, sino que además pretendían justificarse a sí mismos delante de Dios mediante el cumplimiento de los preceptos mosaicos. La conciencia de superioridad de los judíos exacerbaba a los gentiles y provocaba en ellos sentimientos de odio y desprecio. La muerte de Cristo en la cruz puso de manifiesto el pecado de judíos y gentiles y la universalidad de la gracia de Dios que todos necesitan y a todos les es concedida.

Israel era el pueblo elegido de Dios, el pueblo que había recibido la ley de Dios, ley que reconocía la frontera de separación con la gentilidad; pero esta ley, una vez cumplida la misión necesaria en la historia de la salvación, fue abolida por Cristo, rompiendo de esta manera el muro que separaba a Israel de los gentiles; así pues, ya no hay un pueblo especialmente santo en el que no quepan sin distinción todos los hombres. Cristo ha derribado con su muerte todos los muros sagrados, para que todos los hombres tengan acceso libremente al Padre. Por eso, es Cristo la paz y la reconciliación universal; esta paz y reconciliación, ofrecida por Dios a todos los hombres, ha de ser aceptada y hecha vida por cada uno de los creyentes para que se verifique plenamente en el mundo; el establecimiento de la paz en Cristo es la superación radical de todas las jerarquías y discriminaciones que mediatizan la comunión con Dios y entre los hombres.

En el mundo, hay, desde el sacrificio salvador de Cristo, un único pueblo de hermanos, unidos por la sangre de Cristo, por el mismo amor del Padre común, por la fuerza del mismo Espíritu. Cristo ha destruido los extremos de división y odio de una condición humana desgastada y caduca y los ha reconciliado con el Padre, por medio de su Cruz; ahí está la verdadera raíz de la paz, Cristo es nuestra paz. Cristo, nuestra paz y unidad, crea una humanidad nueva, unida por el amor: Dios amándonos a todos y nosotros amándonos mutuamente. Esta es la nueva creatura, nacida del sacrificio reconciliador de Cristo.

La celebración de la Santa Misa ha de señalar la muerte de las divisiones internas y externas y suscitar una vida nueva de unidad y amor. Sólo así seremos un Cuerpo Único mediante la comunión en la Sangre de Cristo, mediante la unión y el amor como participación en la vida nueva del Resucitado. 

La lectura del santo Evangelio según San Marcos 6,30-34, recoge el retorno de los doce enviados a su primera misión; retornan al Maestro que los acoge con cariño y solicitud maternales. En Marcos, el término apóstol tiene todavía la acepción normal de enviado; el retorno de los enviados viene envuelto en el calor del Maestro ante la afluencia de la gente.

La escena rezuma lozanía y autenticidad. San Marcos da así forma a la imagen de Jesús pastor, verdadero centro de interés del conjunto de esta perícopa, que se debe leer desde el telón de fondo de Jeremías 23,1-6 (primera lectura de hoy) y, sobre todo, de Ezequiel 34, cuyo texto está en la base del relato sobre el alimento que Jesús ofrece a la multitud que lo busca. En concreto, San Marcos ha escrito su texto desde la certeza de que Jesús da cumplimiento a esos versículos de Ezequiel. San Marcos, una vez más nos coloca ante Jesucristo con la delicadeza de una madre y un padre; nos brinda así una nueva razón para depositar en Jesús nuestra confianza y nuestra fe; Jesús es absolutamente creíble; encontrarlo y estar con Él es el mayor tesoro, la mejor recompensa para llenar de sentido la vida.

La novedad y el interés central de la perícopa de hoy reside en que San Marcos ha valorado la mención sobre la afluencia de la gente: "Jesús vio la multitud y le dio lástima, porque andaban como ovejas sin pastor". Esta valoración reproduce la situación reflejada en 1R  22,17. "Estoy viendo a Israel desparramado por los montes, como ovejas sin pastor". Se trata de una imagen clásica en la literatura bíblica y que, salvo en Nm. 27,17, aparece siempre en contextos de acusación a los pastores. La primera lectura litúrgica de hoy es un buen ejemplo. Marcos presenta a Jesús y a sus enviados como pastores del Pueblo de Dios que marcan y enseñan la llegada del Reino de Dios.

Mucha gente de nuestro entorno necesita más que nunca un pastor que los guíe, que los conduzca y que les dé una palabra de aliento y esperanza; la sociedad nos propone modelos que no sirven, porque son mediocres y, aunque parezca lo contrario, no dan aquello que el hombre necesita para ser más y mejor hombre. Por eso, Jesús se nos presenta como el buen pastor, capaz de darnos lo que necesitamos los humanos, para poder desarrollarnos como auténticas personas.

En la literatura bíblica el pastor va delante ahuyentando los miedos del rebaño, que se pueden tipificar en una escisión o lucha entre el ansia de libertad por una parte y el deseo o necesidad de seguridad por otra. El pastor bíblico tiene en cuenta ambos deseos (libertad, seguridad) y no sacrifica ninguno de los dos. Por esta razón, la seguridad que ciertamente da el pastor bíblico está siempre ataviada de novedad y de imprevisión. Así, Moisés, en el desierto, camino de la tierra anhelada, le dio al pueblo, que se estaba muriendo de sed y de hambre, no el agua y el pan de la esclavitud en Egipto, sino un agua y un pan inéditos, nuevos, imprevistos; en el evangelio de Marcos lo seguro y lo inédito se concentran en una frase: el Reino de Dios ha llegado (Mc 1,15).

La comunidad cristiana tiene que ayudar a los pastores a ser imagen fiel del Buen Pastor, que proporciona el alimento que necesita el rebaño, lo conduce hacia el verdadero descanso para reparar sus fuerzas y lo protege; conviene dedicar un rato cada día a descansar en el Señor, para llenarse de Jesús, cumplir la tarea y la misión encomendada y proponer con más fuerza a Jesucristo en medio de una sociedad que vende humo. Y así también aprender de Él a ser buenos pastores, desde el encuentro sincero y profundo con Jesucristo, podremos crear comunión entre nosotros y en la comunidad cristiana, proporcionar el alimento verdadero y necesario para el hombre y cuidar el rebaño encomendado con verdadero esmero y cariño.