XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 38-42-48:
El que no está contra nosotros, está a nuestro favor  

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Nm 11, 25-29; Sal 18, 8-14; St 5, 1-6; Mc 9, 38-42-48

 En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí.

El que no está contra nosotros está a nuestro favor. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le atasen al cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ir con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. 

La primera lectura del libro de los Números 11,25-29, trata de la protesta del pueblo contra Moisés y contra el Señor ante la prueba que tiene que soportar en etapa del desierto llena de obstáculos y de dificultades. Y Moisés se lamenta a Yahvé de tener que cargar sobre sus espaldas toda la responsabilidad de un pueblo tan numeroso; para resolver el problema, Moisés elige setenta varones entre los ancianos de Israel, a los que el Señor bajo el símbolo de la nube, comunica el espíritu, para llevar con él la difícil tarea de gobernar al pueblo. El presente pasaje de los Números confiere un carácter sagrado al origen de la institución de los ancianos, fundando así la importancia que tuvo siempre en Israel tanto religiosa como política. No es fácil determinar el significado de la palabra "profetizar" en el presente contexto. Posiblemente se trata de una especie de trance extático en el que se manifiesta la presencia de Dios, a semejanza de lo que se dice en 1 Sam 10,5 y 19,20. Hoy, esta lectura nos ayuda a redescubrir la función esencial del Espíritu, a través de unos hombres, en la edificación de las comunidades.

En este contexto se inserta el otro relato de Eldad y Medad que también empiezan a profetizar. Enterado, Josué se pone celoso e intenta prohibir el que profeticen (v. 28), pero Moisés le recrimina con estas palabras: "Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" Los celos de Josué anticipan la misma actitud de los discípulos de Jesús frente al exorcista que arrojaba demonios sin ser de su grupo, y la respuesta de Moisés nos hace pensar de inmediato en la de Jesús a la pregunta de Juan. El profeta no es un adivino, sino alguien que habla a su pueblo en nombre de Dios, pues el Espíritu se comunica a quien quiere y como quiere. El profeta exhorta al pueblo, lo amonesta, incluso lo amenaza y lo conduce por los caminos queridos por Dios. "Cuando el Espíritu sopla sobre Israel, todo el universo se pone de pie en un sobresalto patético y experimenta el paso de Dios" (A. Nehér). Los que mandan no deberían estar celosos, de que el pueblo profetice alguna vez; más bien debiera tomar nota de lo que dice Pablo a los obispos: "No apaguéis el Espíritu" (1 Tes 5,19). El deseo de Moisés se convertirá con el tiempo en promesa para los tiempos mesiánicos (Joel 3,1 s) y se cumplirá con la venida del Espíritu Santo sobre toda la comunidad de Jesús (Hech 2,1-13).

Moisés es el mayor de todos los profetas, porque a través de él Dios aglutinó aquellos clanes de beduinos, los convirtió en un pueblo y los condujo a través del desierto a la conquista de la tierra prometida. Con ningún otro, tiene Dios la intimidad que tuvo con Moisés (Num 12,6-8), al cual, según Dt 18,18, Dios le promete suscitar un día, de entre sus hermanos, "un profeta semejante a él". El Mesías será un nuevo Moisés; por ello, al aparecer Juan el Bautista, los enviados de Jerusalén le preguntan, si es "el Profeta" (Jn 1,21). Moisés, según los textos sacerdotales, tiene en permanencia el Espíritu, pero los setenta ancianos lo reciben excepcionalmente. Los profetas son animadores de comunidad, condición que no puede ser negada a nadie que de modo efectivo resulte acreditado por el Espíritu como animador. En el AT, el Espíritu era dado a unos pocos y transitoriamente; en el NT el Espíritu reposará habitualmente sobre todo el pueblo creyente. Es el anhelo de Moisés, sin ningún tipo de celos: "¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" (11,29).

Este relato enseña que son muy diversas las actuaciones del Espíritu (cf. 1 Cor 12, y 14). Una de ellas es decir y hacer cosas extrañas, hablar en lenguas, etc.; otra, más importante, es el haber recibido el cargo de dirigir y enseñar al pueblo de Dios. Moisés ha entendido el verbo compartir. La actitud de este hombre es digna de todo encomio al comprender que el poder de los otros no es merma para su poder, sino que es una común participación en la misma misión. 

La segunda lectura de la carta del Apóstol Santiago (5,1-6) es una encendida exhortación contra los ricos que usan mal sus bienes; se trata más que de una exhortación, de un apóstrofe o diatriba, con un acento extremadamente duro; probablemente son las líneas del N.T. más fuertes contra la riqueza.

En esta perícopa de inspiración semejante a la de los antiguos profetas cuando atacaban la injusticia de los ricos, Santiago se vuelve contra aquellos que se aferran de un modo culpable a sus bienes, hasta el extremo de no pagar debidamente a sus obreros y de oprimir a los menos afortunados que ellos; emplea contra estos ricos el estilo de las invectivas que hacían los profetas. El lenguaje utilizado se asemeja a las maldiciones que Lucas redacta tras las bienaventuranzas: "¡ay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo!" (6,24); "¡ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!" (6,25).

EL juicio de la Biblia sobre las riquezas no es el mismo en cada una de sus páginas. En algunos libros del A. T., se dice que Dios enriquece o promete enriquecer a sus amigos, hasta el extremo que las riquezas pueden convertirse en señal de las bendiciones divinas; además, se valoran las riquezas como posibilidad de practicar la "justicia" haciendo sacrificios a Dios. De ahí, que haya sido posible el desarrollo de una ética protestante que ensalza el trabajo y aconseja el ahorro como virtud y que, en opinión de Max-Weber, constituye una de las bases principales del capitalismo. Pero la Biblia condena unánimemente el abuso de los ricos, la ambición desmedida y la explotación de los pobres. Además, los profetas del A. T. han visto en la riqueza una fuente de injusticia. Siguiendo esta misma línea, el N. T. es mucho más riguroso al enjuiciar las riquezas. Jesús, que vivió pobre entre los pobres, exigió a sus discípulos que lo dejaran todo y él mismo no tuvo dónde reclinar la cabeza. Para los evangelistas la riqueza aparece como un serio obstáculo que impide la entrada en el Reino de Dios. Especialmente dura es la crítica a las riquezas en el evangelio de Lucas.

No se ve que el mensaje evangélico sea neutral, lo mismo para los pobres que para los ricos, como demuestra claramente esta invectiva de Santiago. El Evangelio, que es Buena Noticia para los pobres, se convierte en mala noticia para los ricos. El autor denuncia el escaso valor que tienen los bienes y tesoros en los que los ricos han puesto su corazón. Los orientales atesoraban la riqueza acumulando objetos de oro y plata, guardando piezas de tela y vestidos (1 Mac 11,24; Mt 6,19s; Hech 20,33). Los tejidos se apolillaban con facilidad, mientras que los objetos de oro y de plata perdían su brillo por falta de uso. Santiago ve en las telas apolilladas y en los metales enmohecidos la prueba de la avaricia de los ricos y la razón de su condena, al llegar el juicio de Dios. La condena, se debe a la injusticia, que la riqueza, como sabemos, lleva aparejada; los bienes de este mundo son, en último término, don de Dios. No son malos en sí mismos. Pero, tal como es el hombre, se produce una situación con estos bienes que comporta la deshumanización, tanto de quienes son privados de la parte que les corresponde, como de los propios opresores, que llevarán la peor parte.

Sin embargo, los ricos siguen acaparando riquezas sin entender que el juicio de Dios es inminente. Contra estos ricos se alza el grupo de todos los obreros explotados; el jornal que les han mermado o retenido, defraudando a los segadores, es como la sangre de Abel: un crimen que clama al cielo (Dt 24,14). La ley mandaba pagar cada día a los obreros, antes de llegar la noche (Lv 19,13; Dt 24,15; Tob 4,14), pero la retención del jornal es aquí sólo un botón de muestra de la explotación y de la injusticia de los ricos; sarcásticamente, el autor tilda a estos ricos de cerdos que se ceban para la matanza, engordan sin producir nada y no saben que se aproxima el juicio de Dios.

Estamos ante un texto no teórico, sino que parte de situaciones reales y bien conocidas, frecuentes, por desgracia, ahora y entonces; naturalmente se podrían dar otras razones de condena de la riqueza, justificación que no ha necesidad de muchos apoyos, pues la riqueza fomenta la autosuficiencia y el orgullo, aunque esta perícopa se fija en un motivo experimental y experimentado, de ética humana, asumida por el cristianismo. La injusticia entre los hombres no es denunciada sólo por otros, sino también por los cristianos, y por motivos semejantes. Sería falso pasar por alto este texto o edulcorarlo por encontrar demasiada violencia en él o porque se trata de demagogia. Efectivamente, se puede utilizar con resentimiento no cristiano, partiendo, pero ese peligro no es razón para olvidar su contenido.

 En este momento actual en que la teología de la liberación y sus pretensiones de mayor justicia en el mundo están de actualidad, puede verse aquí un serio apoyo neotestamentario, que nos recuerda cómo la Revelación también se preocupa de lo presente y mundano. 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos (9,37-48), la perícopa que leemos en este domingo incluye dos temas muy diferenciados: el uso del nombre de Jesús y la gravedad del escándalo a los pequeñuelos que creen.

Jesús había enviado a sus discípulos a predicar el Evangelio del Reino de Dios por tierras de Galilea (6,7-13); ahora, ya de vuelta, le relatan a Jesús su primera experiencia misionera. Juan le cuenta que le habían prohibido a un exorcista arrojar demonios en nombre de suyo, porque no era del grupo; Jesús, sabiendo que no había en ello mala voluntad, no reprueba abiertamente esa conducta y aprovecha la ocasión para enseñarles qué deben hacer en adelante, en esos casos. Aquí les dice a sus discípulos: "El que no está contra nosotros  está a favor nuestro", pero en el evangelio de San Mateo encontramos la otra sentencia: "El que no está conmigo, está contra mí" (Mt 12,30; cfr. Lc 11,23). La primera generación cristiana daba importancia especial al uso del nombre de Jesús en  las fórmulas sacramentales y los exorcismos (cf. Hc 3,6). Jesús no es monopolio de los  Doce. Es de admirar la amplitud de miras con que contesta Jesús.

Ahora bien, esta segunda sentencia está en un contexto en el que se habla de la batalla decisiva contra Satanás. Y es claro que en este caso no cabe la neutralidad, pues se trata de dos enemigos irreconciliables y de una guerra que a todos nos concierne personalmente. También el exorcista que echa los demonios en nombre de Jesús está con Jesús y contra Satanás, aunque no sea oficialmente discípulo de Jesús. En este supuesto, Jesús pronuncia su sentencia contra todo tipo de partidismo. También en nuestros días hay muchos hombres que exorcizan el mal y la injusticia de nuestra sociedad y, con todo, no son expresamente cristianos, son de los nuestros, pues no están contra nosotros. Marcos presenta este texto como respuesta unitaria de Jesús, pero para elaborarlo se ha servido de frases de Jesús pertenecientes sin duda a diferentes momentos; a ello se debe la aparente dispersión de las frases.

El segundo tema es el del escándalo que podemos nosotros causar con nuestras ideas o nuestro comportamiento. Escándalo no es sólo aquello que repugna moralmente, sino todo lo que puede menoscabar la fe del prójimo. El esquema ternario de miembros del  cuerpo, mano, pie, ojo, no es exclusivo, sino abierto. El acento recae en la radical renuncia  que Jesús exige a los suyos, para evitar el mal a los demás. Renunciar a las cosas, al  ejercicio de las convicciones... al propio cuerpo, por un valor mayor: la unidad de la  comunidad. San Pablo afronta el mismo problema en 1 Co 8-9 y en Rm 14: "Tened presente al débil en la fe, sin discutir opiniones", "me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles",  "así, al pecar contra los hermanos hiriendo su conciencia tan débil, pecáis contra Cristo". La  unidad en la comunidad cristiana, expresión de amor fraterno y núcleo de la "verdad del Evangelio" (cf. Gal 2,14) es un valor capital entre los discípulos de Jesús, hasta el punto que impone renuncias radicales en la conducta de los cristianos con "ideas más claras", o con una mayor responsabilidad eclesial.

Por otra parte, todo el que se hace discípulo de Jesucristo y aún no ha robustecido su fe, es un "pequeñuelo". Y el que aparta de su camino a uno de estos pequeñuelos es un  homicida, ya que les impide llegar a la verdadera vida. "Escándalo" es la piedra de tropiezo, el impedimento en el camino; en sentido figurado, significa tanto la dificultad externa, la dificultad objetiva, como la interna al hombre o dificultad subjetiva; en este segundo sentido, habla San Pablo de la cruz como "escándalo" para los judíos (1Co 1,23), sabiendo que la cruz sólo es un impedimento para los que no la aceptan por sus diferentes prejuicios. La tentación nunca procede exclusivamente de fuera; de ahí que el hombre deba procurar  también no escandalizarse a sí mismo; cosa que es posible, si uno no lucha contra sus  propias inclinaciones y no toma medidas negándose a sí mismo.

Aquí se contrapone la "vida" al "abismo" o "gehenna"; la gehenna era el nombre de un valle situado al sur de Jerusalén, en donde, reinando Ajaz y Manasés, se sacrificaron niños al ídolo Molek (2 Re 23,10; Jer 7,31s; Jer 32,35). A partir del siglo II y a raíz de esta abominable experiencia, la gehenna pasó a significar en la literatura apocalíptica lo mismo que el infierno, esto es, el lugar de tormento de todos los condenados. Con estas palabras alusivas a Is 66,24 se describen las torturas de los condenados en el día final; el "gusano que no muere" significa para algunos la conciencia, los remordimientos; aunque puede ser una alusión a la imagen profética del montón de cadáveres tirados sin enterrar y que son pasto de los gusanos y animales.

Contra la intolerancia que sólo permite el reconocimiento a aquellos que se inscriben oficialmente en la Iglesia, Jesús afirma taxativamente que la autoridad debe caracterizarse por una amplitud de espíritu, por un saber estar por encima de las ideologías de grupo, estar abierta a todos los hombres que defienden una causa justa, aunque no sean cristianos; excluye la cerrazón ortodoxa, el sectarismo, la retirada al ghetto, la mirada introvertida... Los pequeños deben ser en la comunidad los que reciban la ayuda con cariño y paciencia, para poder evolucionar sin desconcertar su fe.