XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 2-16: No son dos, sino una sola carne

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Gn 2, 18-24; Sal 127; Hb 2, 9-11; Mc 10, 2-16

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? El les replicó: ¿Qué os mandó Moisés? Contestaron: Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio. Jesús les dijo: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer, por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne, de modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. El les dijo: Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido. y se casa con otro, comete adulterio.

Le presentaron unos niños para que los bendijera, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos. 

La primera lectura del libro del Génesis 2,18-24, narra, con un lenguaje lleno de simbolismos, la creación del mundo, del hombre y la mujer y los creó “a su imagen y semejanza”, esto es, iguales en dignidad y derechos: la dignidad de ser hijos de Dios; el relato fruto de su tiempo y de la cultura de entonces, adolece de un lenguaje centrado en lo masculino. Lo realmente valioso es la idea que trasmite: Dios crea al hombre y la mujer por amor.

La superioridad del hombre sobre la forma de vida animal, se traduce por su capacidad de ponerle nombre a cada uno; el hombre no agota su vocación con el dominio de la naturaleza y la vida: es, además, portador de un llamamiento al encuentro de un ser irreducible, capaz de comunión con él. En la mujer, el hombre descubre otro él, pues esta no se le presenta en su misterio de alteridad, sino al contrario, como el hueso de sus huesos, la carne de su carne; su mismo nombre (ishsha) no es sino el diminutivo del término que corresponde al hombre (ish, v. 23). Con la mujer se da al hombre su complemento; donde el hombre se realiza, es en el diálogo con el tú semejante, no dominado, sino igual, el autor sagrado sitúa en ese puesto a la mujer.

Dice Santo Tomás (Summa Theol I q.92 a. 2 y 3) que la mujer ha sido formada del hombre, de su costado, para indicar que no es la señora ni la esclava del hombre, sino su compañera, para inculcar al hombre que ha de amar a su mujer, para expresar la íntima comunidad de vida entre el hombre y la mujer y finalmente para simbolizar el nacimiento de la Iglesia, la Esposa de Cristo. En el N. T. se hace resaltar que la mujer ha sido formada del hombre, pero también allí leemos que el hombre depende de la mujer, como lo expresa S. Pablo en 1Co 11,12: "porque así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer; y todo proviene de Dios". Es decir, la mujer y el hombre están mutuamente subordinados. Son seres distintos, pero se complementan siendo cada uno de por sí una forma especial y parcial de lo humano; en Eva no sólo está representada la mujer, sino todos los vivientes y quiere decir el autor sagrado, que donde el hombre encuentra la verdadera ayuda, para madurar y encontrarse como hombre es en la relación dialogal con el otro, en la comunión de vida con los demás seres de la misma condición. Las cosas nunca completan ni perfeccionan al hombre.

La creación de la mujer se desarrolla en un mundo esencialmente masculino. El hombre aún no ha descubierto en la mujer la "ayuda" que él necesita: "No está bien que el hombre esté solo". La intención del autor es explicar la fuerza del amor, la atracción recíproca de los sexos; hombre y mujer, con sus características personales cada uno, son esencialmente semejantes, iguales en dignidad. El texto lo expresa al decir "es carne de mi carne..." La leyenda de la costilla sacada de Adán corrobora esta idea: la mujer es la carne de su marido. Estamos lejos de la igualdad de los dos miembros de la pareja presentada por la tradición del primer capítulo del Génesis 1, 27-28. Se le considera únicamente como una "ayuda proporcionada" al hombre, aun cuando conserva su propia originalidad; la vemos sacar al hombre de su aislamiento y ofreciéndole su convivencia (v. 18). El hombre sólo en el "otro" puede colmar su deficiencia. ¿Hasta qué punto el hombre actual entiende que se realiza en el otro y no en su egoísmo? El hombre no es un ser autónomo, encerrado en sí mismo. Necesita complemento. Esta experiencia es válida también para el hombre de hoy. A pesar del progreso técnico y científico, el hombre se siente solo. En muchos aspectos no puede ser él mismo y ha de vivir su máscara... Detrás de las apariencias se esconde la inseguridad y la insatisfacción.

Todo hombre lleva dentro de su corazón el paraíso como aspiración suprema. La historia de la salvación con Jesús, el verdadero Adán, será la historia del retorno al paraíso perdido, porque el relato del Paraíso más que una afirmación histórica sobre el hombre que fue, es una proclamación de Dios sobre lo que el hombre está llamado a ser, si acepta la gracia de Jesús, el Salvador.

 

La segunda lectura de la carta a los Hebreos (2,9-11) propone un texto difícil a causa de su lenguaje, de las ideas que extrae del complejo cultural del A.T. y de la profundidad cristológica de sus razonamientos que siguen, muchas veces, el método exegético de los rabinos, bastante distinto al nuestro. La selección de breves versículos que hace la liturgia no nos ayuda tampoco a captar adecuadamente su contenido, que exige una lectura más extensa y completa de la carta.

El autor, que no es San Pablo, aunque en diversas tradiciones se le ha atribuido, se dirige a cristianos de origen judío o conocedores del judaísmo, que, haciendo ya un tiempo que se han convertido, viven en territorio pagano y ahora han perdido en buena parte el entusiasmo inicial de la fe y del seguimiento de Jesucristo; les recuerda con insistencia y vigor el sentido de lo que Jesucristo ha hecho y la vida nueva que así ha aportado; les asegura que la entrega personal de Jesucristo hasta la muerte, el "sacrificio" de su vida, realiza verdaderamente lo que los sacrificios del A.T. no pudieron nunca realizar: la unión de los hombres con Dios; es, pues, por eso preciso reafirmar la fe y el seguimiento, el objetivo de Dios era "llevar a una multitud de hijos a la gloria"; esto lo ha realizado Jesucristo, que se ha humillado y ha sido fiel hasta la muerte, y así ha llegado a la gloria y nos ha abierto el camino a nosotros, porque nuestro padre es el mismo, y Jesucristo no se avergüenza de llamarnos hermanos.

El autor parte de una experiencia personal: Cristo Resucitado comparte la vida de Dios, es hombre y Dios al mismo tiempo, ha logrado introducir al hombre en la misma presencia de Dios; Cristo ha compartido nuestra condición humana, nos llama "hermanos", pero, al mismo tiempo, después de su pasión y muerte, ha sido "coronado de gloria y honor"; por su solidaridad con el linaje humano, su destino de gloria no le afecta tan sólo a él, sino que también es nuestro propio destino: quiso "llevar una multitud de hijos a la gloria".

Este sermón a los Hebreos tiene la finalidad de devolver la ilusión de ser cristianos a unos hombres que la han perdido, entre otras razones, porque ser cristianos les comportaba oposición y persecución. En situaciones así cobra gran importancia psicológica el valor de ejemplaridad, es decir, la existencia de personas que en condiciones adversas parecidas han sabido responder con entereza; eso, precisamente, es lo que persigue este texto de hoy: presentar a Jesús inmerso en la oposición y persecución, es una técnica psicológica, que conlleva un lenguaje y una metodología especiales. Si no se tiene en cuenta este presupuesto hermenéutico se corre el grave peligro de distorsionar las afirmaciones de los versículos de hoy.

El sufrimiento libremente aceptado por Cristo es la palabra más clara en la que Dios se manifiesta como Amor. La solidaridad de Jesucristo con los que sufren da sentido al sufrimiento. Cristo, Hijo de Dios, se hizo descendiente de Adán y hermano nuestro, para que nosotros fuéramos hijos de Dios. De aquí que no se avergüence de llamar hermanos a los que Él ha santificado.

 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10,2-16 expone hoy la discusión entre Jesús y los fariseos sobre el divorcio, en versión ligeramente diferente a la de San Mateo (19,1-9). El segundo evangelista insiste más en la ley de la naturaleza y dice que "Dios los hizo hombre y mujer"; mientras que Mateo distingue la ley de Moisés y la tolerancia expuesta en el Deuteronomio, que el Maestro considera excesivamente "permisiva", a causa de la estrechez de espíritu o la dureza de corazón de los judíos, Marcos hace referencia directa a la voluntad de Dios y al pensamiento de Jesús, para quien el hombre no puede destruir una unidad inscrita en su naturaleza.

Era muy viva entre los rabinos del tiempo de Cristo la discusión sobre la interpretación que había que dar a los pasajes del Pentateuco en los que se legisla sobre las posibilidades que tiene el hombre de repudiar a la mujer (cf. Dt 24,1), y los fariseos querían saber la opinión de Jesús. Por eso, en el texto paralelo de Mt 19,3 se plantea si el repudio se puede dar "por cualquier motivo", que es la cuestión que realmente se debatía en la polémica rabínica. Pero Mc, que escribe para un ambiente muy alejado de los problemas legales judíos, convierte el tema en una enseñanza general sobre el matrimonio y el divorcio, por lo que añade también, paralelamente a la crítica contra el divorcio promovido por el hombre (única posibilidad entre los judíos), la crítica contra el promovido por la mujer (posible en las leyes de los países paganos).

Jesús responde al problema presentando el ideal de plenitud mesiánica, ideal que consiste en la plena aplicación del plan de Dios sobre el hombre. En efecto, la ley de Moisés, que contenía la concesión del posible repudio, venía a regular la vida de los hombres en un mundo sometido al pecado y no impregnados plenamente de la voluntad de Dios. Pero ahora, en la nueva época mesiánica, cuando, como habían anunciado los profetas, el amor de Dios será grabado en el corazón de cada hombre, el planteamiento de esta cuestión tendrá que ser otro: la plena realización de lo que Dios había dicho al principio, cuando el pecado aún no había llegado al mundo y no había puesto el veneno capaz de destruir la unión de hombre y mujer, unión que los hace ser una sola carne, algo inseparable; y esto porque el pecado destructor ha sido superado y los corazones de los hombres han sido transformados por Dios.

El evangelista considera que los fariseos se refieren a la propia ley Dt 24,1, pero esta prescripción, les dice Jesús, debe ser abolida y la solución ha de buscarse a nivel de la voluntad de Dios, inscrita en la naturaleza (Gén 1,27; 2,24), según la cual el hombre y la mujer deben permanecer unidos; ningún hombre, incluido Moisés, tiene derecho de deshacer esta unidad radical del matrimonio. Marcos ha hecho ver ya que el Reino era una victoria sobre el pecado original (Mc 2,1-10), una victoria sobre la enfermedad y la muerte (Mc 5,21-43); aquí, Marcos precisa que el Reino es también una reanudación del proyecto inicial, concerniente a la unidad del matrimonio por el amor. La aventura conyugal es, en definitiva, uno de los terrenos privilegiados en que toma cuerpo la venida del Reino, con tal de que sea vivida con la máxima fidelidad a la iniciativa original de Dios.

La doctrina de Marcos es, pues, muy clara: el matrimonio no es solamente un contrato facultativo entre dos personas, sino que está implícita en él la voluntad de Dios, inscrita en la complementariedad de los sexos. No basta la sola voluntad de los esposos, para explicar el matrimonio y su unidad. Esta es la razón por la que el divorcio no es solamente una injusticia contra el consorte perjudicado; es también una injusticia contra el mismo Dios.

Dios los creó a los dos, “hombre y mujer los creó”, para que desarrollasen la vocación al amor a la que hemos sido llamados todos, para formar un lazo que se expresa en matrimonio y en familia. Un amor de generosidad y entrega al prójimo, al alcance de todos y un amor que construye la familia, desde la riqueza de la entrega mutua del hombre y la mujer; amor que recrea la paternidad de Dios.

Pero para nadie es un secreto que el matrimonio es hoy una institución agredida. Quiere quebrarse su significado original; quiere llamarse matrimonio a lo que simplemente se debería llamar “homonio” o pareja, o llamar familia a lo que sólo es una suma de personas. Para los cristianos, el matrimonio es sacramento, o sea, un signo visible del plan de Dios sobre el hombre y la mujer y un canto de denuncia de la soledad: “no es bueno que el hombre esté solo”. Dios llama a muchos hombres y mujeres a construir, en la mutua entrega, una familia que haga presente el amor de Dios; una familia abierta a la vida, que regale a la Iglesia y a la sociedad el don maravilloso de los hijos.

Es una dimensión esencial de la nueva comunidad mesiánica la renuncia al orgullo. El relato de los niños lo indica con claridad: los discípulos riñen a los que llevan los niños no porque molesten al maestro, sino, precisamente, porque los niños no tenían valor ni representación alguna. Para ellos, el reino de Dios era un asunto de adultos y para alcanzarlo era necesario hacer opciones conscientes, tener determinados méritos, realizar las obras correspondientes. Jesús piensa al revés: el reino de Dios tiene que ser recibido, o sea, es una iniciativa divina; por lo tanto, la única postura apta para "recibir" es la de los niños: el reino de Dios se recibe primero, después se entra en él. Jesús habla del reino de Dios, y Él puede llamar discípulos a quien quiera; los niños serán sus discípulos.