XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 17-30: Anda, vende lo que tienes y ven y sígueme

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Sb 7,7-11; Sal 89,12-17; Hb 4,12-13; Mc 10,17-30

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno, más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. El replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.

Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme. A estas palabras, él se entristeció y se marchó pesaroso, porque era muy rico.

Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:  ¡Difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios. Ellos se espantaron y comentaban: Entonces, ¿quién puede salvarse? Jesús se les quedó mirando y les dijo: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo. 

La primera lectura del libro de la Sabiduría 7,7-11, trae esta perícopa que forma parte de un himno a la sabiduría. Este libro, último del AT, se aproxima al culmen de la historia de la salvación, en ciertos pasajes de Juan (Jn 1,1.18 y Sab 8,3; 9,4) y de Pablo, que llama a Cristo "sabiduría de Dios" (1 Cor 1,24.30).

El libro de la Sabiduría, escrito probablemente en tiempos de Ptolomeo (146-117 a C.) en la culta ciudad de Alejandría, bajo la influencia innegable de la cultura helenista imperante y de la tradición judía, predica una sabiduría que viene de Dios y que conduce los hombres a Dios. Si la sabiduría oriental es un humanismo, la sabiduría de Israel se presenta como un "humanismo religioso". La atribución de este libro a Salomón es una ficción literaria, perfectamente explicable por la tradicional consideración de Salomón como prototipo de los sabios de Israel. Salomón no fue un niño prodigio ni un sabio de nacimiento. El himno a la sabiduría comienza aludiendo al nacimiento de Salomón, para mostrar que era un hombre más, nacido de mujer y destinado a la muerte (vv.1-6). La sabiduría no es una herencia biológica, sino don de Dios para los que la piden; Salomón la pidió (cfr. c. 9) y Dios se la concedió; y la piden quienes de veras la aprecian por encima de todas las cosas y la desean ardientemente; Salomón la prefirió al poder, a las riquezas (cfr. Pro 3,14s; 8,19; 16,16; Job 28,15-19), a la salud, a la belleza y al bienestar. Y, si éstos son justamente los valores de nuestra sociedad, no nos extraña que haya tan pocos sabios en nuestros días; nos referimos, claro está, a los sabios que no han perdido el gusto por los auténticos valores y buscan la verdad que viene de Dios, para salvar a los hombres.

La sabiduría es una luz que sirve no sólo para contemplar la naturaleza, sino, sobre todo, para saber vivir, esto es, para conocer la voluntad de Dios y ponerla en práctica. En esto consiste la verdadera sabiduría, no en saber muchas cosas, sino en conocer y practicar lo que es realmente necesario. Estas palabras aluden a 1 Re 3,7-13, donde se dice que Salomón prefirió la sabiduría para gobernar y, como premio, recibió también, riquezas sin cuento (cfr. Pro 3,16; 8,21).

La Sabiduría en el A.T. no es una realidad abstracta fuera del tiempo y del espacio; en su sentido original es la escucha atenta y la comprensión exacta de la situación humana, es el arte de aconsejar. La sabiduría más antigua (Pr 10-31) es una colección de proverbios que contienen la sabiduría experimental. Los libros de Job y Eclesiastés son una reflexión crítica; Eclesiástico y Sabiduría tratan de incluir toda la realidad en el concepto de sabiduría. En el N.T. aparece Jesucristo como sabiduría de Dios" (1 Cor 1,24.30); la sabiduría mayor es seguir a Jesucristo. San Pablo dice que, a él, sólo le interesa conocer a Jesucristo y éste crucificado (1 Cor 2,2).

El texto de hoy es una reinterpretación de la oración con la que Salomón suplica la sabiduría (1 R 3,5-9; 2 Cro 1,7-10); sólo a través de la oración se consigue. La sabiduría es una realidad muy superior a la riqueza. Es la actitud interior que da la justa comprensión de la vida humana, aclara la relación con Dios e indica la conducta que hay que seguir. Este mensaje puede parecer extraño e inaceptable para nuestra sociedad acostumbrada a poner en el poder, la riqueza y el bienestar, todos sus intereses y aspiraciones. 

La segunda lectura de la carta a los Hebreos (2,9-11) propone los dos versículos del final de la meditación sobre la palabra reveladora de Dios que es ante todo promesa de salvación y no se realiza, sino en la fe de quienes la escuchan.

Proclamado y explicado lo que "Dios dice por boca de David" en el Sal 95,8.11 acerca de la promesa de "entrar en su descanso", hace una llamada para que no se endurezca el corazón y se acoja la palabra de Dios con la obediencia de la fe. En este pequeño y maravilloso himno sobre el poder de la palabra de Dios, se subraya la eficacia, la penetración y la dignidad de esta palabra. No se trata del Verbum, Logos, según el evangelio de Juan, sino únicamente de la palabra que sale de la boca de Dios, que habló antes de muchas formas por los profetas y últimamente nos habla por boca de su Hijo (Heb 1,1s.); el sujeto de esta palabra es el mismo Dios vivo, de ahí su eficacia, su penetración y el fruto que produce; es una palabra viva y vivificante (cfr. Dt 32,47; Jn 6,63.68, Hech 7,38; 1Pe 1,23), "eficaz" y creadora, enérgica y penetrante, certera y justa, que compromete al hombre y llega a lo más profundo, valora pensamientos y acciones, llama a la conversión; el que la escucha y la practica se salva; el que la rechaza ya está condenado.

En conexión con distintos lugares del AT (Is 55, 10s.; Jr 23, 29; Sab 18, 14), se personifica la palabra de Dios y se le atribuyen propiedades divinas. Está llena de fuerza y realiza lo que dice; obliga al hombre a tomar partido, porque la palabra de Dios acerca del destino del hombre es algo definitivamente decisorio; penetra todo nuestro ser; discierne y juzga los más escondidos pensamientos y deseos del corazón; nada puede escaparse de las pretensiones de la palabra de Dios. La palabra de Dios es la acción misma de Dios que se manifiesta y juzga. Es la palabra de un Dios que se pone personal e históricamente frente al hombre y le presenta de forma explícita algunas exigencias y le pide el compromiso constante como respuesta.

Y de ahí, el autor asciende hasta Dios mismo; todo es clarividente a sus ojos, no hay velo que le oculte nada; todo se halla presente, para quien ha de juzgar y pedir cuentas a los hombres. El cristiano no puede incumplir las exigencias que la situación actual impone para edificar la salvación y llegar a la paz y a la justicia. Ante la palabra de Dios no hay posibilidad de huida, aunque se pueden tomar dos actitudes: abrirse totalmente al Dios en Jesucristo o esconderse en el pequeño mundo de la comodidad haciendo traición a la fe y a Dios, que en Cristo ha dado sentido y esperanza al mundo y que puede llegar a ser realidad con nuestra participación y colaboración. 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos (10,17-30) continúa hoy la enseñanza a los discípulos introducida por la escena de un joven que se acerca a Jesucristo y le pregunta cómo salvarse.

Jesús comienza por cuestionar la interpelación de “Maestro Bueno” que le ha hecho el interlocutor para resituarlo en la perspectiva de la pregunta, que es la de Éxodo 20 y Deuteronomio 5, acerca del Credo: “Yo soy el Señor, tu Dios”, y el camino de la salvación: Decálogo. Después Jesús le formula su propia propuesta: Ven y sígueme. Y el interlocutor no acepta. Ahí perdió su gran ocasión, Marcos explica la razón: era muy rico, con lo que introduce así la enseñanza que va a impartir a sus discípulos: “Los ricos no pueden entrar en el Reino de Dios”.

Para el judaísmo fariseo, la riqueza es bendición de Dios, prueba del beneplácito divino y recompensa a la piedad. Por eso, las palabras de Jesús son un camino nuevo, que está en contradicción con las creencias aprendidas por el interlocutor desde su niñez sobre la relación entre piedad y felicidad. Para el interlocutor, renunciar a la riqueza que posee equivaldría a ser un maldito de Dios.

Todo esto hay que enfocarlo a la luz de los acontecimientos de Jerusalén. Marcos sitúa el texto en el camino hacia la muerte y resurrección de Jesús; a este camino concreto es a lo que Marcos llama el Reino de Dios y que, por ese motivo, había calificado en 4,11 de misterio.

El Reino de Dios así concebido es la alternativa que Jesús propone a sus seguidores, a todo el que quiera ser su seguidor o discípulo. No son consejos evangélicos, es una cuestión de exigencia para el discipulado de Jesús. Diferente del camino a Jerusalén o Reino de Dios, es el camino de la salvación; tal camino tiene indudablemente sus exigencias, pero son de índole ética y, por consiguiente, afectan a todo ser humano, sea o no seguidor de Jesús; salvarse o condenarse obedece a un comportamiento ético y forma parte del ámbito de preocupaciones y expectativas de la conciencia de cada persona, en su doble dimensión individual y colectiva. El camino de Jerusalén o Reino de Dios presupone, por supuesto, la dimensión ética; nadie malo podrá recorrerlo, pero la dimensión ética no es la característica específica del Reino de Dios. Por eso, la preocupación del que acepta ser seguidor de Jesús no puede ser nunca el salvarse o el condenarse. Tomar parte del camino a Jerusalén o lo que es lo mismo, entrar en el Reino de Dios, es dar vivo cumplimiento a las propuestas de Jesús que nos ha hecho estos domingos; de ello resulta el ser cristiano.

La propuesta de hoy hace relación al dinero. Es una llamada de atención sobre la amenaza que el dinero encierra para el seguidor de Jesús. Insisto en que no se trata de salvación, sino de Reino de Dios, no es una cuestión de vida eterna, sino de modo de ser cristiano. La llamada de atención es gráfica: ¡Qué difícil es que los ricos puedan entrar en el Reino de Dios! ¡Más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios!

La alternativa que Jesús propone para el cristiano se desarrolla en el presente y tendrá su culminación en el futuro. Este texto no es para quien quiera cumplir con la ética, sino para el que busque ser cristiano; no se es cristiano por cumplir los mandamientos: esto es prerrogativa humana, se sea cristiano o ateo. Lo específico del cristiano no se mueve en el campo de la ética, de los mandamientos, de la conciencia: éste es el campo común a todo ser humano. Y, por eso mismo, la salvación está al alcance de todo ser humano, con tal de que siga las normas de su conciencia. El cristiano no es, pues, mejor que el que no lo es. Según la propuesta de Jesús, ser cristiano es vivir un modelo de vida distinto a los habituales, ser cristiano no es ser mejor, sino ser distinto; entrar en el Reino de Dios es vivir un tipo de vida en el que el dinero no es un valor, y eso sólo es posible en caso de que se descubra otro valor radical: Dios. Este descubrimiento relativiza lo que habitualmente llamamos valores. El descubrimiento de Dios lleva a un modelo de vida fraterno, realmente nuevo y desusado en nuestros ambientes inexactamente llamados cristianos.

No acercarse o no pertenecer al Reino no significa ser malo o estar condenado. El rico que se acercó a Jesús no era malo, pero mientras la alternativa de Jesús no sea una realidad, todo seguirá igual sin cambiar, incluso con hombres buenos. El Reino necesita, siempre los ha necesitado, hombres intrépidos, lanzados y entregados sin dilaciones; ven, y van; sígueme, y lo siguen.