XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 35-45:
El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Is 53,10-11 18-24; Sal 32,4-5.18-22; Hb 4,14-16; Mc 10,35-45

En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le pidieron que les concediera el sentarse en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús replicó: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Contestaron: Lo somos. Jesús les dijo: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniendo a los Doce, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. 

La primera lectura del libro del libro de Isaías nos aporta hoy un fragmento del final del Cuarto Cántico del Siervo de Yahvé (53,10-11), que pertenece a la obra del "Segundo Isaías". Es uno de los textos culminantes de la revelación veterotestamentaria, la interpretación de la historia de Israel como expiación vicaria y redentiva del Resto, misterio de amor sacrificado; algo tan inaudito que, de hecho, nunca más volveremos a leerlo y oírlo en todo el A.T. 

Estos versículos apuntan la inocencia-condena-glorificación del Siervo tras su gran humillación. De antemano, el cántico anuncia el éxito del Siervo por su docilidad al Señor (52,13-15); los que antes se espantaron, al contemplar su figura rota y maltrecha, ahora permanecen en silencio en señal de admiración. En el cuerpo del poema, se habla del nacimiento, sufrimiento, muerte, sepultura y glorificación del siervo; su nacimiento y crecimiento es oscuro como raíz en tierra árida; desfigurado por el dolor es considerado como algo insignificante y la sociedad le da de lado, lo condena al ostracismo. Las cicatrices del justo tienen un valor curativo; una condena injusta lo lleva a la sepultura, y paradójicamente, se reconoce su inocencia después de su muerte. Unos hechos históricos, no unas teorías, a través de los cuales llegó la salvación, liberación y redención a judíos y gentiles mediante los sufrimientos del Siervo de Yahvé, despreciado y abandonado de los hombres, familiarizado con el dolor y víctima de las injusticias.

La muerte del Siervo no ha sido inútil; su sufrimiento y castigo lo conducen al éxito; su dolor nos ha reconciliado con Dios a todos los niveles, la muerte nunca es el final, sino prenda de salvación para todos los pecadores; el siervo de Yahvé ha elegido voluntariamente cargar con los pecados; él "aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca", es la víctima expiatoria (Lv. 4); rompe el esquema tradicional de la justicia divina; en la Biblia, hasta ese momento, el que la hacía, la venía pagando; no obstante, el profeta descubre que tal vez, no sea así y revela en su oráculo un nuevo hecho: el sufrimiento tiene un valor salvador, no es sólo castigo, sino que puede ser salud y, lo que es más notable, salud para los demás. Eso sí, tiene que sufrir el justo, y pues el injusto, el impío, al sufrir, paga, el justo, con el sufrimiento, salva. Es la fe universal de la humanidad en la glorificación triunfal del Siervo de Yahvé; pensamos en el sentido de este Siervo, que adquiere plenas dimensiones en Cristo, miembro eminente de la comunidad de salvados, de los Pobres de Israel, del Resto, de los Fieles. "¿Quién creerá lo que hemos visto y oído?".

Pedir al texto una afirmación sobre la resurrección es excesivo; cierto que el profeta presenta al Siervo superviviente y reivindicando sus derechos, pero la descripción de una vida plena no supone la vida eterna, sino la afirmación de que el Siervo ha obtenido la fecundidad, longevidad, prosperidad y, en último término, abundancia. Así pues, vemos que debilidad y fuerza, inocencia y persecución, sufrimiento y paciencia, humillación y exaltación, constituyen una parte importante de la vida de Jesús; el desfigurado en su pasión y muerte en la cruz es reconocido como el justo (Hech 3,13s). Su silencio impresiona a Pilatos; es humillado y acepta la humillación; después de muerto, el centurión reconocerá su inocencia. Dios lo exaltará a su derecha y le dará en herencia una multitud inmensa entre la que nosotros nos contamos. El secreto del triunfo para el justo radica, en que su vida es servicio para los demás, y no su propio éxito (Mc. 10,45).

El Señor da ahora muchedumbres en descendencia a su Siervo Paciente; es que el pasado y presente juegan en manos del profeta, la vida, muerte y revivificación del Siervo han sido el único modo de aplacar a Dios y satisfacerlo por los pecados de judíos y gentiles. Echado en manos de Yahvé, el Siervo ha conseguido cumplir la promesa abrahámica de vida perenne expresada en fecundidad. Jesucristo es nuestro Salvador, el Siervo Paciente, que, con su vida, muerte y resurrección expió todos nuestros pecados. Sólo en Él hemos sido justificados. 

La segunda lectura de la carta a los Hebreos (4,14-16), tras haber anunciado que hemos recibido la salvación por la mediación sacerdotal de Jesucristo, nos exhorta a permanecer en la "confesión de la fe". Es posible que se refiera a un símbolo de la fe recitado en la liturgia bautismal y conocido muy bien por aquellos cristianos; y, aunque no conocemos exactamente la forma de este credo primitivo, sabemos que en él se confesaba que Jesús es el Señor y el mismo Hijo de Dios.

Siendo Jesús el Hijo de Dios, el único Hijo, y, por otra parte, uno de nosotros y solidario con todos los hombres, es Mediador y nuestro sumo sacerdote; su sacerdocio es "grande" y superior al de los sacerdotes del A.T.; si éstos penetraban una vez al año en el "santo de los santos", Jesús, atravesando el cielo, llegó de una vez por todas a la inmediata presencia del Altísimo; Jesús es el verdadero pontífice que tiende el puente entre las dos orillas, entre Dios y los hombres, en él y por él hemos sido reconciliados con Dios. Pero, su altura y su dignidad supremas, como hijo de Dios y verdadero sumo sacerdote, no le impiden conocer a los hombres. Pues Jesús, que es también un hombre, quiso hacerse solidario de todos nosotros y padecer nuestras propias debilidades (cfr. 5,2). Y, aunque en verdad no tuvo pecado (cfr. 7,26-28), fue probado o tentado lo mismo que nosotros (cfr. Mt 4,1-11; Mc 1,12s; Lc 4,1-13; 22-28); en el A.T., los hombres se acercaban a Dios con temor y temblor, en la Nueva Alianza inaugurada por la sangre de Cristo podemos acudir a Dios confiadamente, pues tenemos un sumo sacerdote que nos comprende y se ha hecho solidario con nosotros y que ha llegado también, de una vez por todas, a la presencia de Dios para interceder por nosotros.

A unos judíos convertidos, posiblemente de estirpe sacerdotal, que añoran el templo de Jerusalén y el esplendor de su culto externo, el autor de la carta a los Hebreos les quiere mostrar la grandeza y la eficacia del culto cristiano "en espíritu y en verdad". El sacerdocio levítico debe ceder ante el sacerdocio de Cristo, único mediador de la nueva alianza. El sacerdocio de Cristo supera el de los sacerdotes levíticos, e incluso el del sumo sacerdote del templo, porque está al mismo tiempo más elevado junto a Dios y más cercano al lado de los hombres, en “todo menos en el pecado": ha atravesado los cielos hasta llegar a la derecha del Padre, y "es capaz de compadecerse de nuestras debilidades; el sumo sacerdote judío no llegaba a eso, se mantenía excesivamente distante de Dios y de los hombres.

Bastante lo sabían los destinatarios de la carta. Por ello, en vez de evocar nostálgicamente la antigua liturgia, deben estar contentos del misterio cristiano en el que han creído, y deben tener la seguridad, a pesar de su simplicidad externa, de encontrar en él la ayuda eficaz que los ritos judíos no les podían procurar. 

La lectura del Santo Evangelio según San Marcos 10,35-45 trata sobre el tema del servicio; lo que Jesús acaba de decir a Santiago y a Juan lo generaliza después dirigiéndose a los demás Apóstoles.

Jesús descubre la conciencia que El tiene de su misión, es el Mesías e Hijo del hombre, y, a la vez, el Siervo Paciente, Inmolado por la multitud (v. 45; cf. Is 53,11-12). Consciente de su misión y de la proximidad de su muerte, Jesús deposita en Dios su confianza y descubre que sólo triunfará después de haber servido como siervo de Yahvé. Así es como Jesús exige a sus Apóstoles que sigan la misma evolución psicológica; lo mismo que El descubre su vocación de Siervo Paciente, los apóstoles deben descubrir el sentido del servicio. Jesús acaba de anunciar claramente a sus discípulos cómo ha de padecer y morir en Jerusalén, para resucitar al tercer día; sin embargo, y aunque no es la primera vez que les habla de ello, ellos siguen sin entender nada (cfr. 9,32); andan despistados y distraídos por cosas muy diferentes, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se adelantan del grupo y le piden los dos primeros puestos del reino. Jesús no les reprocha su ambición, sino su ignorancia, pues no comprenden que la gloria pasa por la cruz; "Beber el cáliz" es aceptar la voluntad de Dios, empaparse de la voluntad de Dios, aunque ésta sea un "mal trago" para los hombres; "ser bautizado" es tanto como sumergirse en la amargura de la muerte. Con estas palabras alude Jesús al martirio que le espera en Jerusalén y pregunta a los dos hermanos si van a ser capaces de seguirle hasta ese extremo, porque esto es lo que debiera preocuparles y no sentarse en los primeros puestos.

La ambición de los hijos de Zebedeo indigna a sus compañeros, y el grupo se divide, pero Jesús les enseña que los grandes tiranizan y oprimen a los pueblos, porque abusan del poder; por eso, la aspiración de sus discípulos ha de ser el servicio a los demás, ya que en esto consiste la única grandeza y el que oprime a los demás es un miserable. A la "voluntad de poder", Jesús opone la "voluntad de servicio", al imperio autoritario de este mundo, la "diaconía" (=servicio) evangélica. La Iglesia humilde y fraternal, rehuyendo el poder, ha de estar en servicio, como el Maestro, que ha venido al mundo para vivir y morir como un esclavo, que querido ocupar el último lugar de todos, la cruz. Jesús es el Siervo de Yahvé, que muere por "muchos". “No sabéis lo que pedís”. Santiago y Juan formulan su petición desde los modelos habituales del poder. Así lo ve Marcos, puesto que nos remite a la escena de la crucifixión. Allí, en efecto, aparecen a derecha e izquierda de Jesús otros dos crucificados. El estar a la derecha o a la izquierda no es efectivamente algo que dependa de Jesús; es el poder quien reserva estos puestos, por eso, no saben lo que piden.

El texto de Marcos es el único de los relatos sinópticos que presenta a Jesús como rescate; la idea es probablemente primitiva y el texto auténtico; no es la primera vez que Jesús se inspira en la teología del Siervo Paciente y en el valor soteriológico de la muerte (Is 53,10.12; Sal 48,7-9,15; Dan 7,14). El rescate designa el pago que se ofrece a alguien como compensación de aquello a que tiene derecho. Jesús es portador de ese rescate al ocupar voluntariamente el lugar de los culpables (Is 53,10), su voluntaria sustitución ("dar su vida"), es sacrificial y, además, universal. Estas dos notas son específicas de Marcos y no tienen antecedente alguno en la tradición bíblica. Y tercera nota: es ese "Hijo del hombre", quien, en lugar de juzgar y condenar, pagará el rescate que liberará a los culpables; carga sobre Sí, su suerte y su condena. El Hijo del hombre viene a servir a los acusados. De ahí que Cristo será exaltado, pero el camino de esa exaltación es el servicio y el sacrificio.

Este Evangelista considera, por tanto, necesarias la pasión de Jesús y su resurrección, "es necesario" beber el cáliz para sentarse en los tronos, bautizarse en la prueba para juzgar a la tierra, servir para ser poderoso.

El sufrimiento entra de pleno derecho en la vida del discípulo y no solamente este sufrimiento accidental, moral y físico que forma parte de la condición humana, sino también el sufrimiento característico de la oposición y del abandono que llevó a Jesús a la cruz. El aislamiento del cristiano actual en un mundo secularizado y ateo es, quizá, una situación previa a la oposición, como lo es también el modo de abrazar y portar la cruz con Jesús en el diario vivir.