XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 12,28-34: Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

T 6,2-6; Sal 17,3.4.7.47.51; Hb 7,23-28; Mc 12,28-34 

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Respondió Jesús: El primero es: «Escucha, Israel, el Señor Nuestro Dios es el único Señor y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser» El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» No hay mandamiento mayor que éstos.

El escriba replicó: Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Jesús, viendo que había respondido sensatamente le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. 

            La primera lectura del Deuteronomio (6,2-6) expone uno de los textos centrales del AT; muchos otros pasajes de los libros sagrados, especialmente los salmos y los profetas, especialmente Os y Jr, suponen el hecho del amor a Dios, pero sólo Deuteronomio, convirtiéndolo en un mandamiento explícito, lo llega a formular con tanta vehemencia; precisamente el Deuteronomio, el más parenético o exhortativo de los libros de la Ley, es el que ha expuesto de modo más sentido y conmovedor el gran amor que Dios tiene a su pueblo, por ello, puede exigir al pueblo que corresponda con amor al amor y que por amor se aplique al cumplimiento de la Ley; el amor es el más libre de todos los actos humanos. En ello encontrará la "vida", la felicidad y la posesión del país, tres promesas que a lo largo de los siglos espiritualizarán progresivamente su contenido, bajo la dura pedagogía de las calamidades.

          Ya antes de Jesús, los judíos habían descubierto la importancia capital de este "mandamiento". Una de las plegarias preferidas de los piadosos y que se rezaba por la mañana y por la noche en la sinagoga, era el "Shemá" (="Escucha..."), que comenzaba precisamente con Dt 6,4-6, añadiendo Dt 11,13-21 y Nm 15,37-41. Para un judío practicante, que frecuentase la sinagoga, el "Shema", encabezado por la profesión de fe monoteísta y la exhortación a amar a Dios, era más o menos lo que para un cristiano es el Padrenuestro. En su contexto estas palabras no son propiamente la promulgación de un mandamiento aislado, aunque éste sea, en efecto, el primero y fundamental, sino una exhortación y una advertencia a Israel, para que cumpla todos los mandatos y preceptos. Por eso, comienzan recordando el motivo y la razón última de la fidelidad que en ellas se exige: que Israel no tiene otro Señor que Dios y que Dios no hay más que uno. En consecuencia, Israel debe amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, lo cual implica el cumplimiento de todos los mandamientos y preceptos.

          Jesús se refiere a este texto cuando le preguntan sobre el mandamiento más importante. "Amarás a Yahvé con todo su corazón". En esos tiempos lejanos, el amor de Dios no era totalmente desinteresado. Israel sabe que, al responder al amor de Dios que lo eligió, va por buen camino, y Dios le premiará con la paz y la prosperidad material. "Graba en tu corazón estos mandamientos": tenlos presentes en tu mente para ordenar tus pensamientos y para que puedas juzgar de todo conforme a estos criterios."Repíteselos a tus hijos": sabiendo que eres responsable de la fe de ellos. "Grábalos en tu mano", es decir, que guíen tus actos. "Póntelos en la frente", para acordarte de ellos siempre, y no cuando ya sea tarde y solamente puedas reconocer tus errores. "Escríbelos a la entrada de tus ciudades", a fin de que rijan la vida económica y social. Yahvé no está al servicio de Israel; son los israelitas los que sirven a Dios.

          El principio de la sabiduría es el temor de Dios (Pro 1,7; Sal 111,10). Por eso, en el texto, se inculca al pueblo este santo temor, para que guarde los mandatos y preceptos y alcance una larga vida; el temor se hace obediencia religiosa y debe entenderse, en consecuencia, más como temor filial o piedad que como temor servil, de ahí la conexión del temor con el amor, con el primer mandato que es el amor a Dios con todas las fuerzas y con toda el alma. El sujeto de este temor u obediencia es Israel, cada uno de sus miembros y cada una de las generaciones.

          Así, pues, "no te olvides de Yahvé cuando hayas comido...". La civilización moderna ha entrado en este olvido. El hombre se siente dueño de la ciencia, de la técnica y del mundo. Más grave aún: se conforma con dominar el universo y se pierde a sí mismo. 

            Lectura de la carta a los Hebreos (7,23-28). El texto constituye el final de la demostración de la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio levítico; subraya, de manera particular, que Jesús no depende de Leví, sino que pertenece al orden de Melquisedec (Sal 109/110), que su sacerdocio se apoya en su calidad de Hijo y de Señor (Sal 2,7) y que está de conformidad con el "juramento de Dios"; se descubre este juramento no ya en las promesas hechas a Abraham (Heb 7,6-7), sino en la promesa del Sal 110,4.

          El autor muestra la superioridad del sacerdocio de Cristo que está por encima de cualquier otro y, en especial, del sacerdocio del A.T., al que se le exigía las cualidades morales y la observancia de una pureza cultual u objetiva, pues debían vivir separados de todo lo que era "impuro" e inconveniente a la santidad de Dios ante el que comparecían, para rogar por todo el pueblo (cfr. Ex 30,19-21; Lv 10,9-11; 22,2-9; etc.). Sin embargo, estaban llenos de debilidades y tenían que ofrecer sacrificios no sólo por el pueblo, sino también por sus propios pecados.

          En cambio, Jesús, que se acercó como nadie al que es en verdad Santo y nos abrió el acceso a Dios, Nuestro Padre, está investido de una santidad subjetiva y objetiva sin mengua de ninguna clase; es perfecto como perfecto es también el sacerdocio que ejerce; ni tiene pecado ni hay en él nada inconveniente o impuro, pues está elevado por encima del cielo. Cristo, que no conoció pecado, alcanza de una sola vez el perdón para todos los pecadores. No tuvo necesidad de ofrecer muchos sacrificios, pues su sacrificio es perfecto.

          En la plenitud de su sacerdocio, Cristo es a la vez sacerdote y víctima. Pero no por sus pecados, sino por el pecado del mundo. Mientras la Ley establecía como sacerdotes a hombres pecadores y ordenaba muchos sacrificios, siempre insuficientes, la Promesa se cumple en Jesucristo, el único sacerdote verdadero y perfecto. Jesucristo es el sacerdote eterno que ofrece el sacrificio eterno, válido para siempre.

          El sacerdocio de Cristo es eterno, dura siempre. La muerte imponía a los descendientes de Aarón la necesidad de multiplicarse, lo cual suponía una imperfección imposible de remediar. En cambio, como la muerte ya no tiene poder sobre Cristo, permanece para siempre y ejerce un sacerdocio "exclusivo". Puede salvar definitiva y perennemente a los hombres y unirlos a Dios; vive para interceder por nosotros y su intercesión es eterna, porque deriva del sacrificio que consumó una vez por todas en el calvario.

          Nadie como Cristo Glorioso para interceder por los hombres con plena autoridad, porque nadie como él es santo, con una santidad interior, religiosa y moral consumadas. Las palabras del juramento de Dios consagraron al Hijo "perfecto para siempre". Dios lo consagró; el Hijo aprendió a obedecer; es un sumo sacerdote perfecto.

          El sacerdocio de Cristo en Hebreos es su mediación, Cristo une a los hombres con Dios y a Dios con los hombres. En eso, sólo en eso, consiste lo principal de su sacerdocio. Nada de ritos, ni sacramentos, ni cosas parecidas. 

          La lectura del Santo Evangelio según San Marcos (12,28-34) pone en consideración la respuesta que da Jesucristo sobre la prioridad e importancia de los mandamientos.

          El texto de hoy nos sitúa en Jerusalén y en el Templo, espacio en el que sucede esta conversación con un jurista, favorablemente impresionado por Jesús. Entre el jurista y Jesús existe coincidencia total de pensamiento. Frente a la redacción de San Mateo (22,34-40), este letrado no se presenta con ánimo de disputa, sino para hacer a Jesús una auténtica pregunta. En las escuelas rabínicas se distinguía entre mandamientos "graves" y "leves". Por otra parte, se contaban hasta 248 preceptos positivos y 365 prohibiciones legales. Así que estaba perfectamente justificado que los rabinos investigaran cuál de todos estos mandamientos era realmente importante, cuál era el primero y principal y como el resumen de todos.

          Jesús responde citando al pie de la letra el pasaje del Dt 6,4 (cfr. primera lectura), pero añade inmediatamente el mandamiento del amor al prójimo, que en el A.T. se halla en otro contexto (Lv 19,18). Para Jesús ambos mandamientos son uno solo: "No hay mandamiento mayor que éstos". Y es que no se puede amar a Dios sin amar al prójimo (cfr. 1 Jn 4,20). En este mandamiento del amor se funda la única piedad verdadera.

          Así lo reconoce el letrado que le ha hecho la pregunta, por eso subraya que cumplir este mandamiento vale más que "todos los holocaustos y sacrificios". Los judíos no pretendían, claro está, una religión sin exigencias morales y veían que entre el mandamiento primero del amor a Dios y el precepto de amar al prójimo existía una conexión necesaria. Incluso entendían que el amor al prójimo fuera como un resumen de la Ley; así, por ejemplo, se atribuye al rabino Hillel esta sentencia: "No hagas al otro lo que no deseas para ti. Esto es toda la Ley. El resto es interpretación". Con todo, no estaba claro en las escuelas rabínicas quién debía ser tratado como prójimo (cfr. Lc 10, 29-37) y, en general, creían que el prójimo era solamente el paisano, pero no el extranjero. Por otra parte, la conexión entre los deberes religiosos para con Dios y las obligaciones morales para con el prójimo se entendían a veces de un modo muy extrínseco: la "justicia" consistía sobre todo en el cumplimiento de las prescripciones cultuales y el amor al prójimo quedaba reducido a la limosna, en caso de conflicto prevalecía el culto sobre la atención de las necesidades del prójimo, así, en la parábola del buen samaritano los sacerdotes y levitas pasan de largo porque temían contraer una impureza ritual, tocando al que creían un cadáver, que les inhabilitaría para dar culto a Dios. Jesús reúne ambos mandamientos en uno solo, el del amor, de suerte que el verdadero culto no puede separarse ya de la atención a las necesidades ajenas y enseña que el prójimo es cualquier necesitado que encontremos en nuestro camino; en esta misma línea, Santiago afirmará rotundamente que "la religión pura e intachable a los ojos de Dios" es cuidar del prójimo en sus necesidades (Sant 1,27).

          Una recopilación de antiguas tradiciones judías relata la historia de un gentil que quería convertirse a la fe judía a condición de que la totalidad de esa fe le fuera explicada en el tiempo que él pudiera resistir parado sobre un sólo pie. El rabino-Hillel aceptó el reto y le dijo: "No hagas a tu prójimo aquello que odiarías que te lo hicieran a ti mismo. Esta es la totalidad de la Torà (Ley). El resto no son sino comentarios. Ve y estudia". La historia ilustra la necesidad de encontrar un principio ordenador que de alguna manera articulara y diera vida a la múltiple variedad de las 613 prescripciones contabilizadas en la Torá.

          A primera vista, ésta parece ser también la intención del texto de hoy. El especialista judío en Torá, esto es, el letrado o jurista, pregunta a Jesús por la quinta esencia de la voluntad de Dios. Sin embargo, por el contexto, parece que San Marcos intenta mostrar otra problemática diferente, es que, hasta ahora, ha manifestado que el Reino de Dios es una realidad abierta a todos, no sólo a los judíos y que esta realidad pasa por la muerte-resurrección de Jesús; la estancia de Jesús en Jerusalén es para Marcos algo más que un hecho histórico: representa el momento culminante de la llegada del Reino de Dios, precisamente por ser en Jerusalén donde Jesús muere y resucita.

          Las conversaciones anteriores mantenidas con los letrados han podido producir la impresión de que entre judíos y cristianos no hay posibilidad de entendimiento; sin embargo, la de hoy niega y contrarresta esa impresión, hoy están de acuerdo: el descubrimiento de Dios provoca una reacción-respuesta de amor a ese Dios descubierto y de amor a los demás, a la vez que relativiza el sistema cultual y nacionalista del Templo; por ello, el especialista judío está preparado para comprender que el Reino de Dios pasa por la muerte-resurrección del Enviado de Dios, pero, sobre todo, está preparado para recorrer también él ese camino de muerte-resurrección; al respecto hay que recordar que Reino de Dios y salvación son realidades diferentes, que no se deben intercambiar ni confundir. En el evangelio de Marcos Reino de Dios es el camino de muerte y resurrección recorrido por Jesús y que está abierto a todos (Cf. Mc 10,17-30).

          Jesús elogia a este judío fiel, por saber dar al amor el primer lugar y lo considera cercano al Reino; esto invita a matizar los criterios y, sobre todo, recuerda a los cristianos que ellos no tienen el monopolio del Reino. Por caminos inesperados, se acercan otros, que se había pensado, estaban lejos. El cristiano tiene que regirse por la ley del amor; el amor de Dios revelado en Jesús, liberando del yugo de la ley, centra la vida en el amor desinteresado; debe amar a Dios y a los hombres, con la encarnación de Cristo, Dios se ha hecho el más pequeño de los hermanos.